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Inflación, conspiración y hambre

Fuentes: Cedib/CEPRID

El mes de julio de 2007 en Bolivia se ha caracterizado por haber registrado las temperaturas más bajas de los últimos 16 años y porque los precios de algunos productos han experimentado la subida más elevada en 10 años. A diferencia de los bruscos cambios climáticos, habituales en estas fechas y para los cuales los […]

El mes de julio de 2007 en Bolivia se ha caracterizado por haber registrado las temperaturas más bajas de los últimos 16 años y porque los precios de algunos productos han experimentado la subida más elevada en 10 años. A diferencia de los bruscos cambios climáticos, habituales en estas fechas y para los cuales los bolivianos ya nos encontramos preparados, la variación de los precios despierta un recelo y alarma inusitados en la población, debido a que mengua la capacidad adquisitiva de los ingresos. Además, continua presente en la memoria de todos los bolivianos la nefasta experiencia hiperinflacionaria. Teniendo en cuenta esa sensibilidad, que las autoridades gubernamentales llamadas a cuidar la estabilidad económica no den certeza de que están cumpliendo eficientemente su labor, es una irresponsabilidad; pero, jugar con esa sensibilidad o azuzarla sin fundamento es prácticamente criminal.

Esta última actitud es la que subyace en el intento de los sectores oligárquicos, partidos opositores y prefectos opuestos al actual gobierno de introducir en la mente de todos los bolivianos la idea de que el país se encuentra a las puertas de una hiperinflación, Será necesario verificar si evidentemente nos encontramos ante un proceso inflacionario o no, y de encontrarnos ante el mismo buscar los mejores caminos para contrarrestar sus efectos. ¿Cuál inflación? Un proceso inflacionario se define como aquel donde existe un alza generalizada (se produce en todos y cada uno de los bienes y servicios ofertados en el mercado) y permanente (con subidas continuas y recurrentes) de los precios de las mercancías. Una somera revisión del último informe del Instituto Nacional de Estadística (INE) demuestra que no hay un aumento generalizado de precios. Como indica el Ministro de Hacienda: «la variación de precios en la canasta de productos del Índice de Precios al Consumidor (IPC) entre enero y junio del 2007 muestra que, en promedio, 183 bienes y servicios aumentaron de importe, 59 se mantuvieron constantes y 90 redujeron sus costos; es decir 55% subió de valor, y 45% se mantuvo constante o descendió de precio» (La Razón 15-07-07).

Tampoco existe una subida permanente de los precios Si apreciamos la variación del Índice de Precios al Consumidor (IPC), se constata que si bien existe una tendencia alcista desde mayo de 2006, en los últimos 12 meses la variación de dicho índice ha sido irregular. Su extremo más alto se registran en julio de 2007 con 2,68% de subida, y el más bajo en el mes de abril con – 0,26%, es decir variación negativa.

Sin embargo, es preciso anotar que la variación del ingreso per cápita (IPC) es más elevada que el año pasado. De acuerdo con los datos del INE, la tasa acumulada de inflación a julio de 2007 llega a 6,43%, cuando en el mismo periodo del 2006 era del 2,63%. Esta subida se explica porque actualmente existe una mayor cantidad de dinero en la economía boliviana debido a las remesas que envían al país todos los emigrantes, al aumento de los ingresos por la mayor participación en la renta petrolera, al aumento del valor de las Reservas Internacionales que obliga a que crezca la base monetaria, y también por factores propios de la estación climática que vivimos y, seguramente por los efectos del Fenómeno del Niño.

Desde nuestro punto de vista la situación no es alarmante, por el contrario, pensamos que una inflación leve y moderada es beneficiosa para la salud de toda la economía. Sin embargo, el quid de la cuestión está en saberla administrar y enfrentar, pues evidentemente, los sectores más afectados, por muy leve que sea la inflación, siempre son los que tienen menores recursos.

Los beneficios de una leve inflación

Sólo para algunos economistas neoliberales existe una economía en perfecto equilibrio, donde la demanda agregada (los requerimientos de todos los individuos) coincide perfectamente con la oferta agregada (el conjunto total de bienes y servicios). Es decir, una economía donde todo lo producido satisface plenamente todas las necesidades o demandas de los individuos. Lo normal en cualquier economía real es que lo producido nunca corresponda perfectamente con lo demandado y viceversa, es decir, siempre hay desequilibrio, el mismo que se expresa en la variación de los precios, que no sólo es hacia arriba (inflación) sino también hacia abajo (deflación).

¿De qué depende esa variación de precios? Si bien es imposible captar todas las causas que hacen variar los precios, es decir, las causas para que algunos suban y otros bajen, más aún teniendo en cuenta los miles de productos que existen en el mercado, los economistas han desarrollado una fórmula matemática que les permite tener una idea abstracta de cómo funciona esta variación. La fórmula se expresa de la siguiente manera: MV=PQ, y significa que M (la cantidad de dinero o masa monetaria existente en la economía) multiplicada por V (la velocidad del dinero o las veces que la masa monetaria gira en un determinado periodo, en un mercado) es igual a P (el nivel de precios de todas las mercancías) multiplicado por Q (la cantidad de mercancías existentes en una economía). Una fórmula que siendo útil para acercarnos a la comprensión del fenómeno, no refleja exactamente la realidad. Tan solo nos sirve para comprender que cuando una de los dos partes de la economía se desequilibra, ese desequilibrio se refleja en los precios. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si la velocidad del dinero aumenta, pero no así su cantidad ni la cantidad de los productos? Por supuesto que los precios subirían, del mismo modo que bajarían si por un aumento de la productividad eventualmente se tiene una mayor oferta de productos.

La fórmula indicada, no obstante su utilidad, no autoriza a considerar que la inflación es sólo un fenómeno monetario Esta puede ser su expresión final, pero en la realidad la variación de los precios es efecto de múltiples causas, que pueden ser de índole geográfico, climático, social, político, tecnológico, etc.; que continuamente y siempre están afectando el desenvolvimiento de la economía toda y alterando alguna de las variables que contiene la formula mencionada, rompiendo así el supuesto equilibrio que debiera existir entre MV=PQ. Por lo que, no es inexacto decir que toda economía siempre recibe presiones inflacionarias y deflacionarias de diversa índole y en distintos momentos, evidencia ésta que da asidero a una conclusión principal: el problema con la variación de precios no es en sí misma la variación sino en cuánto varían los mismos.

Así, la cuestión a resolver es ¿preferimos una inflación alta, una baja, o tal vez una deflación? Para responder nuestras interrogantes, comencemos por la deflación. Esta significa que una baja generalizada de los precios no implica que la economía marche «viento en popa» Por el contrario, indica que la economía anda muy mal, al punto que los artículos van perdiendo su valor y no es rentable ya su producción. Sus efectos pueden ser catastróficos debido a que desincentiva la inversión, ocasiona que los negocios cierren, amplía la tasa de desempleo y empuja a la economía a la recesión, motivos por los cuales nadie en su sano juicio podría recomendarla hoy. En cambio, una inflación leve y no recurrente («reptante» como le dicen los especialistas) muestra que una economía está en movimiento y creciendo. Es decir, más que señalarnos que la economía está cerca de un equilibrio, nos muestra que tanto la producción como lo demandado van casi a paso contiguo, una tras de otra. De hecho existen estudios que demuestran que una leve tasa de inflación guarda una relación inversa con la tasa de empleo. Es decir, si la tasa de inflación es baja, el desempleo es alto y, viceversa, si la inflación es alta el desempleo es bajo. Ciertamente que tasas excesivamente elevadas de inflación (hiperinflación) también son nefastas para la economía, porque la subida continua de precios ocasiona una rápida perdida del poder adquisitivo del ingreso. Además, la incertidumbre que se genera sobre los ingresos a percibirse y el mantenimiento del valor real de los mismos, obliga a consumir más y a sobre-demandar todos los artículos producidos, lo que genera un efecto en cadena que da lugar a la especulación y el agio. A su vez, una hiperinflación también desincentiva la inversión debido a que los productores no tienen certeza sobre los retornos a obtenerse, lo que termina generando casi inmediatamente desempleo.

Si lo recomendable es una inflación baja, nuestra cuestión se reduce a ¿qué nivel debería alcanzar ésta? ¿cuál es el punto óptimo para una inflación leve? Lo cierto es que no existe acuerdo al respecto. Sin embargo, aquí es dónde la formula que explicamos líneas arriba puede tener mayor utilidad, pues permite comprender que los Bancos Centrales pueden influir en la tasa de inflación, ampliando o reduciendo la cantidad de dinero que circula en la economía. De hecho, en todo el periodo de «ajuste estructural» en América Latina repetidamente se ha contraído la masa monetaria al punto que, con el pretexto de «estabilizar la economía», en muchos casos solamente se ha conseguido su estancamiento. En nuestro país particularmente, esas medidas han tenido un carácter marcadamente recesivo. En línea contraria a la tradición neoliberal, aquí proponemos usar la política monetaria no sólo para detener la inflación, sino también para impulsarla y mantenerla en niveles acordes con el crecimiento económico que se quiere lograr.

En ese sentido, para una economía como la boliviana una tasa de inflación que alcance los temidos «dos dígitos», por ejemplo del 10% o 12% anual, no debería ser preocupante si la misma va paralela a una tasa elevada de crecimiento. Perseguir tasas de inflación extremadamente bajas no es más que una copia esquemática de lo que acontece en Estados Unidos y Europa, países que han optado, y pueden hacerlo, por mantener una inflación del 2% al 3% anual. Para Bolivia dichos niveles de inflación no sólo son un lujo sino una aberración que haría lindar a nuestra economía en la recesión. Es menester comprender que nuestra realidad económica no es similar a la de los países mencionados, ni nuestro aparato productivo, ni nuestro comercio exterior, ni nuestras reservas internacionales, ni nada nos hace comparables, por lo que tampoco deberíamos intentar equipararnos en niveles de inflación.

La comprensión de los beneficios de una inflación leve actualmente es generalizada y, además, tiene su asidero en que es preferible afrontar los problemas derivados de ésta, que enfrentar las dificultades que el estancamiento y el desempleo acarrean. Siendo así ¿a qué viene tanto alboroto respecto al actual porcentaje de inflación en Bolivia?

Desestabilización económica y conspiración

El año 2006 la inflación boliviana estaba por debajo del promedio latinoamericano. Situación que cambia si observamos el primer semestre del 2007, donde la inflación se ubica ligeramente por encima de dicho promedio, pero por debajo de la inflación argentina, colombiana, costarricense, guatemalteca, nicaragüense, uruguaya y venezolana. Si prestamos atención al registro mensual, en mayo hay muchos países con un nivel por encima de Bolivia, pero notoriamente, la inflación chilena y estadounidense ha sido superior a la boliviana. Sólo en el mes de junio el nivel alcanzado por nuestro país es superior al resto de los países, pero no de Chile. Lo que nos induce a preguntar ¿en alguno de los países mencionados se han «rasgado las vestiduras», los medios de comunicación se han alineado denunciando el «proceso inflacionario» y la «inflación descontrolada»; o sus gobiernos regionales han tenido el descaro de organizar «marchas de ollas vacías» y movilizaciones en «defensa de la canasta familiar»? Evidentemente en ninguno, sólo en Bolivia. Es más, junio de 2007 no fue la primera vez que en el país se conoció una tasa mensual cercana al 0,85%. Véase solamente que en 1996, año de la capitalización y de la «gran atracción de capitales e inversión extranjera hacia el país», se registra cuatro meses de inflación por encima de dicho nivel. Empero, como bien se recordará, en ningún momento hasta julio de 2007 esos niveles de inflación dieron paso a una campaña sañuda y malintencionada que azuzara el fantasma de la inflación.

En la revisión de los datos nos concentramos en el primer semestre y, particularmente, en el mes de junio de 2007, porque la inflación registrada ese mes fue la que dio motivo a «opinadores», economistas y medios de comunicación claramente contrarios al gobierno, para que descubrieran el «brote inflacionario», el «alza de precios y la escasez», el «coletazo de la inflación» y, para el colmo, revelaran que «la inflación preocupa a la región» latinoamericana. No será necesario mencionar la actitud de algunas empresas televisoras y radiales al respecto, pero baste mencionar que un conteo de editoriales, artículos de opinión y noticias denunciando la inflación, realizado por el CEDIB en 12 periódicos de circulación nacional, arroja la cifra de 125 sólo en el mes de julio de 2007, sin contar las notas replicadas y repeticiones. Es decir, un promedio de 4 artículos por día. Sólo a la nacionalización se le prestó tanta atención, con la diferencia de que al menos existían noticias y artículos favorables a la misma. Sin embargo, el extremo del cinismo se mostró cuando la prefectura de Cochabamba y el Comité Cívico Pro Santa Cruz montaron movilizaciones en contra del gobierno a título de defender el poder adquisitivo de sueldos y salarios. En efecto, la inflación de junio dio pie -como se ha visto hasta ahora, sin fundamento ni razón- para la puesta en escena del «fantasma de la inflación» y de «udepización» de la economía.

Para desnudar el objetivo desestabilizador en estas actitudes habrá que preguntar dónde estuvieron y qué dijeron esos seudoanalistas y los «profesionales del equilibrio del mercado», como la actitud de los medios de comunicación y los actuales dirigentes cívicos y prefectos, cuando en meses pasados se registraron similares niveles de inflación. No obstante, habrá que reconocer que tuvieron un relativo éxito, pues las falsas expectativas y la zozobra creada irresponsablemente vino a sumarse a todas las presiones inflacionarias haciendo que la tasa correspondiente a julio se eleve artificialmente al 2,68%.

Este artificio inflacionario entronca perfectamente con el proceso de desprestigio y desestabilización que sistemáticamente vienen impulsando estos sectores en el país. No importa lo que hagan el gobierno y los movimientos sociales, todo es bueno para denostarlos. Tampoco importa si existe fundamento o no, todo es bueno para comenzar a perturbar y generar conflictos artificiales. Sería muy largo de enumerar todos los hechos de este proceso que el Senador Peredo Leigue ha venido a llamar «esquizofrenia conspiradora». Sin embargo, será necesario anotar que en este camino, utilizar el fantasma de la inflación, con seguridad que es un intento mucho más serio y efectivo para los afanes conspiradores que, por ejemplo, el enfrentamiento entre mineros de Huanuni, la provocación y promoción de la confrontación en Cochabamba el 11 de enero, las repetidas golpizas y amedrentamiento a dirigentes indígenas en Santa Cruz, el entrabamiento de la Asamblea Constituyente, etcétera.

Aquí habrá que hacer una precisión. Los conspiradores no sólo apuntan a detener al gobierno y los cambios que está impulsando. Buscan «sentar la mano» a los movimientos sociales, particularmente al movimiento indígena que en última instancia es el verdadero impulsor de la Asamblea Constituyente, de la Ley de Reconducción Comunitaria y de la Autonomía Indígena. La inflación, aunque leve, afecta más a los más pobres

No obstante toda nuestra argumentación a favor de la inflación leve, lo evidente es que cualquier subida de precios por mínima que sea afecta a los sectores que tienen ingresos bajos. Las estadísticas del INE demuestran que aquellos artículos que son básicos e imprescindibles en el consumo de los hogares más pobres, como los alimentos (pan, verduras y carne), el transporte y la comunicación son los que más han subido de precio y más han incidido en la tasa de inflación actual. A diferencia de aquellos bienes que son parte de la canasta de consumo de los hogares con mayores ingresos.

La resolución de este problema no pasa, reiteramos, por llevar adelante medidas recesivas que contraigan el movimiento económico, sino por ejecutar políticas públicas de promoción del empleo y de redistribución del ingreso. Aquí es donde más está fallando el gobierno de Evo Morales, cuya política económica, con alguna diferencia de matices, es tan fondomonetarista como la que aplicaron anteriores gobiernos.

Nos explicamos. Ante el fantasma inflacionario, el Ministerio de Hacienda, el de Planificación y el Banco Central de Bolivia, adelantándose a los consejos de prominentes «neoliberales», ya han anunciado que «aumentarán las tasas de interés», «ampliarán las operaciones de mercado abierto» y «aceleraran la apreciación del tipo de cambio». Lo que en castellano popular quiere decir que retirarán el exceso de dinero existente en la economía y abaratarán las importaciones, con el claro objetivo de contraer la economía y el aparato productivo boliviano. Ninguno de los personeros de estas instituciones se ha pronunciado a favor de generar empleo productivo, con calidad y estabilidad, ni a favor de crear mecanismos de redistribución del ingreso, siquiera comparables con el Bonosol o el bono Juancito Pinto. Nada de nada. La situación sólo puede explicarse porque el neoliberalismo no quiere decir que el Estado no intervenga, sino que intervenga sólo para «facilitar», «promover» y «regular» el funcionamiento del mercado y la actividad privada. Subyace en esta visión que sólo la empresa privada, nacional o extranjera, puede generar empleo e impulsar el desarrollo del país.

Para muestra basta un botón. Veamos por ejemplo el uso de los recursos obtenidos del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH). El mismo en manos de Prefecturas y Municipios sólo es usado para realizar obras, incluso cuando se dice que los mismos se destinan a educación y salud, se está haciendo referencia principalmente a obras de infraestructura en dichos sectores. No es que hacer obras esté mal en sí mismo, sino que si no corresponde a un plan integral de desarrollo, su efecto es prácticamente nulo. Para nadie es desconocido que con el dinero del IDH sólo se está reactivando la construcción, no así la agricultura o la manufactura. No puede ser de otra manera, porque el fundamento neoliberal enseña que el Estado, sea en su representación nacional, departamental o municipal, no puede inmiscuirse directamente en actividades productivas. Encima, el empleo que se va generando en construcción es totalmente precario, con salarios bajos, sin estabilidad laboral y sin seguridad social.

En esas condiciones, cualquier subida de los precios fácilmente puede sembrar el descontento en los sectores más empobrecidos del país y dar pie a cualquier actividad desestabilizadora de la oligarquía boliviana, que se resiste tenazmente no sólo a la transformación radical del país, sino a perder sus privilegios. Para evitarlo, la política del gobierno tiene que dejar su enfoque neoliberal y hacer que el Estado en sus diferentes niveles, no sólo facilite y regule la actividad privada sino intervenga directamente en el proceso productivo. Desde la perspectiva de los movimientos sociales la situación también exige que las comunidades, las OTB’s y los barrios participen directamente para contrarrestar la promoción de la inflación, la especulación y el agio. De hecho, ante la subida del precio del pan en Oruro y Cochabamba, las Juntas Vecinales se han hecho cargo de su elaboración y comercialización, sacando así a los especuladores y evitando que aumente de precio. Esta es sólo una muestra (que debería generalizarse en otras ciudades y para otros productos) de cómo desde abajo puede contrarrestarse la desestabilización y efectivamente hacernos cargo de lo que atañe con nuestras necesidades básicas.