Hace unos días, Bolivia presentó a los 64 becados que irán a la Academia China del Espacio a capacitarse en el manejo del satélite Túpac Katari, que se está construyendo en ese país asiático. Casi al mismo tiempo, el gobierno de Evo Morales lanzó con éxito un bono global -por primera vez en un siglo-. Y por la tasa lograda se interpretó que Wall Street dio una señal de apoyo a lo que considera una política macroeconómica «prudente» en Bolivia, una nación con un bajo nivel de endeudamiento.
Muchos creyeron que Evo iba a ser hábil en el manejo de la cosa política y poco ducho con las cuestiones económicas, en un país que, como la Argentina, vivió como un trauma la hiperinflación de los años 80. Sin embargo, las cosas resultaron casi al revés. La política siempre es complicada en Bolivia, donde la sociedad fuerte y el Estado débil suelen ser una pesadilla para cualquier gobernante. Pero el manejo de la macroeconomía resultó -¿sorprendentemente?- eficaz. Quizás por su origen campesino, Evo Morales mantiene una buena dosis de aversión al endeudamiento y se enorgullece de haber logrado «lo que los neoliberales no consiguieron».
Es duro a la hora de aceptar aumentos salariales y aunque renegoció los contratos petroleros y estatizó varias empresas en el marco de su política nacionalizadora, no es dado a muchos experimentos en la arena macroeconómica.
Algunos críticos sostienen que Morales se alejó de las propuestas del «vivir bien» supuestamente alternativas a la modernidad capitalista. Pero desde el comienzo, la agenda del presidente de origen cocalero fue un proyecto de modernización, alentado por los altos precios de las materias primas: las entrañas de Bolivia son una cantera de riquezas que parece inagotable. Esos recursos son el combustible de su gobierno.
Además de un aumento del gasto público y una expansión de la política social, no se privó de medidas de efecto mediático como la decisión de construir un teleférico de transporte público que unirá La Paz con la vecina ciudad de El Alto. «Mi sueño es que los campesinos pastoreen sus llamas hablando por celular con sus parientes en España o Argentina», dijo en una ocasión. Paso seguido, extendió la telefonía celular al 100% de las capitales municipales y anunció una cobertura total «en poco tiempo».
Atrás de casi todo lo que signifique plata está el ministro de Economía, Luis Arce Catacora, un técnico moderado tanto en sus políticas como en su estilo.
El satélite Túpac Katari, todo un símbolo de la mímesis entre indigenismo y modernidad, se enmarca en este imaginario y desafía las visiones esencialistas sobre los indígenas como pura curiosidad antropológica.
Hoy muchos comerciantes aymaras viajan ya regularmente a China, a las ferias Guangzhou y Yiwu, y hace unos meses un grupo de ellos pidió al Ministerio de Educación la inclusión del chino mandarín en los programas de idiomas escolares.
Notablemente, el ministro de Economía es uno de los dos que no cambió desde que Morales llegó al poder en enero de 2006; el otro es el canciller David Choquehuanca.
Arce Catacora es quien cuida las reservas internacionales, que llegaron a niveles récord en la historia boliviana: 13 mil millones de dólares.
Desde que Morales recaló en el Palacio Quemado, el PBI se duplicó (pasando de 11,5 a 24,6 mil millones de dólares), mientras que el PBI per cápita saltó de 1.200 a 2.200 dólares.
La inflación es de alrededor del 6% y, en un país bimonetario como Bolivia, la «bolivianización» de los depósitos bancarios alcanzó un récord del 69% debido a la mejora de la expectativa de los ahorristas en la moneda local. El propio FMI aplaudió en su último informe «el sólido desempeño económico» boliviano.
Todo esto, sin duda, no acaba con siglos de pobreza y marginación, pero sí ha provocado que en algunos barrios acomodados de la zona sur de La Paz se escuchen quejas sobre la escasez de empleadas domésticas.