El acceso al mercado norteamericano y el incremento de las exportaciones es el argumento «estrella» de los funcionarios promotores del Tratado de Libre Comercio de Colombia con Estados Unidos para seducir a la opinión; «no es posible un TLC sin ese acceso» dicen reiteradamente quienes están comprometidos en tal iniciativa. Y si bien lo apropiado […]
El acceso al mercado norteamericano y el incremento de las exportaciones es el argumento «estrella» de los funcionarios promotores del Tratado de Libre Comercio de Colombia con Estados Unidos para seducir a la opinión; «no es posible un TLC sin ese acceso» dicen reiteradamente quienes están comprometidos en tal iniciativa. Y si bien lo apropiado es decir que «el colmo de los colmos» sería el Tratado sin siquiera dicho acceso, también vale estudiar quiénes serán los seguros favorecidos del eventual beneficio soportado en el inmenso costo que todos los colombianos pagarán a cambio.
Este no resulta ser asunto menor cuando a los agricultores se les anima con la ilusión, a los trabajadores se les estimula tras el espejismo, a los jóvenes se les involucra en los círculos de «emprendedores» del sueño exportador y a los caficultores se promete el paraíso si las Tiendas Juan Valdés se ven por montones en las tierras de Tío Sam. No es posible, según los promotores del modelo «hacia fuera», otra ruta distinta a la de enfocar toda la organización económica hacia los mercados externos así sea que por ello haya que entregar el interno a los productos, a los capitales y al trabajo foráneos y, por consiguiente, crezcan las importaciones. Un cambalache cuyo balance después de 15 años es negativo pero que, según los pontífices del dogma, se explica porque aún no se ha consumado a plenitud.
Cuando se revisan los registros de exportación, la síntesis no resulta alentadora en torno a las utilidades sociales que de este comercio exterior puedan percibirse. El 40% de las exportaciones las hacen sólo 100 empresas y entre las 25 principales captan el 33% de los dólares obtenidos. Y cuando se miran los sectores con mayor participación, sacando a ECOPETROL, lo proveniente del petróleo, del carbón, del níquel, del 25% del banano y el 50% de las flores, de un porcentaje similar en el café y en algunas ramas industriales los protagonistas son filiales de las multinacionales, como DRUMMOND, DOLE, EXXONMOBIL, GLENCORE, DEL MONTE, GENERAL MOTORS, TEXACO, CARGILL y BAYER, entre otros.
Ahora bien, al hablar de manufacturas no puede pasarse por alto que el éxito en mercados como textiles y confecciones, donde tampoco están ausentes del todo las multinacionales, directamente o mediante contratos de maquila, depende del costo de la mano de obra, entendido no sólo como el valor de la hora laboral sino también como el conjunto del trabajo demandado, el cual no podrá ser abundante sino apenas en el volumen que permita rivalizar con China, India, México y Centroamérica. Así ha sucedido y así continuará; un análisis del salario por hora muestra que en 1997, al dividir el mínimo legal mensual por 30 días y 8 horas y por la tasa de cambio promedio, valió 0,63 dólar, sin contar sobreprecios, extras y demás y que para 2003, un ejercicio similar arroja un valor para esa tasa salarial de 0, 48 dólar, en un mercado laboral donde debido a las reformas también decayó notoriamente el peso de los otros recargos. En 2004 y 2005, el fenómeno de revalorización del peso frente al dólar conduce a «menores competitividades» y, por ende, esto se expresa en desempleo. Es una forma como el modelo exportador se auto- corrige, el cual no es, como quiere hacerse creer, generador de trabajo por naturaleza y mucho menos de empleo bien remunerado en las fábricas de los artículos que podrían tener «el acceso».
Quiere hacerse creer a los productores agropecuarios que, verbigracia, si el oligopolio del sector lácteo exporta quesos o derivados, esto redundará en su provecho. Vuele y juega la falacia de confundir al comercializador o procesador con el productor, cuando precisamente las conquistas de los primeros dependen de lograr adquirir a menos precio la materia prima de manos de los segundos. ¿Será que mayores precios al agricultor o al ganadero son compatibles con la reñida competencia que hay en todos los bienes que Colombia ofrece? ¿Se olvidó lo del café, «el producto bandera»?
Sofismas como confundir los intereses del campesino con los de la multinacional, el bajo salario con las rentabilidades del capital, los objetivos nacionales con los del financista extranjero son picardía ideológica en aras del TLC, análoga al dilema que se ofrece a la fuerza laboral: explotación absoluta o ventas «en los semáforos». ¡Cuánta infamia, si desde tiempos remotos se sabe que los grandes logros de los comerciantes sólo se cristalizan degradando los ingresos de trabajadores y productores, he ahí el verdadero subsidio a las exportaciones de Colombia!