En 1972 los Estados Unidos vivió uno de los incidentes más excepcional en la política contemporánea, un grupo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue descubierto en las oficinas del partido demócrata (oposición para ese momento), plantando micrófonos y revisando documentos. El complejo Watergate, pasaría a la historia como el centro de un escándalo […]
En 1972 los Estados Unidos vivió uno de los incidentes más excepcional en la política contemporánea, un grupo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) fue descubierto en las oficinas del partido demócrata (oposición para ese momento), plantando micrófonos y revisando documentos. El complejo Watergate, pasaría a la historia como el centro de un escándalo político que implicó la renuncia del propio Nixon; el Big Brother de la trama orwelliana cobraba vida no sólo espiando a los enemigos fuera de casa.
El espionaje adquirió nuevas dimensiones en la revolución de las telecomunicaciones del siglo XX. En la Guerra Fría, los espías son dibujados como personajes extravagantes por la historia romántica; el tema de los dobles agentes y las infiltraciones en el aparato gubernamental son recurrentes. La guerra se torna hoy, cada vez más dependiente de sistemas informáticos. En el campo de la aviación militar los drones se popularizan, mientras las bajas en los ejércitos disminuyen en contraposición de las vidas civiles; países como Paquistán o Somalia son azotados por sus bombardeos.
Snowden, Assange y Bradley son el testimonio de un orden de control que se ejerce desde los centro de globo-vigilancia. ¡Nadie está a salvo!, millones de datos se cruzan diariamente sin que las fronteras del Estado nacional puedan contenerlas, cifradas en «teoría» bajo los eufemísticos contratos digitales de privacidad de empresas como facebook o google. Las filtraciones demuestran que nadie escapa a la «requisa» en la panóptica mundial, el gobierno de los EE.UU. tiene la capacidad de obtener datos en tiempo real de las empresas más poderosas del ramo. El control de las finanzas en el entramado global y el resguardo en los temas de tecnología militar, han puestos en la agenda de China y Rusia el tema de la ciber-amenaza como prioridad para su seguridad.
El escándalo actual por el espionaje no se trazó con las rudimentarias escuchas en cintas magnéticas. Las universidades, industrias de defensa y empresas estratégicas son el blanco prioritario, adicional de los tradicionales registros telefónicos y el aparato gubernamental. El tema trasciende al ámbito civil, gobiernos como el de Francia espían agudamente a sus ciudadanos o el Reino Unido a los alemanes, en un enredo de acusaciones que demuestra que la privacidad es una entelequia en el orden globalizado y, se termina espiando «amigos» y enemigos por igual.
El incidente con Evo Morales vincula a gobiernos europeos con la globo-vigilancia. Mientras Hollande prometía revisar sus relaciones con EE.UU., para calmar la indignación que provocó en la opinión pública francesa el fisgoneo, sus aparatos de seguridad estaban sincronizados con los de España, Italia, Portugal y EE.UU. en una operación para la caza de Snowden. ¿Por qué Evo Morales?, la indignación latinoamericana expresada en la UNASUR (excepto el club neoliberal: Perú, Chile y Colombia) por el intento de allanamiento a la soberanía boliviana, trasciende la solidaridad automática. Entender el penoso papel del embajador español en Austria, demanda profundizar la conformación del sistema – mundo capitalista, fundando como sostiene Aníbal Quijano desde la colonialidad del poder en base al racismo; como cuña moderna.
La ficción del derecho internacional de post-guerra queda nuevamente en entredicho (Estados Unidos tiene antecedentes: derribó el vuelo comercial 655 de Iran Air en 1988 matando a 290 civiles). Solicitar la inspección como requisito para la parada técnica del avión presidencial boliviano es un arcaísmo y casus belli como señaló Rafael Correa. Es innegable el racismo con que actuó la administración de Rajoy, recordando la vieja separación entre el hombre blanco y el indio de la época colonial. Al presidente boliviano se le trato como a un criminal, su periplo culminó en Austria sin recibir comunicación directa de sus pares europeos, muestra del colonialismo con que se ejerce la política exterior desde las franquicias estadounidenses, que relegaron el problema al nivel más bajo de la burocracia diplomática.
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