Tiene 47 años pero no pierde oportunidad de participar en cuanto partido de futbol puede. Ha jugado al lado o contra cracks como Diego Armando Maradona, Héctor Chumpitaz y Diego Latorre. Forma parte del Litoral, un equipo semiprofesional que aspira a ascender a la liga mayor. Se llama Evo Morales y, además, es presidente de […]
Tiene 47 años pero no pierde oportunidad de participar en cuanto partido de futbol puede. Ha jugado al lado o contra cracks como Diego Armando Maradona, Héctor Chumpitaz y Diego Latorre. Forma parte del Litoral, un equipo semiprofesional que aspira a ascender a la liga mayor. Se llama Evo Morales y, además, es presidente de Bolivia.
Su último partido fue el pasado viernes, en Lima, Perú, durante la quinta Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de América Latina, el Caribe y la Unión Europea. El juego fue organizado por la Cumbre de los Pueblos, un evento alternativo, paralelo al encuentro oficial. Morales alineó con un combinado integrado por bolivianos, que se enfrentó a figuras mundialistas legendarias de Perú como Héctor Chumpitaz y Julio César Uribe. Con el número 10 en la espalda, Morales metió un gol de pénalti al minuto 22.
La cascarita le sentó mal a la clase política local. Jorge del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, declaró: «si un partido de futbol significa el éxito de una cumbre, es excelente, en buena hora para ellos; pero la verdadera cumbre está en la junta de los presidentes, de los cancilleres».
Pero así se las gasta el presidente boliviano. En noviembre del año pasado, durante la Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile, Morales prefirió jugar una partida amistosa en lugar de asistir a la cena que ofrecía la anfitriona Michelle Bachelet. Aunque en la escuadra chilena participaron viejas glorias deportivas, el combinado del mandatario ganó por ocho goles a uno.
El futbol es fundamental en la vida de Evo Morales. Siempre lo ha sido. A los 13 años fundó en su comunidad un equipo de nombre Fraternidad. Él era capitán, delegado y árbitro. A los 16 años lo eligieron director técnico de todo el cantón. Él cuenta: «Era como dueño del equipo. Tenía que trasquilar oveja, lana de llama; mi papá me ayudaba; era muy deportista, vendíamos la lana para comprar pelotas, uniformes.»
En los 80 la sequía obligó a su familia a emigrar hacia el Chapare. El deporte fue la llave que le abrió las puertas de la amistad en su nueva tierra, la herramienta de vinculación con sus vecinos. «Un día entré a jugar futbol con los colonos y fui goleador. Luego todos querían que juegara con ellos.»
Una foto registra aquellos tiempos. En ella, al atardecer, con el cielo nublado, un joven delgado y de bigote sonríe. Viste uniforme. La camiseta es de color azul celeste con cuello en forma de uve; el short, negro con rayas blancas a los lados. Lleva en el brazo derecho una muñequera para el sudor. Tiene el pie derecho colocado sobre un balón de cuero.
El futbol fue, también, un camino que lo acercó al mundo de la política. A los pocos meses de llegar a la región fue elegido secretario de deportes del sindicato de cocaleros San Francisco. En 1985 pasó a ser secretario general. En 1988 fue nombrado secretario general de la Federación del Trópico. En 1986 dirigía seis federaciones y un año más tarde fue elegido diputado.
En 1980, durante la dictadura militar de Luis García Meza, un equipo de la lucha contra el narcotráfico quemó vivo a un sindicalista. Evo se enteró de la salvajada mientras estaba en una cancha de futbol. Él y otros jóvenes deportistas fueron convocados a una reunión de emergencia. Decidieron que había que apoyar al sindicato y participar en una marcha para defender los derechos humanos y protestar contra la barbaridad que el gobierno había cometido.
Morales explicó a la cadena televisiva Fox News, en enero de 2008, la profunda huella que esta pasión le ha dejado. «El futbol -le dijo- es un instrumento integrador. No se trata sólo de campeonatos, trofeos o medallas. Su significación va mucho más allá. El futbol nos hace olvidar a los políticos lo que son nuestros problemas específicos. Hasta la pobreza, así sea por 90 minutos, da paso a este fenómeno social.»
Pero, más allá de su afición y pasión deportiva, el reciente protagonismo futbolístico de Evo Morales proviene de su rechazo a la decisión de la Federación Internacional de Futbol (FIFA) de prohibir jugar partidos eliminatorios de la Copa Mundial en estadios situados por encima de 2 mil 500 metros sobre el nivel del mar. Según Joseph Blatter, presidente de la FIFA, el veto responde a «razones médicas y para proteger la salud de los jugadores».
A pesar de lo que dicen los dueños de la pelota, no existen pruebas científicas que demuestren que jugar en las alturas es perjudicial para la salud. Desde hace años se disputan torneos y ligas profesionales en Bolivia, Perú y Colombia, y a nadie le ha pasado nada por jugar allí.
La decisión de la FIFA fue inmediatamente rechazada por Evo Morales y por muchos otros deportistas. El técnico mexicano Javier Aguirre, entrenador del Atlético de Madrid, declaró que Joseph Blatter «no tiene ni puta idea».
La protesta, el 16 de marzo, Evo y Diego Armando Maradona jugaron un partido en La Paz, Bolivia, a más de 3 mil 600 metros de altura, en la que la FIFA fue goleada. Luego dieron un pelotazo que llegó hasta Cuba. Le enviaron a Fidel Castro un balón con dedicatoria. La del mandatario boliviano decía: «Con admiración para Fidel». Sin recato, el Pelusa escribió: «A mi maestro del alma con amor».
También, como una forma de presionar a la FIFA para que reconsidere su posición, Morales jugó un partido de altura. En un hecho para el registro de Guinness, el presidente se echó una cascarita en una cancha con nieve en el nevado Sajama, a 6 mil 542 metros sobre el nivel del mar. Evo anotó el único tanto del encuentro.
Si, como dice Eduardo Galeano, «la historia del futbol es un triste viaje del placer al deber», entonces Evo marcha a contravía. Porque si algo ha logrado hacer con sus cascaritas en las acartonadas cumbres continentales es, por inevitable contraste, devolver a este deporte el aire libre y fresco que sopla en las canchas llaneras de los barrios populares y las comunidades rurales. En los cónclaves internacionales de mandatarios, los goles los mete por la banda izquierda.