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Jujuy, la vuelta de «el familiar»

Fuentes: Estoestucumán

En los ingenios azucareros se fraguó el mito de «El Familiar». Las versiones son muchas, como son muchos los que creyeron verlo: dicen que es una criatura diabólica que aparece con la forma de un perro con cabeza gigante. Su alimento: los obreros de la zafra. Para explicar cómo los dueños de todo tenían tanto […]

En los ingenios azucareros se fraguó el mito de «El Familiar». Las versiones son muchas, como son muchos los que creyeron verlo: dicen que es una criatura diabólica que aparece con la forma de un perro con cabeza gigante. Su alimento: los obreros de la zafra.

Para explicar cómo los dueños de todo tenían tanto y los demás nada, en el norte argentino feudal se creó la leyenda de que el patrón había hecho un pacto con el demonio: riqueza a cambio de vidas humanas. Por la noche, según cuentan, si se escuchan unas cadenas o un aullido, lo mejor es llevar dos machetes para hacer una cruz, o ir silbando. Por algún motivo, El Familiar siempre se llevó a los obreros que más protestaban. En Libertador General San Martín, conocida como Ledesma por el nombre de la empresa que pareciera dueña del pueblo, muchos todavía creen en su existencia. Las mujeres que, pese al sol del día y el frío de la noche, permanecen sentadas frente a su casa imaginaria en las varias tomas de terrenos de Ledesma, creen en su existencia. Por miedo, real o imaginario, no quieren dar sus nombres.

Esta ciudad de 60 mil habitantes es hoy epicentro de un conflicto habitacional de magnitudes que se extiende a otros puntos de la provincia de Jujuy. Las familias ocupantes no tienen dudas de que todos los disparos provinieron del lado de la policía y las autoridades provinciales responden que había «tumberas». De lo que no hay dudas es de que cuatro hombres perdieron sus vidas en un cañaveral, el lote de 15 hectáreas denominado El Triángulo, que 700 familias organizadas en la Corriente Clasista y Combativa tomaron, según afirman, hartos de las promesas incumplidas de que se les cederían esos terrenos.

Ahora, luego de la represión, negocian con las autoridades para que les cedan el lugar. Aunque el precio de las tierras fue demasiado alto: Félix Reyes tenía 21 años y trabajaba como temporario plantando caña para Ledesma; quería entrar al ejército; Ariel Farfán, de 17, era el único hijo varón de su madre; Juan José Velázquez, de 37, era jardinero de la municipalidad; Alejandro Farfán, de 22, era policía y su abuela es referente de la comunidad Guarini de Fraile Pintado. El martes 2 de agosto, la mujer marchó con la CCC y otras organizaciones al centro de Jujuy para pedir tierra y justicia. En la represión hubo, además, alrededor de 70 heridos y, según testimonios recogidos por esta revista, torturas en las comisarías.

Las muertes de las cuatro personas en el desalojo se suman a muchas otras que hubo antes en este pueblo, crecido a la sombra de Ledesma, la empresa azucarera que expandió sus tentáculos a varios puntos del país y en distintos rubros. La omnipresencia de Ledesma es fácil de detectar. En los camiones que pasan con el logo triangular de la firma y hasta en las bolsas de arpillera utilizadas por familias sin techo que toman los terrenos de la empresa. Pero sobre todo, se huele: es que la procesadora de jugos cítricos, la papelera y el refinamiento de azúcar producen un olor dulzón a podredumbre que invade todo el pueblo -con la consiguiente contaminación ambiental-, especialmente cuando el viento sopla del sur. Y la quema de los restos de las plantaciones a veces llena de humo el ambiente. En el momento en que el equipo de Veintitrés llegó a Libertador, el humo se confundía con la quema de neumáticos de un piquete en reclamo de vivienda. Lo protagonizaban habitantes de la vecina localidad de Calilegua, donde hay un parque nacional homónimo, de 76.000 hectáreas, donadas por Ledesma en 1979.

Llegando a Libertador, que creció exponencialmente en las últimas dos décadas, la imagen es surrealista: al costado de la ruta 34, carpas y nailons se levantan precariamente al lado de las plantaciones de caña de azúcar. Son las tomas que proliferaron luego de la represión del jueves 28 de julio, incluida una de casas a medio construir que protagonizan las mujeres de policías. Las ocupaciones ya se expandieron a otros puntos de la provincia.

«Adonde mires es de Ledesma», grafica José María Leiva, militante de la CCC, que recorre el predio tomado mientras se encienden las primeras fogatas. Cada familia resguarda su pedazo de tierra, prolijamente loteado con estacas e hilo. «Son dueños de toda la tierra que rodea Libertador. Han impuesto el terror sobre la sociedad para evitar que ocurran reclamos. Pero de a poquito vamos rompiendo el miedo -dice Leiva-. En 2007 nos habían dicho que nos iban a dar tierras en tres etapas, pero se venían demorando demasiado. Hicimos una asamblea masiva y se organizaron 700 familias que no tienen vivienda, que alquilan o viven en una casa que no es de ellos. Pero hay mucha más gente con necesidad. Ya no había cómo contener esto, era inevitable. Según la municipalidad, al menos el 10 por ciento de los habitantes está en emergencia habitacional.

A los 700 ocupantes, luego de la represión, se les sumaron muchos otros: se calcula que hay más de 1.000 familias en esta situación.

Carlos Pedro Blaquier es el mandamás de esta empresa hace 41 años. Este excéntrico empresario, que vive en el partido bonaerense de San Isidro, es para los habitantes de Libertador casi una entidad mítica. «Manda a pedir, en avión, empanadas jujeñas», comenta el militante.

La vida de Marcela Fabiana Padilla tuvo un giro paradojal en estos días. La policía le pegó un tiro con bala de goma en la mano por participar en la toma. Fue detenida y le tocó presenciar el maltrato a una embarazada. Además, relata que las mujeres fueron obligadas a desnudarse delante de policías varones. «Me duele mucho lo que pasó, nos trataron peor que a animales. Pedimos agua para la chica embarazada y nos alcanzaron una botella. Pensamos que era jugo, pero era pis», cuenta. «No lo puedo creer porque conozco a muchos de los policías. Yo trabajé muchos años haciendo vigilancia en el ingenio», comenta. «Como soy madre soltera, nunca le tuve miedo ni al ‘familiar’ ni a nadie. Por eso voy a seguir luchando, voy a querellar al Estado por lo que me hicieron», afirma mientras posa con su hija, a la que los policías le fracturaron un brazo. Atrás está su carpa, que ella espera algún día convertir en una peluquería para ejercer su verdadero oficio.

En otro rancho, Araceli Mamani, que trabaja como empleada de limpieza, teje un suéter para su hijita. Y comenta por qué está tomando. «En mi casa somos cuatro familias viviendo en un lugar pequeño. Hay cuatro habitaciones y en cada una vive un hombre con su pareja y sus hijos. Ya no cabemos. Por eso me sumé a la organización y participé de la toma: no puede ser que una empresa siga siendo dueña de todo, nosotros no tenemos donde ir a vivir». Su historia es similar a la que relatan muchas mujeres, grandes protagonistas de esta lucha por vivienda.

Pero el pueblo está dividido. Si bien todos coinciden en que es genuino el reclamo y la crisis habitacional es indisimulable, el rol que tiene la empresa divide a los lugareños. «Siempre se dice que es la principal fuente de trabajo, y dicen que la empresa estuvo antes que el pueblo, pero Ledesma no sería lo que es si no hubiera habido gente que trabaje para ellos», razona Leiva.

Aunque Ledesma se ganó el respeto de una parte importante del pueblo, y no solo mediante el terror. «La Iglesia bendice a Ledesma en los comienzos de la zafra: es la misma Iglesia que colaboró con la dictadura, como el padre Aurelio Martínez. Además, hacen donaciones para escuelas, como el colegio técnico o el FATSA, donde luego se forma la fuerza de trabajo de la empresa. Y son muy pocos los medios que dan a lugar a que se escuchen las dos voces: todas las radios nos dan con un caño, están a favor de Ledesma», opina Leiva.

En la toma de las mujeres de policías, la postura es otra. Un grupo hace guardia a la entrada de un complejo habitacional inconcluso. Son viviendas que el gobierno provincial se había comprometido a cederles, pero no llegaron a terminarse. Hace cinco años se organizaron en una comisión de mujeres. Piden no ser fotografiadas, pero aceptan dialogar. Se sienten un poco incómodas por estar haciendo una toma, pero la necesidad las empujó. Aun así, se preocupan por establecer diferencias con los otros ocupantes, separados por pocas cuadras de distancia: «Nosotras no somos violentas, y en la otra toma no todos tienen necesidad de vivienda, sólo el 30 por ciento», dice una de ellas.

La presidenta de la Comisión, Analía Valverde, opina -ante el asentimiento de sus compañeras- que «si se va la empresa, esto queda muerto. No les podemos echar la culpa, al contrario, donan los terrenos para que tengamos vivienda. Y donan papel para la policía y el hospital. Además, les dan azúcar a las escuelas y las computadoras que ya no usan. Hay que tener cuidado porque si no, agarran y se van, les venden todo a los japoneses». El temor no es para menos: casi un cuarto de los 60 mil habitantes de Libertador trabaja directa o indirectamente para Ledesma, además de los llamados «fuera de convenio», es decir, los trabajadores en negro eventuales. Muchos trabajan en empresas que son contratistas de Ledesma, como la constructora Bellomo y la empresa de limpieza Medioambiente. Según Julio Gutiérrez, integrante de la Casa de Acción Popular Olga Márquez de Aredez, la primera «pertenece al diputado provincial Rubén Rivarola», y la segunda al diputado nacional Marcelo Llanos, ex intendente de Libertador y jefe político del actual intendente, Jorge Ale.

La plaza fuerte de Ledesma es el barrio que lleva el nombre de la empresa, donde las características casas de ladrillo y los árboles contrastan con el resto de la ciudad. Allí están las viviendas de su personal jerárquico y La Rosadita, la mansión desde donde se erigió este imperio azucarero. Si Libertador es un pueblo que vive todavía en el feudalismo, este sería su castillo. Sobre la arbolada avenida Luis Blaquier (hermano de Carlos, fallecido) se ubica el centro de visitantes de Ledesma, donde la empresa cuenta su historia. Ahí también están ubicadas una comisaría de la provincial, una de la Federal y un destacamento de Gendarmería. Si no fuese por el olor, el barrio sería bucólico. Este progreso que ostenta Ledesma ha sido compartido sólo con algunos de los habitantes de esta ciudad en crecimiento. Lo que es seguro, además del dolor que causan las muertes y de la problemática habitacional, es que los siervos de la gleba del señor Blaquier decidieron rebelarse. Todo indica que ya no hay vuelta atrás.

Manchados con sangre

Julio Gutiérrez integra la Casa de Acción Popular Olga Márquez de Aredez, en homenaje a quien fuera mujer del intendente Luis Aredez, desaparecido por la dictadura por querer cobrarle impuestos a Ledesma. Olga se puso el pañuelo blanco y emprendió una lucha solitaria. Murió hace dos años por la bagazoosis, un cáncer generado por la quema del bagazo, el resto de la caña de azúcar. Pasó sus últimos años denunciando la contaminación. Su historia se refleja en la película Sol de noche. «Cuando la pasamos en la plaza del pueblo la gente se quedaba a ver, no podían creer los testimonios de lo que pasó. Pero en el cine de acá no la pasan, si es de Ledesma», explica. En la historia reciente de Libertador hay muertes en represiones, como la que se desató en octubre de 2003: luego de que muriera ahorcado en una comisaría el joven Cristian Ibáñez, Marcelo Cuellar murió en la marcha que se hizo por aquella muerte. Según Gutiérrez, «Ledesma tuvo sus manos manchadas con sangre desde sus inicios, cuando traían en carros a los hermanos wichi, chorote, churupuies, guaraníes y tobas. Cuando llegaban, los rociaban con Gamexane. Además, les quitaron las tierras a los ava guaraníes y otros pueblos originarios».

En su web, la empresa explica que a mediados de 1800 Sixto y Querubín Ovejero, sus dueños, «fueron los responsables de su extraordinaria expansión, base de su creciente poder político». Más tarde, con las elecciones sucesivas como gobernadores de «Ángel Zerda, David Ovejero, Luis Linares Usandivaras y Avelino Figueroa, el gobierno de la provincia de Salta estaría controlado por los propietarios del ingenio Ledesma». El ingeniero Herminio Arrieta (padre de Nelly, esposa de Carlos Pedro Blaquier), que la presidió de 1945 a 1970, fue «el fundador del Ledesma moderno». Desde entonces hasta hoy, el presidente es Blaquier.

«En 1953 masacraron a 23 hermanos de la comunidad guariní -recuerda Gutiérrez-. El 20 de julio del ’76, en ‘El Apagón’, prestaron vehículos y empleados de seguridad para secuestrar a más de 400 personas: 33 continúan desparecidas. Te dicen que no te metas porque te quedás sin trabajo. Pero la gente perdió el miedo. El 7 de junio pasado hubo un paro de los trabajadores con un 80 por ciento de acatamiento. La empresa anda diciendo que se van a ir. No creo que les convenga, pero si se van, puede haber gestión obrera, como en el Ingenio de la Esperanza», afirma Gutiérrez. Y dice que las fuerzas de seguridad «funcionan como la seguridad privada del ingenio. El jefe del desalojo, Néstor Vera, admitió que el jefe de seguridad, Carlos Ferro, y su subjefe, Julio Castellano -ex militares y ex SIDE- le habían pedido que sostengan la represión hasta las 12 de la noche para que ellos puedan inundar el terreno. Ellos estaban con una 4×4 Amarok blanca, viendo todo con binoculares. Y la policía tenía una máquina niveladora Catterpillar que era de Ledesma. La policía opera como se operaba en la dictadura».

Fuente: http://www.estoestucuman.com.ar/?p=3855