Según la UNICEF en A. Latina y el Caribe la población indígena identificada es de 28.858.580 personas aunque, por su parte, el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas afirma que esta cifra oscila entre los 40 y 50 millones. Más allá de estas discrepancias, las organizaciones sociales coinciden con Amnistía Internacional en que […]
Según la UNICEF en A. Latina y el Caribe la población indígena identificada es de 28.858.580 personas aunque, por su parte, el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas afirma que esta cifra oscila entre los 40 y 50 millones.
Más allá de estas discrepancias, las organizaciones sociales coinciden con Amnistía Internacional en que resulta alarmante comprobar cómo se violan continuamente los derechos humanos de decenas de millones de personas indígenas de la región. Así, por ejemplo, hace más de cinco siglos que la mayoría de la población indígena del estado de Chiapas -sureste de México- vive en una situación de marginación, desnutrición, explotación y con un escaso o nulo acceso a los servicios de salud y educación.
En esa zona, a fines del año 1983, un colectivo de indígenas y mestizos conformaron el Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- y el 1° de Enero de 1994, con el anhelo de construir una democracia basada en la justicia, la libertad y el respeto a los derechos históricamente negados a los indígenas, se alzaron en armas contra el estado mexicano y tomaron varios municipios de la región.
Pero su intención no era ser un grupo de iluminados que recurre a las armas para imponer su visión por lo cual, con el paso de los años, abandonaron (pero no depusieron) las armas y -parafraseando a H. Pegoraro- se abocaron a la urgente tarea de tejer junto a los pueblos oprimidos redes de resistencias y rebeldías que los vayan sosteniendo y también propusieron hilvanar colectivamente la utopía de un mundo mejor con los hilos de sus sueños.
Según el EZLN las comunidades donde ellos están se organizan a través de los principios de autonomía, autogobierno y organización colectiva. Así mismo dicen que viven mejor que antes del alzamiento y atribuyen estas mejoras no a las limosnas, o al haberse vendido, sino al producto de la organización interna de las comunidades, de la organización entre comunidades y del apoyo heroico de la sociedad civil nacional e internacional.
Por último cabe señalarse que, frente a las burlas que recibe la Iglesia Católica por el autodenominado «progresismo», el EZLN afirma que sería bueno voltear hacia abajo y encontrar allí toda una corriente de la Iglesia que -como el fallecido Obispo Samuel Ruiz García quien sostenía que el EZLN enarbolaba una justa demanda motivada por el hambre y el reclamo de sus tierras- desafía al Poder, no guarda un silencio cómplice frente a la injusticia ni permanece inmóvil frente a la guerra, y realiza una opción en, por y con los pobres.
Así, parafraseando a Jon Sobrino, podría decirse que el EZLN además de denunciar la «violencia institucionalizada» que los oprime pugna para que se cumplan el mandamiento séptimo, y nadie les robe sus tierras; el quinto, y no mueran más a causa del hambre o la represión; y el octavo, y nunca más se encubra el escándalo de la violencia que hace más de cinco siglos campea en el Tercer Mundo.
(*) Texto originalmente publicado en la Revista Alandar Número 294
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