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Cronopiando

Evo Morales y sus «exóticas» indumentarias

Fuentes: Rebelión

Ocurrió hace algunos años. Fidel Castro respondía preguntas durante una rueda de prensa celebrada en La Habana, con nutrida presencia de corresponsales extranjeros. Uno de ellos, un joven italiano, preguntó: «¿No le parece que ya va siendo hora de que se quite ese uniforme, de que ya los tiempos no están para vestir de verde-olivo, […]

Ocurrió hace algunos años. Fidel Castro respondía preguntas durante una rueda de prensa celebrada en La Habana, con nutrida presencia de corresponsales extranjeros. Uno de ellos, un joven italiano, preguntó: «¿No le parece que ya va siendo hora de que se quite ese uniforme, de que ya los tiempos no están para vestir de verde-olivo, de que ese uniforme ya está pasao?»

La pregunta, formulada con el deliberado desparpajo por quien parecía encarnar todas las esencias de la antimilitarista y descreída Europa, que pasa de convencionalismos y apuesta por la modernidad, provocó un expectante silencio en la sala a la espera de la respuesta del presidente cubano.

Durante algunos minutos, Fidel, que no quiso dejar sin respuesta al intrépido periodista, fue desglosando, una tras otra, todas las razones por las que, ocasionalmente, viste de verde-olivo. Le habló de la consistencia de la tela, de la resistencia del tejido, de su bajo costo, del valor afectivo que ese uniforme tenía y tiene para él, hasta que agotadas todas las explicaciones pertinentes, quiso, a su vez, devolverle la pregunta al joven periodista. «Por curiosidad y ya que usted es italiano ¿le ha hecho alguna vez esta misma pregunta al Papa? ¿Aceptaría el periódico para el que trabaja que cuestionara al pontífice su insistencia en vestir su… tradicional uniforme?»

El joven periodista italiano fue encogiéndose en su silla, abochornado, ante la carcajada general que puso en evidencia su altanera prepotencia.

Evidentemente, nunca había cuestionado al sumo pontífice su larga batola blanca con festones dorados,  ni sus zapatos rojos de Prada, ni su tradicional cono invertido incrustado en la cabeza, ni su capa de terciopelo rojo y demás prendas de su amplio y caro vestuario.

Si lo hubiera hecho,  no sólo habría tenido que buscarse un nuevo empleo en otro periódico más tolerante con sus inquietudes sino, posiblemente, cambiar de oficio.

Y viene a cuento la anécdota por la insistencia de algunos medios de comunicación españoles en pretender ridiculizar a Evo Morales por los «exóticos» trajes que acostumbra el dignatario boliviano y que no son más que expresiones propias de su cultura aymara, tan dignas como cualquier otra. De hecho, el suéter de colores de Evo Morales que tantos comentarios suscitara en los medios de comunicación españoles  es más propio y natural, por ejemplo, que el ridículo disfraz de capitán general que usa el monarca español o los faldones de las infantas antes de que las bauticen con agua del río Jordán  o todo el amplio y risible joyero, coronas y vestuario de la familia borbona, del que nunca se han hecho eco, menos mofa, esos medios españoles.

Todavía recuerdo el despliegue de recursos que con motivo de la boda de una de las infantas españolas supuso, al margen de la boda, el banquete y demás ceremonias, el simple traslado del traje de novia de Madrid a Barcelona, traslado efectuado en una camioneta blindada de la policía, acompañada de tres vehículos de escolta y custodiada por agentes especiales e, incluso, perros, en secreto operativo para evitar, según se dijo, las entusiastas y espontáneas aglomeraciones de ciudadanos por las carreteras para ver pasar la procesión. El suéter de Evo, que se sepa, no precisa en sus traslados tanta parafernalia ni es el pueblo boliviano quien la paga.  

Tal parece que los medios reservan sus reproches y sarcasmos, exclusivamente, para el dirigente boliviano,  Correa, Chávez o el propio Fidel, así vista de verde-olivo o use chándal.

La criticidad, aquella valiosa virtud que en el pasado distinguiera a Europa, hace tiempo que sólo es historia patria. Las últimas hornadas de «intelectuales y comunicadores» europeos muestran  su pretendida agudeza para pretender ridiculizar las expresiones culturales de otros pueblos, pero se vuelven boñiga, simple mierda de gato, cuando se trata de ponderar las figuras de papas, presidentes o monarcas propios. Muestran, esos medios, su afilada criticidad para burlarse de los «tópicos tercermundistas» pero guardan circunspecta seriedad y respeto frente a las grotescas extravagancias y ridiculeces de la mano que los compra y que les paga. Y para quien se aventure a saltarse el «debido protocolo», siempre queda la Audiencia Nacional y esa recua de energúmenos con peluca disfrazados de jueces, cuya vestimenta, por cierto, más mueve a la pena que a la risa.

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