La prensa mexicana e internacional nunca se ocupó de saber quién era Ignacio del Valle, cuando menos no antes del decreto expropiatorio que perjudicara al pueblo de San Salvador Atenco en favor del proyecto aeroportuario dirigido por el gran capital imperialista, no le importaba mencionarlo porque se trataba de un simple campesino, el cual, […]
La prensa mexicana e internacional nunca se ocupó de saber quién era Ignacio del Valle, cuando menos no antes del decreto expropiatorio que perjudicara al pueblo de San Salvador Atenco en favor del proyecto aeroportuario dirigido por el gran capital imperialista, no le importaba mencionarlo porque se trataba de un simple campesino, el cual, al igual que otros millones de mexicanos subsisten a duras penas con lo que la tierra y el trabajo da para mantener a sus familias. No era un personaje atractivo para ninguna revista, para ninguna editorial periodística, para ninguna foto, por qué habría de importarles a los neoliberales el pensar y el vivir de una familia campesina, por qué si a final de cuentas en su mente sólo ocupan un lugar a manera de números.
Seguramente cuando se hizo el cálculo para la construcción del aeropuerto, aquellos campesinos sólo aparecían como una simple cuenta para indemnizarse con la cantidad de 7 pesos el metro cuadrado; ni siquiera fueron vistos como importantes a manera de obstáculo, simplemente no eran nadie para ellos.
Pero Ignacio del Valle y su familia ya existían para el valiente pueblo de Atenco, reconocidos por sus convicciones, por su trabajo, por su honradez, porque a lo largo de su vida, y a través de la relación cotidiana con sus vecinos se sabía que eran personas honorables. Ésta condición la reafirmó al ser un protagonista destacado en la lucha por la defensa de la tierra, porque en lugar de tomar la posición cómoda de una imagen pública, Nacho del Valle decidió encabezar a su pueblo luchando con él codo a codo, sin ninguna pretensión de grandeza, siempre era el primero, quien marchaba hasta el frente con su machete sabiendo que el primer golpe de un granadero se lo llevaría él.
Digno sucesor de Emiliano Zapata, Ignacio del Valle se ganó la confianza de su pueblo gracias a su determinación, porque todos sabían que no importando lo que tuvieran en frente, siempre habría un hombre que estaría dispuesto a poner su vida y su integridad física de por medio, que no habría campesino luchando sólo porque a su lado siempre estaría don Nacho.
Por eso es que su figura ha resultado tan emblemática, porque representa en su persona la esencia misma de la resistencia popular, la realidad de la contradicción entre los intereses del capital y los del pueblo. Porque demostraba que el pueblo tiene hombres íntegros y absolutamente capaces de defenderse con los medios que tengan a su alcance, porque demuestra que el avance del capitalismo neoliberal en México no podrá avanzar más si no es sobre los restos de hombres como él.
El Estado mexicano se cubría de miedo cuando lo oía y lo veía, no podía ser como otros personajes insertados en la política institucional que por más que hablen se sabe que tienen precio, que siempre habrá un puesto, una dieta o una tentación que los haga tambalearse y dar pasos hacia atrás. Para la burguesía y sus cuidadores, Ignacio del Valle es como una fiera a la cual no se le puede domesticar, con la que no se puede tranzar, a la que no se le puede persuadir de que abandone su causa y de la espalda a sus compañeros que junto a él han librado otras batallas.
Representa la posibilidad de que esos hombres cabales y reconocidos por sus pueblos se radicalicen, que no sólo piensen en sí mismos o en sus luchas locales, sino que están dispuestos a escalar, a llevar su lucha más allá de sus propios terrenos, a arriesgarse peleando junto a otros que no conocen pero que saben de su misma condición de clase. ¿Cómo podía el Estado mexicano tolerar que un simple campesino que ayer sólo defendía sus tierras, hoy decidiera sumarse a una gran lucha nacional en contra del capitalismo? Tolerarlo sería admitir que el pueblo en general está al borde del descubrimiento de su condición de clase, que el pueblo está por identificar a su enemigo y decidirse a combatirlo.
Ignacio del Valle, su familia y su pueblo representan el peor de los temores de un Estado que pretende garantizar al gran capital que ésta es tierra fértil para sus proyectos. Representa la posibilidad de que en cada pueblo, por desapercibido que parezca, surjan hombres y mujeres decididos a pelear hasta el último momento antes que permitir al capitalismo arrasar con su dignidad.
Un hombre como Ignacio del Valle no puede permanecer impune- Exclamaban con lamentación los locutores de los medios electrónicos de comunicación, mientras éste era apresado y conducido al penal de exterminio de «El Altiplano», – su libertad es un atentado al estado de derecho– continuaban diciendo para pedir su reclusión.
El ejemplo que el Estado mexicano dio a nuestro pueblo el 3 y 4 de mayo del 2006 resulta muy significativo, ha sido la muestra, reafirmada ese mismo año en Oaxaca, de que se piensa castigar con la mayor dureza a aquellos elementos del pueblo que carezcan de miedo a la hora de enfrentarse con sus fuerzas policíacas y militares, y sobre todo si demuestran el coraje e incorruptibilidad que han caracterizado a del Valle. Pero la cosa no ha quedado ahí, no conformes con intoxicar el pueblo de San Salvador Atenco con gases tóxicos, de allanar casas, violar mujeres, torturar a los detenidos, asesinar a un joven de 14 años y otro de 20, han decidido reiterar contundentemente que no se trató de un error. Ignacio del Valle fue condenado junto con Felipe Álvarez y Héctor Galindo a 67 años de prisión, y la semana pasada han tenido el descaro de sentenciarlos a 31 años más.
Éstas penas son históricas, no las alcanzan ni los más temibles narcotraficantes ni secuestradores, no las alcanzan los asesinos ni los violadores, son penas muy superiores, por ejemplo a las que el régimen de Porfirio Díaz dictó a los huelguistas rebeldes de Cananea que fueron sentenciados a 15 años de prisión.
La situación es alarmante y aterradoramente representativa, en efecto no se trata de un error sino de una política de Estado que claramente apunta a imponer, a como de lugar, los proyectos encomendados desde el imperialismo norteamericano, quien ve con beneplácito todos estos sucesos y confía que a través del terror se puede consolidar un gobierno dócil y afín a sus intereses, tal como lo tuvieron con las dictaduras militares en el cono sur y lo tienen en el régimen narco-paramilitar de Álvaro Uribe Vélez en Colombia.
Lo peor para ellos es que así como no contaban con Ignacio del Valle, por ahora no cuentan con todos y cada uno de los mexicanos que permanecen ocultos en su parcela o en su centro de trabajo, pero que son hombres y mujeres decididas, dispuestos a salvar sus derechos y su dignidad, es decir, no cuentan con que el pueblo mexicano tiene entre sus filas a miles como Ignacio del Valle y que tarde o temprano los van a conocer. Para todos ellos la sentencia está dictada, si se atreven a luchar serán condenados a morir en una cárcel de máxima seguridad y serán difamados públicamente en todos los medios masivos de comunicación.
Lo que no podrán impedir tampoco, será que cada vez más, Ignacio del Valle se convierta en un referente de lucha para el pueblo mexicano, que cada vez sean más quienes sigan su ejemplo y además de luchar por sus reivindicaciones, luchen también por liberarlo, porque así corresponde, porque hasta el último momento Ignacio del Valle peleó defendiendo a los campesinos y arriesgándose con ellos, porque él es uno de ellos.
[1] Maestro en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Militante del Comité de Lucha por el Movimiento de Emancipación Nacional (COLMENA). [email protected].