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Incertidumbres y vicisitudes políticas

Fuentes: Rebelión

El dilema para el tipo generalizado de político es ¿cómo conservar el poder? El problema para una coyuntura política, en un periodo descendente, si se puede hablar así,  conservando la analogía con el comportamiento de los ciclos medios económicos, es como volver a encontrar un punto de inflexión que convierta la curva descendente en una […]

El dilema para el tipo generalizado de político es ¿cómo conservar el poder? El problema para una coyuntura política, en un periodo descendente, si se puede hablar así,  conservando la analogía con el comportamiento de los ciclos medios económicos, es como volver a encontrar un punto de inflexión que convierta la curva descendente en una curva ascendente. El tema crucial de un partido gobernante, más si es un gobierno progresista, es ¿cómo evitar quedar atrapado en la mirada del espejo del  poder? Mirada que lo desconecta de la «realidad», le hace creer que la «realidad» es la imagen que tiene de ella el poder, que no es otra cosa que una perspectiva vista desde el palacio. Si no se resuelven estos problemas, incluyendo la obsesión del político por preservarse en el poder, el decurso probable es el del desgaste cada vez mayor, mayor vulnerabilidad ante las contingencias, sobre todo por asentarse en fuerzas internas cada vez más corroídas.

La coyuntura política por la que pasa Bolivia es particularmente complicada.  Un proceso de cambo en crisis, plagado de contradicciones, a pesar de sus reformas. Una segunda gestión de gobierno de carácter, mas bien,  regresivo, en contraste con la primera gestión de gobierno. La paradoja es que la primera gestión no contaba con la Constitución, en cambio la segunda gestión sí. En la primera gestión se convoca a la Asamblea Constituyente y se nacionalizan los hidrocarburos; en la segunda gestión se incumple con la Constitución, a pesar de contar con los 2/3 del Congreso. Gobernantes, cuya psicología narcisa y engreída los enajena, cada vez más alejados de una lectura adecuada de la «realdad», cada vez más apegados a la ilusión de su propia propaganda. Una segunda gestión donde preponderan errores crasos, como la medida del «gasolinazo»,  el conflicto del TIPNIS, la represión en Chaparina, cooptación indiscriminada, sin institucionalidad, de los Órganos del Estado, cooptación descomedida de todas las dirigencias sociales, sin darles espacio para su propia autonomía, autogestión y deliberación. Una política exterior sin rumbo, salvo los conocidos chauvinismos de todos los gobiernos. Lo de la defensa de la madre tierra quedó atrás; el último gesto, en esta perspectiva, fue la contra-cubre de Tiquipaya.  Entrega cada vez más notoria a la dependencia de las empresas trasnacionales, en minería y en hidrocarburos, a pesar, que en este último caso, se los nacionalizaron. Un desborde de excesos electoralistas, que imprimen un sello artificial al llamado proceso de cambio, dejando de lado la evaluación «objetiva»  de lo que ha acontecido y de lo que acontece. Todo esto, errores garrafales, en política, encubiertos por una compulsiva y descomunal propaganda y publicidad, como si estos recursos comunicacionales pudieran cambiar los hechos, los eventos y los sucesos.

La particularidad de la coyuntura radica no tanto en que está teñida por el ambiente electoralista, sino que el gobierno ya comienza a enfrentar un cierto reagrupamiento de la llamada «derecha», además de un «centro», y sobre todo de una ofensiva retomada por los dispositivos de intervención del orden de dominación mundial. Esto último no tiene nada que ver con el esquematismo repetido del «antiimperialismo» del siglo pasado, discurso mecánico con el que pretenden legitimarse los regímenes progresistas, a pesar de sus contradicciones, ungiéndose con el fantasma de antiguas luchas heroicas contra el imperialismo real de entonces. Esto último, la intervención de los dispositivos de dominación, tiene, mas bien, que ver con el aprendizaje de los dispositivos mencionados, de las lecciones aprendidas por éstos, de las revueltas, rebeliones, levantamientos y movilizaciones populares contra el proyecto de despojamiento y desposesión neo-liberal. Las convocatorias de las resistencias a los gobiernos progresistas, como en el caso de Venezuela, tienden a ser masivas, debido, no tanto a la conspiración, como a las  contradicciones de los gobiernos progresistas y sus inconsecuencias.  Las convocatorias de las resistencias a los gobiernos autoritarios, como en el caso de la «primavera árabe», han sido multitudinarias. No se puede explicar estas movilizaciones, de ninguna manera, por la intervención foránea, aunque la haya habido. Ocultar los núcleos de las crisis no ayuda en nada a comprender la mecánica de las fuerzas en juego en estas crisis políticas.

En cierto sentido, la geopolítica de dominación del orden mundial es nueva, debido a este aprendizaje. La simulación de revoluciones, de revueltas y movilizaciones, otorgándoles un carácter anti-autoritario, por lo tanto «democrático»; revueltas, revoluciones y movilizaciones que no se inventan,   pues son generadas por el descontento de la gente y por las contradicciones de los procesos en cuestión. La intervención no está en inventar estos sucesos, no podrían hacerlo, está en participar en ellos, buscando un desenlace propicio a sus intereses. Para enfrentar este tipo de intervención no sirve para nada recurrir al viejo discurso «anti-imperialista», de un «imperialismo» que ya no está, aunque haya dejado su fantasma. Lo importante es visualizar las transformaciones del imperialismo, su nueva estructura de funcionamiento, su carácter histórico en el presente, su relación categórica con el sistema financiero internacional y las trece mega-empresas trasnacionales extractivistas. Lo indispensable es comprender su fisonomía política actual, el proyecto de poder inherente, la participación en este orden mundial del capital de las nuevas potencias emergentes, sin caer en el ingenuo discurso de que son las nuevas potencias que disputan al «imperialismo» la hegemonía, sin ver que forman parte del imperio, cuya estructura se fortalece con su participación.

La intervención de estos dispositivos no se la combate negando la «realidad», negando que hay descontento, que hay contradicciones, que hay movilizaciones, sino aceptando estas manifestaciones como expresiones sociales de la crisis política. La habilidad consiste en separar lo que corresponde al descontento social de lo que corresponde a la intervención, que puede ser mediática o adquirir un tono más directo. El reconocimiento de que hay problemas ayuda a avanzar en su resolución. Los conflictos sociales no se resuelven con represión, ni con la estigmatización de la movilización; se los resuelve buscando desvanecer las causas del conflicto, buscando soluciones de consenso. El aprendizaje político es permanente, la adecuación a la coyuntura y nuevas circunstancias debe ser continua; cerrarse a esta flexibilidad es como decir lo que sé ya es todo, eso basta; las verdades que manejo son las últimas, definitivas. Todo lo que contradice estas verdades es reaccionario y debe ser descartado. Cuando se tiene este tipo de actitudes es como anunciar el comienzo del fin. Se anuncia el crepúsculo de un régimen que ya no quiere aprender nada, tampoco quiere adaptarse a las exigencias de la coyuntura.

La parición de Gonzalo Sánchez  de Lozada en la televisión, respondiendo a una entrevista, reconociendo errores, confesando presiones, concluyendo que él prefirió renunciar a enfrentar una guerra civil, es sintomática, en esta coyuntura. Una coyuntura signada además por las denuncias del ex-fiscal Soza, del oficial Ormachea, por la fuga de ciudadano estadounidense Jacob Ostreicher y del senador Roger Pinto. En un momento cuando sale a relucir que la operación en el Hotel de las Américas en Santa Cruz de la Sierra, contra el supuesto grupo terrorista y separatista, fue un montaje sangriento. Independientemente de las conexiones de este grupo con los empresarios cruceños o, en su defecto, con el gobierno. A esta situación pavorosa hay que añadirle la extensión dramática de la economía política de la cocaína. No es pues casual esta aparición, teniendo en cuenta la proximidad de las elecciones.

Las hipótesis de los escenarios pueden ser variadas; empero, interesa, especulativamente, hurgar en alguna. Desde la caída del ex-comandante de Policía René Sanabria hasta la detención del oficial  ex jefe anticorrupción de la Policía boliviana Fabricio Ormachea, los dispositivos de inteligencia cuentan con información, que sea de un tipo  de otro, sea o no verificada, puede ser usada en contra de un gobierno progresista. ¿Qué hay entre manos? ¿Qué es lo que saben? ¿Cómo usaran esta información antes de las elecciones? En otras palabras, el problema no son los frentes que contiende el MAS, para las elecciones, fuera de ser el MAS también parte del problema, sino esta ofensiva de los dispositivos de dominación del orden mundial.

Para dibujar una figura ilustrativa, el proceso de cambio, que no es ninguna persona, ni sujeto, como suele confundirse, sino un acontecimiento, se encuentra abandonado a su propia suerte; vagando entre las corrientes de la turbulencia política, en la composición de una trama ya contada. Un proceso de cambio no asumido por el gobierno progresista, salvo demagógicamente o en el festejo simbólico de transformaciones ausentes; un proceso de cambio en crisis, que si no ha muerto ya, enfrenta la ofensiva de los dispositivos internacionales frente a los gobiernos progresistas de Sud América.

Obviamente, la defensa de estos procesos de cambio no se encuentra en la estridente retórica de gobiernos progresistas, que dicen enfrentar el «imperialismo», cuando no pueden ocultar sus contradicciones ni sus alarmantes corrosiones y corrupciones.  Menos en la opción violenta de la represión. La defensa de estos procesos se encuentra en la crítica, en la movilización crítica, en la lucha contra esta ofensiva internacional, acompañándola con la  lucha contra la burocracia, la demagogia, la impostura, la suplantación del proceso de cambio por un gobierno que usa su nombre para limitar los alcances del mismo, sino es para hacerlo desaparecer, convertido en figura retórica.

La defensa del proceso de cambio no radica en descalificar a los frentes de oposición como «derecha», aunque lo sean, teniendo en cuenta que la nueva «derecha» ya es el gobierno. La defensa del proceso de cambio requiere resolver, en la encrucijada, los problemas, las contradicciones y los obstáculos que lo afligen. La defensa del proceso de cambio es su profundización. Esto requiere del desmontaje del poder, del Estado, de los aparatos de poder y la maquinaria estatal, aunque sea en forma de transiciones desiguales y combinadas; en unos casos más rápido, en otros casos más lento.  Lo que no se puede aceptar es seguir en la trampa, entrampados en la demagogia, en prácticas políticas sin escrúpulos, en costumbres políticas bochornosas reiteradas, además efectuadas a nombre del mismo proceso de cambio. Esta manera de actuar es la de sepultureros dentro de casa.

 

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