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«K»

Fuentes: Quilombo

«… los mismos nadies que salieron hace casi diez años a la calle a gritar «que se vayan todos» regresaron hoy para garantizar que se queden los que están. Lo cual no es una paradoja, sino una consecuencia.» lavaca, 28 de octubre de 2010 Néstor Kirchner recicló el «que se vayan todos«, que permitió su […]

«… los mismos nadies que salieron hace casi diez años a la calle a gritar «que se vayan todos» regresaron hoy para garantizar que se queden los que están. Lo cual no es una paradoja, sino una consecuencialavaca, 28 de octubre de 2010

Néstor Kirchner recicló el «que se vayan todos«, que permitió su llegada accidental desde la Patagonia a la presidencia de Argentina en 2003 con sólo un 22 % de apoyo electoral, en una nueva institucionalidad. No tiene sentido criticarle por no haber sido lo que nunca pretendió ser, a menos que se parta de una visión idealizada de ese mutante que es el peronismo. Sus dos principales objetivos políticos fueron recuperar la legitimidad del Estado y (re)construir el viejo concepto de «burguesía nacional» frente a la transnacionalización inducida por la globalización neoliberal. En el primer punto tuvo bastante éxito, algo que hasta la derecha de su país se ve obligada a reconocer en voz baja aunque denuncie por conveniencia la falta de seguridad jurídica. Lo segundo se quedó en un capitalismo oligárquico (¿acaso hay otro?) en el que la especulación financiera que había salido por la ventana volvió por la puerta de atrás del agronegocio exportador. Un simpatizante como Mario Wainfeld escribía ayer en Página 12: «Kirchner deja el centro de la escena en un país gobernado y gobernable. Con una economía y una situación social sustentables, con previsibilidad política». Sólo si tenemos en cuenta la grave crisis política, económica y social que asoló el país en las postrimerías del menemismo, podrán entenderse muchas de las decisiones que tomó, empezando por la anulación de las leyes de punto final y de obediencia debida.

El 29 de mayo de 2006 pude ver en directo, por un canal argentino de televisión, una escena que nunca habría podido producirse en España. El presidente Néstor Kirchner se disponía a pronunciar un discurso en el Colegio Militar con motivo del Día del Ejército, frente a miles de militares. Días antes militares retirados habían organizado un acto conmemorativo en homenaje a las víctimas de la guerrilla de los años setenta y en el que se justificó la represión de la dictadura. Se esperaba por tanto que Kirchner adoptara un tono firme, pero acabó sorprendiendo por la dureza de su tono y por su desaire a la cúpula militar al abandonar luego el palco y no asistir al desfile. «Como Presidente de la Nación, no les tengo miedo». «No queremos al Ejército de los que mataron a sus hermanos». Ya en 2004 había ordenado a un teniente general, delante de la prensa, que retirara los retratos de los generales Videla y Bignoni. Kirchner repitiría luego el «no les tengo miedo» frente a empresarios y medios de comunicación.

Con esta retórica contundente se ganó el apoyo de muchos movimientos populares, como las organizaciones de derechos humanos, las asociaciones de Madres y de las Abuelas de Mayo. La condena de la dictadura formaba parte necesaria del rechazo a la devastadora política económica neoliberal que aquélla había inaugurado, pero la oficialización de la memoria también sirvió para ignorar otras violaciones de los derechos humanos. No hubo ruptura, pero sí un giro importante que hizo que hasta los funcionarios del Banco Central privilegiaran «la paz social» -lo que incluía restaurar controles a la entrada y salida de capitales, al control de los precios, algo que en Europa, pese a la crisis rampante, sigue siendo el objetivo principal del Banco Central Europeo. Ganarse a los movimientos, o cooptarlos, significaba pacificar la sociedad argentina y acabar con la autoorganización de los pobres incluyendo a sectores que hasta entonces habían estado en los márgenes del sistema. Ex piqueteros, ex montoneros, sindicalistas y hasta ambientalistas fueron ocupando puestos clave en la administración, para horror de parte de la burguesía porteña. Estábamos en presencia de una nueva gobernabilidad basada en la «razón populista», por usar la expresión de Ernesto Laclau, afín al kircherismo.

Kirchner -y su equipo de gobierno- tuvo el mérito de haber comprendido algunos de los cambios que se habían producido en su país, pero también en el contexto internacional, del que supo aprovecharse. Frente al declive de la presencia estadounidense, ocupado con dos guerras en Iraq y en Afganistán, hizo de la necesidad virtud: se arrimó a los nuevos gobiernos progresistas sudamericanos y con ellos intentó impulsar un nuevo tipo de integración regional, en parte por necesidad, como sucedía con la dependencia argentina del gas boliviano o de la financiación venezolana. Porque la patria grande cedía frente a la chica cuando aquélla amenazaba lo que quedaba de la industria local (importaciones brasileñas) o la estabilidad política interna (crisis de las papeleras con Uruguay). El momento estelar fue el nacimiento del Unasur, organización de la que acabó siendo secretario general.

Los cambios económicos con respecto a la etapa previa a 2001 incluyeron la congelación de las tarifas de los servicios públicos privatizados (en manos, sobre todo, de empresas españolas), la mayor reestructuración de deuda de la historia, la desvinculación del Fondo Monetario Internacional -previo pago de una deuda considerada por muchos como ilegítima u odiosa-, intervención estatal para controlar los precios en la cadena alimentaria o, ya con Cristina Fernández de Kirchner, la recuperación del control público de los fondos de pensiones y la asignación universal por hijo. La demanda internacional de productos como la soja y otros cereales transgénicos y el mantenimiento de un peso argentino devaluado favoreció la expansión de las exportaciones y tasas de crecimiento del PIB del 8% hasta el año 2008. Cierta redistribución del ingreso vino de la mano de incrementos salariales en numerosos sectores y planes sociales que permitieron reducir el porcentaje de población que vive bajo el umbral de la pobreza desde más del 50% hasta el 13% que ahora declaran las cifras oficiales (que se basan no en términos relativos como en Europa sino en función de una canasta básica), aunque otras organizaciones sitúan al 30% de la población por debajo de dicho umbral. Las desigualdades en el ingreso, aunque se redujeron ligeramente bajo el mandato de Néstor Kirchner, han continuado hasta hoy con una persistencia que les da un carácter estructural. Sea como fuere, esta política de impulso del crecimiento y de la demanda interna suscitó el aplauso de economistas como Mark Weisbrot, que prefieren ignorar las consecuencias sociales y ecológicas del extractivismo y la primarización en los que se basa dicho crecimiento.

La mejora de los datos económicos y la estabilización política del país, usando como parámetros el descalabro menemista o la memoria de la dictadura, acallaron muchas voces críticas en la izquierda o las colocaron en una difícil tesitura. Y no han faltado sombras que se han alargado hasta hoy. La muerte de Néstor Kirchner prácticamente coincide con el asesinato, hace una semana, del trabajador tercerizado Mariano Ferreyra a manos de una patota sindical vinculada al poder estatal. Para los miles de nadies que hoy dieron su adiós al ex presidente, en cambio, Néstor Kirchner no dejó de darles un espacio, una voz. Que, no lo olvidemos, se habían ganado antes.

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/k

rCR