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Inquilinos de la explotación laboral

Fuentes: Rebelión

En un momento en el que las reivindicaciones sociales se han puesto al servicio de producciones comerciales, se ha olvidado cualquier perspectiva de clase y el mensaje se ha convertido en un banal ejercicio de entretenimiento; debemos recuperar películas como Pan y rosas, de Ken Loach, donde los creadores se comprometen con una lucha y la idea triunfa frente la mera distracción.

Loach nos relata las reivindicaciones laborales de un grupo de trabajadoras y trabajadores de la limpieza en un gran edificio de oficinas, pero en realidad abre su reflexión a todos los temas que hoy nos preocupan. Porque, en la obra, los sindicatos centran sus presiones sobre una serie de personas concretas: los inquilinos. Es decir, son aquellas corporaciones que utilizan el edificio quienes pueden exigir a los propietarios que se cumplan los derechos laborales.

Los inquilinos hoy somos todos, como consumidores nos encontramos en uno de esos enormes edificios que nos presenta Loach y tenemos la capacidad de negarnos a formar parte de un sistema que esclaviza a sus miembros para ofrecer productos más baratos.

En un principio, el modelo está claro, es una injusticia que se retroalimenta: al haber salarios bajos, se acaba recurriendo a bienes de consumo que se amoldan a lo que podemos pagar, gracias a ser producidos con unas condiciones laborales deplorables. Sin embargo, lo más grave es que muchos de esos bienes, especialmente perjudiciales para los derechos laborales, son productos efímeros ligados a las modas o la satisfacción de una necesidad creada por la publicidad.

Estas empresas no incluyen habitualmente productos de primera necesidad. Es verdad que también existe una disminución de los precios, acomodada a la disminución de los sueldos, que nos lleva a adquirir bienes de primera necesidad nacidos fruto de un sistema de producción abusivo con, además, grandes costes ecológicos. Pero de lo que hablo en este texto es de algo mucho más terrible: un sistema con ese mismo coste ecológico y encaminado hacia una esclavitud moderna, simplemente por un mero capricho. Aquí ya no se trata de elegir un elemento más responsable que otro, sino en negarse a consumir en este modelo.

Los medios de comunicación llevan mucho tiempo asustándonos con lejanas dictaduras que ni siquiera existen, hablándonos de la falta de derechos en uno u otro país al que simplemente quieren doblegar como hicieron hace años, mientras nos ofrecen en nuestro propio país una serie de elementos que están directamente relacionados con la explotación. Esta es una explotación real, donde los esclavistas somos ahora nosotros. Ya no es un gobierno malvado o una gran corporación como la de las oficinas del citado filme de Loach, es nuestra casa la que se convierte en un estado autoritario que roba derechos a parte de sus ciudadanos.

Con este texto no les pido que empiecen a aplaudir a un país concreto ni que abucheen a otro, sino que piensen qué país están construyendo aquí y ahora. Un país con cultura, ciencia y derechos laborales o una jungla de consumismo que genera mentiras para sentirnos bien, entretenimiento para no pensar y deseos banales que dejan un sangriento rastro hasta llegar a nuestra puerta.