¿Es un atrevimiento catalogar a México de Narcoestado? ¿Cómo se retrata una violencia que, en algunas zonas del país, ha pasado a ser estructural? ¿Hay algo nuevo que los fotoperiodistas puedan mostrar de esta ‘guerra’ de baja intensidad que ya dura más de un lustro? Hoy en GEA PHOTOWORDS hablamos con Teun Voeten, el fotoperiodista […]
¿Es un atrevimiento catalogar a México de Narcoestado? ¿Cómo se retrata una violencia que, en algunas zonas del país, ha pasado a ser estructural? ¿Hay algo nuevo que los fotoperiodistas puedan mostrar de esta ‘guerra’ de baja intensidad que ya dura más de un lustro? Hoy en GEA PHOTOWORDS hablamos con Teun Voeten, el fotoperiodista holandés que acaba de presentar en México su libro ‘Narcoestado’: una recopilación de tres años de trabajo e imágenes que ilustran la vida en zonas tan golpeadas por el crimen organizado como Culiacán o Ciudad Juárez.
Desde que el ex presidente mexicano Felipe Calderón declarase la guerra al narcotráfico en 2006, muchos han sido los calificativos que, por lo general desde más allá de sus fronteras, se han empleado para definir el nuevo status político de México: país sin ley, Estado fallido o, directamente, Narcoestado.
Es precisamente esta polémica e incendiaria definición la que da título al nuevo libro del fotoperiodista y antropólogo holandés Teun Voeten, que durante tres años ha recorrido localidades del norte como Culiacán (Sinaloa) o Ciudad Juárez (Chihuahua) para documentar la trágica convivencia diaria entre muerte y vida, entre violencia y esperanza, en un país donde -sin cifras totalmente confiables- se calcula que han muerto más de 80.000 personas relacionadas con el narco en los últimos seis años.
Asegura Voeten que, en sus más de dos décadas como profesional de la fotografía en conflictos como Irak, Afganistán, Congo, Gaza o Libia, jamás había visto tanta crueldad como a la que se ha llegado en algunas zonas del norte de México. GEA PHOTOWORDS ha hablado con él, aprovechando su paso por el Distrito Federal.
Supongo que el título del libro no es ni inocente ni casual. En su opinión, ¿es México realmente un «Narcoestado»?
No se puede decir que todo el país sea un Narcoestado. Hay todo un universo cultural, industrial y económico que sí funciona, pero también existe un mundo paralelo que efectivamente se puede catalogar de Narcoestado. Algunas zonas geográficas como Tamaulipas, Sinaloa, o Juárez sí encajan con esa definición, aunque a decir verdad, lo de Narcoestado es más una metáfora de la situación del país. Es decir, es algo más periodístico que académico, si se quiere.
Es una metáfora que, sin embargo, no escapa de la realidad…
Sin duda. No podemos negar que, por ejemplo, los ingresos del narcotráfico son una parte muy importante de la economía o que la infiltración del crimen organizado entre las autoridades es muy alta. México es un país ambivalente: hay sectores muy democráticos pero también hay mucha represión. Existe la libertad de prensa pero se asesina a periodistas. Hay mucha riqueza pero también millones de pobres. Es un puro contraste.
Tras más de veinte años cubriendo conflictos bélicos, ¿por qué se interesó en lo que estaba ocurriendo en México?
En 2008 escuché que Ciudad Juárez era la ciudad más peligrosa del mundo. Más peligrosa que Kabul, Grozni, Sarajevo, Mogadiscio o Bagdad. En mi primera visita a Ciudad Juárez me quedé totalmente impresionado con la impunidad de los crímenes, pero también con la fortaleza de la población. Pero, sin duda, lo más sobrecogedor fue la atmósfera del terror, con diez muertes cada día. De hecho, en una de las páginas del libro muestro algunas de las portadas de los días que estuve allí y en todas ellas siempre se habla de tres, cuarto, ¡quince muertos!
¿Cómo valora que el ex presidente mexicano, Felipe Calderón, iniciase esta lucha a muerte contra el narcotráfico?
Yo creo que Calderón fue honesto en su lucha contra el narco pero subestimó el poder de los cárteles y subestimó también la infiltración en las fuerzas de seguridad, porque hay toda una tradición de colaboración entre la policía y el crimen organizado. Hace unos días, de hecho, en Mazatlán (Sinaloa) unos policías locales asesinaron a dos militares. Es una situación completamente loca. Todo el mundo sabe que existe esa infiltración, y los policías -sobre todo en pequeñas ciudades o zonas rurales- no tienen elección. Como se suele decir, «plata o plomo». No es un problema moral o ético, sino práctico.
¿Qué diferencia hay entre esas otras ciudades, esos otros conflictos donde ha estado trabajando, y esta «guerra» en México?
Hay guerras clásicas, con fuerzas armadas organizadas, financiadas con el dinero de los gobiernos, declaración de guerra, altos el fuego… todo muy oficial. Luego están esas otras guerras, que duran muchos años, con baja intensidad, como Sierra Leona, Liberia, Afganistán, Colombia o Somalia. En esos casos existen los llamados «señores de la guerra» que quieren prolongar el conflicto para seguir financiándose y buscando nuevas alianzas. Y esa situación de nueva guerra es la que se da ahora en México.
¿Es una «guerra» económica más que política?
Podría decirse así… los actores armados no quieren el poder político pero, como digo, sí buscan que la situación se perpetúe para optimizar sus ganancias financieras. Y para conseguirlo han llegado a los extremos. Su crueldad es increíble, yo no he visto algo igual en ninguna otra guerra. Se trata de hacer llegar el mensaje de «nosotros somos más cabrones, más peligrosos y este es nuestro territorio».
Quizás otra diferencia de esta «guerra» sea que los actores que intervienen en ella no responden tampoco a patrones clásicos…
Exacto. En otras guerras de este tiempo, como por ejemplo las últimas revueltas árabes en Libia o Siria, los periodistas y fotógrafos podían acceder -más o menos- a ambos bandos, aunque existiera la censura. Sin embargo en México es imposible, muy difícil o demasiado arriesgado contactar con los narcotraficantes, que son uno de los actores claves del conflicto. Pueden pensar que soy un agente infiltrado de la DEA (agencia estadounidense de lucha contra el consumo de drogas) o un espía de la CIA. Los narcos no tienen una ideología; no son como los rebeldes árabes que, a pesar de su crueldad tratan de transmitir su mensaje a los periodistas que los acompañan. Mienten, manipulan, pero ellos se proyectan como «luchadores de la libertad».
A la hora de ejercer su trabajo como fotoperiodista en las zonas más delicadas de México, su condición de extranjero ¿le facilitaba o le complicaba las cosas?
Creo que tenía más libertad. En cada viaje a Ciudad Juárez, a Culiacán o a Morelia, solo me quedaba unos diez días o dos semanas y ante el menor indicio de problema, me alejaba un tiempo. Además, para mí era más fácil viajar en patrullas de la policía, cosa que es prácticamente imposible para un periodista local porque, si lo hacen, se les señala como cómplices de las fuerzas de seguridad y su vida corre serio peligro. Pero estar con la policía tampoco garantiza nada. Un grupo de agentes municipales secuestró a la nieta de un amigo mío en Ciudad Juárez y pidieron un rescate de 300 dólares. Creo que no hay nada más ilustrativo que describa esa atmósfera de impunidad total.
Además de fotógrafo, usted es también antropólogo. Desde esa visión, ¿cómo cree que el pueblo mexicano ha podido adaptarse o, me atrevería a decir que asumir, esa atmósfera de violencia de los últimos años?
Los humanos somos muy flexibles, increíblemente flexibles. Podemos vivir en el Polo Norte y en los desiertos. Y también en zonas de guerra. Cuando hay tanta violencia, la gente acaba cerrando los ojos. Es un mecanismo muy natural. Y por desgracia, después de 22 años de haber estado en zonas de conflicto, lo que veo es prácticamente lo mismo, con otras formas, otros acentos… pero lo mismo.
Borja González Andrés es estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en la Cadena SER y en la agencia Reuters. Actualmente reside en México.