El próximo 17 de agosto el ayuntamiento de Orce organiza un acto de homenaje en memoria de José Gibert; este artículo está pensado en la participación del autor en ese acto.
José Gibert fue una persona excepcional, un gran maestro y un científico brillante, cuya actividad científica siempre estuvo estrechamente vinculada a su compromiso social y político, por eso, una de las principales preocupaciones de José Gibert fue la democratización de la ciencia.
Pero, ¿qué significa eso?
Para José Gibert, quién me dirigió una tesis sobre filosofía e historia de la antropología y con quién mantuve intensas conversaciones e intercambié numerosos correos porque estaba escribiendo un libro sobre historia de la ciencia, la democratización de la ciencia no es, voy a decirlo con sus propias palabras, no es -repito-, que una asamblea de astrobiologos decida por mayoría simple que en la Luna hay vida; no se trata de eso, por supuesto. José Gibert no tenía ninguna duda al respecto: democratizar la ciencia significaba simplemente que la ciencia llegase al pueblo, para que el pueblo fuese capaz de entender el significado y el alcance de los descubrimientos científicos y que participase y se integrase en la actividad científica democratizada, algo en lo que puso todo su empeño, como sabe perfectamente la gente de Orce, con quienes compartí algunos de los siguientes hechos, reveladores de la idea que tenía José Gibert de la democratización de la ciencia.
Todos los años, en las fiestas de Orce, José Gibert renovaba su compromiso con el pueblo: pronunciar una conferencia en la que se diesen a conocer los nuevos descubrimientos y los avances que comportaban, todo con una gran claridad y capacidad didáctica. Ese mismo compromiso lo hacía extensible a todos las personas voluntarias que participaban en las excavaciones de Orce.
Otra muestra de esa forma de hacer ciencia que defendió José Gibert a lo largo de su vida se materializó en varias ocasiones en el pueblo de Orce: la primera vez en 1987, cuando puso todo su empeño en hacer realidad el Museo de Prehistoria de Orce, en el que se mostraban muchos materiales originales de los yacimientos de Orce y se hacía una sencilla exposición de darwinismo y la evolución humana; la segunda ocasión en 1995, cuando se logró reunir a 250 científicos de 18 países, entre los que se encontraba Phillip V. Tobias -quien publicó junto con Louis Leakey el artículo en que se definió el Homo habilis, revolucionando toda la antropología evolutiva-; o, la última ocasión, cuando en el año 1997 organizó un curso de verano en Orce. Además del compromiso científico, todas esas actividades, a nadie se le debería olvidar, tuvieron consecuencias económicas y laborales de gran transcendencia para el pueblo.
Ahora bien, intentar llegar al pueblo no significa falta de rigor. ¡Todo lo contrario!
En este sentido, José Gibert, fiel a su compromiso social -siempre afirmaba que la investigación científica solo es posible gracias a nuestros impuestos, por eso debemos devolver lo recibido en forma de publicaciones-, apostó por realizar una investigación de calidad e innovadora. Ahí están, por ejemplo, la apuesta por metodologías radicalmente novedosas en los años ochenta, como los análisis paleoinmunológicos del fragmento craneal VM0, la aplicación de la geometría fractal al estudio de las suturas craneales, el análisis de las estrías de Retzius y de Hunter-Shreger para analizar las piezas dentarias, el análisis de las estrías de descarnación presentes en los restos óseos, el estudio de la paleodieta a partir del análisis de los oligoelementos presentes en los fósiles…
Además, al margen de la divulgación del conocimiento entre las gentes de Orce, José Gibert mantuvo un gran nivel de publicaciones científicas en diferentes revistas nacionales e internacionales, así como en capítulos de libros, tanto editados por él (las monografías de Orce) como editados por otros investigadores; publicaciones, por otra parte, en las que participábamos una gran cantidad de colaboradores y colaboradoras, porque en eso también se proyectaba su idea de ciencia democratizada. Asimismo, no es de menor importancia su implicación en la formación de personas investigadoras, siendo muchas las personas que de alguna manera recibieron su magisterio y su apoyo, entre las que se encuentran Francesc Ribot, Florentina Sánchez, Chelo Jiménez, Roxana Caporicci, Anna Roca…, o quien esto escribe y su propio hijo, Luis Gibert. Un hecho, además, que consideraba fundamental para garantizar nuestra soberanía científica: por eso se negó a publicar el descubrimiento del hombre de Orce con los Lumley en L’ Anthropologie y lo hizo con sus colaboradores de aquel tiempo en Paleontologia i Evoluciò.
En un tiempo de relativismo cultural, de banalización de la verdad (ahora le llamamos post-verdad y fake news) y del todo vale, el compromiso inquebrantable de José Gibert con el proyecto científico ilustrado y moderno, coherente con su compromiso con la democratización de la ciencia, le llevó a formular algunas teorías radicalmente innovadoras, pero que hoy forman parte de nuestro conocimiento y comprensión de la evolución humana. Ahí están, por ejemplo, las siguientes tesis defendidas por José Gibert: la penetración de los humanos en Europa por la ruta del estrecho de Gibraltar hace más de un millón de años; el papel transcendental de las dispersiones humanas en el proceso de diversificación y especiación humana; la coexistencia de varias especies humanas en el mismo tiempo y espacio y en varias ocasiones a lo largo de la historia; la emergencia del pensamiento, el lenguaje, la elaboración de artefactos y en general de la cultura humana a partir de las actividades psíquicas de nuestros antepasados más inmediatos por medio de la selección natural; el papel del trabajo, de la intervención en el medio, en el proceso de formación y evolución de la humanidad; la importancia de la cooperación, el altruismo y la solidaridad en el proceso de evolución humana…
Un conjunto de teorías que muestran un hecho evolutivo muy distinto del que en ocasiones nos presentan, ya que para José Gibert, la ciencia no puede estar al servicio de intereses particulares y de privilegios, por eso siempre rechazó esos discursos que afirman que los humanos somos agresivos por naturaleza o los discursos deterministas que defienden que el capitalismo es el sistema económico mejor adaptado a la naturaleza humana. En este sentido, en una entrevista ofrecida en el año 1985 afirmaba rotundamente que ‘el hombre no es biológicamente agresivo, sin solidaridad no hubiese sobrevivido’.
Hace unas semanas, durante un intercambio de opiniones a raíz de la publicación de un artículo en recuerdo de los 40 años del descubrimiento del hombre de Orce, un viejo camarada de José Gibert, Javier Pardo, me decía: “Leídas ahora [ se refería a las ideas que defendía en una entrevista para el Avant, órgano del PCC], está clarísimo que JG era un hombre a liquidar y a ningunear por el aristocrático y funcionarial establishment del mandarinato académico-universitario”. Hago mías esas palabras, pero añado: hoy, en un momento en que la forma de hacer ciencia que promovió José Gibert, con equipos interdisciplinares, una gran presencia femenina y una organización matricial, se está imponiendo en los equipos de investigación científica frente a otras formas más autoritarias -directamente heredadas del franquismo-; hoy, en un momento en que, ya lo hemos dicho, muchas de las tesis que sostuvo en su momento, están plenamente asumidas por la comunidad científica internacional -a pesar de que hay quien persiste en negar al maestro, algo que otros saben aprovechar oportunamente-; considero que ya va siendo hora de que empecemos a honrar la memoria de José Gibert, atribuyéndole el mérito que tiene: haber sido un renovador de la ciencia.
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