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Ideología y prensa del Estado capitalista

Fuentes: Rebelión

Me ha parecido indispensable hacer un breve bosquejo de la ideología en que se ha sustentado el Estado mexicano, de manera particular la ideología neoliberal, impuesta como política oficial en todo el país a partir de 1982.

Es por la ideología del liberalismo y el neoliberalismo con la que hemos sido dominados, no solo los mexicanos, durante por lo menos dos siglos. En nombre de la libertad, la democracia y la justicia, los EEUU y no más de una decena de países capitalistas han impuesto sus leyes y reglas en el mundo sin poder liberarnos ni un ápice de ellas. Los medios de información (TV, radio, Prensa escrita) han jugado un papel fundamental en la difusión e imposición ideológica de la que las masas trabajadoras no han podido librarse. Por ello me ha parecido que el estudio de este tema es de central importancia.

I. Neoliberalismo, Estado y poder

Durante el período que abarca el presente trabajo, se impuso en el país una política y una economía conocida en el mundo como neoliberal. Fue iniciada durante el sexenio gubernamental de Miguel de la Madrid (1982-88), alcanzó su más alto grado de aplicación en el sexenio de Carlos Salinas (1988-94) y  tuvo continuidad durante los períodos de Ernesto Zedillo (1994-2000), Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-12). Las medidas más notables impuestas por estos gobiernos fueron: el debilitamiento del Estado y la entrega de la economía al sector privado; el apoyo total al comercio de exportación y el abandono del mercado interno; la apertura plena a los capitales extranjeros y la destrucción de decenas de miles de empresas micro, pequeña y mediana radicadas en el país; una mayor polarización de la desigualdad entre la población mexicana. Para hacer comprensible la exposición he recurrido a la historia del liberalismo para luego llegar al neoliberalismo.

1. Liberalismo

El hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado, escribió Juan Jacobo Rousseau a mediados del siglo XVIII. Por ese motivo, el pensador suizo se planteó construir un orden en el que la libertad y la igualdad sean patrimonio de los ciudadanos. Esos ideales se desplomaron porque la realidad se impuso: el liberalismo individualista en el que los ciudadanos, la libertad y de «libre competencia» predominaban, dio paso al reino de los oligopolios, de las empresas trasnacionales y de la globalización.

El liberalismo es una acepción derivada del vocablo latino «libertas«, que significa libertad. Según coincidencia de muchos historiadores, fue la expresión de la nueva clase burguesa en su lucha contra el Estado absolutista y el paternalismo de la iglesia, representó en Europa el pensamiento avanzado y progresista de la época. La burguesía demandaba libertad para su desarrollo económico, y esa libertad podía garantizarla solamente un régimen político, el cual, en el transcurso de su desenvolvimiento, recibió el nombre de democracia burguesa.

El liberalismo, obviamente, no se manifestó de la misma manera en todos los países. El profesor español Pedro Farias, en su estudio sobre las libertades públicas, escribe que «el liberalismo ha conformado un sistema de libertades desde la sustitución del Estado absoluto por el sistema censitario representativo hasta el primer tercio de nuestro siglo», y apunta el profesor  Farias que «MacPherson ha formulado en modelos los distintos momentos históricos de la democracia liberal, partiendo del supuesto de una sociedad dividida en clases y de la progresiva aparición de los partidos políticos» (Farias: 1988, 138).

Analiza Farias, siguiendo a MacPherson, tres modelos: El «modelo liberal I», La democracia como protección, cuyo desarrollo ubica en el siglo XIX y que corresponde en Inglaterra al utilitarismo de Bentham y James Mill; en Francia al doctrinarismo y en América del Norte a las libertades públicas (ibid, 138). El «modelo liberal II», la democracia como desarrollo hasta principios del siglo XX,  que transita del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX; en este período «el socialismo utópico, a través de sus periódicos, juega su rol, aunque fue desbordado y la reacción no se hizo esperar. Sin embargo, la semilla revolucionaria, en los años siguientes, madura democráticamente y el liberalismo abre lentamente la información y, más tenuemente la participación» (ibid, 142-143). El «modelo liberal III», la democracia como equilibrio, que «aparece en 1940 después de quebrarse el modelo liberal de desarrollo moral; este modelo III es elitista en el sentido  en que asigna el papel principal en los procesos sociopolíticos a grupos dirigentes que, de hecho, se escogen a sí mismos (cuya expresión más sutil puede ser la teoría de los «gobiernos invisibles»)» (ibid, 154-155).

Como bien puede verse, el liberalismo es la lucha de la burguesía -clase subordinada en la época feudal- por la libertad política, administrativa, comercial y cultural. La burguesía industrial opinaba con harta franqueza que  la función primordial del Estado era salvaguardar las relaciones de propiedad ya plasmadas, el libre negocio de la burguesía, la libre competencia entre los empresarios, el libre mercado, donde el juego de las fuerzas espontáneas engendra la armonía general de los intereses.

Esa libertad era el principio básico del liberalismo, y el propio liberalismo era la ideología del capital industrial. Lo cual no impedía que la burguesía liberal apelase a la ayuda del estado siempre que los obreros intentaban aliviar su suerte con una resistencia enérgica o pasiva a la explotación capitalista. En Inglaterra, incluso las huelgas estuvieron prohibidas.

Frente al liberalismo surgió a mediados del siglo XIX el marxismo que proclamaba la lucha de los obreros contra la explotación capitalista, así como contra la ideología liberal que buscaba fortalecer el dominio del capital con el desarrollo de una conciencia individualista de los trabajadores. En el siglo XIX y siglo XX, liberalismo y marxismo -aunque ideologías occidentales- representaron proyectos económicos, políticos y sociales, radicalmente diferentes y abiertamente enfrentados.

«El liberalismo clásico era antiautoritario, aunque no necesariamente democrático. Fue en su choque con el socialismo cuando ese liberalismo, por conveniencia más que por naturaleza, se convirtió en democrático y puso atención a los daños que podía causar en lo social el libre mercado (una supuesta igualdad de oportunidades pero entre desiguales)» (Bobbio:1989)

Es importante subrayar que el campesino, el artesano, el vagabundo eran también clase oprimida, no tomada en cuenta, cuya presencia legal no era reconocida. La misma burguesía, a pesar de que había logrado copar todos los cargos importantes en el campo económico, quedaba prácticamente excluida del gobierno del Estado y de la iglesia.

El Liberalismo en política, usando la filosofía de la Ilustración, logró arrancar al Estado del dominio de la iglesia, convirtiéndolo en una institución donde el soberano ya no era un delegado de dios, situado por encima del Estado, sino que era mandatario del pueblo dentro del Estado. Empero, el liberalismo, buscó fortalecer el parlamento para controlar al ejecutivo, integrándolo con personas prominentes, propietarios privados libres e ilustres que no tuvieran programa ni partido, porque eso era incompatible con el liberalismo. Por ello, cuando surgió el voto, el ideal liberal buscó que éste fuera en favor de una personalidad -influida por donantes particulares opulentos e impulsada por un comité-, no por el partido.

Toda la actividad del Estado debería limitarse a aplicar leyes. Según el liberalismo, el Estado es el servidor de la sociedad, el cual ha de velar mediante leyes adecuadas, que el individuo pueda desarrollarse libremente, pero que no entre en conflicto con los demás. Se debe salvaguardar la esfera íntima (libertad personal, inviolabilidad del domicilio particular), la garantía de las funciones políticas del ciudadano (libertad de opinión, de palabra, de asociación, de derecho al voto), así como de sus instituciones (prensa, partidos). Frente a la pretensión de neutralidad en lo social, las instituciones liberales tomaron claro partido en favor de la burguesía: garantizaron la propiedad privada, la libertad de contrato, comercio y trabajo.

En la cultura, el liberalismo es intolerante frente a todo juicio no basado en la razón. Una de las máximas armas de la burguesía fue la reclamación de la libertad intelectual: la libertad de fe, de conciencia, de pensamiento, de enseñanza, de investigación. La alianza matrimonial, por ejemplo, se convirtió en un asunto del Estado eliminándose la intervención religiosa, aunque después haya llegado a un arreglo con la iglesia en éste y otros aspectos. Para el liberalismo, el individuo y su bienestar constituye el objetivo de toda política; el Estado sólo tiene razón de existir en tanto protege la libertad del capitalista.

Mientras la burguesía luchaba contra el orden feudal, en tanto fue revolucionaria, siguió manteniendo esta concepción. Una vez logrado su ascenso al poder, y que al mismo tiempo sintió la amenaza  del proletariado industrial que luchaba por reivindicar sus derechos, el liberalismo buscó crear una interpretación del Estado de derecho, más acorde con la nueva realidad y sus intereses: los individuos libres e iguales de derecho regulan sus mutuas relaciones mediante contratos privados, libremente acordados, tanto si se trata de cuestiones políticas, económicas o de otro tipo. Supeditó al poder político a las necesidades de la esfera privada y eliminó cualquier amenaza de fuerza del proletario que contravenga a la razón.

En México, por nuestras condiciones de dependencia colonial y de falta de desarrollo, esta batalla sólo puede ubicarse a partir de la segunda década del siglo XIX, expresada de manera clara y objetiva en las confrontaciones entre liberales y conservadores. Los primeros eran los representantes del México «moderno» que, apoyado en el modelo norteamericano, anunciaba la llegada del capitalismo, y los conservadores -conformados por grandes terratenientes, por militares y por la iglesia- representaban al viejo imperio, a la rancia aristocracia y a la reacción recalcitrante.

El investigador David Brading, reflexionando sobre la relación que se registró en México entre el nacionalismo y el liberalismo, hace dos interesantes preguntas:

«El misterio central de la política mexicana durante los años intermedios del siglo XIX es el predominio del liberalismo. ¿Cómo podemos explicar su éxito? ¿Cómo fue posible que una ideología desarrollada para satisfacer las ambiciones y aspiraciones de la burguesía europea se convirtiera en el credo de la coalición progresista en México, un país con estructuras sociales tan distintas a las de Europa del norte? Para explicar este fenómeno debemos primero explorar el fracaso del nacionalismo por cuanto no supo ofrecer remedios prácticos, una cuestión íntimamente relacionada con la ausencia de cualquier forma de socialismo agrario en el escenario político» (Branding: 1980, 125-126).

La realidad es que en algunas regiones del México de mediados del siglo XIX, se registraron organizaciones campesinas que lucharon contra representantes destacados del liberalismo, entre éstos, contra el gobierno de Benito Juárez que puso en práctica la Ley de Desamortización y la Ley de Nacionalización que respondían a las necesidades de la nueva burguesía que buscaba acumular tierras para su propio beneficio. Fue en esos años cuando las comunidades indígenas, mediante la acusación de poseer grandes extensiones, perdieron las tierras que trabajaban colectivamente. El periodista Gastón García Cantú, en su libro: El socialismo en México, siglo XIX, hace un análisis de las luchas campesinas encabezadas por el socialista agrario Julio López Chávez, discípulo del marxista utópico griego, Plotino Rodakanati.

Las leyes de Desamortización (1856), de Nacionalización (1859) y de Colonización y Deslinde (1883) no fueron más que medidas de la nueva clase (la burguesía liberal) en su lucha contra la iglesia, los grandes terratenientes y los  militares, mismos que monopolizaban enormes extensiones territoriales que a los liberales les urgía poner en circulación para hacerlas producir.

Sin embargo hay que subrayar que estas leyes agrarias, instrumentadas para expropiar a las comunidades indígenas de su propiedad comunal, llevaron después a que los indios fueran convertidos en esclavos, peones o asalariados de las nuevas relaciones en el campo. Los liberales se impusieron en este período, triunfaron en su lucha contra el imperio de Maximiliano y también llevaron a Díaz al poder, pero cedieron ante el positivismo y a la nueva concentración económica y política.

«El problema mayor, para (los liberales), es la lucha (indígena) contra el reparto de las tierras comunales. Los liberales (y esto comienza en la época borbónica) sacralizan la propiedad individual. Para ellos el verdadero ciudadano es el propietario y la tierra la propiedad básica… No hay otro camino para el engrandecimiento de las naciones, piensan los liberales (o mejor: copian los liberales) que el trabajo individual basado en el interés individual. Así las cosas, la propiedad comunal de la tierra en las comunidades indias resulta ser un obstáculo que debe removerse de inmediato» (Bonfil: 1989, 152).

2.  Neoliberalismo

El neoliberalismo -como en sus campos fueron el neopositivismo, el neocolonialismo, el neofascismo y todos los «neos»- es el liberalismo en la época actual, es la reacción más salvaje del capitalismo contra el Estado social, el Estado benefactor, el Socialismo de Estado o el Nacionalismo revolucionario, que poco a poco se habían impuesto en el mundo haciendo crecer el poder del Estado. El neoliberalismo, formado en los años treinta del siglo XX, se dedica a ensalzar la competencia capitalista, aseverando que su mecanismo garantiza automáticamente las mejores condiciones para la evolución de las fuerzas productivas.

El elogio del libre juego espontáneo de la oferta y la demanda está indisolublemente vinculado a la defensa de la no intervención del Estado en la economía. Combina la exaltación de la libre competencia y la instauración automática del equilibrio con el reconocimiento de la necesidad. De la introducción del Estado en la economía, pero sólo como premisa para el normal funcionamiento de la economía capitalista. Apoyan la intervención del Estado -dicen los liberales- para evitar las tendencias monopólicas, pero cuando se aprueban medidas prácticas contra los monopolios se ve que su «oposición» sólo es demagógica, que le sirve sólo para enmascarar el saqueo.

No debe olvidarse que la Revolución Mexicana no fue liberal-individualista, fue más bien -a pesar de sus inconsecuencias- agraria, antiimperialista y socializante pocos años antes de que la II guerra impusiera las relaciones internacionales de mercado, de política y cultura. Desde que concluyó la II guerra y México ingresó a la competencia internacional, se comenzó a liberalizar su economía y el nuevo liberalismo inició su penetración en la política y la cultura.

«El término mismo de neoliberalismo nunca fue aceptado por aquellos que lo aplicaron en México, y hay una buena razón histórica para ello. La revolución mexicana, origen de las estructuras y prácticas políticas vigentes, se concibió a sí misma como una reacción contra los terribles efectos sociales del liberalismo mexicano del siglo XIX en las comunidades indígenas y ciertas capas medias y proletarias. Es por ello que la constitución de 1917 fue, en buena medida, una reacción contra el liberalismo y sus concepciones del individuo y la sociedad» (Cumberland, citado por Meyer: 1995, 31).

Si revisáramos la política del sexenio presidencial de Miguel Alemán (1946-52), veríamos cómo los empresarios nacionales y extranjeros obligaron al Estado y al gobierno mexicano -predominantemente agrario y rural en aquellos años-, a caminar forzadamente por la vía de la industrialización y el urbanismo. Por ello se pedía que el gobierno sólo debería dedicarse:

            1. a proteger a la empresa privada ante la amenaza de huelgas o paros de los trabajadores.

            2. a difundir la idea de que «primero hay que crear riqueza para luego repartirla»,

            3. a amparar a la gran propiedad privada ante amenazas de invasiones o expropiaciones.

            4. a abrir las fronteras del país a la nueva cultura y «estilo de vida norteamericano».

Desde entonces, la política neoliberal comenzó a avanzar de manera pendular, al mismo ritmo en que cada sexenio de gobierno le imprimía mayor o menor fuerza. El llamado período de desarrollo estabilizador, que va de 1954 a 1970, frenado por Echeverría con su modelo de desarrollo compartido que se desplomó en 1976, es una muestra de un período neoliberal de larga duración, que se acentúa a partir de 1982.

Bien se ha dicho que a partir de los años 70 ha habido un movimiento sistemático y consciente por las transnacionales, los gobiernos y los organismos internacionales que las representan, por restaurar el nivel de la tasa de ganancia que había venido declinando. Uno de los rasgos sustanciales de este movimiento, que constituye el neoliberalismo, es la fragmentación de los procesos productivos y su dispersión geográfica. Las modernas telecomunicaciones y la computarización hicieron innecesarias la integración vertical de los procesos productivos y su orientación a la producción de grandes volúmenes de mercancías idénticas en enormes plantas que todavía en los años 50 y 60 eran el paradigma de la producción industrial.

3. Neoliberalismo desde los ochenta

El neoliberalismo se abrió y se hizo más evidente desde el inicio en los años ochenta con las agresivas políticas de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher quienes, usando el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Acuerdo General sobre la Tarifas Aduaneras y el Comercio (GATT) y, más adelante, el Tratado de Libre Comercio (TLC), impusieron a los gobiernos subordinados políticas económicas de libre mercado. En México, a partir de 1981, con el derrumbe de los precios del petróleo, se inició también el desplome de la economía, mismo que llevó al endeudamiento, la devaluación y la inflación.

«El liberalismo real es otra forma de denominar la revolución neoconservadora que puso en marcha Margaret Thatcher en 1979 en el Reino Unido, y que tuvo su más aventajado discípulo en Reagan. Margaret Thacher propuso una cruzada con un corpus teórico muy definido: guerra al intervencionismo del Estado, política monetaria a ultranza, absoluta prioridad antiinflacionista, sustitución de la política por el mercado, autogenesia social, etcétera. Se trataba, en definitiva, de romper con el compromiso histórico logrado en la posguerra entre conservadores y socialdemócratas, que habría llevado a una crisis fiscal del Estado, amenazante de quiebra» (Estefanía: 1997, 122-123)

A finales de 1982, con el ascenso de Miguel de la Madrid al gobierno de México, se inició en el país un nuevo modelo económico y político, conocido como neoliberalismo. Aparentemente era una respuesta necesaria y urgente frente a la profunda crisis provocada por políticas populistas y estatistas que, por lo menos, en los últimos dos sexenios presidenciales: el de Luis Echeverría Alvarez (1970-76) y el de José López Portillo (1976-82), se habían puesto en práctica. Sin embargo a los pocos meses se vio que la privatización o reprivatización de las empresas paraestatales, la extensión de la economía de mercado en lo interno y en lo externo, así como el debilitamiento o adelgazamiento del Estado, respondían a un proyecto globalizador transnacional.

Para la implantación de este modelo socioeconómico en México se conjugaron varios factores, particularmente dos: se manifestó un gran desplome económico provocado por la crisis de los precios del petróleo, así como un exagerado crecimiento del Estado, y se registró el ascenso al poder de un equipo de tecnócratas educados en el extranjero, así como el fortalecimiento del liderazgo mundial del gobierno norteamericano de Ronald Reagan y el de la británica Margaret Thatcher. A partir de entonces, en los primeros años de la década de los ochenta, el neoliberalismo se extendió en México y en el mundo.

Para afrontar la crisis de principios de los ochenta, ascendió al poder en México un equipo de economistas con posgrados en universidades extranjeras, particularmente norteamericanas, encabezados por Miguel de la Madrid, Pedro Aspe, Carlos Salinas, Jaime Serra, Herminio Blanco, Ernesto Zedillo, Angel Gurría, Guillermo Ortiz, Francisco Labastida, de la escuela de los Friedman y los Hayek, de monetaristas que pusieron el acento en la productividad y en la gran tecnología, en la explotación, así como en las finanzas, la especulación y las bolsas de valores; políticas que de manera automática eliminan fuerza de trabajo y multiplican el desempleo.

«Para los gobiernos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, la obligación primera del Estado es concentrar el esfuerzo del conjunto en auxiliar a unos pocos a concentrar enormes cantidades de recursos -Vitro, Cemex, Carso, Televisa, Cifra, Banamex, Comermex, etcétera-, para que ellos activen el mercado, y ese mercado, con su magia, resuelva, vía exportaciones, el problema del desempleo y en el último lugar de la cadena causal, el de la pobreza» (Meyer: 1995, 42).

La dependencia económica del país, su subordinación a los bancos y a los capitales extranjeros abrió las puertas para ceder nuestra soberanía a favor de  acreedores externos, pero también obligó al gobierno a privatizar tierras, cientos de empresas, así como a entregar buena parte de los cargos públicos a los sectores empresariales más poderosos. Esto demostró que la política neoliberal no fue inventada ni impuesta por el equipo de los  presidentes De la Madrid, Salinas, Córdoba y Zedillo, sino que ellos sólo fueron el instrumento idóneo del capital transnacional para que el país se subordinara a las políticas internacionales. Y lo grave es que esta política sigue y no hay forma de pararla. El presidente Zedillo  declaró repetidas veces, de manera abierta, que su política económica ha sido correcta y que no la cambiará.

Debe recordarse que en noviembre de 1982 Jesús Silva Herzog y Carlos Tello Macías -quienes eran los encargados del gobierno mexicano en la negociación económica con el Fondo Monetario Internacional (FMI)- dieron a conocer la llamada Carta de Intención suscrita con el FMI acerca de los controles que el gobierno mexicano aceptaba a fin de obtener el crédito de 3,850 millones de dólares que el FMI pondría a disposición durante los próximos tres años:

            1. Rígido control del gasto público.

            2. Deslizamiento del peso.

            3. Fin del control de cambios.

            4. Bajar drásticamente el exceso de gasto corriente.

            5. Someterse a una calendarización por trimestre.

            6. Limitar el crédito externo al sector público.

            7. Establecer un crédito neto del Banco de México al sector          público.

            8. Tope a la emisión monetaria.

            9. Incremento obligatorio de la reserva monetaria en dólares.

Acerca de esos acuerdos el analista Carlos Ramírez escribió entonces que una serie de decisiones habían sido tomadas sin importar costos, efectos y sacrificios sociales; resumía:

            a) La inflación se tomará por el lado de la demanda, es decir, si la gente no compra los precios no suben. Esta política, en los Estados Unidos, ha provocado 11 millones de desempleados.

            b) Aumentar precios y tarifas del sector público, para elevar los ingresos estatales. Si los aumentos de la gasolina provocan un incremento generalizado de los precios, ni modo.

            c) En diciembre de 1983 los índices de inflación y desempleo serán los más altos de la historia. Habrá pobreza y nada se hará para atenuarla.

            d) Disminuirá el control de precios para hacer atractiva la inversión.

            e) Aumentará la inversión extranjera y las puertas del GATT nos esperan abiertas de par en par.

            f) Los salarios no crecerán y el gobierno no vacilará en detener las protestas sindicales. Las requisas serán buena medida.

            g) Bajará el gasto público, aunque origine no atender gastos sociales.

            h) El control de cambios se someterá a acuerdos de mercado (Ramírez: El Financiero 29/XI/82)

Esa ideología liberal-individualista es la que ha determinado la línea política del Estado mexicano desde el siglo pasado, misma que en los últimos veinte años se ha visto más clara al renovarse, al convertirse en neoliberal y mostrar abiertamente su carácter privatizador y enemiga de la propiedad pública y social. Al imponerse ese modelo económico-político en todo el país, la mayoría del pueblo mexicano ha tenido que sufrir mayor desempleo, salarios más miserables y más grande profundización de su pobreza económica y social.      

«Con el Estado en retirada, se abre ahora un espacio de liderazgo económico, político y cultural que sólo puede ser llenado por el gran capital. La modernización neoliberal, en países como el nuestro, lleva casi de manera inevitable a que la burguesía, la gran burguesía -esa que el estatismo mantivo por tanto tiempo dependiente y débil- se convierta en la clase estratégica, aunque ya no sea una burguesía nacional sino trasnacional» (Meyer: 1995, 39).

Para concluir, es importante conocer el decálogo que escribió el filósofo Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, en el que resume el pensamiento único que se ha venido aplicando en las últimas dos décadas. Como fundamento de ese decálogo es necesario subrayar lo que apunta Joaquín Estefanía: «Los gobiernos y los organismos internacionales han dejado de ser los que dictan la marcha de la economía; los verdaderos amos de la misma son los mercados financieros». He aquí el decálogo:

1.      El mercado, cuya mano invisible corrige las asperezas y definiciones del capitalismo;

2.      Los mercados financieros, cuyos signos orientan y determinan el movimiento general de la economía;

3.      El libre intercambio sin límites, factor de desarrollo ininterrumpido del comercio;

4.       La mundialización tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros;

5.      La división internacional del trabajo, que modera las reivindicaciones sindicales;

6.      La moneda fuerte, factor de estabilización;

7.      La desreglamentación o desregulación de la economía;

8.      Las privatizaciones;

9.      La liberación económica, en general;

10.  Indiferencia con respecto al coste ecológico (Estefanía: 1997, 251-252-253).

II. La prensa, al servicio del poder

El objetivo de este apartado, es el de describir y exponer de manera general un conjunto de ideas que permitan ver los intereses a que sirve la prensa y poner al descubierto  cómo esas ideas que se difunden manipulan ideológicamente a la clase dominadas; pero también buscar, en lo posible, algunas propuestas que ayuden a que la población obtenga una posición crítica y reflexiva sobre los acontecimientos o la sociedad en que vive.

1. Información y comunicación

A la prensa, al cine, a la radio, a la televisión, se les ha llamado «medios masivos de información», «medios de comunicación de masas», «medios masivos» o simplemente «los medios». Sin embargo, al parecer, sólo son de información, no de comunicación porque no se comunican con la audiencia, porque no dejan participar, no consultan, están cerrados, informan de lo que quieren y sólo obedecen a las indicaciones de sus propietarios, gerentes o directores. Por eso, por informar lo que ellos desean y de acuerdo con su particular criterio, se les define generalmente como medios de información. Leamos lo que a continuación nos dice el analista en comunicación, venezolano Antonio Pascuali:

«Comunicación es tal cuando produce una interacción biunívoca del tipo del consaber, lo cual sólo es posible cuando entre los dos polos de la estructura rige una ley bivalente: todo transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor. La comunicación descansa en la conservación de un contacto trascendental no fusionante, de una presencia alejada o presencia-ausencia. Es la acción recíproca entre agente y paciente. La comunicación, en el terreno de los medios, se reconocerá en el intercambio de mensajes con posibilidad de retorno no mecánico entre polos igualmente dotados del máximo coeficiente de comunicabilidad» (Pascuali: 1969)

2. Las ideas de la clase dominante

Hay que decir de entrada que, como señalaron diferentes escuelas ortodoxas marxistas -las leninistas, las stalinistas y las maoístas- los medios de comunicación, o de información, forman parte de la superestructura ideológica de la sociedad. Si bien, como dijera Engels, la relación entre base económica y la superestructura no es mecánica o automática, «en última instancia» el ser determina la conciencia, es decir, el hombre piensa de acuerdo con las condiciones en que vive.

Por eso, cuando se habla de medios de comunicación de masas, más que contabilizar las salas de cine, el número de periódicos o revistas, la cantidad de estaciones de radio o las televisoras que funcionan en la entidad, así como la cantidad de seguidores que tienen, lo importante es ir más allá para lograr ver la influencia que han tenido y poseen -para bien o para mal- en la conformación del pensamiento y la actuación de los lectores, cinéfilos, radioescuchas o televidentes.

Para analizar el problema de la prensa, por lo general parto de aquella reflexión de Marx, escrita en sus años juveniles para deslindarse del idealismo hegeliano de su época, en su voluminoso libro, La ideología alemana, en el que categóricamente señaló:

«Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, el poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente» (Marx K. y Engels F: 1968).

Esa tesis de Marx, explicada y desarrollada desde hace más de 150 años por sus discípulos, entre ellos, recientemente, Louis Althusser en sus «Aparatos ideológicos… «, me ha parecido básica para entender el papel que los medios de información de masas han venido cumpliendo como aparatos ideológicos de Estado. Más que caer en lo secundario, en su presentación formal: imagen, sonido, redacción, tamaño, color, agilidad, etc.; más que observar sus técnicas de distribución, venta de publicidad o de suscripción, lo que realmente interesa descubrir en los medios de información, es la ideología que difunden, el conjunto de ideas que manejan para convencer a su clientela con el fin de que elijan uno u otro camino o asuman determinada conducta. Esas conductas que eligen las masas subyugadas, son las enseñanzas del modo de vida establecido.

El filósofo Herbert Marcuse ha expuesto que nuestra sociedad vive sustentada sobre «falsas necesidades» que le son impuestas por los intereses de unos grupos determinados. Partiendo de que el ser humano es un producto social, del mismo modo que lo son todas las manifestaciones de su vida espiritual, abundando sobre el asunto en su obra, “El hombre unidimensional”, escrita a principios de los años sesenta, reflexiona de la siguiente manera:

«Si el trabajador y su jefe se divierten con el mismo programa de televisión y visitan los mismos hoteles de veraneo, si la taquígrafa se viste tan elegantemente como la hija de su jefe, si el negro tiene un Cadillac, si todos leen el mismo periódico, entonces esta asimilación indica no la desaparición de las clases, sino la medida en que las necesidades y satisfacciones que sirven para la preservación del «establecimiento» son compartidas por la población subyacente» (Marcusse:1964, 30).

¿Qué han hecho los medios de comunicación sino difundir una cultura para luego imponerla como la única «buena» y válida? La clase mediatizada por «los aparatos ideológicos de Estado» casi ha perdido su tradición, su memoria histórica, sus elementos culturales de identidad, para adoptar aquellos que la prensa, el cine, la radio, pero sobre todo, la televisión, difunden a diario y repiten de manera permanente. La gente parece apoyar el egoísmo, la acumulación, el individualismo, la explotación, el autoritarismo, el consumismo, la desigualdad o el racismo, productos de la cultura de dominación; parece que sólo quiere ser  parte de la clase dominante.

Para explicar con detalle la manera como los medios de comunicación, la ideología y el individualismo han convertido todo en mercancía en las sociedades capitalistas, Mattelart, especialista en análisis sobre comunicación, escribe:

«Toda actividad y todo producto de la sociedad capitalista participan del mundo y de la lógica de la mercancía. La comunicación es parte de este mundo y  sigue su lógica a través de la fechitización. La comunicación es un producto fetichizante. En el fetichismo los hombres se vuelven «cosas» y las cosas viven. La ideología es la reserva de signos que son utilizados por una clase para imponer la idea de sociedad que conviene a sus intereses.

La ideología, al penetrar en las diversas esferas de la actividad individual y colectiva, cimenta y unifica el edificio social. La forma de operar del proceso ideológico es silenciar los orígenes del sistema, de tal manera que los individuos puedan vivirlo como un orden natural. El medio de comunicación de masas es un mito en la medida en que se le considera como una entidad dotada de autonomía sin relación con la sociedad. Entonces, los medios de comunicación pueden ser «culpados» de crear o fomentar la violencia, la pornografía, etc.

En la sociedad capitalista, el medio de comunicación neutraliza y desorganiza a las clases dominadas. Se encarga de hacer funcionar diariamente la norma del individualismo. La transmisión de noticias es anárquica y sensacionalista. Se despoja de los hechos del contexto que les da sentido. La ley de organización de la noticia es aquella que privilegia los intereses de la clase en el poder. El análisis de las noticias revela cuáles son los frentes en que trabaja la burguesía; el hecho noticioso es la materia prima a partir del cual trata de crear representaciones colectivas, imágenes, estereotipos» (Mattelart:1974)

3. Contradicciones en la clase dominante

Es indudable que las clases dominantes no han sido nunca monolíticas, en su interior siempre han existido fracciones y sectores que se han manifestado con diferentes intereses. El origen de las contradicciones entre esos sectores de clase generalmente hay que buscarlo en el monto del poder económico que posee cada individuo, en la escala social en que se desenvuelven y en los niveles políticos en que se mueven. Las confrontaciones entre ellos no son de clase, pero llegan a ser muy violentas e incluso llegan a los asesinatos entre mafias o grupos de poder. ¿Cuántos de esos grupos se han desarrollado ligados al narcotráfico internacional?

Las clases dominantes se dividen y se enfrentan violentamente entre sí, pero cuando observan que los trabajadores se unifican para reclamar derechos, entonces esas clases poderosas comienzan a aliarse para debilitar las luchas de los de abajo. Acuden primero a exigir que el gobierno cumpla con su papel de guardián de las instituciones, después se dirigen a los otros sectores con los que cuenta el Estado: leyes, abogados, tribunales, policía, ejército y cárceles; pero cuando lo consideran necesario, hacen uso del asesinato de los líderes de los obreros o de los trabajadores en masa.  Sin embargo, también de las clases dominantes ha salido una que otra gente que llega a comprender la situación de los trabajadores y se ha solidarizado con sus luchas.

4. La burguesía, para vivir, debe revolucionar

La clase dominante no ha sido la misma; al correr de los siglos se ha ido transformando al mismo ritmo en que las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, lo han venido haciendo. Para seguir dominando esas clases minoritarias se valen de todos los medios a su alcance para someter a las masas. El Estado, la Iglesia, los medios de comunicación, son  armas fundamentales a su servicio. Marx y Engels, en el documento que entregaron en 1847 a los obreros de varios países –El Manifiesto Comunista- que luego se convertiría en su declaración de principios y programa de lucha, escribieron:

«La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de producción, que tanto vale decir las relaciones de producción; por tanto, todo el régimen social. Al contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del sistema de producción vigente (…) la época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por la transformación constante de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales por una inquietud y una dinámica incesantes (…) Todo lo privilegiado y estable se esfuma, lo santo es profanado y, al fin, el hombre se ve obligado a contemplar con mirada fría su situación en la vida y sus relaciones con los demás (Marx K. y Engels F. 1969, 37)

5. Los medios de información: de control y liberación

La clase dominante no solo se transforma al mismo ritmo de la sociedad sino que en la sociedad moderna, como apunta Marx,  no puede vivir sin revolucionarse continuamente.  Hans Magnus Enzensberger, especialista en medios de comunicación, siguiendo el pensamiento marxiano, avanza al plantear que los medios, además de controlar, poseen un gran potencial liberador. Para ello se requiere descubrir, dentro de los profundos intereses de la clase dominante, las contradicciones que se mueven en su interior. El especialista escribe al respecto:

«Los medios de comunicación son producto del desarrollo industrial y su creación se explica por la necesidad de este mismo desarrollo, de crear nuevas formas de control de las conciencias y métodos más eficaces para la transmisión de la información. Debido a sus características de alcance masivo, los medios son fuerzas productivas de un gran potencial liberador. La manipulación de la conciencia social por unos pocos es producto de la división del trabajo, pero si bien los medios de comunicación masiva sirven para la manipulación, este concepto no es suficiente para explicar la acción y la utilidad social de dichos instrumentos» (Citado por Toussaint: 1981, 76)

Cuando Enzensberger habla del gran potencial liberador de los medios de comunicación expresa también una crítica directa a las corrientes marxistas que han reducido el combate a esos medios bajo la consigna de luchar: «contra la manipulación»; la realidad es que hoy esa batalla es muy limitada y, lo peor es que «amenaza en degenerar en un simple slogan que oculta más de lo que es capaz de aclarar». Escribe el especialista que «una perspectiva socialista que no vaya más allá de atacar las relaciones de propiedad existentes es limitada». Dada la experiencias de monopolio de los medios en los  países que hasta 1989 se conocieron como socialistas, lo importante ahora sería «saber a quién entregar los medios ¿al partido?»

La sociedad capitalista, para reproducirse, debe controlar las conciencias de las masas; para ejercer ese control debe realizar un continuo bombardeo de mensajes para que aniden en la mente de los sectores dominados. Todo el gran desarrollo tecnológico ha sido creado para seguir beneficiando a los poseedores del capital. Al respecto el escritor y analista Edgar Morín enseña la forma en que se manifiesta ese bombardeo:

«El hombre contemporáneo está siendo constantemente bombardeado por una serie de mensajes que en apariencia sólo lo distraen, lo entretienen o divierten. Esta concepción implica, sin embargo, la autonomía de contenido de los mensajes, acierto que no cuenta con fundamento científico ni racional. El contenido de los mensajes responde a los intereses específicos de quienes poseen los costosos equipos de emisión (rotativas, estaciones de radio y TV). Los mensajes, en realidad, son mercancías producidas por industrias ultraligeras. El mensaje se trasmite en «una hoja de periódico y en una cinta cinematográfica, vuela en las ondas radiofónicas y en el momento de su consumo se convierte en impalpable, puesto que este consumo es psíquico. La industrialización genera una concentración técnico-burocrática y los medios de comunicación no escapan de ella… (Morín:1966)

6. Libertad, autoritarismo, objetividad, manipulación

En la actualidad se habla mucho de que se debe respetar la libertad de prensa y, como contraparte se dice que el autoritarismo debe ser combatido; que la información que se da a conocer en los medios debe ser muy objetiva y, para ello se deben evitar las intervenciones manipuladoras; se ha analizado el enorme papel que juega el pago de publicidad para la supervivencia de los medios de información, pero también se ha dicho que no deben predominar criterios comerciales en la programación. Por último, entre otras ideas, se plantea la necesidad de hacer un código de ética que rija la conducta de los medios de información. En fin.

Mientras la propiedad de las empresas de los medios de información sigan en manos de unos cuantos capitalistas, la defensa de la libertad de prensa será la defensa de la propiedad. Los dueños de los medios de comunicación, al abogar por la libertad de prensa, lo estarán haciendo para defender sus intereses como propietarios. La libertad de prensa ha tenido repercusión internacional y ha sido usada por  poderosos monopolios para defenderse. La realidad es que la burguesía ha sido incapaz de llevar a sus últimas consecuencias la libertad de prensa. Se contradice al aplicar la censura y obligar a los periodistas a autocensurarse.

Contra la libertad de prensa o de información, se aplica el autoritarismo donde el medio de comunicación obedece a una dirección rígida; desde un emisor que transmite la ideología del modo de producción capitalista hacia un receptor que constituye una mayoría que no ve reflejada su forma de vida y sus aspiraciones. Un grupo de especialistas nombrados por los mismos empresarios para seguir normas imponen un mensaje a un auditorio que no participa en su elaboración. El mensaje refleja la práctica social de la clase dominante, jamás o raramente la práctica social de la población.

El periodismo, para evitar caer en la simple manipulación ideológica, debe manejar un código de la objetividad; sin embargo no se puede olvidar que así como la empresa tiene una ideología como clase dominante, también los periodistas poseen una ideología que les impide ser totalmente objetivos, lo que no quiere decir que no busquen serlo; los juicios de valor, la ideología y la lucha de clases están siempre presentes e interfieren en la redacción y transmisión de la información. Lo que hay que evitar es la utilización de un lenguaje que limite o que encarcele a los protagonistas del proceso social entre dos posiciones irreconciliables que muchas veces dividen al mundo en dos esferas (los buenos y los malos) y utilizan la justificación del orden, la armonía y la tranquilidad para llamar a la represión.

«Como paradigma del periodismo objetivo figura en América Latina el New York Times o también, Le monde: El lingüista más importante del mundo contemporáneo, Noam Chomsky, ha investigado científicamente a la prensa del «mundo libre», llegando a la conclusión que funciona conforme a las legalidades y principios funcionales de un «sistema de indoctrinación y propaganda estatal. Un reciente análisis contemporáneo de los periódicos liberales más importantes de Europa y Estados Unidos, realizado en Holanda, coincidió con esta inferencia» (Dieterich Steffan: 1997, 70)

Dentro este mismo campo de la manipulación de los medios se encuentra el gran papel que ejerce la publicidad sobre ellos. La publicidad, como se sabe ampliamente, es un elemento esencial de la economía de mercado en el juego de la oferta y la demanda; hace el papel de puente entre el industrial, el comerciante y el consumidor. En las sociedades capitalistas, todo toma forma de mercancía. Los dueños del dinero son los herederos de la gran propiedad, son los que como propietarios, mediante la compra de fuerza de trabajo y la extracción de plusvalía, hacen cada vez más grande su poder. Quien tiene el poder manda y ordena. Ese es un problema importante que ata y subyuga a los medios de comunicación porque, al parecer. «el que paga manda». Veamos lo que nos dice la investigadora Patricia Arraiga, al respecto:

«Los medios de comunicación masiva se desarrollan en función del gasto publicitario y, en algunos casos, como al inicio de la radio en Estados Unidos, las empresas mismas de bienes de consumo, eran las dueñas de las primeras estaciones transmisoras y las utilizaban para hacer su propia publicidad… Al decir que los medios de comunicación masiva dependen de la publicidad, afirmamos en realidad que dependen del sector de bienes de consumo. Al decir que la publicidad depende de los medios de comunicación masiva, afirmamos que el sector de bienes de consumo depende de estos últimos. Sin embargo es el sector de bienes de consumo el que, en última instancia, determina a los medios de comunicación masiva, es decir, estos medios están sometidos al desarrollo de dicho sector. Prueba de ello es que si el sector de bienes de consumo disminuye su gasto publicitario, fenómeno común en época de crisis, los medios de comunicación masiva se ven profundamente afectados» (Arriaga Patricia: 1982).

7. Los medios en la llamadas sociedades socialistas

Los llamados países socialistas, encabezados hasta 1989  por la antigua URSS y China, no fueron nunca «dictaduras del proletariado en transición hacia la sociedad comunista» como Marx lo planteó originalmente. Lo que se desarrolló en esos países fue la dictadura de los partidos comunistas, quienes en nombre del proletariado, establecieron un poder centralizado desde el triunfo bolchevique en la Rusia de octubre de 1917. Al parecer Marx tenía razón cuando planteó que la sociedad comunista sería producto del alto desarrollo capitalista y que las sociedades feudales o semifeudales, como la Rusia zarista, tenían forzosamente que desarrollar primero una economía capitalista. Marx falló porque las revoluciones triunfaron en los países económicamente atrasados y en los países altamente desarrollados no hubo revoluciones.

Planteó Marx la problemática de la transición del capitalismo al socialismo en los países capitalistas que, como escribe Bookchin, apenas habían superado la tecnología del carbón y el acero, y la problemática del paso del feudalismo al capitalismo para los países que aún no habían trescendido el nivel de las artesanías y oficios. Por ese atraso ruso, los bolcheviques encabezados por Lenin, Trotsky y Stalin, al asumir el poder que les dio la revolución de octubre, convirtieron la necesidad en virtud y se impusieron la tarea de establecer una dictadura totalitaria, de la que Stalin no fue más que su hijo legítimo. Por eso la prensa, como escribe el profesor Pedro Farias, se sometió al servicio del poder.

«La libertad de expresión en la etapa anterior a la Revolución fue reivindicada para acabar con lo que Lenin llamaba la «odiosa inquisición rusa»; sin embargo, «después de la toma del poder negaron a sus adversarios aquello que habían recabado para sí», porque «la libertad de Prensa ayudaba al poder de la burguesía mundial». A partir de ese momento, se atribuyó a la Prensa la función primordial de «educar, movilizar y organizar las masas» y la subsidiaria de informar, pues la información se entendió al servicio de la función principal, cuya finalidad era la «consolidación del sistema». Inmediamente después de la revolución se posibilitó la expresión a los grupos «no marcadamente hostiles», pero su propaganda fue muy pronto calificada como «antibolchevique» y «contrarrevolucionaria», y por tanto eliminada a partir del final de la guerra civil. Stalin consideró la libertad de expresión como un «fetiche».( Farias: 1988, 22).

8. El poder de los medios hoy es enorme

«La concentración de la prensa en manos de unas pocas combinaciones monopólicas, escriben Abendroth y Lenk, facilita la concentración de la «discusión» pública». El modelo liberal, en la época del absolutismo, fue crítico, ahora no.  La discusión pública ha sido sustituida por las nuevas instituciones para la implantación de intereses particulares. «Los objetivos de las asociaciones y grupos no son decididos por sus respectivos miembros, sino son convenidos por los más poderosos interesados, y llevados a la práctica por la directiva». La discusión pública ahora es un simple concepto ideológico de un pequeño sector de intelectuales, pero el manejo de la conciencia pública queda en manos de los manipuladores de la opinión (Ver Abendroth y Lenk: 1971, 315-316).

La década de los ochenta, coincidiendo con la imposición del neoliberalismo en el contexto mundial, es el inicio del desarrollo acelerado de los medios de información, en primer lugar, de la televisión, la telefonía, la computadora, el Internet y otros medios electrónicos. A partir de entonces no hay actividad política importante, donde intervengan las masas, que pueda hacerse sin darle prioridad a esos modernos medios de comunicación. Por eso es importante conocer las opiniones del filósofo Joaquín Estefanía, tanto en los análisis que hace sobre la imposición del llamado pensamiento único, como en lo que dice respecto al triunfo de la economía y los medios sobre la política:

«En la actualidad el poder político no es más que el tercer poder; antes están el poder económico y luego el poder mediático. ‘Cuando se poseen estos dos últimos -según escribe Ignacio Ramonet- el poder político no es más que una formalidad como ha demostrado Silvio Berlusconi’. Aunque haya una punta de exageración, lo cierto es que el poder se ha movido, ha desertado del espacio de lo político. Y cuando los propios medios de comunicación publican la lista de los hombres más influyentes de su país, o del mundo, aparecen cada vez menos políticos y más financieros o representantes de la comunicación» (Estefanía: En Tiburones. 1995, 14)

Hasta los años ochenta, los políticos que participaban en los procesos electorales, se preocupaban por realizar grandes concentraciones, por efectuar visitas domiciliarias, por hacer la mayor cantidad de reuniones posibles para estar en contacto directo con los electores; sin embargo, a partir de los noventa los políticos comenzaron a darle mayor importancia a la TV, la radio, la prensa, el Internet y comenzaron a gastar la mayor parte de su presupuesto de campaña en la compra de espacios en los medios. Hoy no solo destinan el 80 por ciento de sus finanzas en mercadotecnia en los medios, sino que además los políticos ponen todo su tiempo e interés en figurar en los que esos medios les preparan.

Conclusión

A través de las décadas se han hecho comparaciones acerca del comportamiento de los medios de comunicación en los países capitalistas y en los llamados países socialistas. Generalmente se ha aceptado que en los regímenes capitalistas, los medios y los propietarios se plantean como objetivo central el lucro, sus negocios sólo buscan ganancias vendiendo diversión y entretenimiento, aunque anuncien que buscan «elevar» los niveles educativo y cultural de los receptores. Los que se encuentran en manos del Estado en los regímenes “socialistas” y también en algunos no socialistas, los medios, sobre todo la TV y la radio, quieren convencer, educar, tienden a propagar una ideología, y por otra parte -como no buscan el lucro-, proponen valores de «alta cultura»: charlas científicas, música y obras de teatro clásico, etc.,

Tanto la dirigencia estatal como la privada, tienen un objetivo común: la búsqueda de un gran público, de las mayorías. Para lograrlo, en ambos bloques hay quienes sostienen la tesis de: «al público, lo que quiera», es decir, parten de la visión simplista y burda de que el público hace los medios, o manejan la idea contraria (igualmente burda y simplista), de que los medios hacen, crean el público. Ambas posturas niegan y evaden el problema específico de los medios, niegan la dialéctica entre el sistema de producción cultural y las necesidades culturales de los consumidores. La cultura de masas es pues, el producto de una dialéctica de producción-consumo en el seno de una dialéctica global que es de la sociedad en su totalidad.

Para concluir estas reflexiones acerca del papel de los medios de información en la sociedad capitalista, me ha parecido importante plantear alguna salida que ayude a cambiar la imagen negativa que se tiene de las informaciones que llegan al gran público. En tanto las empresas de información sigan en manos de unos cuantos capitalistas cuyo único interés sea acrecentar sus ganancias, las cosas no podrán cambiar; pero en la medida en que el público comienza a exigir mayor responsabilidad, limpieza y veracidad en lo que consume, los mismos capitalista entenderán que para vender tienen que ofrecer buena mercancía. Por eso un código de ética periodística, como plantea el comunicólogo Riva Palacios, puede ser una salida mediata interesante:

«Periodista que no tenga ética, no es un periodista pleno. Periodista que no coloque la ética como cimiento de su trabajo tendrá una profesión endeble, vulnerable y con poca credibilidad. Por desgracia, la ética periodística es un concepto que, en la práctica es casi nulo en el contexto nacional. Ningún medio tiene como herramienta de trabajo un código de ética, ni tampoco existe el concepto de «conflicto de interés», cuya ausencia sólo distorsiona y vicia enormemente al periodismo mexicano (…) La prensa, con sus excepciones, no se ha convertido en un foro plural, real, sino que se ha vuelto una especie de altoparlante del gobierno y de aquellos sectores a los que quiere apoyar. Por lo mismo, tampoco ha sido espejo fiel de los diversos sectores -representativo- de la sociedad… sólo realiza ese papel para aquellos grupos con poder económico que pueden comprar espacios informativos y otorgar privilegios a los periodistas (…) Mentir, ocultar, tergiversar, ser injusto o tendencioso. Permear el trabajo por intereses creados, son violaciones fundamentales a la ética periodística… No es casual que los noticieros de la televisión mexicana carezcan de credibilidad y que los periódicos y las revistas de información general tengan circulaciones tan bajas (Riva Palacio: 1998, 111-127).

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