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“Hay un grupo en la ciudad, que se llama Cicatriz”

Inadaptados

Fuentes: Rebelión

Los años ochenta marcan el auge en España de la escena musical contestataria y contracultural, de la cual la expresión más enérgica fue aquella que se agrupó bajo el mote de «rock radical vasco». Alejadas de los devaneos seudorománticos y pretenciosos del punk británico, de su parafernalia y reformismo, las bandas españolas de punk cantaban […]

Los años ochenta marcan el auge en España de la escena musical contestataria y contracultural, de la cual la expresión más enérgica fue aquella que se agrupó bajo el mote de «rock radical vasco». Alejadas de los devaneos seudorománticos y pretenciosos del punk británico, de su parafernalia y reformismo, las bandas españolas de punk cantaban directamente en contra de la putrefacción que la recién llegada democracia tenía que ofrecerles. Kortatu, La Polla Records, Eskorbuto, MCD, Cicatriz y demás grupos hicieron música, aunque no siempre de manera consciente, por y para la revolución.

Cicatriz fue uno de los conjuntos más descarnados de que se tenga memoria en la música de habla española. Punkis oriundos de Vitoria-Gasteiz en el País Vasco, la formación produjo uno de los documentos sonoros más intemporales y vitales del punk: el vinilo Inadaptados. Como todo buen documento de cultura, puede también ser visto como un genuino documento de barbarie, ya que a través de sus catorce temas desfilan las miserias cotidianas y su impugnación certera, contundente y visceral por parte de unos chavales adictos a la heroína y sin preparación artística.

Desprecio por la policía, los hombres de Estado y la estructura burocrática que se encarga de prolongar el imperio del capital puede escucharse poderosamente en temas como En comisaría, Goma 2, Cuidado burócratas y Botes de humo. Mientras que en una de las letras más inteligentes y audaces del álbum (Desobediencia) comprenden que todo poder se construye con la participación misma de los subyugados: «Acaba esta jerarquía, en vez de venir por mí. Todas esas sucias leyes no están hechas para ti. Sólo hay una solución para todas las potencias, no les sigas más el rollo, ¡Desobediencia!».

Las alusiones al tema de las drogas y las consecuencias de su abuso están retratadas en temas como Inadaptados, Hoy en un lugar, Horacio y Reggae de vómito. En este último tema hay una narración espeluznante sobre la adicción:

Un vomitón de sangre me impide respirar

mi cuerpo agarrotado, apenas puede estar

mis ojos desorbitados, cansados y doloridos

salidos de sus orbitas ya no pueden ver más.

Mis pupilas dilatadas comprenden que es el final

ahogado en mis excrementos no puedo aguantar mas

mi cerebro lejos viaja mi cuerpo muerto esta

muerto esta, en la cama ¡jolín que acabe ya!

En Txota cargan en contra de la delación, práctica de terror difundida sobre todo durante el franquismo en España y que minó el tejido social de ese país durante cuarenta años. Por otra parte, en un tema como Inadaptados abordan el tedio, el aburrimiento, lo rutinario y falto de pasión que es la vida cotidiana. Sacrilegio nos cuenta de los abusos pederastas del clero y sobre la represión sexual que la moral católica inflige en los niños. Fuck furcias y Esto saldrá bien forman un engrane fantástico que va evolucionando temáticamente, pues el primero se encarga de revelarnos las nulas perspectivas a futuro que estos jóvenes vascos tenían: «Esperando a que crezcamos para hablarnos del futuro. Yo no creo en el futuro, vete a tomar por el culo». Mientras que la transición a la delincuencia es narrada en Esto saldrá bien, cuya cuenta inicial hasta ocho da la impresión de querer transmitir esa imposibilidad de alterar el camino hacia el crimen en medio de un contexto social tan falto de oportunidades, «la vida es muy dura y es tu última jugada», nos dicen.

Cicatriz participa de la industria musical de manera marginal, arrojando un discurso disidente que actúa no desde una exterioridad tan irreal como alejada, sino desde dentro del torbellino mismo de la vida moderna. Los Zika tocan contra este mundo voraz, lo ponen a bailar cantándole su propia melodía. No articulan su discurso desde una reflexión teórica, sino desde las intuiciones inmediatas más acertadas; no atacan con el bisturí del filósofo, sino con el machete del campesino; son la cabeza de la pasión, antes que la pasión de la cabeza; crítica salvaje, en carne viva, de la realidad; no se detienen a hacer concesiones a nada ni a nadie. Y es que resulta cierto eso de que no se puede transmitir algo de interés tratando con miramientos al público, el mismo que soporta todos los horrores del mundo moderno y se espanta con unos punkis adictos a la heroína que cantan sus himnos llenos de coraje y verdad. Ya Wilde decía que el disgusto de la sociedad moderna por el realismo radica simplemente en que ve su imagen reflejada en el espejo, en este sentido, los Zika son parte del peor recordatorio de lo que esta sociedad es en su más profunda intimidad. «Somos punkis mutantes inadaptados, automarginados seres en un mundo de retrasados», cantan en uno de sus temas.

Su música es expresión de la miseria y, paralelamente, protesta contra esa miseria. Y es que el espíritu del punk surge en un mundo en que el arte ha largo tiempo que está muerto y cuyo proceso de descomposición ha llegado a su anulación formal. Resultado de estas condiciones, el punk no puede estatuir una propuesta estética sino yendo a contrapelo de toda postura estética. Es, inconscientemente, un arte que se instala en la negación, una forma de arte que no es. La música de los Zika está determinada por estos mismos presupuestos y dentro de ellos encuentra su verdad. De este modo, esa instrumentación tejida con texturas ásperas y rudimentarias, reverberando como un cuchillo que desgarra las fibras auditivas; unas letras directas y a la cabeza escupidas por una voz aguardentosa y rasposa, que sustituye el canto armonioso por el alarido ronco y erosionado por el alcohol; una voz que emerge con tanto más poder cuanta menos claridad en las palabras, sólo pueden ser comprendidos en tanto que componentes de una propuesta estética que rema a contracorriente.

Trágicamente marcada por la adicción a las drogas y el alcohol de todos sus miembros, la banda fue, empero, capaz de incorporar estos elementos para darle proyección y fuerza a su mensaje desbocado, descontrolado y altamente certero. Inconformes con la manipulación que del uso de drogas se hacía en nombre de la «vida» los Zika tampoco son autoindulgentes y revelan en su discurso el lado oscuro de la adicción: la resaca, las enfermedades adquiridas en el desmadre, el desgaste de cada fibra dentro del desvergue, la rendición de la vida en el altar de los estados alterados de consciencia; ellos mismos caen víctimas de la adicción al reino de las sombras. Y aun así siempre les valió madres, ya que desde su nihilismo vital siempre le escupieron a la cara a la sociedad capitalista, esa mojigata que no es capaz de superarse a sí misma. «Escupe siempre que puedas / si no vete a la mierda / escupe a tu alrededor / no seas comeculos».

En las letras de la banda destaca la ausencia de consignas y compromisos que pudieran ligarlos a una formación política del momento. No dedican canciones a Desmond Tutu o a la Nicaragua Sandinista ni desprecian abiertamente a alguna figura concreta de la clase política, sino a su casta misma. Los hombres de Estado, aquellos que se encargan de prolongar la miseria presente, así como de beneficiarse personalmente de ella, son arremetidos con toda la vehemencia necesaria: «Nos da lo mismo rojos que blancos que negros, todos son una basura. Hay que quemar todas esas banderas, las banderas a tomar por el culo», decía Natxo en un concierto, mientras que dedican un tema icónico (Cuidado burócratas) para increpar a esos que no importa cuántas mentiras esgriman para presentarse como representantes de los intereses populares, siempre velan por el capital y por sí mismos.

En el contexto social, Cicatriz surgió en medio de la crisis de los años ochenta, que trajo el desempleo masivo y la drogadicción colectiva en Euskadi. En esa situación de pocas perspectivas para el futuro los jóvenes tenían limitadas opciones y mucho tiempo libre. La heroína hizo su irrupción como cataclismo en estos años y es sabido que había cerca de diez mil heroinómanos en el País Vasco a principios de los ochenta. Hay indicios, rumores y un informe policial desaparecido que refuerzan la hipótesis de que se suministraba la droga desde la guardia civil a los distribuidores que la hacían llegar a la población. Derivada de la adicción, surgieron las enfermedades mortales, principalmente el SIDA, que acabó con miles de vidas, incluidas las de los integrantes del grupo.

Hijos de su propio tiempo, los Zika no quisieron ser superiores a su época, sino en el mejor de los casos, ser su época. Ellos mismos ya eran adictos a la heroína antes de tocar en grupo de punk, cuyo abuso los llevó a todos y cada uno a la gran tocada en el cielo. Los Zika rehuyeron caer en compensaciones y vivieron al límite, se entregaron a la embriaguez. Alejados de esa conservación del Yo burguesa, de ese término medio vulgar que no es capaz de entregarse ni al ascetismo o de vivir intensamente, los Zika fueron siempre conscientes de que no se puede vivir intensivamente más que a costa del yo. Traspasaron los límites de lo burgués, rechazaron el cómodo término medio y llegaron a lo trágico.

Conscientes de que el arte está muerto y de que la subversión sólo se puede llevar a cabo dentro de los límites de una vida, los Zika llevaron su sedición más allá: hasta la muerte. Ellos mismos se encargaron de dictar su propio epitafio de manera contundente y rabiosa: «Escúpele en la tumba, se ha jodido el muerto».


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.