Del 11 al 14 de octubre se celebró el Primer Encuentro de Pueblos Indígenas de América. ( Vicam , Sonora). La pequeña localidad de Vicam , territorio yaqui, acogió a los más de 500 delegados de 67 pueblos indígenas de 12 países en un intento de unificar su lucha contra la recolonización de sus recursos naturales.
Convocado por el Congreso Nacional Indígena de México (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) las intervenciones se centraron en la narración de las experiencias de la lucha indígena por el territorio, evidenciando una concepción de la Madre-Tierra contrapuesta a la visión desarrollista/capitalista que sólo ve en ella recursos naturales mercantilizados.
Territorio y despojo
«Somos ricos, no es cierto que seamos miserables. Nos lo quieren hacer ser, es un mandato de las trasnacionales…tenemos agua, bosque y muchísimas cosas que podemos encontrar en la tierra», aclara María Ángela Lemuz, del pueblo Lenka de Honduras. Una riqueza que es en realidad mucho más profunda: «El territorio lo es todo. En nuestra cultura es la parte espiritual pero también política y económica. Es nuestra identidad, lo que somos. Si no tienes derecho a tu tierra lo pierdes todo.», reconoce Sabich, delegado de la nación Mik Mak, ubicada en lo que la geografía occidental viene a llamar Canadá. De esta manera, tal y como nos cuenta Koki, de la nación Tahino del Caribe, «la lucha por la tierra lo es todo; es la lucha por la vida».
Este vínculo especial con la tierra es pilar fundamental de una cosmovisión incapaz de comprender que la tierra pueda convertirse en objeto de propiedad individual o comercial: «Estamos en régimen de bienes comunales, donde todo es de todos, pero el gobierno no reconoce nuestro territorio», explica Mónica Paulina González, de la tribu Cucapá de Baja California. En México el gobierno aplica planes de privatización de las tierras como el PROCEDE y el PROCECOM, que según Conrado Solano, zoque originario de la región oaxaqueña de Los Chimalapas, «pretenden dar títulos de propiedad a las tierras, fragmentarla y acabar con los bienes comunales».
La lucha contra el despojo se convierte en lucha por la preservación de una identidad ajena a una cultura dominante que teje su soga al margen de lo colectivo y que ha buscado desde siempre razones con las que justificar el destierro y el genocidio. En nuestros tiempos, bien es sabido, la excusa es el progreso, y su versión en la ciencia económica: el neoliberalismo. Minerales, petróleo, madera, pero también el agua se convierten en objeto de la codicia empresarial. Así, los acuíferos más importantes de América se ven en peligro por proyectos como las Olimpiadas del 2012 a celebrar en Canadá (ver www.no2010.com). Antonia Parada, desde Paraguay, explica que el pueblo Guaraní, cuyo territorio alberga el tercer acuífero de agua dulce más grande del mundo, «tiene problemas de agua porque el gobierno vende todo a los empresarios y quiere hacerlo también a los pueblos indígenas. Pero nosotros no podemos comprarla porque es nuestra agua».
Otras veces, la lógica del despojo se esconde tras un ecologismo estático y cerrado: «Tuvimos que buscar los medios para que se pusiera la reserva porque las empresas habían acabado con el bosque de Ayotitlán. Y ya cuando se decreta como reserva, nos alegramos, pero ahora ya no quieren que cortemos leña y nosotros hemos vivido de ello» nos cuenta Gaudencio Mantilla, autoridad del Ejido Ayotitlán (Jalisco, México), el más grande del país y cuna del maíz criollo.
Autonomía y comunalidad
El territorio como bien comunal, es parte de una identidad que se convierte también en colectiva y toma forma en la construcción de sus propias formas organizativas. Para Sabich, «en el momento en que conseguimos que los invasores no entren en nuestras tierras, somos libres de ejercer nuestros derechos y de decidir cómo queremos vivir».
Una lucha por la autonomía que se convierte así en una alternativa real a lo que los intereses del gobierno muestran como inevitable. Para Carlos Manzo, zapoteco oaxaqueño, parte del CNI y asesor del EZLN en los Diálogos de San Andrés, «el ejercicio de la autonomía se está expresando en un ejercicio de la construcción de un poder político alternativo más allá del reconocimiento constitucional o en las leyes. Y dentro de esto está el reconstruir la comunalidad de los pueblos. No sólo en lo que refiere al territorio sino a todos los elementos que son parte de esta comunalidad (…) y con la recreación de su propia cultura como una cultura de resistencia como oposición al sistema capitalista».
La autonomía permite hacer valer los sistemas normativos indígenas que iluminan también otros modos de ejercer la justicia y proteger la Madre-Tierra. Agustín Barrera nos relata cómo fue creada la policía comunitaria en el estado mexicano de Guerrero. El alto nivel de delincuencia y la corrupción de las instituciones policiales «nos obligó a formar nuestra policía comunitaria», creando «nuestro propio órgano de impartición de justicia tradicional», el cual «busca la forma de reparación del daño, pero sin dinero», como por ejemplo a través de trabajo comunitario.
El manual de guerra implementado por los gobiernos frente a la organización autónoma de los pueblos está basado en la militarización del territorio y la creación de grupos paramilitares en las propias comunidades. Gilberto Jiménez de Kichan Kichañob, organización de desplazados de guerra en Chiapas (México), nos narra el origen del conflicto en la región: «El gobierno no estaba de acuerdo en que hubieran organizaciones independientes que no estuvieran a favor de ellos, entonces es ahí cuando (…) organiza grupos paramilitares. Es por ejemplo la guerra del ’94, queriendo acorralar al EZLN y cortando la zona norte de Chiapas para que no se extinguiera la fuerza del EZLN al resto de México».
La resistencia y la unidad
La totalidad de los delegados con los que DIAGONAL pudo conversar defendieron la necesidad de conocer las luchas de «sus hermanos» con el fin de crear un frente común ante las trasnacionales y los gobiernos que las amparan. Una unidad que sin embargo debe afrontar los diferentes contextos y estrategias de lucha. Para Víctor Ángel Morocho, quechua ecuatoriano, «a nosotros las condiciones nos permiten tumbar gobiernos, cosa que no se ha conseguido en México. (…) La propuesta del EZLN me parece buena porque rechaza a toda la partidocracia mexicana. Y en ese contexto su propuesta está bien. Pero sobre todo lo que el EZLN está haciendo es un movimiento ciudadano convergente». Unas diferencias que sin embargo encuentran para Carlos Manzo un sustrato común: «La esencia del movimiento indígena se va a definir más por aquellas resistencias que se estén oponiendo directamente al desarrollo del sistema capitalista mismo, y eso lo estamos viendo también en sudamérica con pueblos indígenas que independientemente de que sus organizaciones estén incrustadas en el aparato de estado, mantienen luchas desde abajo».
Unas perspectivas para las que, también de manera generalizada, este Encuentro ha servido como primer paso de un camino todavía por recorrer.
LA TRIBU YAQUI
«Nosotros estábamos aquí antes de que se creara el estado mexicano e incluso antes de la invasión de los españoles», aclara Mario Luna, Secretario de la Autoridad Tradicional de la Tribu Yaqui de Vicam . Sin embargo, o quizá por eso, la Tribu Yaqui ha sido desde siempre reprimida y despojada de su territorio. «Porfirio Díaz inició una guerra de exterminio total contra la tribu Yaqui con deportaciones masivas de mujeres y niños para borrar de raíz a la tribu Yaqui». Y más tarde, «Lázaro Cárdenas, si bien nos reconoció parte del territorio, también nos quitó la mayor parte de él». Ahora, los megaproyecctos mineros, las maquilas o las presas siguen cercando el territorio Yaqui. Para Mario Luna, este Encuentro ha servido para «romper las barreras que nos habían puesto. Antes del evento nos encontrábamos solos por que nos estaban oprimiendo por todos lados». «Nuestro principal objetivo como primer encuentro era el conocernos: intercambiamos experiencias y contactos» y eso ha servido para «recargar las baterías y seguir adelante».