Los comprometedores cables de las representaciones diplomáticas de Estados Unidos en el ámbito global, hechos públicos por Wikileaks,  han tratado de ser minimizados por los gobiernos colaboracionistas,  incluido el de México («más papista que el Papa»), que han salido a la  defensa de sus patrones con la obsecuencia y torpeza que les  caracteriza. La secretaria de Relaciones Exteriores de México, Patricia  Espinosa, por ejemplo, mostró su celo proestadunidense con penosas  declaraciones muy acordes con las inclinaciones de su jefe, el encargado  de facto del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, quien también  condenó a los mensajeros sin tomar en cuenta los mensajes. Por su parte,  el presidente en turno de la mesa directiva de la Cámara de Diputados,  el priísta Jorge Carlos Ramírez, pretendió -con elocuencia cantinflesca-  disminuir la importancia de lo trascendido, afirmando que «no hay nada  que no se  supiera». 
 
Incluso, algunos analistas de la izquierda latinoamericana  especulan sobre las verdaderas motivaciones de quienes han expuesto las  desnudas formas y contenidos de la diplomacia imperialista frente a  enemigos y aliados, afirmando que se trata de una maniobra concertada de  contrainformación y restando valor a las revelaciones. No obstante, por  las reacciones iracundas de la clase política de ese país y las medidas  abiertas y encubiertas tomadas por Washington y sus asociados  subalternos contra Wikileaks -incluyendo guerra cibernética, acoso económico, cargos legales extraterritoriales, amenazas de secuestros, ejecuciones extrajudiciales  y hasta una sospechosa acusación de violación contra su principal  fundador y vocero, Julian Assange-, es evidente que las filtraciones  constituyen un golpe a los intereses estadunidenses.
 
Algunos comentaristas arguyen que entregar los documentos para su difusión mayor a cuatro medios de metrópolis europeas, como The Guardian, El País, Le Monde, la revista Der Spegiel y al periódico New York Times, del  propio Estados Unidos, constituye un acto controvertido y sospechoso, y  aluden al supuesto sometimiento de los mismos a las limitaciones que  impone Washington para la publicación de algunos o de parte de otros  documentos. En este sentido, sería muy conveniente que, en lo sucesivo, Wikileaks  tomara en cuenta diarios de reconocida solvencia moral e inmunes a  cualquier tipo de presión del gobierno de Estados Unidos, o de las  propias autoridades locales. Pero aun este argumento queda sin  fundamento al poder leer innumerables documentos hechos públicos por  esos medios, cuyo contenido es altamente dañino para la política  estadunidense en el ámbito planetario y que también  compromete y expone a quienes mantienen relaciones con funcionarios de  ese país y hacen confidencias comprometedoras en privado, muy  contrastantes con su discurso público.
 
Ejemplo de esta situación lamentable lo constituyen los planes y  preocupaciones de Felipe Calderón externados nada menos que al director  nacional de inteligencia de Estados Unidos, Dennis Blair, sobre la  cooperación e integración entre los dos países en el tema de  inteligencia y seguridad, incluyendo la creación de «fuerzas conjuntas» (joint strike force);  en torno al papel y las supuestas intromisiones del presidente Hugo  Chávez en México y en América Latina, y la utilización del Grupo de Río  -por el gobierno de México- para aislarlo, así como su solicitud urgente  de que nuestro buen vecino «incremente su eficiencia diplomática» y «se  involucre aún más en las políticas de la región», incluyendo las  elecciones clave que se aproximaban (octubre de 2009), como las de  Honduras y Brasil, y afirmando que: «Estados Unidos necesita ser  observado como un actor crucial». (ID 231175, Secret section 01 of 02  México 003061). Estas mentalidades confirman el dicho de Carlos  Monsiváis sobre esta «primera generación de estadunidenses nacidos en  México» y explican las motivaciones internas de acciones rituales, como  la ofrenda floral depositada por Calderón el 20 de mayo de este año en  el cementerio militar de Arlington, donde están los restos de los  soldados que invadieron nuestro país en múltiples ocasiones. Es verdad,  los actuales gobernantes son leales a su patria…Estados Unidos.
 
También, estas filtraciones masivas de documentos marcados con distintos niveles de secrecía han dejado al descubierto que el Big Brother  no está funcionando pese a la alta tecnología, los expertos a  disposición y los inagotables recursos destinados a proteger la vida  clandestina y los trapos sucios del gran imperio. El gigante del norte  se muestra tan vulnerable como esa banana republic que tan a  menudo proyecta Hollywood en sus películas cargadas de racismo y  estereotipos étnicos y nacionales. Es así porque, al igual que en  Vietnam, los estrategas imperialistas no toman en cuenta el factor  humano con todos sus heroísmos y profundidades. Basta que un joven  soldado de la más baja graduación en las fuerzas armadas considere  moralmente necesario divulgar o filtrar más de 250 mil documentos que  caben en una memoria no mayor de un dedo para que la potencia hegemónica  quede al descubierto y los ciudadanos del mundo  entero puedan leer sus entretelones diplomáticos.
 
Independientemente del valor que quiera darse a los cables expuestos, el asunto central es que no es personal de 
Wikileaks  el que tuvo acceso a los materiales clasificados y decide darlos a  conocer: se trata de estadunidenses con otra concepción de patriotismo  que desde dentro del aparato militar o diplomático consideran necesario,  a riesgo de su libertad y sus vidas, exhibir la sordidez e ilegalidad  de su gobierno, junto a los verdaderos designios y tramas de un imperio.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/10/index.php?section=opinion&article=024a2pol