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Falacias de la cotidianidad

Fuentes: Página/12

Idas y venidas, corriendo hacia todos lados sin un minuto para pararnos a pensar. ¿A dónde vamos a parar? Con la cabeza en una nube acabamos cayendo presos de prácticas que quizá en otras circunstancias las rechazaríamos; o al menos las evaluaríamos con mayor detenimiento. Por las calles de Buenos Aires, sobre todo en las […]

Idas y venidas, corriendo hacia todos lados sin un minuto para pararnos a pensar. ¿A dónde vamos a parar? Con la cabeza en una nube acabamos cayendo presos de prácticas que quizá en otras circunstancias las rechazaríamos; o al menos las evaluaríamos con mayor detenimiento.

Por las calles de Buenos Aires, sobre todo en las más concurridas, nos encontramos con la típica estampa de asadores, comercios de ropa y un largo etc de comercios, acompañados de personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad rodeados de una opulencia que no las acompaña. En esta imagen dantesca sobresalen grupos de jóvenes parando a las transeúntes en busca de donaciones. La máxima que les tatúan en las capacitaciones a las que tienen que acudir es similar a lo que dijo Marx de la ideología «no saben por qué lo hacen, pero lo hacen», sin embargo en dichas capacitaciones las arengan con: «la gente quiere donar aunque no lo sepa». Más allá de las connotaciones ideológicas que posee ésta afirmación, implica un algo más.

¿Un retorno al pasado? ¿Volvimos al diezmo que antaño nos exigía la Iglesia? Si bien en la antigüedad, y ya no tanto, el desembolso monetario era una salvaguarda. Ante la Iglesia y sociedad del momento consistía en una buena obra para ganarse una plaza en el paraíso cristiano. Hoy en día los diezmos pagados, las donaciones voluntarias y no tan voluntarias terminan por ser una lobotomía sin necesidad de sufrimiento. Es decir, un lavado de conciencia a mayor o menor costo, pero lavado al fin y al cabo.

Bajo este prisma la comprensión de nuestro actual actuar se acerca más, pudiendo barajar la hipótesis de que quizás en un afán de desentendernos de la realidad y seguir sumergidas en nuestra pequeña parte de ella nos obligamos a dar estos pagos camuflados de donaciones. ¿Esta «colaboración pasiva» es el nuevo pasaje al paraíso?

«Yo ya colaboro» parece ser el punto culmen de la rebeldía de la apurada transeúnte. Intentando sobrevivir a un océano de información lo último que se desea es focalizar nuestra atención en una problemática concreta y menos aún si implica perder nuestro preciado tiempo, constantemente monitoreado por las diminutas pantallas que nos siguen allá a donde vayamos marca una.

Día tras día pegadas a estas pequeñas pantallas vemos pasar el mundo, y un mundo de información, de mayor o menor caladura pero existe una tónica: tú no haces nada. Eres una mera espectadora. En una sociedad tan mediatizada donde cada una de nosotras somos las protagonistas de nuestras vidas, la individualización de las personas ha tenido su mayor logro en el narcisismo de las redes sociales masivas, si vemos que alguien lleva a cabo una acción que genera repercusión nos cuestionamos que hacemos nosotras.

Cuando decidimos pasar a la acción, en ese atisbo de rebeldía que mencionaba antes, se permite, consciente o inconscientemente, un espacio para escuchar la propuesta de turno de la ONG que se tercie y comprometernos a una donación mensual.

Eso sí, antes tenemos que sufrir las artes persuasivas de una joven o un grupo de jóvenes que intentarán por todos los medios que usted realice la famosa donación. Ya que una aunque no sea consciente de este deseo, de colaborar y/o trabajar en pos del bienestar, en el fondo de su ser pervive y subsiste pero que no tergiversen el deseo que posee cada una de nosotras.

¿La satisfacción de este deseo es a través de trabajar en ello o delegarlo? Y si es delegarlo, acaso no es más cómoda la delegación del involucramiento a través de un traspaso monetario, que el arduo trabajo de la toma de conciencia al respecto y la consecuente acción… Si es así, habría que ver a quién beneficia esta desidia por el involucramiento.

Si bien el beneficio inmediato a nivel individual es la obtención de placer y el poder convencernos de que ya hacemos todo lo que está en nuestras manos para contribuir a la problemática que más nos ha interesado; o la que mejor nos ha encandilado. El punto es que este «Yo ya colaboro» es una falacia ontológica, aquí usted no está colaborando a usted la están desangrando.

¿En qué momento se está haciendo algo cuando se delega a un grupo de personas dedicadas a ello, «expertas», el poder propio de hacer algo? El sistema representativo es la ideología perfecta en estos casos, ya que propone el siguiente axioma: Usted no haga nada ya que está muy atareada ganando dinero, mejor dónenos a nosotras su dinero que somos las expertas y podemos actuar de la forma correcta.

En este punto es donde resurge con fuerza la sacralización del dinero, siendo una constante en la actualidad y es a través del esfuerzo de la donación la forma de alcanzar la tranquilidad cotidiana para afrontar las constantes contradicciones. En una creciente desigualdad y empobrecimiento continuo este esfuerzo, tanto de la persona que dona como de la organización que capta la donación, surge como una contención. Contención a otras formas de colaboración que conllevan una implicación mucho mayor, es el pasaje de una colaboración pasiva al activismo, al compromiso. Como mencioné antes a la concientización de la problemática y consecuente acción en pos de su transformación.

Con esto no niego la importancia y labores encomiables que desarrollan diversas organizaciones que precisan de apoyos económicos para desarrollar sus actividades. La crítica es y va dirigida a las formas e ideología que apareja ésta forma de colaboración pasiva y lo que implica en cada individualidad y lo que produce y reproduce a nivel social.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.