Karl Popper (1902-1994), filósofo y sociólogo, considerado uno de los mayores defensores teóricos del liberalismo; en un texto sintético que comentaremos a continuación, expone sus conceptos sobre la violencia y los medios de comunicación. En este camino, es por demás ilustrativo reflexionar la reacción generada en algunos periodistas sobre el tratamiento del racismo en los […]
Karl Popper (1902-1994), filósofo y sociólogo, considerado uno de los mayores defensores teóricos del liberalismo; en un texto sintético que comentaremos a continuación, expone sus conceptos sobre la violencia y los medios de comunicación. En este camino, es por demás ilustrativo reflexionar la reacción generada en algunos periodistas sobre el tratamiento del racismo en los medios de comunicación frente a una normativa por demás liberal, que busca fundamentalmente construir socialmente la equidad en la convivencia, en una sociedad como la nuestra dañada social pero también emocionalmente por los prejuicios que arrastramos.
En una primera provocación, Popper propone borrar la distinción entre informar y educar, argumento con el que alguna prensa pretende avalar su «neutralidad» en la información, siendo que toda transmisión de información es también un proceso educativo. La forma en la que se organiza la información, el énfasis con el que se menciona, y todavía más en televisión donde gestos, ademanes y posturas; están expresando no sólo un estilo de dar información, sino una expresión ideológica de quienes tienen «el privilegio» de hacer uso de los medios de comunicación. Definitivamente es un poder cotidiano, disfrazado de información, que se puede ejercer en función del mercado donde lo importante es «generar audiencia» aún a costa de escenificar un show de la violencia, del escarnio y del atropello a la dignidad humana.
Los medios de comunicación y sus comentaristas, en realidad no han inventado la violencia y la discriminación existente en la sociedad, sin embargo, las amplifican y recrean para naturalizarlas a través de los espacios comunicacionales. Por eso el insulto y la diatriba que han generalizado y naturalizado la discriminación en sociedades como la nuestra, son la expresión histórica y afectiva de la forma en la que hemos convivido desde la colonia; asumiendo que «existen inferiores» a los que se puede atropellar porque no tienen ninguna defensa, y también porque en definitiva representan el alter ego que el comunicador-dominador quiere negar en su propia identidad.
En una mirada muy liberal, Popper nos dice que la civilización es la lucha contra la violencia, pues sólo existe progreso civil cuando se combate contra la violencia para instaurar la paz entre las naciones, dentro las naciones y especialmente en cada casa. De esta manera, se debe poner freno a la violencia (y también a la forma en la que se naturaliza entre nosotros) que nos destruye como sociedad y realizar el más importante de los ideales liberales que es el de que todo poder debe estar limitado por otros poderes. Es falso, nos dice, que el liberalismo haya defendido la libertad incontrolada de hacer lo que se quiera, pues si «hago algo que pone en peligro a los demás, entonces debo ser privado del derecho de hacerlo». De esta manera por ejemplo, «no puedo conducir un auto a la velocidad que quiera por el lado que prefiera» pues esa actitud representa un peligro para los otros y para sí mismo. Entonces es necesaria una ley precisa que estipule que se debe conducir por la izquierda como en algunos países o por la derecha como en otros.
«Toda libertad debe ser limitada. No existe libertad que no tenga necesidad de ser limitada», nos dice este liberal defensor de la libertad de expresión como principio de la Democracia; todavía más, se pregunta «¿cuál es la diferencia entre la forma en que el ciudadano común puede expresar su libertad y la que tienen los artistas o profesionales de los Medios de Comunicación? ¿Existe diferencia?. Es necesario ver si con su modo de expresarse ponen o no, a otros en peligro. Se trata siempre del mismo principio: nuestra libertad, cualquiera que sea, está limitada por la nariz de nuestro vecino. Es el principio más simple que podamos imaginar y es hipócrita invocar la libertad, la independencia o el liberalismo para decir que no se pueden introducir limitaciones frente a poderes peligrosos como los medios de comunicación». En definitiva el anteproyecto de ley contra el racismo y la discriminación, que es de corte liberal y se encuentra hoy en cuestión; nos interpela como memoria y como reto de transformación, para reflexionar precisamente sobre los grandes temas que nos han construido hasta ahora como sociedad enfrentada, racista y discriminadora. Hoy, la reacción enarbola la libertad de expresión como frente político, y no terminar de explicar que en esta historia sólo algunos de ellos han sido dueños de la palabra y la escritura, para hacer una justificación de las diferencias y una denigración de la mayoría plurinacional de este país.
Sin embargo, no existe la pretensión de acallar a los medios y sus periodistas, sino de poner en ejecución lo que la propia Constitución estipula como entrar en un proceso de autorregulación, que permita también proponer una reglamentación propuesta en el defenestrado artículo 16. En este tema, Popper va mucho más allá de lo que propone el proyecto de ley, cuando escribe que «…en el caso de la autorregulación, debería crearse un Instituto donde estén registrados todos los periodistas, que serían partícipes de una serie de cursos de sensibilización sobre el poder que tienen y el peligro que pueden representar. De esta manera algunos de ellos descubrirían aspectos ignorados de su profesión y podrían empezar a considerar de manera distinta la sociedad y su rol. Añadiría que en un momento posterior, deberían pasar un examen para ver si son conscientes de las ideas fundamentales. Superado el examen deberían prestar juramento y prometer tener siempre presente estos peligros y actuar en consecuencia de modo responsable…». Quizás sea precisamente en esta actitud proactiva, donde el anteproyecto de ley tiene sus mayores deficiencias, en tanto que más allá de lo sansionatorio y el enunciamiento de lo educativo, no se termina de proponen acciones que permitan la construcción de la interculturalidad, como encuentro y convivencia entre los diversos, a partir de esta ley. Nos referimos por ejemplo al hecho de que los medios deberían estar obligados a educar en la interculturalidad en un porcentaje de toda su programación, además de que los mensajes que apoyen esta medida producidos por el Comité contra el Racismo y la Discriminación, constituido en la ley, tendrían ante los medios la obligatoriedad de su transmisión.
En definitiva, con el liberal Popper concluimos que en la posibilidad de seguir reconstruyendo la democracia y su sentido de encuentro, debemos ir adelante contra las trabas señoriales que no sólo se han inscrito institucionalmente en la forma de ser Estado en este país, sino también en los habitus e ideologías de los ciudadanos de a pie, con poder representativo o no, y que sin embargo ejercen el poder de la discriminación cotidianamente, haciendo que la posibilidad de ser una sociedad más de encuentro que de enfrentamiento sea una tarea más difícil. A quienes piensan que una ley como esta, nos enfrenta, no terminan de asumir que demasiado tiempo en Bolivia, se ha escondido y naturalizado la discriminación y el racismo, y es tiempo de enfrentarlo como un mal social; no a las personas sino a la forma en la que estas piensan y que daña la posibilidad de la convivencia entre la plurinacionalidad que somos.
Nos queda la letra y la palabra que inscribe los deseos de una nueva historia, pero lo que verdaderamente revolucionará su sentido es la praxis personal y colectiva que en la vida cotidiana haga el esfuerzo para construir la comunidad de vida que queremos ser…
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