Hasta hace algunas horas, el CONALDE había cumplido casi dos semanas de ejecución de su brillante, inteligente, tremendamente lúcida decisión de bloquearse a sí mismo. Lo tragicómico del asunto no es lo delirante de semejante absurdo, sino que sus principales protagonistas demoraran esas casi dos semanas en enterarse que un bloqueo hace mella en quien […]
Hasta hace algunas horas, el CONALDE había cumplido casi dos semanas de ejecución de su brillante, inteligente, tremendamente lúcida decisión de bloquearse a sí mismo. Lo tragicómico del asunto no es lo delirante de semejante absurdo, sino que sus principales protagonistas demoraran esas casi dos semanas en enterarse que un bloqueo hace mella en quien lo padece, pero no en quien lo contempla plácidamente a 1000 kms. de distancia. En vista de eso, es difícil determinar si la violencia en contra de las instituciones públicas desatada el día miércoles se debió a la desesperación de no obtener de una medida de presión ni un solo resultado o a la frustración del que se da cuenta que ha estado haciendo el ridículo larga y vanamente.
Parece un hierro aislado, pero, en verdad, la genialidad de bloquearse a sí mismo es solo el corolario de un rosario más largo de puerilidades. En estricto rigor, sigue siendo el resultado de no haber entendido qué pasó el 10 de agosto. Pues, en efecto, no contentos con haberse equivocado ese día por culpa de los datos amañados de las encuestadoras, los ideólogos del CONALDE, después, por supuesto, de hacerse propaganda a sí mismos, siguen insistiendo hasta el día de hoy en que el revocatorio fue ganado por la media luna y (¡nótese bien el nivel de fantasía!) perdido por el gobierno. Después de semejante «interpretación», ¿podría llamarle la atención a alguien que los cívicos y prefectos de la media luna cometieran la fantochada de bloquear sus propios caminos para asfixiar a los habitantes de sus ciudades, que además son sus propios partidarios?
Como gran parte de la violencia vandálica ordenada por prefectos y cívicos se debe seguramente a que han sido mal informados por sus ideólogos y «analistas» acerca de las consecuencias del revocatorio, me tomo la molestia de explicarles cómo y por qué el 10 de agosto recibieron una senda goleada. Es de esperar que cuando entiendan finalmente que el revocatorio les significó no una derrota, sino tres, depongan por fin sus macabras intenciones de derramar sangre boliviana «responsablemente». Señores cívicos, prefectos y asesores de pacotilla, por favor tomen nota:
Primera derrota: la política. Como dicen los estudiosos de los sistemas electorales, los votos se transforman en escaños (autoridades electas). Y, en términos de poder político (aunque no de impacto mediático), importa menos la cantidad de votos obtenidos que los escaños conquistados con esos votos. Si un contendiente supera en, por ejemplo, un 20% de votos a su inmediato seguidor pero obtiene menos escaños, entonces pierde. Y en esto no hay ningún misterio alquímico. Para entenderlo, recuérdese el resultado de las elecciones de 1989 y el famoso y bien inverosímil «triple empate».
Pues bien, ¿cómo anduvo la conquista (ratificación) de escaños el 10 de agosto? Simple: el gobierno fue ratificado con un impresionante nivel de apoyo ciudadano, lo que le significó conservar el poder político. Pero por si eso no representara de suyo un triunfo contundente, la oposición además perdió dos prefectos y el gobierno ninguno. Y en esto importa poco o nada el impresionante 67%. Si el gobierno obtenía la misma suma y resta de revocados y ratificados pero con un 50% + 1 de los votos, en términos de poder político (aunque no de impacto mediático) el resultado iba a ser exactamente el mismo: el gobierno conserva el poder, mantiene sus prefectos y además le quita dos a la oposición. Y esto es aritmética política elemental, demasiado elemental.
Exactamente cómo semejante resultado puede significar que al gobierno no le fue bien «en los matices», es un misterio que radica sólo en el insulso locus communis puesto a fantasear. Al gobierno no sólo le fue estupendamente bien, sino que, por si fuera poco, le propinó al CONALDE una paliza de alto costo estratégico: la oposición departamental perdió control sobre dos departamentos en el lado occidental del territorio nacional y además se quedó sin agentes movilizadores/desestabilizadores en o cerca de la sede de gobierno. Eso sin contar que el gobierno sacó de la escena política a dos liderazgos de proyección nacional. Nótese bien la contundencia de la derrota: la oposición departamental perdió dos prefectos (lo que equivale a perder el control político de dos unidades territoriales) y además se quedó sin nada de presencia en occidente.
Por si fuera poco, como consecuencia del revocatorio no sólo empezó a trastabillar el CONALDE, sino que además la principal fuerza de oposición en el parlamento terminó de desarticularse y disolverse. Sin oposición a nivel nacional y con una oposición diezmada y a punto de quebrarse a nivel departamental, ¿exactamente cómo podría haberle ido mal al gobierno? Un lúcido abogado sugiere por ahí que despidan al estratega del CONALDE. Yo sugiero partir por el ideólogo.
Segunda derrota: la narrativa. Generalmente las luchas políticas tienen su correlato en el campo de las narraciones. Cada fuerza que pugna por el poder busca imponer también su propia forma de narrar un proceso, un conflicto, una condición. Las narraciones, además de depósitos de sentido y referentes identitarios, suelen ser dispositivos de legitimación de estructuras de poder. Bien lo sabe la narración más afín a todo sistema de dominación: la bíblica. Por ello, todo recambio político va acompañado, por lo general, de reformas en la educación y de políticas de reescritura de la memoria histórica.
En el actual conflicto boliviano, la consabida lucha política se materializó en dos narraciones antagónicas. La primera es la de una Bolivia de alcance nacional que, en su mayoría, demanda un cambio social, étnico, político y económico profundo. La otra es la de una Bolivia territorializada, cuyos protagonistas no son los actores sociales o políticos clásicos, sino los departamentos. De acuerdo a esta segunda narración de Bolivia, más de la mitad de los departamentos (la media luna ampliada) se opondría a la política de transformaciones implementada por el gobierno «andinocentrista», política que, sin embargo, sería apoyada por los otros departamentos bolivianos.
Entre diciembre de 2005 y agosto del 2008, las narrativas siguieron los vaivenes de la lucha política: mientras ninguna de las fuerzas se imponía a la otra, tampoco ninguna narración de Bolivia perdía verosimilitud. Pero el revocatorio produjo un desempate catastrófico narrativo. La Bolivia territorializada, la Bolivia dividida en departamentos y en la que parte de la oposición apoyaba su demanda de un Estado federal, esa Bolivia en la que los actores son unidades político-territoriales, simplemente no existe. No sólo los departamentos de la media luna no constituyen, en su mayoría, oposición en contra del gobierno, sino que, además y lo que es más importante, ni siquiera constituyen un bloque político unitario. Político-territorialmente, la mayor parte de las provincias de la media luna son contrarias a sus prefectos y se encuentran alineadas con el gobierno. Savina Cuéllar tuvo que tomar noticia de esto de la forma más ingrata. Esto, por supuesto, sin mencionar que el revocatorio transformó a la media luna en cuartito de volcán lunar, cuando no en octavito de roca de ese volcán.
En términos crudos, el revocatorio dejó en evidencia que no existe oposición departamental, sino una limitada y bien débil (en términos estratégicos) oposición urbana y citadina. No sólo se concentra en las ciudades y tiene escasas o nulas posibilidades de penetrar en las zonas rurales de sus propios departamentos, sino que ni siquiera controla territorios o vías de acceso claves. Esto parte en dos a los departamentos, y con ello le resta eficacia social y política a la narración de una Bolivia a punto de federalizarse… El asunto no reviste mayor complicación: simplemente no existe algo así como «departamentos opositores».
Lejos de lo que habían supuesto y repetido hasta el cansancio los narradores de la Bolivia territorializada, con el revocatorio se disipó el clivaje «departamentos confederables vs. Estado unitario centralista» y se consolidó el viejo conflicto entre campo y ciudad, que, a su vez, sintetiza una fractura socioeconómica y étnica en la sociedad boliviana. En pocas palabras, se impuso la narración promovida por el gobierno y fue derrotada la que quería imponer la media luna. Y esto tiene consecuencias más allá del mero campo narrativo. El proyecto de una Bolivia federal que ya estaba siendo enarbolado por parte de la oposición antes del revocatorio pierde toda factibilidad política. Sólo podría llevarse a cabo si se crea una confederación territorialmente discontinua, cuyos estados componentes no serían los departamentos, sino las ciudades capitales. Sería algo así como una confederación de mini islas a la deriva en un mar innavegable y, por ende, imposible de unir social, política y económicamente. En otros términos, la Bolivia federal de los radicales del CONALDE sería posible sólo en la forma de un no-Estado.
Tercera derrota: la geográfica. Donde hay un conflicto o una lucha física, los lugareños, los locales pierden. Pierden emocional y económicamente. Por eso todos los grandes estrategas de la historia han llevado sus conflictos fuera de sus territorios. En lugar de resistir en Cártago, Aníbal fue a combatir a los romanos en su propia casa, a la entrada de Roma. De ahí el famoso dicho latín Hanibal ad portas.
Pues bien, el revocatorio le significó al CONALDE la gran derrota de tener que trasladar el conflicto a territorio medialunero. Para ser coherentes con su autoengaño de haber sido fortalecidos, se vieron en la necesidad de hacer demostraciones de fuerza. Y eso es precisamente lo que Bolivia está padeciendo en estos días: una insulsa y condenada al fracaso demostración de fuerza del CONALDE.
Evidentemente la demostración no pasa de ser un mal bluff. La fuerza sólo les alcanza para ejercerla en su propio territorio y en contra de su propia población civil. Eso, por supuesto, al gobierno central no le hace ni cosquillas. Al contrario. Es enteramente contraproducente. El daño emocional del conflicto se lo están infligiendo a sí mismos. Y éste es precisamente uno de los costos de haber perdido control territorial en la sede de gobierno (donde difícilmente los habitantes de El Alto dejarían sin resguardo al gobierno) o cerca de ella (desde el departamento de Cochabamba podrían haber afectado algo más el abastecimiento en La Paz). En suma, el revocatorio le hizo creer al CONALDE su propia mentira de haber salido fortalecidos. Por eso seguramente pensaron, ¡oh gran error!, que era el momento de una arremetida. Eso, sin embargo, terminó siendo la explicitación más gráfica de toda la derrota. Incapaces de ejercer fuerza en contra del adversario, se la tuvieron que infligir a sí mismos y en casa: fundamentalmente en contra de su población y de su patrimonio. He aquí la tercera derrota que no comprendió el CONALDE, la geográfica.
Señores del CONALDE, lo más hidalgo y lo menos costoso en términos humanos es que acepten de una buena vez su derrota y se sienten a negociar. Pero a negociar en serio, entendiendo su debilitada posición. Si les dejan un poquito del IDH, siéntanse agradecidos. Si todavía la NCPE contempla autonomías departamentales, dense de golpes en el pecho. Ni radicalizando el insulso hara kiri que se están aplicando actualmente van a conseguir algo más. Y ya la ciudadanía está cansada de que no tengan ni un sólo maldito escrúpulo a la hora de derramar sangre de ciudadanos bolivianos «responsablemente». Entiendan de una vez: se les infligió no una, sino tres derrotas. Tres… TRES… T-R-E-S.