Hay que estar locas, sin dudas, hay que estar muy locas para hacer 2.000 marchas en la Plaza de Mayo. Hay que estar locas, sin dudas, para seguir pidiendo cárcel a los genocidas, para seguir exigiendo memoria, verdad y justicia, 40 años después de la tragedia. Hay que estar locas para haber salido a enfrentar […]
Hay que estar locas, sin dudas, hay que estar muy locas para hacer 2.000 marchas en la Plaza de Mayo.
Hay que estar locas, sin dudas, para seguir pidiendo cárcel a los genocidas, para seguir exigiendo memoria, verdad y justicia, 40 años después de la tragedia.
Hay que estar locas para haber salido a enfrentar a la dictadura más asesina de la historia argentina sólo armadas de sus pañuelos blancos.
Hay que estar locas para haber ido a golpear la puerta de la mismísima ESMA, cuando allí dentro se torturaba y mataba a miles de argentinos con absoluta impunidad.
Hay que estar locas, sin dudas, para haber denunciado los crímenes frente a la prensa extranjera cuando a muchos de sus compatriotas sólo les importaba que Argentina ganara el Mundial del 78.
Hay que estar locas para haber recorrido todas las embajadas, las iglesias, los ministerios, los cuarteles, los juzgados y las comisarías del país buscando un rastro de sus hijos desaparecidos.
Hay que estar locas para haber presentado miles de hábeas corpus frente a una justicia que los archivaba sin siquiera mirarlos.
Hay que estar locas para publicar solicitadas en los diarios que callaban los asesinatos, y firmarlas con nombre y apellido, sabiendo que ellas podían ser las próximas víctimas.
Hay que estar locas para insistir con sus marchas alrededor de la Pirámide rodeadas por los caballos de la policía de Videla.
Hay que estar locas, seguro que hay que estar locas, para haber ocupado la Catedral en enero de 2008 reclamando los fondos que el gobierno nacional le había asignado y que Macri, por entonces jefe de gobierno porteño, se negaba a depositar.
Hay que estar locas para haber denunciado los vuelos de la muerte cuando éstos se estaban produciendo. La denuncia les costó la vida a tres de ellas: Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, junto a las dos monjas francesas que las ayudaban: Alice Domon y Leonie Duquet.
Hay que estar locas, locas de remate, para haber redoblado sus denuncias, sus marchas, sus pedidos luego de esa masacre.
Hay que estar locas, pero muy locas, para haberse pasado días y noches sin moverse de la puerta de las oficinas de Walter Klein y de Mariano Grondona (hijo), para evitar que retiraran documentos sobre los desaparecidos.
Hay que estar muy locas para cubrir toda la avenida de Mayo, desde el Congreso hasta la Casa Rosada, con miles de pañuelos blancos enviados desde diferentes países del mundo como señal de solidaridad con su lucha.
Hay que estar muy locas para convocar a un grupo de artistas y usar la plaza de la República como taller, donde se pintaron miles de siluetas que luego fueron pegadas en las paredes del centro, evocando a sus hijos desaparecidos.
Hay que estar muy pero muy locas para fundar una Universidad por la que han pasado miles de estudiantes. Y para haber organizado miles de talleres de música, de pintura, de historia, de fotografía luego de recuperada la ESMA, llenando de jóvenes y vida lo que fuera un centro de tortura y muerte.
Hay que estar muy locas para haber creído que se podían construir viviendas en los barrios en los que no había más que ranchos y algunas casillas precarias.
Hay que ser tan locas como Hebe de Bonafini, para no presentarse ante la justicia, y cuando el juez la declara en rebeldía contestarle: «le aviso al juez que yo estoy en rebeldía desde febrero de 1977, cuando fue secuestrado mi primer hijo».
Hay que ser locas como ellas para eludir el operativo policial montado para detenerlas, huyendo por la vereda en la camioneta blanca de las Madres, y llegar a plaza de Mayo, su casa, rodeadas por el amor de quienes siempre están de su lado.
Hay que estar «desquiciada» para decirle al presidente: «Macri, pará la mano», y convertir inmediatamente la frase en una nueva consigna tomada por miles.
Para las Madres de Plaza de Mayo, para ellas, para Abuelas, para HIJOS, y para todos los organismos de defensa de los Derechos Humanos parecen haberse escrito los versos de Silvio Rodríguez: «Hay locuras que imprimen dulces quemaduras / hay locuras que hicieron el día / hay locuras que están por venir / hay locuras tan vivas / tan sanas, tan puras / que una de ellas será mi morir».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-306624-2016-08-12.html