Con un vigoroso bloque indígena-obrero-popular, unas clases medias mestizas urbanas menos timoratas y un empresariado cada vez menos receptivo a esos gritos opositores que anunciaban que se les quitaría todo -lo cual ni ha pasado ni es lo que se busca-, el presidente Evo Morales, después de su histórica victoria en las elecciones del domingo, […]
Con un vigoroso bloque indígena-obrero-popular, unas clases medias mestizas urbanas menos timoratas y un empresariado cada vez menos receptivo a esos gritos opositores que anunciaban que se les quitaría todo -lo cual ni ha pasado ni es lo que se busca-, el presidente Evo Morales, después de su histórica victoria en las elecciones del domingo, tiene condiciones inmejorables para avanzar en los siguientes cinco años hacia un socialismo que, sin embargo, se debe precisar en su forma y contenidos.
«Acelerar el proceso de cambio y profundizar el socialismo», ha afirmado el presidente Evo Morales, en la noche del domingo 6 de diciembre, a escasas horas de conocer su reelección con más del 62 por ciento y con una Asamblea Legislativa Plurinacional de la que podrá disponer para implementar la Constitución Política del Estado.
Y las breves palabras del líder indígena y presidente del Estado Plurinacional ante miles de personas en la Plaza Murillo y otras miles, que seguramente superaban el porcentaje de votación que obtuvo, a través de las pantallas de televisión y los parlantes de radio, no hacían otra cosa que poner el debate, así como definir el carácter de la práctica política, en la verdadera dimensión histórica. Cinco días antes, ante una pregunta periodística, Evo Morales expresó que el socialismo es la respuesta al capitalismo.
Pero no es ningún manual que a Evo le da las recetas. Con una ubicación de líder de su tiempo, el jefe del Estado Plurinacional parte del reconocimiento de cómo las especificidades determinarán la construcción de la sociedad de iguales -que no quiere decir igualitarismo-. «En algunos será socialismo del siglo XXI y en otras socialismo comunitario», ha aseverado a manera de quitarles argumentos a los que lo critican por una supuesta subordinación no probada al «chavismo» y para interpelar, al mismo tiempo, a esa memoria histórica de los pueblos originarios preexistentes antes de la invasión modernizadora del capital.
El punto de partida, para no equivocarse, es la aplicación de la Constitución Política del Estado. En sus más de 400 artículos están establecidas varias pluralidades (jurídica, autonómica, democrática, política, económica y social) que, dependiendo como se las acompañe con otras leyes, lo mismo pueden allanar la transición al socialismo como construir, a pesar de los buenos deseos, un dique a esa forma distinta de organización y reproducción de la vida que trasciende el capitalismo.
¿Capitalismo o socialismo de Estado?
Uno de los primeros temas para el debate, partiendo del socialismo como objetivo, seguramente girará en torno a si en los siguientes cinco años se profundiza el capitalismo de Estado -que es la característica del primer período y para muchos inevitable- o se pasa hacia una suerte de socialismo de Estado en la que la forma de planificar, presupuestar y gestionar las empresas estatales se hace cualitativamente distinta de las viejas formas de gestionar proyectos que empiezan profundamente nacionalistas y terminan como canales de penetración del capital transnacional.
Las condiciones para el socialismo de Estado están dadas. En el primer período se ha consolidado el desplazamiento de una clase por otra -requisito fundamental para calificar como revolución a un proceso-, aunque hay un sector de pequeños propietarios -una significativa base social del MAS- que pueden tener una aspiración al capitalismo más que al socialismo. Empero, existe también una articulación mayor entre originarios y clase obrera -forjada a partir de la alianza entre el Consejo Nacional por el Cambio (Conalcam) y la Central Obrera Boliviana (COB) que Evo reivindicó el domingo en la noche-, como garantía del proceso de cambio.
La apuesta es muy clara: fortalecer la participación del Estado en sectores estratégicos de la economía, tanto en los tradicionales (recursos naturales no renovables) como en los nuevos (industria alimentaria y telecomunicaciones), así como impulsar la constitución de formas comunitarias de producción, urbanas y rurales, que varios intelectuales comprometidos con el proceso de cambio anotan como déficit del primer período gubernamental.
¿Y que pasará con la propiedad privada? El vicepresidente Alvaro García Linera, en declaraciones al periódico El Clarín de Buenos Aires un día antes de las elecciones, se ha encargado de despejar los temores alimentados por la oposición a partir del 22 de enero de 2006, cuando Bolivia empezaba a escribir otra capítulo -el más profundo- de toda su historia. «No vamos a aceptar que las corporaciones empresariales actúen como partido. En ese caso, existe plena voluntad del Estado para apoyar a los sectores productivos. Creo que ya lo han entendido». Más claro, agua: el gobierno será respetuoso de la propiedad privada, le dará garantías y le dará apoyo. El ámbito de realización del empresariado es la producción y no la política.
Industrialismo con o sin armonía con la naturaleza
Una mirada al programa del gobierno para los próximos cinco años abre la posibilidad para un debate sobre la concepción de «desarrollo». Una lectura es que la propuesta presentada en torno al «salto industrial» tiene más relación con el paradigma cepalino de la década de los 50 que con el Vivir Bien del siglo XXI. Entonces ahí hay un problema de condiciones de cumplimiento en un contexto globalizado y sin la burguesía nacional que el MNR no tuvo la capacidad de construir.
Una segunda lectura es preguntarse, aún materializando la modernización de la estructura económica, si el «salto industrial» es compatible con el principio de la armonía con la naturaleza y si lo es, ¿en qué rubros de la economía? Entonces, eso conduce a reflexionar sobre si la incorporación de tecnología debe ser para reforzar la industria extractivista -que desde la colonia genera excedentes que siempre han sido el motivo de la disputa nacional y clasista-, o más bien para «modernizar» la producción comunitaria de alimentos con destino a la satisfacción de las necesidades internas y, complementariamente, para exportar al mundo en un momento en el cual la crisis alimentaria está por apoderarse del planeta.
¿Y como ampliar y enriquecer la democracia?
Un segundo nivel del debate tiene que ver, como diría Felix Patzi, con la determinación de las formas políticas de gestionar la política. La Constitución Política del Estado reconoce tres formas de democracia y por tanto de gestión política. Si el objetivo es el socialismo, resta por debatir el cómo se deben complementar la representativa, directa y comunitaria, y cómo la primera -de esencia liberal- puede ayudar a construir en el mediano plazo «la democracia de consenso» por la cual no oculta su simpatía Evo Morales.
Este debate sobre el tipo de democracia a construir es, ciertamente, el más complejo y delicado pues un error que se cometa pueda contribuir a retroceder de los espacios conquistados en la ardua lucha de clases que se expresó a partir del año 2000, cuando Bolivia ingresó a la cuarta crisis de Estado más profunda de su historia. En los libros, incluso de los clásicos, no hay respuestas capaces de satisfacer preguntas, pero quizá hay muchas reflexiones y experiencias históricas que aportan huellas y señales.
Pero si el tema es cómo ampliar la democracia -que hoy se expresa en un alto porcentaje de participación de la población que vota, elije y decide-, la discusión sobre el tipo de relación entre el gobierno central y los gobiernos subnacionales se presenta fundamental. Dependiendo de lo que se haga y del cómo se lo haga, la democracia de consenso pueda dar paso a la constitución de un gobierno de consenso que sólo es posible con la lógica de la comunidad, en la cual no hay la división de poderes propia de la modernidad.
Menos Estado, más comunidad
Dependiendo de los rasgos, las características y las condiciones de la transición al socialismo, cuyos siguientes cinco años serán decisivos, otro debate, también presente desde los clásicos, es cuánto de Estado se debe construir y cuánto de comunidad se debe fortalecer.
El Estado, a diferencia de lo que pensaban los anarquistas en el pasado y de lo que reeditan hoy varias corrientes indianistas, se presenta como necesario e importante en un contexto mundial en el que el capital transnacional no ha renunciado a la constitución de un gobierno mundial. La querella por el excedente, la atención a los sectores más vulnerables y la defensa de las conquistas ante enemigos internos y externos justifican el fortalecimiento del aparato estatal.
Pero, también es verdad, que uno de los desafíos más grandes de toda revolución es la construcción de un Estado ampliado, como diría el italiano Gramsci para referirse a la articulación de armonía entre sociedad política y sociedad civil, o para edificar ese «óptimo social» del que nos habla René Zavaleta sobre el mismo tema.
En definitiva, Evo Morales cuenta a su favor con condiciones inmejorables para construir un nuevo sistema hegemónico o nuevo bloque histórico en el poder: una alianza originaria-obrera-popular en vías de consolidación, una economía envidiable, una derecha derrotada y un contexto internacional bueno. Todo allanado para que el socialismo deje de ser una ilusión.
Fuente: http://www.la-epoca.com/modules.php?name=News&file=article&sid=1500