El martes 15 de septiembre, muy cerca de la media noche, los abogados de Jacinta Francisco Marcial, Andrés Díaz y Leopoldo Maldonado, del Centro de derechos humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), fueron informados de la inminente liberación de su defendida, por lo que se trasladaron hasta el penal de San José El Alto, […]
El martes 15 de septiembre, muy cerca de la media noche, los abogados de Jacinta Francisco Marcial, Andrés Díaz y Leopoldo Maldonado, del Centro de derechos humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), fueron informados de la inminente liberación de su defendida, por lo que se trasladaron hasta el penal de San José El Alto, Querétaro para llevarla con sus familiares. El miércoles Jacinta comenzó a vivir con intensidad el hecho de ser un símbolo de esperanza en medio de un país confrontado. Representantes de medios de comunicación rodearon su casa exigiendo de una manera muy vehemente una entrevista en un momento en el que ella pasó a recoger algunas cosas. Con su voz sencilla y clara respondió algunas cosas antes de salir con su familia a un lugar más tranquilo. Con la generosidad que nos ha enseñado a todos en este tiempo, se sobrepuso al deseo de regresar a su vida normal y aceptó compartir con el mundo entero su experiencia.
El jueves 17 la expectación nacional e internacional sobre el caso se convirtió en un huracán que comenzó a las 7:30 de la mañana, con entrevistas para las dos cadenas de televisión nacional en vivo, que no suelen brindar esos espacios para casos de derechos humanos. Posteriormente, a las 8:00 junto con sus familiares, el Centro Prodh que la defendió, y Amnistía Internacional que la adoptó como prisionera de conciencia, ofreció una conferencia de prensa en la que lo primero que hizo fue agradecer en su lengua materna, el ñhá-ñhú (u otomí) a toda la gente que la apoyó para lograr su libertad. Con ese gesto reivindicaba su pertenencia a un grupo social discriminado y especialmente volvía a hacer suya la posibilidad de usar esa, la lengua con la que se siente en intimidad con sus hijos, con su esposo, don Guillermo.
Después de eso las preguntas ya no pararían. La única calma (el ojo de ese huracán) llegaría a las dos y media de la tarde, cuando pudo comer con algunos familiares que la habían venido a ver y con sus defensores. Hasta las 8 de la noche estuvo ofreciendo entrevistas a medios impresos y electrónicos, nacionales y de otros países como EU, Alemania, Brasil y Francia. El poder inmenso de su inocencia resuena incluso hasta hoy, cuando medios nacionales reseñan que diputados están llamando a consolidar las reformas al sistema de justicia para evitar casos como el de Jacinta. Según una encuesta de Milenio también publicada hoy, Jacinta fue liberada por la presión de medios y el movimiento nacional de derechos humanos. Tal vez. Lo cierto es que ella en todo momento mantuvo viva su fe y su esperanza y el sábado, antes de regresar a su hogar, fue a agradecer a la Virgen de Guadalupe porque junto con su familia, nunca la abandono. Dicen que la fe mueve montañas. A veces también desmonta injusticias.