AMLO no va a acabar con la explotación y la injusticia, no va a tocarle un pelo al sistema político y económico que nos rige, está muy claro ya que no va a superar la etapa neoliberal y que no hay tal 4T.
AMLO sí va a redistribuir ingresos, sí va tratar de proceder contra las prácticas más abusivas del capital y de limar un poco las aristas más hirientes del capitalismo neoliberal mexicano y, a lo mejor, con mucha suerte, va a abrir un debate nacional sobre algunos aspectos de la organización social o económica en el que el movimiento social pueda tomar la palabra.
Quien espere coherencia, no está entendiendo. El de AMLO no puede ser un gobierno coherente porque quiere un imposible: conciliar a sectores estructuralmente enfrentados. Pretende que los sectores dominantes cedan espacios de poder y de ganancia por las buenas, quiere utilizar a un Estado estructuralmente corrupto y criminal (y coyunturalmente podrido hasta la médula) para limpiar la vida social sin apelar al poder popular o a la autonomía, en suma: aspira a redistribuir riqueza hacia abajo pero sin tocar la acumulación hacia arriba
AMLO-empresarios: amor y desamor
Por eso tiene sus frentes abiertos en contra de ciertos sectores empresariales: en la cancelación del aeropuerto de Texcoco, el cobro de impuestos a quienes nunca han pagado, el etiquetado con alertas, la reducción de comisiones de las AFORES y la eliminación (o al menos control) del Outsourcing, entre otros aspectos.
Y tiene también sus pactos cerrados con ellos: en el compromiso de no aumentarles los impuestos, en su defensa del T- Mec, en el triste papel de guarura del Trump contra los migrantes centroamericanos para que no se vean afectadas las exportaciones, en el Proyecto Integral Morelos, los trenes del sureste y otros proyectos de inversión, etcétera.
Un gobierno de contradicciones
Más allá del listado de las cosas que nos pueden parecer positivas y las que nos parecen negativas de este gobierno, lo que hay que asumir es que es contradictorio y lo va a ser hasta el último día. No hay que esperar a que se resuelva la contradicción o actuar tratando de resolverla (como la penosa izquierda dentro de MORENA que ni siquiera puede evitar las vergonzosas alianzas con la letrina partidista de la derecha), sino actuar sobre la contradicción, para superarla de la mejor forma posible, cuando haga crisis. La contradicción va a estar hasta el último momento y se resolverá al terminar el proceso (que muy posiblemente será al terminar el actual gobierno), cambiando de forma más permanente la correlación de fuerzas, hacia el fortalecimiento del sistema actual o hacia la verdadera transformación de México en un país más justo que deje atrás la oscura etapa neoliberal.
Pero la crisis está lejos aún, nadie puede negar que con todo y dos años de desgaste y pocos resultados, AMLO sigue siendo el político más popular de los últimos 80 años, pero su popularidad sigue expresando más esperanzas que avances concretos.
¿Para quién es bueno este gobierno?
Al ser contradictorio, y debido a la ausencia de partido, la conducción es vertical, todo depende del líder y para dónde se incline. Vale la pena hacerse la pregunta clásica del análisis marxista, que no es ¿este gobierno es bueno?, sino ¿para quién es bueno este gobierno? Para una clase política que en los últimos dos sexenios no estuvo en el centro de la tranza del poder, sí es beneficioso. Para el capital nacional y la ideología nacionalista liberal, también parece un buen proyecto. Para amplias masas precarizadas por el neoliberalismo que hoy encuentran “algo distinto” en algunos recursos que llegan mediante programas sociales o porque están hartas de toda la corrupción del PRI-AN, también.
Quizá se necesite pensar el tema en un amplio espectro y la 4T apenas tiene dos años; por suerte, tenemos un referente en el fenómeno de la primera oleada progresista latinoamericana del siglo XXI, cuyo ciclo dejó muchas enseñanzas, en particular para un proceso como el mexicano, que llegó tarde.
La experiencia latinoamericana
Una coincidencia resalta sin duda entre los gobiernos progresistas del Sur (Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia) y la 4T: que son proyectos que representan una respuesta al neoliberalismo y, en particular, a la permanencia de un Estado totalmente volcado a las necesidades del capital. De modo que su fundamento es un reclamo popular, que se articula a través de la izquierda partidista y los procesos electorales.
Otra coincidencia es la lógica de redistribuir recursos hacia los sectores populares, pero sin afectar las ganancias de los grandes empresarios, lo cual fue posible por una situación económica favorable que hoy no existe. Esta lógica, en realidad, obedece también a una concepción que fue constante en los gobiernos progresistas latinoamericanos, tal vez con excepción de Venezuela, referente a no modificar sustancialmente el sistema político heredado del neoliberalismo.
¿A qué condujo la sola redistribución de la riqueza?
En los países latinoamericanos que pasaron por un ciclo progresista, se registró un fenómeno particular que redundó en la pérdida de apoyo. Por un lado, los gobiernos progresistas realmente lograron una redistribución de riqueza que sacó de la pobreza a amplias franjas de la población y que permitió a varios sectores sociales alcanzar un mejor nivel de consumo y de vida, que los emparentaba con la clase media. Sin embargo, esa mejora económica no fue acompañada de un trabajo de educación y formación política en esos sectores, que los comprometiera con la necesidad de profundizar el proyecto posnoeliberal. El resultado fue la creación una clase media con mentalidad burguesa, que exige más beneficios a los gobiernos y termina siendo un sector social proclive a apoyar a la derecha. Así explican los propios derrotados la pérdida de legitimidad que permitió la vuelta de la derecha neoliberal en Brasil y momentáneamente en Argentina y Bolivia.
Sin perspectiva programática anticapitalista
La consecuencia más grave para la 4T, es que repita este patrón latinoamericano y en las elecciones de 2024 (o antes) regrese la derecha al poder, con una nueva legitmidad y muchas cuentas por cobrar. Es un peligro para toda la izquierda y para toda la sociedad, porque un regreso de la derecha envalentonada y dispuesta a lanzar una ofensiva nos afecta a todos.
Ese peligro es latente y real, porque si bien se puede señalar que el gran talón de Aquiles de los gobiernos progresistas ha sido la falta de consistencia en una ofensiva ideológica en contra no sólo del neoliberalismo, sino contra sus bases capitalistas, que permitiera quitarle lo opaco al sistema, mostrar cómo funciona y proponer una alternativa de desarrollo social y económico; ese problema se agrava en el caso mexicano, porque la 4T carece totalmente de una perspectiva programática para llevar la crítica al capitalismo hasta sus últimas consecuencias. También porque varias de las carencias que han sido identificadas en los gobiernos progresistas, se repiten como calca en la 4T, a veces incluso en peores condiciones.
Repetir errores: no hay lucha de ideas
La 4T hace constantes concesiones ideológicas a la derecha y al sistema. Por ejemplo, muchos que antes lucharon contra la militarización hoy justifican la militarización vía Guardia Nacional con los mismos argumentos de la derecha (“las fuerzas armadas son la institución MÁS CONFIABLE del país”, llegó a decir Epigmenio). De modo que se cae en un error que el vicepresidente boliviano tuvo que reconocer después del golpe de Estado de 2019: “Dejamos huecos en la lucha de ideas, dejamos huecos en la radio, en la televisión, en los periódicos, y nunca olviden lo siguiente: Toda transformación se gana primero en las ideas, y luego en los hechos. No descuiden la lucha de ideas, la lucha por el sentido común de una sociedad.”
Repetir errores: ¿Cuál sistema democrático?
En ese sentido, la más grave concesión a la derecha, es calificar al sistema político liberal oligárquico que padecemos en la mayor parte de Latinoamérica, como democrático y dedicarse a protegerlo, lo que en el caso de AMLO además se hace con aguerrida convicción. Los procesos posneoliberales se ven arrastrados a la lógica electoral, que en América Latina está también asimilada a la lógica comercial, es decir, se trata de vender un producto. Entonces se acumulan fuerzas para la siguiente elección y no para un cambio más permanente en la correlación de fuerzas entre sectores populares y oligarquía. Para ganar elecciones hay que hacer concesiones que resultan contraproducentes para la consolidación de un proyecto alternativo al capitalismo dependiente.
Repetir errores: viejas formas de hacer política
Las concesiones al capital van acompañadas de una visión de cómo hacer política, al final, también verticalista. Los gobiernos progresistas han dedicado pocos recursos a la búsqueda de nuevas formas de hacer política y a crear instancias de toma de decisiones que recojan los intereses populares, es decir, no crean poder popular y en varias ocasiones juegan el papel de mediatizar procesos de confrontación con el neoliberalismo más radicales. En muchos países latinoamericanos la participación del pueblo se reservó para la defensa del gobierno u otras necesidades de movilizar a la gente, pero sin permitir a los movimientos tomar decisiones. En México ni eso, no existe la más mínima intención o estructura para convocar a la movilización popular.
El triunfalismo de AMLO
Estas características conjuran un escenario adverso para el futuro de la izquierda. El vaciamiento del contenido popular en la 4T, el repliegue de las ideas de izquierda por proteger a un gobierno que hace concesiones, la manipulación de la masa para impedir formas autónomas de organización, alejan las posibilidades de una real transformación, se queda a la mitad de la lucha y permite el reagrupamiento de la derecha.
El más grande daño que AMLO le hace a su base social es el de alentar el triunfalismo, no olvidemos las palabras del expresidente Rafael Correa luego de la traición que condujo al viraje hacia la derecha en Ecuador: “Fue una gran decepción para mí, porque yo creí que habíamos hecho muchos cambios irreversibles. Tuve exceso de confianza, creía que había cosas irreversibles y gran parte de esas cosas fueron revertidas rápidamente”.
Los errores de la izquierda
AMLO repite los errores que ya se vivieron pero la izquierda también. Entre plegarse al líder y sus necesidades o colocarse como oposición a todo lo que venga del gobierno, de manera completamente acrítica, acabaremos fortaleciendo el regreso de la derecha más retrógrada. La principal preocupación no debería ser la definición en torno al gobierno de la 4T, sino la necesidad de crear un polo de izquierda que pueda ser una alternativa cuando se agote el ciclo AMLO, que haga que el giro a la derecha sea evitable. Aún estamos a tiempo de organizarnos para el futuro, empezando desde ya el trabajo de un posicionamiento de izquierda que sea viable y profundice el sentimiento de cambio del pueblo mexicano. De otro modo, se corre el riesgo de entrar de nuevo en una etapa de ofensiva conservadora y del capital, de la cual quién sabe cuándo salgamos.