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Evo Morales: Ingenuidad o desconocimiento

Fuentes: Argenpress

«Es ignorancia no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita». Aristóteles La historia da vueltas permanentemente pero la memoria humana y su capacidad de sacar conclusiones para evitar los mismos errores que hicieron sus antepasados, actuando inclusive de buena fe, casi siempre quedan paralizadas en su presente espacio y […]

«Es ignorancia no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita». Aristóteles

La historia da vueltas permanentemente pero la memoria humana y su capacidad de sacar conclusiones para evitar los mismos errores que hicieron sus antepasados, actuando inclusive de buena fe, casi siempre quedan paralizadas en su presente espacio y tiempo. En su percepción, los hechos actuales no guardan ninguna correlación con el pasado, y así como en una rueda se repite, década tras década y siglo tras siglo, los mismos desaciertos que hacen derramar sangre inocente. La historia está llena de ejemplos.

Inevitablemente, la reciente decisión de Evo Morales de desarmar a los «ponchos rojos» cediendo a la presión de los prefectos opositores de departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija y Cochabamba, que mantienen al gobierno central en un estado de parálisis, trae a la memoria la orden de desarme y repliegue que dio Salvador Allende el 3 Septiembre de 1973 (ocho días antes del golpe de Estado de Pinochet) a los obreros de los Cordones Industriales de Chile.

Supuestamente Allende lo hizo para calmar a la oposición y fortalecer la democracia. No hizo caso a las advertencias soviéticas y cubanas sobre un inminente golpe de estado; tampoco prestó la atención a la carta que le mandaron el 5 de Setiembre de 1973 los obreros de los Cordones Industriales exigiéndole medidas urgentes para parar el avance del fascismo. Salvador Allende era más idealista que socialista, y creyó ingenuamente en la tradición institucionalista de sus Fuerzas Armadas que no eran propicias a los golpes de Estado. Lamentablemente, cerró los ojos a su adiestramiento en la Escuela de las Américas donde los militares latinoamericanos se convertían en el pilar de la Alianza Anticomunista Americana (AAA).

En el caso de Bolivia, no existe la tradición institucionalista de las Fuerzas Armadas. En los 183 años de independencia hubo cerca de 200 golpes de Estado, y en el siglo XX, desde el golpe a Salamanca en 1934 hasta ahora, se cuentan 60 golpes de Estado. Evo Morales sabe perfectamente que los opositores no se cansan de tocar las puertas de los cuarteles. El mismo denunció «la participación activa del embajador norteamericano Philip Goldberg en la creación del movimiento separatista cuyo éxito dependería de un golpe de Estado». Recientemente el ministro boliviano Juan Ramón Quintana denunció «la conspiración de la embajada norteamericana para desestabilizar al gobierno utilizando sus seis brazos: USAID; personal diplomático; el Cuerpo de Paz; la DEA; el Grupo Militar; y la CIA».

Desarmar en este momento a sus más fieles aliados de base, los «ponchos rojos» que hoy en Bolivia son símbolo de una milicia indígena muy respetada, es ignorar la historia. Los ponchos rojos usan en Bolivia los mayores de 50 años que han ocupado puestos relevantes en la comunidad y han logrado sabiduría madurez. Se calcula que son unos 60 mil hombres armados.

Ahora están alarmados. Felipe Quispe, uno de sus líderes, dice «Estamos en peligro: nos van a desarmar y es una trampa. Gracias a nuestros Mauser, Evo Morales es presidente. Sin ellos no nos hubiésemos enfrentado al ejército en Warisata (Omasuyos) en 2003. Con esas armas hemos derrotado a Gonzalo Sánchez de Lozada».

No cabe duda que los «ponchos rojos», siguiendo la sabiduría andina, desobedecerán a esta iniciativa presidencial. Saben perfectamente que su desarme no contribuiría a la «pacificación del país» donde la oposición formada por unos cien clanes de los más ricos y poderosos y apoyada por el dinero norteamericano sigue utilizando la violencia, el racismo, la discriminación y la xenofobia como arma de lucha, igual como lo ha hecho en estos largos años de independencia.