«Bolivia debe honrar sus compromisos», repite el secretario general de las Naciones Unidas, el mismo árbitro que, después de casi treinta años de «gestión» de la crisis sahariana, termina por «recomendar» a saharauis y marroquíes que se pongan de acuerdo. El mismo que se cruza de brazos en Palestina, frente al problema de los territorios […]
«Bolivia debe honrar sus compromisos», repite el secretario general de las Naciones Unidas, el mismo árbitro que, después de casi treinta años de «gestión» de la crisis sahariana, termina por «recomendar» a saharauis y marroquíes que se pongan de acuerdo. El mismo que se cruza de brazos en Palestina, frente al problema de los territorios ocupados por Israel o los muros que levanta ese estado nazi condenado un centenar de veces por organismos como el que preside sin que tanta condena implique sanción alguna. El mismo secretario general que tampoco adoptó medidas contra Estados Unidos y algunos otros países por obrar al margen y en contra del derecho internacional invadiendo Iraq, que nada hace frente a la existencia de campos de concentración como Guantánamo y la práctica sistemática de la tortura.
«Bolivia debe honrar sus compromisos», repite el presidente del Estado español y sus coincidenciales opositores, responsables unos y otros de las calamidades del pueblo sarahaui, cuando no honraron su palabra, comprometida en las mismas Naciones Unidas, de devolverle la soberanía a ese pueblo; cuando reprimieron al Frente Polisario en sus justas demandas de legales respuestas para no tener que volver a apelar a la violencia; cuando hoy se desentienden del problema que su fiebre colonialista y su desvergüenza generara. El mismo Estado que vulnera, no ya la palabra, también la voz de naciones a las que niega el derecho, incluso, al nombre. El mismo Estado que quebranta sus compromisos en materia de derechos humanos, permitiendo, cuando no auspiciando, la mayor lacra de todas las miserias: la tortura.
El mismo Estado cuya justicia se permite interpretar la ley al gusto que traiga el día y aplicarla como le venga en gana, modificando leyes con carácter retroactivo si beneficia a sus intereses políticos o «construyendo nuevas imputaciones» si los presos ya cumplieron condena por las viejas, de manera que sigan en perpetua prisión aunque no haya perpetua pena. La misma justicia que a los responsables de que murieran 3.500 españoles por consumir aceite de colza adulterado los «recriminó» por sus pecados, con 8 añitos al que salió peor librado; que condena a un torturado, como Unai Romano, por denunciar haber sido torturado, y da la razón a dos gilipollas del Partido Popular que insultaron y amenazaron gratuitamente a todo un señor ministro de su señor gobierno.
«Bolivia debe honrar sus compromisos», repite una comunidad europea que ni siquiera honra sus constituciones y permite el secuestro de sus propios ciudadanos a manos de agencias secretas extranjeras; que tampoco respeta su empeñada palabra y, a espaldas de sus pueblos, presta bases aéreas para agresiones a otros países, o facilita medios y transporte cuando no se suma directamente a la canallada de la guerra. La misma Europa que por cada euro que invierte en Latinoamérica obtiene 50; que ampara a sus mafiosas compañías cuando incumplen hasta los más simples y mezquinos compromisos de sus leoninos contratos, y que amenaza con tomar represalias si, a pesar de sus presiones, le salen en las Indias indios respondones.
«Bolivia debe honrar sus compromisos», repite el régimen de Estados Unidos, verdadero experto en deshonrar promesas, palabras, compromisos, procedimientos, reglas, deberes, derechos y vidas.
Pero Bolivia y su gobierno, para tranquilidad de todos los hipócritas del medio, sí está honrando sus compromisos, aquellos compromisos que el gobierno de Evo Morales tiene con su pueblo. El mismo pueblo que nunca autorizara la venta de su suelo y sus recursos, venta que se hizo a sus espaldas y en contra de sus propias leyes, en un artero fraude que el comprador conocía y procuraba. El mismo pueblo harto de su secular saqueo, de tener, además, que dar las gracias, y que no aspira a ejercer otro derecho que el que tienen por norma los demás: la propiedad privada de su suelo.