Las luchas de independencia extendidas a lo largo de América Latina en el siglo XIX, trajeron consigo, cambios en la geografía del poder global. Si bien significaron la descomposición y desintegración del imperio español, también fueron importantes para las ambiciones imperialistas de los Estados Unidos, y para la consolidación de otros imperios como el inglés […]
Las luchas de independencia extendidas a lo largo de América Latina en el siglo XIX, trajeron consigo, cambios en la geografía del poder global. Si bien significaron la descomposición y desintegración del imperio español, también fueron importantes para las ambiciones imperialistas de los Estados Unidos, y para la consolidación de otros imperios como el inglés y el francés. México da sus primeros pasos como país independiente, en éste marco global, con una herencia política-económica-cultural colonial que impedía su consolidación como nuevo Estado-Nación, y que hasta ahora permanece en muchos aspectos vigente.
Por su parte, Estados Unidos logró en esos mismos años, una rápida evolución económica, que fue el comienzo de su política expansionista desde las primeras décadas de su independencia. Este deseo de expandir sus dominios, caracteriza al gobierno estadounidense desde entonces, y es la causa, de la guerra de 1847 que llevó a México a ser despojado de gran parte de su territorio en el cual hoy nuestros hermanos latinoamericanos emprenden grandes luchas por su derecho a vivir en condiciones humanas y dignas, y además, contribuyó dicho despojo, durante varios años, al incremento de posteriores conflictos políticos internos sostenidos, principalmente, entre los grupos liberal y conservador que se disputaban el poder en México.
Estos acontecimientos son los que van moldeando el pensamiento antiimperialista de Benito Juárez, el cual, da sus primeras muestras en un discurso pronunció el 29 de octubre de 1847, cuando ejercía el cargo de gobernador de su natal Oaxaca. Al ser informado de la posibilidad de avance de las tropas yanquis hacia el territorio de su estado dice: «¿Veremos con frialdad que viles mercenarios vengan a saquear nuestras casas, […] y a echar sobre nuestro cuello la coyunda de la servidumbre y de la afrenta? No, oaxaqueños. Resolvámonos a perecer, pero a perecer con honor y con gloria. Trabajemos día y noche para prepararnos al combate, y si el enemigo pisare nuestro territorio, hagámosle la guerra sin descanso, disputémosle palmo a palmo el terreno».
Es el Juárez patriota y nacionalista decidido a dar la vida por la defensa nacional, el que convoca a los oaxaqueños y mexicanos a resistir y emprender la «guerra necesaria» contra el invasor yanqui, tal como lo hiciera José Martí años más tarde con los patriotas cubanos frente al imperio español. Ambos ejemplos de grandeza que se extenderían por los países latinoamericanos y que sería pieza clave en la generación del pensamiento de nuestros pueblos, un ideal humano alejado de la arrogancia imperialista.
Las disputas entre naciones que reubicaron el poder económico a escala mundial, dieron, paso a paso, una posición de privilegio a los Estados Unidos, quien bajo la «justificación» demagógica de la «Doctrina Monroe» cuyo fundamento es «América para los americanos», se adjudicó la tutela de los países del continente, oponiéndose abiertamente a toda intención europea de restablecer su dominio en cualquiera de sus antiguas colonias americanas, y bajo la cual fundamentó su intervención en Cuba, de donde saldría hasta el triunfo de la revolución el primero de enero de 1959.
En los tiempos posteriores a la invasión, México albergó una serie de disputas por el poder entre los liberales y los conservadores que duraron varios años, cuyo punto neurálgico fue la Guerra de Reforma. Durante esta época, las clases bajas de México, vivían en condiciones de explotación, marginación, desigualdad e injusticia, y que a pesar de todas las formas de gobierno experimentadas en el historia de nuestro país, estas condiciones permanecen hasta nuestros días, e incluso, se han incrementado y agudizando.
A raíz del término de la Guerra de Reforma, el triunfo liberal, y la consolidación de Juárez como presidente de la República, las fracciones ultraconservadoras del país recurrieron con el fin de cumplir con sus objetivos de derrocar al gobierno liberal a las potencias extranjeras que se disputaban el control de la economía mundial, garantizándoles la sumisión de la población mexicana, y la entrega absoluta del país.
Para tal empresa retrógrada, se unieron Francia, Inglaterra y España, en la Triple Alianza, amenazando al gobierno de México con la invasión militar bajo el pretexto del reclamo de los pagos de la deuda externa que Juárez había derogado tiempo antes. México estaba otra vez frente al peligro de ser convertido en súbdito de los mandatos de un imperio. Situación que Carlos Marx en un artículo titilado «La intervención en México» denominó como «…una de las empresas más monstruosas jamás registrada en los anales de la historia internacional».
No obstante de que no fue la Triple Alianza la que invadió militarmente México debido a la declaración de neutralidad de España e Inglaterra, fue Francia la que no reparó en sus intereses. En 1862 comenzó a irrumpir en el país con el objetivo de establecer una monarquía subordinada a su servicio.
Fue la segunda vez que Juárez se enfrentó a una invasión imperialista, pero ahora, lo hacía como presidente de la república, condición que utilizó para buscar el apoyo de los Estados Unidos para la defensa nacional. Pero este país se encontraba sumido en una Guerra Civil que le impedía hacer frente a las potencias europeas, por lo que únicamente aportó mediante un discurso ambiguo su apoyo moral a México, y una práctica contradictoria comercializando armas a los franceses, tal como señalan Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer en el libro México frente a los Estados Unidos. (Un ensayo histórico 1776-1988) .
Ante la situación apremiante por la invasión, el 12 de abril de 1862, Benito Juárez llamó en un Manifiesto a la defensa de la independencia nacional: «Mexicanos: El supremo Magistrado de la Nación, libremente elegido por vuestros sufragios, os invita a secundar sus esfuerzos en la defensa de la independencia; cuenta para ello con todos vuestros recursos, con toda vuestra sangre y está seguro de que, siguiendo los consejos del patriotismo, podremos consolidar la obra de nuestros padres».
La invasión francesa duró casi cinco años, en los cuales y por ningún momento, el presidente mexicano flaqueó en la defensa de la independencia nacional, a pesar de que durante un breve periodo el invasor Maximiliano pudo establecer un gobierno monárquico y comenzar a dibujar sus políticas. La grandeza de la decisión juarista de no reparar en la lucha hasta la victoria o hasta la muerte, le valió a México recuperar su soberanía.
Agobiado por la circunstancia extrema de la invasión, Juárez se vio en la necesidad (como todos los mexicanos patriotas) de recurrir a la guerra, durante el tiempo de amenaza francesa hizo diferentes llamados a la defensa nacional, al igual que lo hizo durante la invasión yanqui de 1847. A pesar de esto, su pensamiento nunca se nutrió de la idea de utilizar la violencia como medio para conseguir los objetivos políticos que perseguía, esto queda demostrado en la misma declaración -del 12 de abril del 1862-, en ella aboga por el agotamiento de todas la instancias para llegar a un acuerdo con los países europeos y, en particular, con Francia cuando dice: «El gobierno de la república, dispuesto siempre y dispuesto todavía, solemnemente lo declaro, a agotar todos los medios conciliatorios y honrosos de un advenimiento». Es la guerra necesaria la que Juárez emprendió, misma que todas las naciones del mundo reivindican en situaciones extremas de opresión y amenaza a sus soberanías.
La confianza puesta en el agotamiento de todos los medios antes de la utilización de la violencia, la puso también en la justa lucha que desarrolló en todos sus años de político contra los ultraconservadores, quienes buscaron por diferentes vías y en diferentes momentos alejarlo del poder. Justamente son esos grupos ultraconservadores los que traicionarían a la Patria apoyando a Maximiliano, perjuros a quienes dio una muestra clara de su humanismo pacifista al perdonarles la vida a un gran número de ellos.
El «Benemérito de las Américas» aplicó la política que consideró más adecuada para la defensa del territorio nacional. Jamás espero a ciegas el apoyo ni pactó por él en detrimento de la soberanía del país, Juárez como estadista, supo pedir sin esperar y actuar sin entregarse nunca a los designios de otra nación. Siempre abogó por una relación pacífica de las naciones y por un respeto a las decisiones políticas internas emanadas de ellas, tal como lo manifiesta una de las máximas de su pensamiento que expresó el 15 de julio de 1867 al retornar a la ciudad de México después de haber derrotado al imperio francés y volver a sus funciones de presidente de la república: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz».
Respeto a las decisiones emanadas por la fuerza popular que compone cada uno de los diferentes países del mundo es el que violentan los imperios, es el que buscan pisotear para imponer sus dediciones políticas y económicas con el único objetivo de conseguir beneficio y poder. Así lo supo Juárez, así lo sufrió México durante el Segundo Imperio, y así lo han sufrido muchos pueblos del mundo. Esta actitud imperial de las potencias económicas es la que llevó a gran parte del mundo a verse envuelta en dos grandes guerras que sólo trajeron como resultado la muerte de millones de seres humanos mediante la imposición de unos y la sumisión de otros.
La máxima del «Benemérito» sobre la libertad que tienen las naciones de elegir sus gobiernos libremente es comparable, hasta cierto punto, con lo expresado por Lenin en su libro El derecho de las naciones a la autodeterminación , quien define la autodeterminación como la «separación estatal de las colectividades nacionales extrañas», es decir, el momento en que un pueblo establece su Estado-Nacional de forma totalmente independiente.
El pensamiento nacionalista y antiimperialista de Juárez no se ve expresado únicamente en la defensa del territorio nacional, sino que se manifiesta en un apoyo declarado a la lucha independentista del pueblo cubano contra los rezagos del imperio español, y llevado al máximo grado, cuando escribe una carta, el 18 de diciembre de 1870 a su amigo Joaquín, quien se encontraba sirviendo a la legión formada por extranjeros para la defensa de la república de Francia, en la que expresa su convicción de que la lucha emprendida por el pueblo francés contra la invasión de la «Confederación de Alemania del norte» es justa y necesaria. Misiva que además ejemplifica el profundo respeto que sentía por la democracia, pues esta batalla, como la realizada por los mexicanos contra Maximiliano, fue por la defensa de la soberanía y del derecho popular de elegir el tipo de gobierno que cada pueblo desee.
Nunca será lo mismo apoyar y financiar el derrocamiento de un gobierno nacional con la intención de imponer otro conveniente a intereses particulares, tal y como lo han hecho los imperios a lo largo de la historia humana, que el apoyar la decisión democrática de un pueblo cuando resuelve derrocar por sus propias manos a un gobierno que no lo representa y que lo oprime.
Benito Juárez nos enseñó a través de su praxis política la necesidad de luchar contra los deseos del imperialismo, al mismo tiempo que nos enseñó a respetar las decisiones del pueblo y a procurar la autodeterminación de las naciones. Nos mostró la urgencia de apoyar las luchas democráticas y populares que se desarrollan a lo largo y ancho del mundo.
Hoy, a más de doscientos años de su nacimiento, los Estados Unidos se han constituido como el imperio que azota a los pueblos del mundo. País que desde su formación mostró su cara imperial, perfeccionada durante finales del siglo XIX, todo el XX, y ahora en las primeras décadas del XXI, poniendo y disponiendo de gobiernos en diferentes países y diferentes latitudes del mundo. Imperio que se vale de los lamentables excusas para auto-nombrarse guía y protector de la «democracia» y la «libertad» (léase libre mercado y subordinación política), y que ha dispuesto mediante violaciones a los acuerdos internacionales intervenir militarmente en todos los continentes de la tierra.
Nuestro país, aunque no vive una intervención militar por parte del imperio yanqui, sí vive en franca sumisión político-económica desde los años ochenta del siglo pasado, recrudecida en los últimos sexenios. La celebración de tratados económicos que benefician a los productores extranjeros y a unos cuantos burgueses mexicanos; la venta desmedida y la explotación irracional de los recursos naturales; el incremento de las políticas neoliberales que han agudizado el deterioro del nivel de vida de las clases bajas de la sociedad mexicana; la venta de las principales industrias del país; la apertura total a la inversión extranjera como supuesto remedio del rezago y una entrega a la política imperial estadounidense, son las características principales de los últimos gobiernos en nuestra patria.
Por todo esto, pensar a Juárez hoy, es pensar a México frente al imperialismo, como un país que ejerce la autodeterminación como garantía de sí mismo, con un gobierno que se guíe por el respeto de la soberanía nacional y la de otras naciones, y que respete el derecho de los mexicanos a vivir dignamente. Pensar a Juárez en la actualidad, es pensar en otro México, uno verdaderamente democrático, justo e igualitario, con una fuerte convicción en la defensa de la soberanía nacional.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas
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