Un breve recorrido por la historia argentina nos depara la sorpresa de que perseguir y aplastar al enemigo político es un modus operandi. Convertir al opositor en un delincuente no es un invento original de Macri-Bonadio. Del Chacho Peñaloza a Yrigoyen, pasando por Perón y Evita, humillar y perseguir fue el canto de victoria de […]
Un breve recorrido por la historia argentina nos depara la sorpresa de que perseguir y aplastar al enemigo político es un modus operandi. Convertir al opositor en un delincuente no es un invento original de Macri-Bonadio. Del Chacho Peñaloza a Yrigoyen, pasando por Perón y Evita, humillar y perseguir fue el canto de victoria de los autodenominados defensores de las ideas republicanas, hoy llamados liberales autoritarios.
El Senado aprobó finalmente que el juez Claudio Bonadío realice el allanamiento más anunciado de la historia sobre los domicilios de Cristina Fernández de Kirchner. Tras un largo, y por momentos, virulento debate, votó por unanimidad la autorización, y rechazó por 47 votos contra 20, la propuesta de la ex presidenta de incluir una clausula especial para que no se use el procedimiento judicial como una forma de humillarla. La senadora realizó una encendida intervención en la que denunció el carácter persecutorio del operativo «cuadernos» y lo desvinculó de cualquier pretensión de aplicar justicia. En ese sentido su discurso, por momentos vibrante, apuntó a la política de Cambiemos, y no se privó de señalar diferencias con el peronismo Federal, al que acusó de acompañar al gobierno. «No me arrepiento, nunca me voy a arrepentir de las políticas que defendí durante mi presidencia», dijo airadamente en el recinto.
El martillante espectáculo mediático de avasallamiento del Estado de Derecho del que estamos siendo testigos desde que se lanzó el operativo «cuadernos del chofer» parece a primera vista la obra macabra de un juez descontrolado, Claudio Bonadío, un Presidente desesperado, Mauricio Macri, y unos empresarios de medios de comunicación liderados por el insaciable Héctor Magnetto. Sin embargo, un breve recorrido por la historia argentina, nos depara la sorpresa de que se trata de un modus operandi. Convertir al opositor en un delincuente, evitar el debate político por medio de la deshumanización y deslegitimación del oponente, negarse a reconocer una idea distinta y convertir a la corriente política que la defiende en una «asociación ilícita»; estás son las conductas y los principios con los que el liberalismo argentino, parado sobre un supuesto discurso republicano, persiguió en forma brutal a cada una de las manifestaciones políticas populares que surgieron en nuestra historia. El pluralismo solo se admite para quienes piensan parecido y defienden los mismos intereses. Si bien la virulencia hacia Cristina Fernández de Kirchner es directamente proporcional a su progresión en las encuestas, el mismo trato sufrieron: el caudillo Chacho Peñaloza, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Irigoyen, Juan Domingo Perón y Eva Duarte. La intensión parece ser echar sal sobre la tierra en la que floreció un liderazgo popular.
El Chacho
Ante los levantamientos del caudillo riojano, Chacho Peñaloza, después de la victoria de Bartolomé Mitre en la batalla de Pavón en 1862, comenzó una persecución feroz contra los Federales en todas las provincias. El triunfo no los hizo magnánimos ni integradores. Ordenaron cortarle la cabeza y exhibirla en una plaza pública.
«No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se abrían aquietado en seis meses. ‘Murió en guerra de policía’, ésta es la ley y la forma tradición de la ejecución del salteador». Mitre, el fundador del diario La Nación, le escribió a Sarmiento la idea que luego se aplicará hasta la actualidad: «Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo.»
Similar trato recibió el derrotado Juan Manuel de Rosas. Obligado a marchar al exilio para siempre, su quinta en Palermo fue demolida con dinamita, y en honor a la fecha de su derrota le pusieron a toda esa zona «Tres de febrero», y en el lugar que estaba su residencia Sarmiento inauguró el zoológico. Sus seguidores fueron perseguidos, entre ellos el padre de Leandro N Alem, que fue fusilado en un acto público. Humillar y perseguir fue el canto de victoria de los defensores de las ideas republicanas.
Yrigoyen
No fue otra la suerte que corrió Hipólito Yrigoyen luego de ser destituido con el golpe de 1930. El odio que sentían por él y el voto popular se expresó con claridad: «La ley Sáenz Peña, ha venido entre nosotros a asegurar el triunfo de la bestia policéfala, analfabeta, todo instinto, sobre los brotes excelsos del alma humana en la tierra virgen de nuestras pampas y desiertos. Y lo peor es que vivimos dentro de la atmósfera del sufragio universal, convertido en Evangelio de los teorizadores, hijos de la Revolución Francesa, que han hecho del mundo un infierno». Esto escribía un senador nacional, que había sido gobernador de Jujuy, en los años treinta del siglo pasado Benjamín Villafañe en 1936.
Yrigoyen fue encarcelado, su casa de la calle Brasil fue allanada y saqueada. A su hija no le permitieron cobrar la pensión del padre.
La mansión Unzue era la residencia presidencial durante el primer y segundo gobierno peronista. Luego del Golpe de 1955 se realizó una exposición pública de los bienes de Evita y Perón. Se dijo que la abanderada de los pobres era en realidad una millonaria corrupta, su cadáver fue sometido a todo tipo de vejaciones y enterrado finalmente con una identidad falsa en Milan. Perón debió exiliarse por 18 años y los partidarios peronistas fueron proscriptos, perseguidos, encarcelados y hasta fusilados. La residencia se convirtió en lugar de peregrinaje popular, por eso decidieron demolerla, allí se construyó la Biblioteca Nacional.
Que no quede ni el recuerdo, esa fue la torpe pretensión de los que a lo largo de nuestra historia pretendieron demoler todas las construcciones populares y se ensañaron fuertemente con sus líderes. No parece forzarse mucho la historia si la vemos con el prisma del presente y notamos su continuidad.
Fuente original: http://www.nuestrasvoces.com.