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Genio y figura: los bolivianos somos así

Fuentes: Rebelión

Los bolivianos somos flojos, faltones, carentes de iniciativa, acostumbrados a pedir, odiadores, fiesteros, borrachos y, encima de todo, corruptos. Cualquier conversación que tengamos en la calle y hasta en la misma casa, recae en esos epítetos. No sólo que los decimos, sino que estamos convencidos de que así somos. Hasta nos sentimos orgullosos: somos el […]

Los bolivianos somos flojos, faltones, carentes de iniciativa, acostumbrados a pedir, odiadores, fiesteros, borrachos y, encima de todo, corruptos. Cualquier conversación que tengamos en la calle y hasta en la misma casa, recae en esos epítetos. No sólo que los decimos, sino que estamos convencidos de que así somos. Hasta nos sentimos orgullosos: somos el país más corrupto del mundo; tenemos la mayor cantidad de feriados; aprovechamos cualquier oportunidad para faltar al trabajo; es más: no queremos trabajar. En fin. Podríamos seguir enumerando las faltas que padecemos y, repito, de las que nos ufanamos.

Las eventualidades que me llevaron a vivir cierto tiempo en varios países, me enseñaron que nada de esto es cierto. Allí donde viví -Chile, Argentina, México- encontré que se valoraba a los bolivianos como personas con sentido de responsabilidad, confiables y trabajadores. Tal certeza puede tenerla cualquier persona con parientes en el exterior. Del escaso dinero que logran ganar trabajando duramente, envían sus ahorros que, en cifras globales, suman hasta 800 millones de dólares anuales para Bolivia. Tampoco diremos que el boliviano se destaca; trabaja y es responsable como cualquier emigrado que quiere regresar a su patria, toda vez que haya ahorrado para construir su vivienda.

Este panorama lo encontramos en todo el mundo. Podría ser permanente, si no fuese que, los emigrados están amenazados con ser expulsados de los países a los que llegaron con tanto esfuerzo.

¿Cuántos son los bolivianos y las bolivianas que viven fuera?, dos o tres millones. Son algo así como exiliados económicos, pues salieron de su país obligados por la falta de trabajo. Cada país de América latina, como de África y también de Asia, tiene la misma historia, una historia como el caso de una mujer joven que, teniendo un título de contadora, emigró a España donde, después de dos meses de dormir en bancas de plazas públicas, logró un trabajo y pudo arrendar, junto a dos amigas, una habitación donde tener sus pocas pertenencias y dormir. ¿Qué trabajo?, cuida ancianas. ¿Para qué estudió?, para alimentar una ilusión. Estos son casos que pueden multiplicarse por miles.

Y ahora están volviendo. La Directiva de Retorno decretada por la Unión Europea los está obligando. Se ha formado un movimiento para impedir los abusos que están cometiendo so pretexto de esa disposición. No hay un solo país europeo que se distinga por el respeto a los derechos humanos de los extranjeros a quienes llaman ilegales. Y hablamos solamente de la UE, porque en Estados Unidos de Norteamérica, no se trata de abusos, sino de delitos que llegan hasta al asesinato.

Las acciones de la UE contra nuestros hermanos recrudecen en la medida en que se hace más aguda la crisis en que han entrado los países derrochadores. Son los mismos países que, en el pasado reciente, nos acusaban de estar empobrecidos por la indisciplina de nuestros pueblos, por la fragilidad de las instituciones, por ser como somos. Pero, de pronto, ocurre que ellos, los acusadores, tienen ahora los problemas y quieren taparlos, insistiendo en que los inmigrantes son los causantes.

La verdad es completamente diferente. Llegaron allí, nuestros hermanos latinoamericanos, asiáticos y africanos, para hacer el trabajo duro con el que prosperaron en Londres, lo mismo que en París, Roma o Frankfurt. Ellos, satisfechos con ese producto, se dedicaron a gastar y malgastar. Vean ustedes si no es así: el país más endeudado de América Latina está por debajo de la deuda que acumuló cualquiera de los países de la Unión Europea. Como ellos dictaban las normas, terminaron creyendo que, esa multimillonaria deuda, podían traspasarla a nuestras naciones. En realidad, ya lo habían hecho anteriormente y estaban confiados en el método de traspaso. Pero ahora, las cosas son diferentes en Nuestra América y, por tanto, los derrochadores buscan otra forma que concretaron en la Directiva de Retorno.

Ahora bien. Aparte de movilizar cuantas fuerzas sea posible para impedir esa medida que transgrede la Declaración de los Derechos Humanos, tenemos que estar concientes de que volverá una gran cantidad de hermanos.

Debemos preparar las condiciones para recibirlos. Estamos en condiciones de crear mayor cantidad de empleos. Los necesitamos para avanzar en el desarrollo de nuestras potencialidades y los necesitamos para una vida digna de nuestro pueblo. Ellos, quienes se vieron obligados a salir de la patria, son parte de este pueblo que debe acogerlos cuando retornen.

Eso es parte de la obligación del Estado. La obligación de todos nosotros, es terminar con ese mito maligno que han terminado por inculcarnos y que creemos a pie juntillas. No es cierto, no somos flojos, faltones, faltos de iniciativa, acostumbrados a pedir, odiadores, fiesteros, borrachos y, encima de todo, corruptos. Todas esas faltas y delitos están presentes, pero no son características de nuestro pueblo ni de ningún otro. También tenemos, y en gran cantidad, gente trabajadora, con gran iniciativa, deseosa de trabajar, honesta y transparente. Sintamos orgullo de Tiwanaku. Sintamos orgullo del Kollasuyo. Y sintamos orgullo de la realidad que estamos construyendo.