Revista Trasversales número 24 noviembre 2011 Versión original en italiano Licencia Creative Commons Otros textos del colectivo Wu Ming o de sus miembros La semana pasada [17/9/2011] The Morning Call, un periódico de Pennsylvania, publicó una larga y detallada investigación -titulada Inside Amazon’s Warehouse [Dentro del almacén de Amazon]- sobre las terribles condiciones […]
Revista Trasversales número 24 noviembre 2011
Versión original en italiano
Licencia Creative Commons
Otros textos del colectivo Wu Ming o de sus miembros
La semana pasada [17/9/2011] The Morning Call, un periódico de Pennsylvania, publicó una larga y detallada investigación -titulada Inside Amazon’s Warehouse [Dentro del almacén de Amazon]- sobre las terribles condiciones de trabajo en los almacenes Amazon de Lehigh Valley. El reportaje, resultado de meses de entrevistas y verificaciones, está dando la vuelta al mundo y ha despertado el interés del New York Times y otros medios de comunicación convencionales. El panorama es sombrío:
– precariedad laboral extrema, clima de chantaje permanente y falta de derechos;
– ritmos inhumanos, con velocidad redoblada de un día para otro (de 250 a 500 «paquetes» al día, sin previo aviso), con una temperatura interior que supera los 40° y que al menos en una ocasión llegó a los 45°;
– medidas disciplinarias en perjuicio de quienes reduce el ritmo o, simplemente, se desmayan (en un informe del pasado 2 de junio se habla de 15 trabajadores desvanecidos por el calor);
– despidos instantáneos «ejemplares» con el réprobo escoltado hasta la puerta delante de sus colegas.
Y eso no es todo. Leed el reportaje completo. Vale la pena. La frase clave la pronuncia un antiguo almacenero: «They’re killing people mentally and phisically.» [Están matando a la gente física y mentalmente]
A juzgar por los comentarios en la red, muchos se desayunan hoy, descubriendo tan solo ahora que Amazon es una megacorporación y Jeff Bezos un empresario que -como suele ser entre los empresarios- quiere hacer ganancias en detrimento de cualquier otra consideración sobre dignidad, equidad y seguridad.
Como se debía sospechar, el «milagro» Amazon (superdescuentos, envíos muy rápidos, «larga estela o larga cola», oferta aparentemente infinita) se sostiene sobre la explotación de la fuerza-trabajo en condiciones vejatorias, peligrosas y humillantes. Exactamente igual que el «milagro» Wal-Mart, el «milagro» Marchionne [director ejecutivo de Fiat] y cualquier otro milagro empresarial que nos endosaron los medios de comunicación en el curso de los años.
Lo que se acaba de decir debería ser obvio, sin embargo no lo es. La revelación no afecta a una empresa cualquiera, sino a Amazon, una especie de «gigante bueno» del que -incluso en Italia – se ha hablado siempre de forma acrítica, cuando no venerante y populista.
The Morning Call ha roto el hechizo. Hasta hace unos días, con pocas excepciones, los medios de información (y los propios consumidores) aceptaban la propaganda de Amazon sin sombra de duda, como si fuera oro puro. De ahora en adelante, quizás se intentarán más a menudo las comparaciones, se harán las debidas verificaciones, se pondrá atención en los posibles engaños. Con la profundización de la crisis, parece ir en aumento el número de los escépticos.
El problema de las multinacionales que son percibidas como «menos empresariales», más «cool» y éticamente -casi de forma espiritual– mejores que otras pertenece a muchas compañías asociadas a internet de manera tan estrecha hasta ser identificadas con la red misma. Otro caso típico es Apple.
iPhone, iPad, youDie
El año pasado causó escándalo -antes de ser enterrada bajo toneladas de polvo y silencio- una oleada de suicidios de los obreros de la Foxconn, multinacional china en cuyas fábricas se montan iPad, iPhone e iPod.
En realidad, las muertes habían comenzado antes, en el 2007, y prosiguieron después (el último suicidio confirmado se remonta a mayo pasado; otro obrero murió en julio en circunstancias sospechosas). Se quitaron la vida, en total, unos veinte empleados. Investigaciones de diverso tipo señalan como probables causas turnos infernales de trabajo, la falta de relaciones humanas dentro de la fábrica y las presiones psicológicas por parte de la dirección.
A veces se ha ido mucho más allá de las presiones psicológicas: el 16 de julio de 2009, un empleado de 25 años llamado Sun Danyong saltó al vacío después de haber sufrido una paliza por parte de una pandilla de la empresa. Sun era sospechoso de haber robado y/o perdido un prototipo de iPhone.
¿Qué soluciones adoptó la Foxconn para evitar estas tragedias? Bueno, por ejemplo, instaló «redes antisuicidio».
[Para profundizar este tema, recomiendo los enlaces recogidos en la página di Wikipedia y la visión del video divulgativo Deconstructing Foxconn]
Estos fuera-de-escena del mundo Apple no reciben mucha atención, en contraste con los informes médicos de Steve Jobs o pseudoeventos como la apertura en la céntrica Via Rizzoli de Bolonia, del mayor Apple Store italiano (espectáculo debidamente desmitificado por el siempre excelente Mazzetta). En esa ocasión, hubo gente que pasó la noche en la calle a la espera de entrar en el templo. Ellos no saben nada de la unión entre trabajo y muerte que existe aguas arriba de la marca que veneran. En el capitalismo, poner la mayor distancia posible entre «aguas arriba» y «aguas abajo» es la operación ideológica por excelencia.
Fetichismo, subordinación, liberación
Cuando se habla de la red, la «máquina mitológica» de nuestros discursos -avivada por la ideología que, voluntaria o involuntariamente, respiramos cada día- reformula un mito, una narración tóxica: la tecnología como fuerza autónoma, sujeto dotado de un espíritu propio, realidad que se desarrolla por sí sola, espontánea y teleológicamente. Hasta el punto de que alguien -nunca se recordará lo suficiente- tuvo la gran idea de proponer la candidatura de internet (que como todas las redes e infraestructuras sirve para todo, también para hacer la guerra) al… Nobel de la Paz.
Lo que se oculta son las relaciones de clase, de propiedad, de producción: sólo se ve el fetiche. Y por tanto resulta útil el Karl Marx de las páginas sobre el fetichismo de la mercancía (cursivas mías):
«Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres».
«Forma fantasmagórica de una relación entre cosas». Como los ordenadores interconectados a nivel mundial. Detrás de la fantasmagoría de la red hay una relación social determinada, y Marx se refiere a: relación de producción, relación de exploración.
Sobre tales relaciones, la retórica internetiana echa un velo. Se puede hablar durante horas, días o meses de la red tocando solo accidentalmente el problema de quien es dueño, de quien detenta el control real de los nodos, de las infraestructuras, del hardware. Menos aún se piensa en qué pirámide de trabajo -además paraesclavista- está incorporada en los dispositivos que utilizamos (ordenador, smartphone, Kindle) y por consiguiente en la red misma.
Hay multinacionales que todos los días (en red) expropian riqueza social y (tras bastidores) oprimen mano de obra en los cuatro rincones del mundo, y sin embargo son consideradas… «menos multinacionales» que otras.
Mientras no nos demos cuenta de que Apple es como Monsanto, que Google es como Novartis, que hacer la apología de una corporación es la práctica narrativa más tóxica que existe, ya sea Google, FIAT, Facebook, Disney o Nestlé… Mientras no nos demos cuenta de esto, dentro de la red nos hallaremos como peces.
[N.B. Para evitar malos entendidos: yo tengo un Mac y trabajo bien con él. También tengo un iPod, un smartphone con Android y un Kindle. Quien hace el trabajo que hago debe conocer las modalidades de disfrute de la cultura y de uso de la red. Pero intento no ser fetichista, no borrar la explotación que se encuentra aguas arriba de estos productos. Es un esfuerzo arduo, pero es preciso hacerlo. Como explicaré más abajo, mi crítica no se centra en la acusación de «incoherencia» del individuo y en el comportamiento individual del consumidor, sobre los cuales en los últimos años se construyó una retórica falaz, sino sobre la necesidad de conectar el activismo en red a las luchas que tienen lugar «aguas arriba», en la producción material]
Por culpa del net-fetichismo, diariamente se pone el énfasis sólo en las prácticas liberadoras que operan en la red -prácticas por las que, para ser claros, WM apuesta todos los días desde hace veinte años-, describiéndolas como la regla, e implícitamente se tachan como excepciones las prácticas subordinantes: la red utilizada para explotar y pagar insuficientemente el trabajo intelectual; para vigilar y encarcelar a las personas (véase lo que sucedió después de los riots londinenses); para imponer nuevos ídolos y fetiches alimentando nuevos conformismos; para transmitir la ideología dominante; para los intercambios del capitalismo financiero que nos está destruyendo.
En red, las prácticas subordinantes son regla tanto como las otras. Es más, puestos a ser precisos, tendrían que considerarse más regla que las otras, si tenemos en cuenta la genealogía de internet, que ha evolucionado a partir de ARPAnet, una red informática militar.
La cuestión no es si la red produce liberación o subordinación: produce siempre, y desde el principio, ambas cosas. Es su dialéctica, un aspecto siempre se da con el otro. Porque la red es la forma que adopta hoy el capitalismo, y el capitalismo es en cada momento contradicción en proceso. El capitalismo se afirmó liberando subjetividad (de las relaciones feudales, de antiguas servidumbres) e imponiendo al mismo tiempo nuevas subordinaciones (al tiempo disciplinado de la fábrica, a la producción de plusvalía). En el capitalismo todo funciona así: el consumo emancipa y esclaviza, provoca liberación que también es nueva subordinación, y el ciclo recomienza en un nivel más alto.
La eolípila de Herón
La lucha, por tanto, debería ser esta: aprovecharse de la liberación para combatir la subordinación. Multiplicar las prácticas liberadoras y utilizarlas contra las prácticas subordinantes. Pero esto es posible sólo dejando de pensar en la tecnología como fuerza autónoma y reconociendo que está formada por relaciones de propiedad y producción, y orientada por relaciones de poder y de clase.
Si la tecnología se impusiera sin tener en cuenta tales relaciones, simplemente porque innovadora, la máquina de vapor hubiera entrado en uso ya en el siglo I a.C., cuando Herón de Alejandría inventó la eolípila. Pero el modo de producción antiguo no tenía necesidad de las máquinas, porque toda la fuerza-trabajo necesaria estaba garantizada por los esclavos, y nadie pudo o quiso imaginar para ella una aplicación práctica.
Es el fetichismo de la tecnología como fuerza autónoma lo que nos hace caer siempre en el viejo esquema «apocalípticos contra integrados». Ante el menor atisbo de crítica a la red, los «integrados» te tomarán por «apocalíptico» y te acusarán de incoherencia y/o de oscurantismo. En general, la primera acusación repite frases como: «¿No estás usando un ordenador tú también en este momento?»; «¿No compras tú también libros en Amazon?»; «¡Tú también tienes un smartphone!», etc. La segunda, inútiles sermones tipo: «Imagínate si hoy no existiera internet…»
Por otro lado, cada discurso sobre los usos positivos de la red será acogido por los «apocalípticos» como la servil propaganda de un «integrado».
Recordemos siempre a Herón de Alejandría. Su historia nos enseña que cuando hablamos de tecnología, y más específicamente de internet, en realidad estamos hablando de otra cosa, esto es, de las relaciones sociales.
Entonces, volvamos a preguntarnos: ¿quiénes son los dueños de la red? ¿Y quiénes son los explotados en la red y por la red?
Descubrirlo no es realmente tan difícil: basta con leer las «reglas de uso» de las redes sociales en las que estamos inscritos; examinar las licencias de los software que usamos; escribir en un buscador la expresión «Net Neutrality»… y, lo mejor para el final, tener presente historias como las de los almacenes Amazon y Foxconn.
Solo de esta manera, creo yo, evitaremos tonterías como la campaña «Internet for Peace» o, peor aún, horrendas narraciones del futuro, de «totalitarismo blando», como la que surge del controvertido video de Casaleggio & Associati de título: Gaia: The Future of Politics.
No nos engañemos: serán conflictos muy duros los que decidirán si a la evolución de Internet corresponderá una supremacía de las prácticas de liberación sobre las de subordinación, o viceversa.
El trabajo (de mierda) incorporado en el tablet
Últimamente, quien piensa que en el capitalismo actual ya no sirve la teoría marxiana del valor-trabajo pone como ejemplo el iPad, y dice: el trabajo físico realizado por el obrero para montar un tablet es poca cosa, el valor del tablet está determinado por el software y por las aplicaciones que allí funcionan, es decir, por el trabajo mental, cognitivo, de diseño y programación. Trabajo «esquivo» por los cuatro costados, no cuantificable en términos de horas de trabajo.
Esto pondría en crisis la idea marxiana de que -hablando toscamente- el valor de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo que ella incorpora, o mejor: por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Por «tiempo socialmente necesario» Marx se refiere al tiempo medio utilizado por los productores de una determinada mercancía en una determinada fase del desarrollo capitalista.
No soy un experto de economía política, pero parecen ser dos niveles coexistentes. Tal vez la teoría del valor-trabajo fue despachada demasiado deprisa. Creo que su núcleo de sentido (núcleo «filosófico» y concreto) persiste a pesar del cambio de las condiciones.
Hoy en día el trabajo está mucho más socializado que en la época de Marx y los procesos productivos son bastante más complejos (y el capital mucho más condicionado por límites externos, es decir, medioambientales). Sin embargo, quienes ponen dicho ejemplo acortan el ciclo y aíslan el acto del montaje de un solo iPad. Me parece un gran error metodológico.
Se debería tener en cuenta la cantidad de trabajo a lo largo de todo el ciclo productivo de todo un lote de tablets (o de ordenadores portátiles, de smartphones, de lectores de libros electrónicos, lo que queráis). Como bien decía Tuco en el debate donde comenzó a tomar forma esta reflexión:
«Uno de los puntos clave es que todo el tinglado nunca podría ser puesto en marcha para producir cien iPad. Se tienen que producir, por lo menos, cien millones. A primera vista podría parecer que el trabajo intelectual necesario para desarrollar el software del iPad genera valor por sí mismo, independientemente del resto del ciclo de producción. Pero eso significaría que el valor generado por este trabajo intelectual es independiente del número de iPad que se produzcan. En realidad, no es así. Si no fuera parte de un ciclo que contempla la producción con modalidades fordistas de cien millones de iPad, ese trabajo intelectual no generaría prácticamente ningún valor».
Aclarado este punto, para considerar cuánto trabajo se incorporará en un tablet se puede:
1) partir del abastecimiento de una materia prima como el litio. Sin él no habría baterías recargables para nuestros gadgets. En la naturaleza no existe en forma «pura», y el proceso para obtenerlo es caro y de alto impacto para el medio ambiente.
[Además el 70% de las reservas mundiales se encuentran en el fondo de los lagos salinos de Bolivia, y el gobierno boliviano no tiene ninguna intención de mal venderlos. Más allá de estas cuestiones geopolíticas, también hay que añadir los terremotos. Esta fase primaria del ciclo parece estar destinada a complicarse y demandar más trabajo.];
2) tomar en cuenta los daños sufridos por quienes trabajan en la industria petroquímica que produce los polímeros necesarios;
3) considerar el trabajo sin garantías de los obreros que montan los dispositivos (sobre cómo se trabaja en Foxconn ya hemos hablado más arriba);
4) llegar hasta el trabajo (indigno, nocivo, al límite de lo inhumano) de los que «tratan» las carcasas de los notebook o tablet en algún vertedero africano. Tratándose de una mercancía de rápida obsolescencia y sobre todo planificada, este trabajo ya está incorporado en ella, desde la fase de diseño.
Teniendo en cuenta todo esto, se verá que en términos de trabajo físico (trabajo de mierda, explotado, mal pagado, dañino, etc.) un lote de iPad incorpora mucho, y con él incorpora una gran cantidad de tiempo de trabajo. Y no hay duda de que se trata de tiempo de trabajo socialmente necesario: hoy en día los iPads se producen así y no de otra manera.
Sin este trabajo, el general intellect práctico que inventa y actualiza software, sencillamente, no existiría. Por lo tanto, no produciría valor alguno. Si «para hacer una mesa se necesita madera», para hacer un tablet se necesita un obrero (y antes un minero, etc.). Sin los obreros y su trabajo, no hay valorización de la mercancía digital, no hay cotización de Apple en bolsa, etc. Accionistas e inversores dan crédito a la manzana porque produce, valoriza y vende hardware y gadgets, y de vez en cuando da un nuevo «golpe», poniendo en el mercado una nueva «joyita». ¿Y quién hace esa pequeña joya?
Si es posible aún una contabilidad exacta en términos de horas-trabajo, no soy capaz de decirlo. Repito: no soy un experto de economía política. Pero sé que cuando tiramos a la basura un móvil que funciona perfectamente porque el nuevo modelo «hace más cosas», estamos tirando una porción de vida y esfuerzo de una gran masa de trabajadores, a menudo pagados con un par de monedas y – en el mejor de los casos – una patada en el culo.
Inteligencia colectiva, trabajo invisible y medios sociales
Lo que estoy intentando decir, estaba ya anticipado por Marx en El Capital: Libro I Capítulo VI inédito (ed. Siglo XXI, 1990, la siguiente cita está en las páginas 59-60) El pasaje es denso porque, precisamente, es uno de los textos que Marx no revisó para la publicación:
«Las fuerzas productivas sociales del trabajo, o las fuerzas productivas del trabajo directamente social, socializado (colectivizado) merced a la cooperación, a la división del trabajo dentro del taller, a la aplicación de la maquinaria y en general a la transformación del proceso productivo en aplicación consciente de las ciencia naturales, mecánica, química, etc. y de la tecnología, etc. con determinados objetivos, así como los trabajos en gran escala correspondientes a todo esto […]; este desarrollo de la fuerza productiva del trabajo objetivado, por oposición a la actividad laboral más o menos aislada de los individuos dispersos, etc. y con él la aplicación de la ciencia -ese producto general del desarrollo social- al proceso inmediato de producción; todo ello se presenta como fuerza productiva del capital, no como fuerza productiva del trabajo, o sólo como fuerza productiva del trabajo en cuanto éste es idéntico al capital, y en todo caso no como fuerza productiva ni del obrero individual ni de los obreros combinados en el proceso de producción. La mistificación implícita en la relación capitalista en general, se desarrolla ahora mucho más de lo que se había y se hubiera podido desarrollar en el caso de ls subsunción puramente formal del trabajo en el capital».
En esencia, Marx dice que:
1) la naturaleza colectiva y cooperativa del trabajo viene realmente supeditada (a veces se traduce con «subsumida») al capital, o sea, es una naturaleza colectiva especifica, que antes del capital no existía.
La «supeditación real» del trabajo al capital es contrapuesta por Marx a la «supeditación formal«, típica de los inicios del capitalismo, cuando el capital supeditaba tipologías de trabajo preexistentes: el tejido manual, los procesos del trabajo agrícola, etc. «Supeditación (o subsunción) real» significa que el capital convierte en fuerza productiva una cooperación social que no preexistía al mismo, porque no le preexistían los obreros, el trabajo asalariado, las máquinas, las nuevas redes de transporte y distribución.
2) Cuanto más avanzado está el proceso productivo (gracias a la aplicación de ciencia y tecnología), tanto más mistificada será la representación (hoy algunos dirían la narración) de la cooperación productiva.
Ahora busquemos en nuestro tiempo los ejemplos de esta formulación: la producción de sentido y de relaciones en internet no está considerada fuerza productiva de trabajadores cooperantes; menos aún la ideología dominante admite el reconocimiento del trabajo del individuo. Esta producción es atribuida (de manera engañosa y mitológica) directamente al capital, al «espíritu emprendedor», al supuesto talento del capitalista, etc. Por ejemplo, se dice que debemos a una «intuición» de Mark Zuckerberg que hoy en día, gracias a Facebook, bla, bla, bla.
También con frecuencia dicha producción de sentido es considerada, como dice Marx, «fuerza productiva del trabajo en cuanto idéntico al capital». Traducimos: la explotación es ocultada tras la fachada de un trabajo en red autónomo, no dependiente, hecho totalmente de autoempresarialidad y/o libre contratación y/o en todo caso mucho más «cool» que los trabajos «tradicionales», etc., cuando en realidad la producción de contenidos en red también se desarrolla gracias al trabajo muy subordinado de masas de «negros» -en el sentido de «autores fantasma»- que trabajan a destajo, como cuenta Adrianaaaa a propósito de Odesk.com.
¿Existe, usando una expresión marxiana, la «Gemeinwesen«, una tendencia del ser humano a lo común, a la comunidad y a la cooperación? Sí, existe. Siempre es arriesgado utilizar esta expresión, pero si hay un universal antropológico, bueno, es esto. «Animal sociable», así traduce Dante el «zoon politikon» de Aristóteles (como recuerda Girolamo de Michele en su último libro, Filosofia) y las neurociencias están demostrando que estamos… «cableados» por la Gemeinwesen (el descubrimiento de las neuronas espejo, etc.)
Ningún modo de producción ha subsumido y convertido en productiva la tendencia humana a la cooperación con tanta fuerza como el capitalismo.
Hoy en día, el ejemplo más notable de cooperación subsumida -y al mismo tiempo de trabajo invisible, no percibido como tal- nos lo ofrecen los medios sociales.
Voy a poner el ejemplo de Facebook. No porque los otros medios sociales son «menos malos», sino porque por el momento es el más grande, es el que gana más dinero y es – como demuestra la reciente oleada de nuevas opciones y aplicaciones– el más envolvente, invasor y expansivo. Facebook actúa como si quisiera englobar toda la red, apoderarse de ella. Es la red social por excelencia, por lo que nos aporta el ejemplo más claro.
¿Eres uno de los setecientos millones y pico de usuarios que utiliza Facebook? Bien, significa que casi todos los días produces contenidos para la red: contenidos de todo tipo, sobre todo contenidos afectivos y relacionales. Eres parte del general intellect de Facebook. Por lo tanto, Facebook existe y funciona gracias a personas como tú. ¿De dónde viene la fama Facebook si no es de esta inteligencia colectiva, que no está producida por Zuckerberg y compañía, sino por los usuarios?
Tú, en Facebook, en realidad trabajas. No te das cuenta, pero trabajas. Trabajas sin ser pagado. Son otros los que ganan dinero con tu trabajo.
Aquí el concepto marxiano que resulta útil es el de «plustrabajo». No se trata de un concepto abstruso: significa «la cantidad excedente de trabajo que ejecuta más allá del trabajo realizado en el valor de su salario, es plustrabajo, trabajo no retribuido, que se representa […] en ganancia (beneficio de empresario más interés) y renta» [en tanto dueño de los medios de producción, NdR].
Donde hay ganancias, quiere decir que ha habido plustrabajo. De lo contrario, si la cantidad total de trabajo fuera remunerada sobre la base del valor que crea, pues bien… sería el comunismo, la sociedad sin clases. Está claro que el empresario debe pagar en salarios menos de lo que sacará por la venta de las mercancías. «Ganancia» significa esto. Significa pagar a los trabajadores menos del valor real del trabajo que realizan.
Puede que por diversas razones el empresario no pueda vender las mercancías. Y, por tanto, no obtenga ganancias. Pero esto no significa que los trabajadores no hayan aportado plustrabajo. La sociedad capitalista en su conjunto está basada en el plusvalor y en el plustrabajo.
En Facebook, tu trabajo es íntegramente plustrabajo, porque no te pagan. Cada día Zuckerberg vende tu plustrabajo, es decir, vende tu vida (los datos sensibles, las características de tu navegación, etc.) y tus relaciones, y gana diariamente varios millones de dólares. Porque él es el dueño de los medios de producción y no tú.
La información es mercancía. El conocimiento es mercancía. Es más, en el posfordismo o como quiera que lo llamemos, es la mercancía de las mercancías. Es fuerza productiva y mercancía a la vez, exactamente como la fuerza de trabajo. La comunidad que utiliza Facebook produce información (sobre los gustos, sobre los modelos de consumo, sobre las tendencias del mercado) que el empresario empaqueta bajo la forma de estadísticas y vende a terceros y/o se utiliza para personalizar la publicidad, hacer ofertas y transacciones de diversa índole.
Además, la misma Facebook, como representación de la red de relaciones más extendida del planeta, es una mercancía. La compañía Facebook puede vender la información solo si, al mismo tiempo y de forma continua, vende una representación de sí misma. Dicha representación se debe también a los usuarios, pero el que llena su cuenta bancaria es Zuckerberg.
Por supuesto, el tipo de «trabajo» que se describe aquí no es comparable en términos de dificultad y de explotación, al trabajo material descrito en los párrafos iniciales de este texto. Además, los usuarios de Facebook no constituyen una «clase». Lo esencial es que debemos tener en consideración, en cada momento, tanto los dolorosos esfuerzos que se encuentran en la base de la producción del hardware como la privatización depredadora de la inteligencia colectiva que tiene lugar en red. Como decía más arriba: «Los dos niveles coexisten». La valorización depende de las dos actividades, deben ser vistas y analizadas juntas.
No hay dentro y fuera
Si después de este discurso alguien me preguntara: «¿Entonces, la solución es estar fuera de los medios sociales?» o bien «¿La solución es usar solamente software libre?», o también: «¿La solución es no comprar ciertas máquinas?», yo contestaría que la pregunta está mal planteada.
Naturalmente, construir desde abajo medios sociales distintos, que trabajen con software libre y no basados en el comercio de datos sensibles y de relaciones, es algo bueno y justo. Pero también lo es mantener una presencia crítica e informativa en los lugares donde vive y se comunica la mayoría de las personas, tal vez experimentando modos conflictuales de utilización de las redes existentes.
Lleva ya demasiado tiempo la hegemonía de un dispositivo que «individualiza» la rebelión y la lucha, poniendo énfasis principalmente en lo que puede hacer el consumidor (ese sujeto continuamente reproducido por precisas tecnologías sociales): boicot, consumo crítico, elecciones personales más radicales, etc. Las elecciones personales son importantes, pero 1) con frecuencia, esta forma de pensar provoca una competición sobre quién es más «coherente» y más «puro», y siempre habrá alguien que hará gala de opciones más radicales que la mías: el vegano acusa al vegetariano, el frugívoro crudista acusa al vegano, etc. Cada uno dice estar más «afuera», ser más «exterior» a la valorización, figura completamente ilusoria. 2) el consumidor es el último eslabón de la cadena distributiva, sus opciones se sitúan en la salida, no en el origen. Y tal vez habría que recomendar más a menudo la lectura de un texto «menor» de Marx, Crítica al Progama de Gotha, donde se critica el «socialismo vulgar», que parte de la critica de la distribución en vez de aquella de la producción.
Desde hace cierto tiempo trato de explicar que, según mi opinión, las metáforas espaciales (como «fuera» y «dentro») son inadecuadas, porque está claro que si la pregunta es: «¿dónde está el afuera?» la respuesta -o la falta de respuesta- sólo puede ser paralizante. Porque en sí ya lo es la pregunta.
Quizás sea más útil razonar y expresarse en términos temporales.
Se trata de comprender cuánto tiempo de vida (cuántos tiempos y cuántas vidas) el capital está robando, incluso y sobre todo, a escondidas (porque tal robo es presentado como «la naturaleza de las cosas»); tornarse conscientes de las diferentes formas de explotación, y entonces luchar en las relaciones de producción, en las relaciones de poder, contestando los modelos propietarios y la «naturalización» de la expropiación, para ralentizar los ritmos, interrumpir la explotación, recuperar fragmentos de vida.
Lo que estoy diciendo no es nada nuevo: en el pasado solíamos llamarlo «lucha de clases». En palabras llanas: los intereses del trabajador y del empresario son diferentes e irreconciliables. Cualquier ideología que encubra esta diferencia (la ideología empresarial, nacionalista, racial, etc.) debe combatirse.
Imaginemos los inicios del movimiento obrero. Un proletario trabaja doce o catorce horas diarias en condiciones espantosas, y su destino es compartido incluso por niños que no ven nunca la luz del sol. ¿Qué hace? Lucha. Lucha hasta arrancar la jornada de ocho horas, el pago de las horas extras, normas de salud laboral, el derecho de organización y de huelga, la legislación contra el trabajo infantil… Y se reapropia de una parte de su tiempo, y reafirma su dignidad, hasta que estas conquistas vuelven a ser cuestionadas y toca volver a luchar.
Darse cuenta de que nuestra relación con las cosas no es neutra ni inocente, desenmascarar la ideología, descubrir el fetichismo de la mercancía, es ya una conquista. Es posible que estemos jodidos de todas formas, pero por lo menos no jodidos y contentos. El agravio sigue, pero al menos no el insulto de creernos libres en ámbitos donde somos explotados.
Distinguir los dispositivos que nos subordinan, y describirlos buscando la forma de ponerlos en crisis.
La mercancía digital que utilizamos incorpora explotación, seamos conscientes. La red se alza sobre enormes columnas de trabajo invisible, hagámoslo visible. Y hagamos visibles las luchas, las huelgas. En Occidente se habla poco sobre ello, pero en China las huelgas estallan y estallarán cada vez más.
Cuando un «pringao» se convierte en un magnate, pongamos atención en qué cabezas ha pisoteado para llegar a donde está, qué trabajo ha explotado, qué plustrabajo no ha pagado.
Cuando hablo de «desfetichizar la red» me refiero a la adquisición de esta conciencia. Que es la precondición para estar «dentro y contra», dentro de forma conflictual.
Y si estamos «dentro y contra» la red, tal vez podamos encontrar la manera de aliarnos con los que son explotados aguas arriba.
Una alianza global entre «activistas digitales», trabajadores cognitivos y obreros de la industria de la electrónica sería, para los dueños de la red, la noticia más terrible.
Las formas de esta alianza, por supuesto, están totalmente por descubrir.
http://www.trasversales.net/t24wm.htm
» target=»_blank»>http://www.trasversales.net/t24wm.htm