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Reseña: Régis Debray y Jean Bricmont, A la sombra de la Ilustración. Debate entre un filósofo y un científico

La alargada sombra del teorema de Gödel

Fuentes: Rebelión

Régis Debray y Jean Bricmont, A la sombra de la Ilustración. Debate entre un filósofo y un científico.Barcelona, Paidós 2004, 168 páginas. Traducción de Pablo Hermida Lazcano. Discutían críticamente Sokal y Bricmont en Imposturas intelectuales el empleo abusivo, por parte de algunos filósofos y científicos sociales, de categorías y resultados muy particulares tomados de las […]


Régis Debray y Jean Bricmont, A la sombra de la Ilustración. Debate entre un filósofo y un científico.
Barcelona, Paidós 2004, 168 páginas.
Traducción de Pablo Hermida Lazcano.

Discutían críticamente Sokal y Bricmont en Imposturas intelectuales el empleo abusivo, por parte de algunos filósofos y científicos sociales, de categorías y resultados muy particulares tomados de las ciencias formales y físico-matemáticas. Uno de los intelectuales criticados, si bien muy puntualmente, fue Régis Debray quien en Crítica de la razón política había hecho alusiones al teorema de incompletud de Kurt Gödel. El mismo Debray llegó a entrevistarse con Sokal y Bricmont a propósito de la aparición de Imposturas. El compañero del Che en Bolivia y el compañero de Sokal en Imposturas prosiguieron y profundizaron este encuentro, ampliando el marco de la discusión, primero en forma de correspondencia y luego mediante nuevos encuentros que dieron lugar A la sombra de la Ilustración, una interesante conversación entre un científico natural (Bricmont es catedrático de Física teórica en la Universidad de Lovaina) y un humanista, politólogo o científico social (Debray es catedrático de Filosofía y presidente del Instituto europeo de Historia y Ciencia de las Religiones) donde discuten sobre temas políticos, epistemológicos y filosóficos generales.

Hay, además, un punto de coincidencia política que no debería olvidarse. Ambos vieron, cuando pocos veían, que la supuesta injerencia humanitaria en Kosovo, sin mandato de la O.N.U., disponía para una próxima guerra preventiva imperial. En el epílogo del volumen, hay un neto reconocimiento de Bricmont al coraje de Debray en este punto y una denuncia del linchamiento mediático al que estuvo sometido.

Los temas discutidos aparecen estructurados en cuatro secciones: 1. El debate y la lógica. 2. La racionalidad y la ciencia. 3. El conocimiento y la historia. 4. Lo religioso y lo político. Un breve epílogo cierra la conversación. A destacar la bibliografía seleccionada y comentada por el propio Bricmont, así como las notas que supongo también de su autoría. Por ejemplo, este comentario sobre Althusser y Para leer el Capital: «Gracias a una retórica seductora combinada con un cierto número de observaciones correctas sobre el idealismo, Althusser llega a defender una aproximación «científica» al marxismo en la cual, de hecho, se elude por completo la cuestión de las pruebas empíricas que permitirían ver con claridad que estamos ante una ciencia… El hecho de que se hubiera podido sostener en esa época (1965) un discurso semejante, y que éste ejerciera una influencia en la formación de los profesores normalistas ilustra el «corte» entre filósofos y científicos en Francia. Esta singladura aboca rápidamente a una actitud escolástica hacia «textos» dotados de un carácter implícitamente sagrado» (pp. 151-152).

La conversación se desarrolla por derroteros no siempre previsibles, con giros de interés y con polémicas abiertas. Me permito señalar alguno de estos momentos: 1) sobre Latour y la nueva sociología de la ciencia (pp. 19-20), donde Debray, no sin razones, señala que «no nos pondremos de acuerdo con respecto a Latour y, desde luego, tendremos que volver a hablar de sus trabajos, de los que usted se burla con demasiada ligereza»; 2) sobre las creencias y motivaciones plurales del individuo (pp. 30-31); 3) en torno al marxismo y al naturalismo (pp. 65-66): 4) sobre el debate en torno a la guerra entre Einstein y Freud (pp. 81-84), o, finalmente, sobre valores y presencia universal de lo trascendente (pp. 112-116).

No deja de ser sorprendente que, de entrada, ya en el primer capítulo del ensayo el propio Debray no tenga reparos en reconocer que sobre la intención misma de Imposturas estaba plenamente de acuerdo, y que «había festejado la chanza de Social Text… Estuvieron acertados sobre todo al quitarme la razón a propósito de una frase poco afortunada sobre la incompletud» (p. 18). El mismo Debray apunta que en una comunicación a la Sociedad francesa de Filosofía, en 1996, ya distinguió entre lo que era un fuente de inspiración interesante y la imposibilidad de asimilar un sistema político-social a un sistema lógico-deductivo (p. 24). Y acaso quepa señalar críticamente que no siempre el crítico y amante del rigor Bricmont está a la altura de las circunstancias por él sensatamente señaladas. Así, en su presentación del mismo teorema de incompletud en las págs. 22-23, o en su crítica al marxismo (véase lo dicho sobre Gramsci y la naturaleza humana en la página 65). Pero no menos puede decirse de Debray. Así, cuando negro sobre blanco sostiene que si la mundialización liberal significa el mercado sin Estado, entonces «la crítica de extrema izquierda del estado habría sido su valedora (sic)» (p. 71). O, cuando al hablar de De Gaulle, señala que no pueden compararse 35 años de ejercicio de análisis histórico, que es lo que hizo el general resistente, «con una intuición de Lenin de 1917 o una constatación de Russell en 1920. Los análisis de De Gaulle se referían al devenir del siglo, no a coyunturas concretas (pp. 90-91). O acaso esta perla final: «Conecto de forma deliberada un fenómeno ideológico con un sustrato técnico: el plomo. Fin del plomo, fin de los tipógrafos, fin de las columnas vertebrales de los partidos. El día en que L´Humanité entró en videocomposición, ¡se acabó!» (p. 97). Es una metáfora, sin duda, pero hay metáforas inútiles. Esta es una de ellas.

Pueda señalarse que tal vez A la sombra de la Ilustración sea un libro excesivamente parisino. Si se percibe así, para completar el ámbito geográfico y observar que la sombra de Gödel y sus teoremas suele ser muy alargada, permítaseme dos observaciones finales. La primera: si se desea una magnífica aproximación a la recepción de los teoremas de Gödel en ese territorio que llamamos España, y comentarios subsiguientes y no siempre menos desacertados que el de Debray, véase: Paula Olmos y Luis Vega «La recepción de Gödel en España», Endoxa nº 17, 2003, pp. 379-415. Y la segunda anotación, para cerrar el círculo: hace nos 20 años, en las clases de metodología de las ciencias sociales de 1983-1984, Manuel Sacristán daba cuenta de la crisis de fundamentos de la matemática como arranque de la filosofía de la ciencia del siglo XX, señalado que la irrupción del teorema de incompletud de Gödel y su consecuencia más directa -que no se podían buscar fundamentos absolutos ni siquiera en las ciencias formales- había dado lugar a especulaciones infundadas que todavía se podían leer. Recordaba entonces que en un suplemento dominical de la época, un periodista comentaba un libro en el que se afirmaba que los sistemas políticos no podían ser completos, «supongo que quería decir que no podían ser perfectos o algo así»- y que eso era, en definitiva una aplicación del teorema de Gödel. Sacristán comentaba que se trataba de la reseña periodística de un libro de Debray, Crítica de la razón política. Curiosamente, el mismo libro que fue criticado puntualmente por Sokal y Bricmont y que está en el arranque de esta interesante conversación filosófica.