En su discurso ante miles de personas la noche del domingo 27 de octubre, el presidente electo Alberto Fernández ratificó la exigencia de «Lula libre», coherente con la solidaridad expresada al expresidente brasilero durante la visita que le hiciera a inicios de julio pasado en la prisión de Curitiba. La victoria del peronista Frente de […]
En su discurso ante miles de personas la noche del domingo 27 de octubre, el presidente electo Alberto Fernández ratificó la exigencia de «Lula libre», coherente con la solidaridad expresada al expresidente brasilero durante la visita que le hiciera a inicios de julio pasado en la prisión de Curitiba. La victoria del peronista Frente de Todos, de centro-izquierda, abre una nueva perspectiva en cuanto a las prioridades diplomáticas en un continente controlado, en los últimos cuatro años, por gobiernos neoliberales, con fuerte dependencia de las directivas de la Casa Blanca.
Pocos días antes de los comicios, el 8 de octubre, Alberto Fernández recibió en Buenos Aires a Daniel Martínez, candidato presidencial por el Frente Amplio uruguayo, insistiendo en la necesidad de un urgente reforzamiento regional y del Mercosur. Y anticipando la intención de Argentina de retirarse del Grupo de Lima, mecanismo promovido por Washington para intervenir en la política interna de Venezuela y con el cual el Gobierno de Mauricio Macri se identificó plenamente durante su mandato. Para el dirigente del Frente de Todos, la iniciativa Uruguay-México con respecto a Venezuela sigue siendo una referencia diplomática válida que debe imponerse a cualquier arrebato intervencionista.
Reforzar el eje Argentina-México
Su primer viaje internacional, luego de los comicios, Fernández lo hace la primera semana de noviembre a México, para reunirse con Andrés Manuel López Obrador, anticipando lo que podría ser en el futuro un nuevo eje integrador regional, equilibrando así, de hecho, la visión internacional totalmente diferente promovida por el presidente brasilero Jair Bolsonaro.
Quien no solo durante los últimos meses boicoteó abiertamente la candidatura de Fernández -reiterando durante toda la campaña electoral su apoyo al hoy derrotado Mauricio Macri-, sino que el lunes 28 de octubre volvió a atacar y menospreciar el ejercicio popular en Argentina, argumentando que los «argentinos habían votado mal». Su canciller, Ernesto Araújo, fue más lejos y horas más tarde, declaró haber visto en la elección de Fernández «la acción de las fuerzas del mal».
Este rediseño continental que empezó a confirmarse en torno al urnazo del 27 de octubre, aunque sorprenda por su rapidez, tiene raíces en la historia reciente del país. Coherente con la visión geopolítica promovida por el kirchnerismo entre el 2003 y el 2015 (un gobierno de Néstor Kirchner y dos periodos presidenciales de Cristina Fernández de Kirchner), del cual se nutre el programa electoral de la coalición ganadora.
El kirchnerismo es uno de los sectores esenciales en torno al cual se construyó el Frente de Todos, que logró reunificar a la casi totalidad del movimiento peronista y que integró, entre otros, a sectores minoritarios de los históricos partidos radical y socialista; al Partido Intransigente; al Partido Comunista, así como a fuerzas de la izquierda como el Partido Solidario y Nuevo Encuentro ambos fundados hace algo más de una década.
Del No al ALCA, al sí a la integración regional
En su plataforma, la coalición triunfante en los comicios argentinos subraya que «la tan declamada vuelta al mundo del Gobierno de la Alianza Cambiemos se limitó al regreso a los mercados del crédito internacionales que culminó con la vuelta al Fondo Monetario Internacional». En su diagnóstico, la fuerza encabezada por Alberto Fernández, considera como equivocada esa lectura de la situación internacional, ya que «llevó a una pérdida de la centralidad del proyecto de integración regional, a una apertura comercial indiscriminada y a un acelerado ciclo de endeudamiento externo».
Para la coalición triunfante, se asiste al «fin del orden unipolar en el sistema internacional» y a la emergencia de un «sistema multipolar con un mayor número de actores clave», lo que lleva a un aumento de tensiones porque las modificaciones de «hegemonías y en las relaciones de fuerzas no se dan sin conflictos tensiones»
Detrás de muchas de estas definiciones geopolíticas para el futuro, aparece el No al ALCA del 2005. Fue en Mar del Plata, en noviembre de ese año, durante la IV Cumbre de las Américas, cuando a iniciativa de Néstor Kirchner, Lula y Hugo Chávez, se decretó la muerte de la propuesta de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas, con marcada supremacía norteamericana, promovida por el presidente George W. Bush.
Todo indica que la política exterior que promoverá el nuevo gobierno argentino a partir del 10 de diciembre del año en curso buscará reforzar el Mercado Común del Sur (Mercosur); relanzar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC) así como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Reforzando la trascendencia de la región sudamericana a nivel global y recuperando una visión independiente y autónoma de las relaciones internacionales.
En las cuales, las relaciones privilegiadas de Argentina con Brasil deberían ser una prioridad a pesar del discurso agresivo de Bolsonaro y sus voceros. Para la nueva dirigencia argentina será vital, tal como lo define su base programática, promover relaciones «con todos los países del mundo bajo la premisa de una clara defensa de la soberanía, le interés nacional, la integración regional y el multilateralismo», promoviendo la «democratización del Sistema de las Naciones Unidas».
Los nuevos vientos que desde Argentina soplan en la región se refuerzan sensiblemente en un mes de octubre atravesado por grandes movilizaciones de protestas populares que se vivieron contra Lenin Moreno en Ecuador y que siguen jaqueando al presidente Sebastián Piñera en Chile, promotores ambos de férreos ajustes neoliberales y, en los últimos cuatro años, aliados incondicionales del ahora derrotado Mauricio Macri.
Movimientos de resistencia y protesta social que se consolidan con la reelección de Evo Morales como presidente de Bolivia, el pasado 20 de octubre, -y la aceptación de éste de una auditoría internacional de los sufragios- así como con los resultados esperanzadores en las elecciones municipales de Colombia del último domingo de octubre.
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