Lo que pasa en Bolivia no se puede ver simplemente como el surgimiento de un movimiento político Socialista, como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Ecuador. Claro que su tendencia de izquierda es franca y eso lo hace distinto a sus predecesores nacionales. También es evidente que el gobierno de Evo Morales propone cambios en […]
Lo que pasa en Bolivia no se puede ver simplemente como el surgimiento de un movimiento político Socialista, como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Ecuador. Claro que su tendencia de izquierda es franca y eso lo hace distinto a sus predecesores nacionales. También es evidente que el gobierno de Evo Morales propone cambios en pro de equilibrar derechos en una sociedad que durante quinientos años estuvo marcada por el desbalance que permitió que una minoría disfrutara la plusvalía de los recursos naturales y minerales, mientras la gran mayoría padecía la peor de las miserias.
Evo y su movimiento se han atrevido, en un país controlado hasta su llegada por la extrema derecha pitiyanqui, a rescatar los beneficios de la producción gasífera; a combatir el latifundio; a declarar de carácter público los servicios básicos que habían sido privatizados; a recuperar recursos estratégicos para la soberanía, como la telefonía y el resto de las telecomunicaciones; a utilizar los ingresos fiscales para crear pensiones, becas para los escolares y otras ayudas económicas a las que nunca habían tenido acceso los más pobres; a dar estudio a quienes por sus carencias no podían estudiar, hasta el punto de convertir a Bolivia en el tercer país del continente, declarado por la UNESCO «libre de analfabetismo» (término con el que -por cierto- no estoy muy de acuerdo cuando se trata de un pueblo con mayoría indígena). Pero en fin, todo esto es más o menos lo mismo que está haciendo Hugo Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega. Así como denunciar las tropelías del FMI, el Banco Mundial y el Imperio Norteamericano. Estas variables, solo determinan que «La hija predilecta de El Libertador», entró en la corriente de países que decidieron seguir el ejemplo libertario cubano.
Desde mi punto de vista, lo más importante no es el planteamiento socialista -que ya lo es bastante-, sino el cultural… el étnico… el que representa la identidad originaria de esta inmensa proporción de tierra que, según algunos historiadores, Colón confundió con la India. Versión de la que tampoco estoy muy convencido. Respondiendo a su profunda raíz aborigen, Evo se ha convertido en el Gran Cacique Indoamericano. Ese que más allá de las reivindicaciones políticas y sociales antes mencionadas, ha enarbolado con orgullo la Wipala de Túpac Catarí y Bartolina Sisa, para promulgar sin complejos, el reconocimiento de las naciones originarias, incluyendo sus lenguas… o idiomas; sus leyes; sus costumbres; sus religiones… o creencias; sus territorios; sus calendarios; sus formas de producción; su estructura social y familiar; sus conmemoraciones… y hasta sus pasiones. Eso le da autoridad para hablar en nombre de todos los pueblos indígenas del continente.
Evo no es el racista que sus detractores eurocentristas y apátridas han pretendido mostrar. Lo que pasa es que no reniega de la nacionalidad boliviana, pero mucho menos de la Aymara, Quechua o Guaraní. Ya quisiéramos los venezolanos tener un Evo en la sierra perijanera de los Yukpas y Barís; o los chilenos uno en sus comunidades mapuches; o los peruanos; o los zapatistas. Evo mastica la hoja de coca y defiende su sano cultivo con la misma vehemencia que juega el fútbol y defiende su sana competencia. Condena la utilización de la sagrada hoja por las mafias narco-productoras, con la misma determinación que señala la utilización del fútbol por las mafias mercantilistas de la FIFA. Evo no anda con un arco y una flecha, pero tampoco se deja imponer bases militares extranjeras. Así que no se trata de sectarismos, se trata de equidad, de respeto mutuo, de autodeterminación y de orgullo por lo propio, más que por lo ajeno. Sin desmedro de nadie, lo alcanzado por Evo va más allá de los reconocimientos a Rigoberta Menchú y el concepto de nación del Subcomandante Marcos. Es sin duda una referencia que podría, si se trabajara coordinadamente, generar la aparición de líderes indígenas postulados a la dirección de países con alto porcentaje de población originaria como los centroamericanos… donde paradójicamente pareciera que el requisito para ser presidente es tener la menor carga indígena posible.
Evo ganó las elecciones saltando todos los obstáculos: algunas Juntas Electorales Sectoriales solapadamente en contra; las trabas que la derecha interpuso al padrón electoral; las presiones y chantajes de muchas empresas privadas a sus trabajadores; la intromisión permanente del Departamento de Estado de los Estados Unidos del Norte a través de sus supuestas ONGs; y por supuesto el crudo y real racismo fascista de la llamada Media Luna. Eso implica… no digo un Nobel, porque Evo no se merece un premio tan prostituido como ese, pero sí que sus colegas del hemisferio promuevan un reconocimiento formal como máxima autoridad indígena del continente.
* Darwin Romero es un intelectual venezolano.
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