A partir del domingo 22 de noviembre se inicia la transición hacia el cambio de gobierno que se efectuará el 10 de diciembre. Ese periodo marcará el paso definitivo de una etapa hacia otra, ciertamente indefinida, pero marcará notorias diferencias con la abierta a partir del 2002. El próximo cuatrienio (por lo menos) marcará el […]
A partir del domingo 22 de noviembre se inicia la transición hacia el cambio de gobierno que se efectuará el 10 de diciembre. Ese periodo marcará el paso definitivo de una etapa hacia otra, ciertamente indefinida, pero marcará notorias diferencias con la abierta a partir del 2002. El próximo cuatrienio (por lo menos) marcará el inicio de una etapa política donde el progresismo, las izquierdas y el movimiento popular en general sufrirán un reflujo que implicará retomar estrategias defensivas, reorganizar sus espacios, fortalecer su militancia y especialmente revisar las causas, los factores intrínsecos que llevaron a desperdiciar uno de los momentos históricos más favorables para conformar una fuerza y proyecto políticos amplios, mayoritarios y alternativos a las fuerzas del sistema que luego de la fenomenal crisis de representación, o crisis de hegemonía, lograron restablecer su legitimidad social.
TODO ESTÁ EN LA MEMORIA
La crisis del 2001 tomó al movimiento popular (denominaremos así al conjunto de fuerzas, partidos, organizaciones sociales, partidarias, de izquierda, progresistas, peronistas, que bregan por un cambio social. en el desarrollo particularizaremos sobre sectores según su especificidad) con la guardia baja, diez años de retroceso y resistencia al neoliberalismo, acumulando experiencia organizativa y de articulación en ese sentido pero no en la construcción de fuerzas políticas o modelos superadores al imperante en ese entonces. No obstante, vale recordar que el contexto no era favorable, pero ya Chávez gobernaba Venezuela y diversos sectores de movimiento popular invertían esfuerzos en ámbitos de reflexión pensando «la alternativa», pero en términos prácticos poco y nada se había avanzado, dejando el campo partidario en manos de los ya conocidos tradicionales partidos de izquierda (PC, PO, MST) o las nuevas expresiones que pronto fracasarían al caer en la trampa del pragmatismo, la «despolitización» y acuerdos superestructurales (Frente Grande). Por otro lado la tremenda crisis social expresada en la desocupación, la marginación, pobreza no solo había roto lazos sociales comunitarios y solidarios, diluyó o fragmentó las identidades políticas; las expresiones de resistencia crecían en los nuevos espacios de participación que más tenía de supervivencia que de construcción política: los movimientos sociales como el piquetero a pesar de estar motorizados en muchos casos por partidos no pudieron darles una impronta de politización y en la mayoría de los casos mantenían su base social de sustento de las movilizaciones desde la coerción.
Así entonces el proceso abierto a partir del 2002 no fue en las condiciones ideales que se esperaría de una crisis política y social que derrumba a tres presidentes en una semana; la confusión, la parálisis y el ideologismo conspiraron para que en menos de un año la gobernabilidad retomase cierta senda de normalidad direccionada sobre todo a partir de la decisión del entonces presidente Eduardo Duhalde de llamar a elecciones para el 2003 tras la masacre de Puente Avellaneda. La debilidad orgánica del campo popular y de la clase trabajadora podrían aparecer como factores objetivos de esa hora al pensar en alternativas político electorales. Veremos que sin embargo existían embriones que luego fueron abortados desde consideraciones más subjetivas de los dirigentes y sus espacios legitimados socialmente que desde teóricas relaciones de fuerzas.
El estallido de diciembre de 2001 hizo germinar novedosos fenómenos y experiencias de participación social cultural, económica, comunitaria así las asambleas barriales, centros comunitarios, de trueques, espacios de autogestión, microemprendimientos productivos avivaron ansias sociales que se sintetizaban en el slogan de «que se vayan todos» junto al de «piquete-cacerola – la lucha es una sola». La sociedad argentina rejuvenecía pero al calor de una acentuada despolitización que le permitió al sistema reacomodarse paulatinamente para llegar a las elecciones de abril de 2003 y desde entonces recobrar vitalidad y superar en nuevas formas la crisis de representación. El kirchnerismo fue la expresión inesperada que puso una cuota de incertidumbre en una etapa donde lo partidario aparecía como lo devaluado, lo negado pero en un par de años canalizó demandas sociales y abrió nuevas expectativas en los sectores populares, captó a fracciones de la clase media y sintetizó (parcialmente) la cultura peronista con el progresismo y las identidades atomizadas resultantes del neoliberalismo y la posmodernidad. No era poca cosa.
Sucedió que Kirchner asumió en un estado de extrema debilidad política: 22% de votos (él mismo lo definió con total claridad afirmando «había más desocupados que votos recibidos»), superado por Carlos Menem, éste viéndose perdedor en el balotaje abandonó debilitando más aun al gobierno electo, el clima social era aún sensible a las decisiones y actitudes de los funcionarios: el temor a una «cacerolazo» condicionaba a estos, la alta tasa de desocupación, subocupación, pobreza e indigencia seguían marcando el pulso político: movilizaciones, marchas, cortes de ruta, asambleas, piquetes estaban al orden del día y una economía en «default» con leves signos vitales de restablecimiento, pero atrapada en el juego de intereses de corporaciones internas y externas que pugnaban por sostener el estrangulamiento criminal a la que venía siendo sometida. Néstor Kirchner fue en esa primera etapa (2003 – 2005) un hábil tejedor de acuerdos y consensos pero esta vez incorporando a los excluidos del modelo neoliberal. Allí sumó a movimientos sociales en su proyecto de «transversalidad», pero acuciado por la coyuntura política inclinó la balanza de poder otra vez a favor del PJ, lo que le aseguraría ganar las elecciones del 2005.
Esa concesión fue en realidad un retroceso a la oportunidad de renovación política que reclamaba la sociedad y dada la legitimidad creciente que iba ganando Kirchner no hubo objeciones generales al freno a la transversalidad que implicaba renovación y sobre todo despegarse del predominio del pragmatismo pejotista. Para el 2007 la gobernabilidad del sistema estaba restablecida, con la gestión de CFK se avanzó en la consolidación de una hegemonía sostenida por un sistema electoral que tiende a conformar un modelo bipartidista.
VENCEDORES VENCIDOS
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre puede decirse, que forman parte de la ensoñación de cualquier militante, organización o partido de izquierda: malestar general que se expresa inorgánica pero masivamente (cacerolazos) continua al día siguiente a pesar de la represión y se extiende durante todo el día, se expande por buena parte del país, jaquea a la fuerzas represivas y cerca al orden político obligándolo a renunciar originando una fenomenal crisis política. La «rebelión popular», el «argentinazo» tan pregonado finalmente ocurrió, ¿y entonces?
Lo enunciamos anteriormente, la reestructuración económica de los noventa cambió consecuentemente la sociedad argentina. En primer lugar logró bajo formato democrático lo que ya había iniciado la dictadura de 1976, disciplinar a los sectores populares, imponer ya no el terror político sino ahora el social: el miedo a la desocupación como espectro visible y presente fue un agente de parálisis y desmovilización que recién a fines de los noventa y en el 2001 se superó. Factores concurrentes como la crisis ideológica, el pensamiento único, el posmodernismo privaron al movimiento popular de estrategias de poder, término en sí mismo marginado del lenguaje político. «Sin embargo se mueve» podríamos haber expresado tomando la célebre frase de Galileo. La resistencia noventista se fue ampliando, se tejieron redes, articulaciones y aparece allí uno de las experiencias que podrían haber sido bisagras entre una etapa y la otra: el Frente Nacional de Lucha contra la Pobreza (FRENAPO), una de las mayores articulaciones político sociales conformadas en democracia, que allá por el 2000 postulaba un Seguro de Empleo de Formación, una Asignación Universal por Hijo y Jubilación para todos los mayores de 70 años. Con el predominio político de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) conducida por Víctor de Gennaro, el FRENAPO organizó para mediados de diciembre de 2001 una Consulta Popular y en tres días más de tres millones de argentinos dieron el SÍ a esas propuestas. Dos días después Argentina saltaba por los aires.
Desde fines de los noventa hasta mediados del dos mil fue la etapa de auge de los movimientos sociales encabezados por el piquetero o movimiento de desocupados. No obstante la variedad de expresiones en su interior las tendencias se dividían entre las organizaciones sociales no partidarias (MTD, FTV, FPDS, etc.) y las vinculadas o apéndices de partidos de izquierda (MTL, CCC, Barrios de Pie, entre otras). Posterior al 2001 aparecieron en el imaginario político de la izquierda, excepto en el trotskismo, como la nueva «vanguardia» o como el «sujeto político» del proceso de cambio. En medio de la licuación social y política ni partidos ni movimientos acertaron a diseñar una estrategia de poder, concepto tan lejano en esos tiempos de resistencia y atomización, prefiriendo mantener la estrategia de «poder en las calles»: las movilizaciones, los cortes, las asambleas barriales se convirtieron en los espacios de disputa política sin percibir que hacia el año 2003 el desgaste de esos métodos serían canalizados por el nuevo Estado en la gestión de Néstor Kirchner sumándolos a su proyecto de «transversalidad». La reorientación política del modelo estatal, la recuperación del rol interventor en materia de asistencia social, centralizando proyectos, planes, etc. redujo el papel gestor de las organizaciones evitando la discrecionalidad y el uso clientelar. Entonces carentes de estrategias al corto plazo, perdiendo base social y visibilidad política frente a un proyecto nacional popular remodelado (aggiornado) que lejos estaba de discutir las bases de dominación, sino más bien atenuarlas y recomponer el capitalismo nacional (Néstor Kirchner dixit) el movimiento popular quedó atrapado en la encerrona de «kirchnerismo – antikirchnerismo» y mientras los primeros cerraron filas incondicionalmente al proyecto oficial privando al gobierno de un ala crítica (paradoja setentista: los «herederos» de la izquierda peronista no toleraron y no supieron construir un kirchnerismo crítico) los otros asumieron una postura crítica a ultranza, minimizando aspectos positivos, progresistas de su gestión, no tomando en cuenta que las percepciones sociales de las clases populares y aun todavía en sus inicios de las clases medias se identificaban con el gobierno.
En diciembre del 2002 la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) conducida por De Gennaro, realiza su congreso nacional en Mar del Plata. La CTA venía precedida por un enorme prestigio y por varios aciertos en su trayecto: Marcha Federal, la Marcha Grande, el FRENAPO, su escisión definitiva de la CGT, acoger la afiliación individual directa, organizar a los desocupados, los jubilados, etc. pero el FRENAPO había resultado una extraordinaria experiencia de articulación popular, así también después del 20 de diciembre perdió increíblemente protagonismo y el Frente se diluyó. Se percibe entonces la ausencia de ese nuevo espacio de representación de las clases populares y trabajadora y se la diseña en el formato de un «movimiento político, social y cultural». De ese congreso salió el mandato para conformarlo pero sin directivas ni estrategias claras y desde entonces comenzó un derrotero ambiguo, indefinido que se iba agravando en la medida que los referentes más cercanos a De Gennaro tomaban partido por el gobierno: Luís D`Elía (FTV), Edgardo Depetri (ATE), Hugo Yasky (CTERA). El conflicto por la resolución 125 (retenciones agropecuarias) en el 2008 puso en duros aprietos a la Central, agravó las diferencias y condicionó su proyecto base de lanzamiento político: La Constituyente Social. Debilitada por el debate interno fue a las elecciones internas del 2010 dividida en dos listas y de la que salió fracturada. La deriva de ambas fracciones los llevó por sus propias aguas turbulentas. Uno, amanuense, aplaudidor y explicador serial del gobierno; el otro, seguidor mudo de los entuertos, caprichos e intereses de la burocracia sindical empresaria.
La izquierda o el progresismo, no trotskista, transitó igualmente un camino tortuoso donde no se privaron de recalar en el campo de la centroderecha en su afán opositor de cazar votos a cualquier precio, el trotskismo incólume en sus posturas izquierdistas atraviesa por una etapa de pequeño fulgor, pero inofensivo frente al sistema que se proponen derribar.
YA NADIE VA A ESCUCHAR TU REMERA
El kirchnerismo nunca prometió una revolución, y quien lo haga hoy no saldría del bucólico plano de la ensoñación utópica, pero abrió caminos en una Argentina derruida y carente de horizontes colectivos, no es poca cosa. Devolverle a la sociedad la política como ámbito público fue un mérito mayor, y extraño, doloroso fenómeno social, una parte de la sociedad saltó a la vida política cuando Néstor Kirchner se fue (de la vida). Pero el kirchnerismo no pudo salir del molde cultural peronista, ni del pejotismo y lentamente fue engullido por sus inacabables fauces. Lo dicho anteriormente, en un primer momento intentaron salir del pantano del PJ apostando a una construcción transversal amplia y progresista, para el 2005 ante las legislativas y a fin de asegurar mayoría parlamentaria se recurrió al inevitable aparato justicialista, los transversales quedaron relegados y a posterior el ala progresista dio una batalla entre bambalinas de la que la mayor parte salió perdidosa, cargando con discurso culposo de «es lo que hay», «no hacerle juego a la derecha» sostenido sobre el precepto «a la izquierda nuestra, la pared» fue perdiendo noción de la ubicación en el mapa político, sobre todo interno para quedar subsumido en una pobre, paupérrima construcción política cuyos resultados están a la vista: referentes de escasos contenidos ideológicos, políticos y atados a las viejas estructuras partidarias. El embudo movimientista decantó en el renovado predominio del PJ y en candidaturas de pobre nivel programático apoyados más en la típica referencia de lealtad, apoyos de aparatos e instalaciones mediáticas.
El kirchnerismo se agotó en la formalidad tradicional del peronismo y en una extraña paradoja logra incorporar a fracciones de la clase media a partir de políticas de inclusión de minorías y derechos individuales, pero no las contiene políticamente al no renovar sus estrategias de construcción, discursivas, concentrar sus decisiones y acciones en la persona de su líder, la presidente Cristina Fernández.
VOLVER A EMPEZAR
No importaba el resultado de las elecciones en términos de etapa política, la crisis del ciclo progresista estaba a la vista. Scioli lejos, muy lejos está de representar intereses y proyectos populares, era lo menos peor frente a la arremetida de una nueva derecha, que ahora tendrá la oportunidad de mostrar cuanto aprendió de frente a las nuevas realidades local y global. ¿Se perdió una oportunidad histórica? No. Se quedó a mitad de camino y allí concurren responsabilidades compartidas del conjunto de las fuerzas y expresiones del movimiento popular. En primer lugar no se puede dejar de reconocer que este retroceso tiene entidad continental: el Frente Amplio uruguayo con Tabaré Vázquez plantea un TLC con EE.UU. y marca distancias con la PIT-CNT, Chile mantiene el bipartidismo con una Nueva Coalición heredera de la Concertación de perfil moderado a conservador manteniendo los intereses de sus clases dominantes (Alianza del Pacífico, conflicto con Bolivia, represión a mapuches), en Brasil Dilma Rousseff navega en un borrascoso mar de crisis política jaqueada por una derecha destituyente y una política económica que dio un brusco giro al neoliberalismo, la Bolivia de Evo Morales va quedando como el oasis progresista y con alta imagen popular interna. Rafael Correa perdió las elecciones legislativas en las tres principales ciudades ecuatorianas y se enfrenta con la oposición de movimientos sociales como el sindical o el indígena, los herederos de Chávez en Venezuela se enfrentan simultáneamente a la ausencia definitiva del Comandante, el desgaste del movimiento político, la carencia de figuras de peso con la capacidad de renovar el modelo bolivariano, la recomposición de la oposición de derecha, la crisis social y económica (objetiva o provocada) y el contexto regional. De estos gobiernos el venezolano y el boliviano fueron los que más peso y protagonismo político les dieron a las clases populares construyendo efectivos ámbitos de poder popular y de allí la capacidad de resistencia que tienen frente a los embates de las clases altas respectivas. En ambos con sus matices y particularidades se observa una lucha por la construcción de hegemonía popular, plebeya.
Lo que se desperdició fue la oportunidad de fortalecer y expandir el protagonismo y el poder popular que sirviese de base para sostener una organización política perdurable y contrahegemónica. Perder las elecciones es ya un elemento que forma parte del juego y la realidad democrática, no hay mayor drama en ello, como sí descubrir que el movimiento popular sigue huérfano de representación política, o sea de partido, movimiento, fuerzas unificadas o articuladas en torno a identidades alternativas. He ahí la década desperdiciada.
Los desafíos hacia los próximos cuatro años son hartos complejos: ante el consenso macrista actual, se presume eventualmente un periodo de acuerdos entre las fuerzas mayoritarias hasta tanto el PJ se reorganice y busque reposicionarse en el centro del espacio político. El futuro del kirchnerismo puro no será fácil, como tampoco para el entramado del movimiento popular. Este deberá actualizar su agenda incorporando demandas actuales, releer el entramado social, económico y cultural para rediseñar una nueva, necesariamente novedosa, estrategia de construcción que contemple una realidad social que lejos está ya de los preceptos teóricos del siglo XX. Nuevos sujetos sociales, nuevas estructuras económicas, un orden global dinámico y multiforme son factores imprescindibles a la hora de retomar la iniciativa y continuar la inacabable y obligatoria lucha por la sobrevivencia humana en condiciones de dignidad.
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