Un editorial de La Naciòn del domingo anterior, en página 26, bajo el título «Jueces parciales, sentencias nulas», es una cabal muestra de la campaña en curso, no ya contra la continuidad de los juicios por crímenes de lesa humanidad sino por la reversión de la mayor cantidad de sentencias condenatorias que sea posible. Se […]
Un editorial de La Naciòn del domingo anterior, en página 26, bajo el título «Jueces parciales, sentencias nulas», es una cabal muestra de la campaña en curso, no ya contra la continuidad de los juicios por crímenes de lesa humanidad sino por la reversión de la mayor cantidad de sentencias condenatorias que sea posible.
Se trata en el artículo del apartamiento de los tres integrantes de un tribunal oral santiagueño por parte de la Cámara de Casación, entre otros motivos porque se afirma que una jueza fue miembro del ERP, y otro fue querellante en causas de DDHH como representante de la APDH.Puede leerse «La sed de venganza pudo haber impulsado a los tres magistrados apartados a mantener una conducta profesionalmente indigna y moralmente perversa.» Este párrafo ya es indignante, pero lo que sigue es la propuesta de que anteriores sentencias de estos jueces, o de cualesquiera otros que estén «teñidas de parcialidad» en temas de lesa humanidad sean anuladas. De moddo liso y llano De seguido se lo reclama apelando a adjetivos tremendistas sobre «notoria enormidad», «escandaloso y mancilla la imagen de la justicia argentina ante el mundo». Así de desvergonzada y extrema es esta contraofensiva, brotada del núcleo del poder (el verdadero, no el de la pandilla de funcionarios corruptos y empresarios «amigos» del kirchnerismo que «vende» TN).
Las respuestas posibles y necesarias son muchas. Pero me parece central adoptar un eje que mira al futuro de mediano y largo plazo. Hay que plantear la disolución de las FF.AA argentinas, la mayor expresión del «crimen organizado» que ha asolado estas tierras.
Son muchas y conocidas las acciones criminales e incluso genocidas emprendidas por militares argentinos, por lo menos desde Caseros hasta la fecha. El exterminio de «gauchos» y campesinos en las innumerables campañas contra las «montoneras», la destrucción casi total de Paraguay, la utilización como «carne de cañón» de los descendientes de africanos, enviados siempre al frente como «fuerza de choque» de infantería. Las campañas que permitieron «limpiar» de indios y librar a la ganancia de las explotaciones agroganaderas a más de la mitad del territorio nacional. Ya en el siglo XX las masacres de la rebelión patagónica y la Semana Trágica, contra el nuevo «enemigo interno», surgido e incrementado después del exterminio de los anteriores: La clase obrera y las tendencias sociales y políticas de izquierda. Podría decirse que allí encontraron los militares de estas tierras su mayor y definitiva vocación, la del combate, en lo posible hasta la destrucción total, contra aquellas fuerzas que se permitieran cuestionar la intangibilidad del orden capitalista. «Organización, movilización, reivindicación», rimaron desde entonces para ellos con «revolución» y «subversión». Después de los correspondientes acercamientos con los fascismos, la «guerra fría» les trajo el tinte de «abanderados de la civilización occidental», y la posibilidad de legitimación de la dependencia servil hacia sus «colegas» norteamericanos.
La «Revolución Libertadora» fue una gran época para ellos. Le brindó la oportunidad del «bautismo de fuego» a los aviadores, bombardeando a hombres, mujeres y niños, «compatriotas» a cuya defensa se suponía estaban consagrados. Y el inmenso placer, de que los dictados de un general elevado a presidente pudiera cambiar la Constitución y prohibirle a la mitad de la población hasta la sola mención de sus preferencias políticas. Después de eso, ya lo sabemos, un golpe tras otro, la escenificación de una farsa de «guerra civil» en las propias calles de Buenos Aires, intervenciones de sindicatos, disolución de partidos, prisiones arbitrarias, torturas…Hasta que la «amenaza» planteada por el momento más elevado de lucha y movilización popular de la historia argentina terminó de decidir a los grandes capitalistas, al poder imperial, y a los lobos sanguinarios de siempre (perdón, quise decir los militares argentinos) a emprender la destrucción completa de la organización obrera y popular, al menos de toda la que tuviera alguna traza de cuestionamiento al orden social o de ideas de izquierda. …
Una vez cometida la mayor orgía de violencia y crueldad de nuestra historia, su principal «combate» pasó a ser el de la lucha por la impunidad. Desde la ley de «autoamnistía» de la dictadura en retirada, hasta la última maniobra para dilatar un juicio, pasando por todas las leyes y decretos de impunidad. No les alcanzó, fueron muchos los que se negaron a olvidos, perdones y reconciliaciones. Y no dejaron sólo en canción aquello de «adonde vayan los iremos a buscar».
Hoy, cuando las leyes de impunidad fueron anuladas hace años, cuando las condenas en juicio son muchas menos que las necesarias, pero suficientes para poner entre rejas a centenares de asesinos, aparecieron y van expandiéndose los nuevos reclamos de impunidad, bajo manto de «piedad» y «sentimientos de humanidad», reclamando prisiones domicilarias para los «pobres ancianos», acceso a los centros universitarios para los asesinos presos, mayor «imparcialidad» de los jueces, más «discreción» en los procedimientos. Aquí y allá, ya han lanzado su demanda real: «No más juicios. Miremos hacia adelante». Y su objetivos estratégico: «Reconstruyamos el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas».
Se acusa de «espíritu revanchista» a los mismos familiares y víctimas que han arrostrado con infinita paciencia décadas de incertidumbres, dilaciones y argucias. No han faltado por supuesto, el «guerrillero arrepentido» y la «luchadora por los derechos humanos», dispuestos a arrojar al lodo a sus seres queridos y compañeros de militancia para mejor defender a los cruzados de la «guerra sucia».
Es insoportable para cualquier noción auténtica de democracia que se siga permitiendo que invoquen la «tradición sanmartiniana» que ellos arrastraron por el barro durante un siglo y medio, que presenten a la última dictadura como un «momento aciago» cuando no es más que el colofón de una larguísima cadena de crímenes aberrantes. Que se les permita ostentar cargos públicos y hacer desfiles en efemérides como si representaran a la «patria» y que tengan aún el tupé de reclamar contra supuestas «estigmatizaciones y «sed de venganza». Los corifeos del «republicanismo», el «consenso», el «amor que supera al odio» seguirán hablando de que son las «personas» y no las «instituciones», que ha pasado una generación y casi no quedan «hombres del proceso» en actividad…Son artilugios para eludir la cuetión central: No hay ni hubo en Argentina «militares democraticos». Si no nos refugiamos en individualidades o núcleos reducidos, sabemos que el conjunto de las «fuerzas» se han sumado a los mayores atropellos, a los crímenes sólo comprensibles por el ilimitado afán de garantizar la injusticia, o por el único deseo de exhibir prepotencia y crueldad impunes.
Dada la enormidad de las masacres, sólo podría hablarse de «venganza» si alguien hubiera tenido la pésima idea de ejecutar militares asesinos por la espalda, en el medio de un matorral. Nada menos que eso admite comparación con sus crímenes. Fueron varios los criminales de guerra alemanes condenados a muerte en la horca. Por aquí a nadie se le ocurrió seriamente pedir la pena de muerte. No está siquiera en el Código Penal, por fortuna. Ni remotos asomos de venganza, sólo juicios, con «jueces naturales», derecho a la defensa, procedimientos probaorios regulares. Por supuesto, a La Nación y a los ámbitos del dinero y el poder a los que encarna, les importa poco que los juicios estén en condiciones de satisfacer el más refinado «legalismo». Lo que pretenden es la libertad, lo más rápido que sea posible, para la mayor cantidad de criminales. Y como siempre, argumentarán en nombre del «estado de derecho», de la «independencia del poder judicial», y de todos los demás principios que violaron y violarán de modo sistemático en cuanto convenga a sus intereses.
Ya hemos tenido que sufrir jefes militares «democráticos» con causas de lesa humanidad en curso, y mucho antes, masacres de prisioneros en nombre de la «defensa de la democracia» (La Tablada). Se trata de no revestir una y otra vez de «constitucionalidad» y legalidad a nuevos crímenes, de cerrar el camino para un nuevo ciclo de «colaboración» entre las distintas vertientes de asesinos de uniforme, vía la «colaboración» con las «fuerzas de seguridad», ocupadas como siempre de lucrar con el delito, cerrar los ojos ante los grandes crímenes e inventarle causas a los jóvenes pobres…pero ese es otro capítulo.
Soy consciente de que pensar en la supresión de las instituciones militares choca contra el sentido común imperante. Pero Argentina no tiene expectativas de conflicto reales, pensar hoy en una confrontación armada contra Brasil o Chile, entra en el terreno del delirio. Sólo una vocación acendrada por la autodestrucción podría darle lugar a un choque de ese tipo.
La amenaza externa efectiva la constituyen las intervenciones de potencias imperiales, siempre dispuestas a la invasión (últimamente más bien al bombardeo aéreo) cada vez que algún conflicto local o regional les molesta lo suficiente como para entrar a sangre y fuego en nombre de la democracia y la libertad. Contra ellas, las posibilidades de resistencia efectiva pasan por la política, por la movilización popular y la solidaridad internacional y no por la defensa que pueda ejercer un ejército de tercera o cuarta línea como el argentino, cuya vocación fundamental siempre ha sido el ataque contra el «compatriota», si está indefenso mejor. Su única habilidad de combate en el curso del siglo XX ha sido el aniquilamiento de civiles frente a los que tenían una abismal superioridad en número, armamentos y equipos.
Y una vez más, la amenaza que se insinúa como más sombría y probable es la de la represión interna acompañada por un mayor sometimiento al poder de EEUU. Nos referimos a la ingerencia imperial bajo el pretexto de las «nuevas amenazas», establecidas y diseñadas a placer en distintas oficinas del gobierno norteamericano y de sus fuerzas armadas. Sabemos cuáles son: El «narcotráfico», la «financiación del terrorismo», la «pobreza». las «migraciones», a veces se menciona una imprecisa «sedición». ¿Quién sería el brazo ejecutor de la vigilancia y el disciplinamiento que prevenga o reprima estas «amenazas»? Por supuesto, los militares argentinos, abocados con supuesta legitimidad renovada y vastos recursos materiales y financieros, a hacer inteligencia interna, a «respaldar» a las policías y otras fuerzas represivas, a capacitarse en el uso de nuevas armas y métodos de combate con los instructores que el Norte envíe….La conclusión debería ser obvia: Ayer ahora, siempre, la principal, en realidad la única «hipótesis de conflicto» de las instituciones armadas argentinas es la «guerra interna» contra toda rebeldía o siquiera actitud díscola hacia los poderes establecidos. Una vez más, pueden sentirse convocados al único papel que han desempeñado con éxito en su ya larga historia: El de ejército de ocupación de su propio país.
No hay «convivencia pacífica» posible con el «ocupante». Y no se diga que hoy ya no son los mismos. ¿Acaso no recordamos a los cadetes a lo sumo venteañeros por entonces,que en los 80 prometían en público que la «próxima vez» los NN pasarían a ser MM (muchos más)?. Esos hombres son hoy todavía altos oficiales en plena actividad, tal vez dando cada tanto discursos sobre la «necesaria autocrítica» y el «respaldo irrestricto a las instituciones democráticas». La única solución es que ese ocupante abandone el territorio, salga de nuestras vidas.
Si fuera un ejército extranjero, la solución estaría en reclamar la retirada de las tropas. Pero tiene aquí sus cuarteles, aquí han nacido sus jefes y oficiales. Enarbolan la bandera, cantan el himno, declaman respeto a la constitución nacional. No cabe otro camino que su disolución, su supresión para cerrar una historia cuyos tonos van desde la profunda oscuridad al ennegrecimiento más completo, más el rojo cargado de la sangre inocente.
¿Qué para llevar al éxito una medida como la supresión de los organismos militares sería un requisito indispensable producir cambios revolucionarios? Es probable de que de eso se trate, y es cierto que nos han acostumbrado a colocar cualquier transformación profunda en el terreno de «lo imposible».
¿Por qué seguir acatando esa imposición, y aceptar el límite de lo posible que nos fijan las clases dominantes en lugar de tratar de expandir uno propio? Creo que debemos levantar la vista hacia un horizonte más vasto, dejar el conformismo del «por lo menos ahora…! y «es lo que hay….» ¿Vale la pena mantener, en nombre del sedicente «realismo» de siempre, la resignación a convivir con una gigantesca organización criminal financiada, respaldada y reglamentada por el Estado?. Pensamos que no, que se juega, a mediano plazo, la vida y la libertad de todos. Y la posibilidad de dar un sentido sustantivo a palabras como «justicia» y «democracia».
Por supuesto, quienes quieran seguir ocupándose en exclusiva de si CFK debe ser candidata en 2017, si el ministro Rogelio Frigerio pertenece a los «políticos» o a los «tecnócratas», o Margarita Stolbizer debe pactar con Sergio Massa o con María Eugenia Vidal, están en todo su derecho de hacerlo. Y si quieren seguir pensando que eso es «hacer política» tampoco se les puede prohibir. Después no se quejen cuando les pase por adelante un regimiento a los sones de la ominosa marcha «Ituzaingó» y desde los altoparlantes se celebren los «gloriosos combates de la guerra del Paraguay» o se homenajee a «los ínclitos guerreros de la Campaña del Desierto.» A esa altura, sólo les faltarán unos pocos años para escuchar que «por fin ha llegado la justa reivindicación de las FF.AA. que salvaron a Argentina de la amenaza encarnada por la subversión apátrida» y que «por ventura, recuperamos la comunión entre Pueblo y Ejército que nunca debió abandonarse.»
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