No son pocas las ocasiones en que los padres reprochamos a nuestros hijos – durante su etapa de adolescentes- de su escaso reconocimiento por el esfuerzo que desplegamos. Tal es así que, en más de una oportunidad, solemos puntualizar a través del diálogo con ellos, cada una de las circunstancias en que tuvo lugar la […]
No son pocas las ocasiones en que los padres reprochamos a nuestros hijos – durante su etapa de adolescentes- de su escaso reconocimiento por el esfuerzo que desplegamos. Tal es así que, en más de una oportunidad, solemos puntualizar a través del diálogo con ellos, cada una de las circunstancias en que tuvo lugar la materialización de ese esfuerzo.
Por cierto, para ello apelamos a la memoria, con el afán de resaltar acontecimientos del pasado que, en principio, parecen «borrados» de la mente de nuestros hijos.
«El adolescente gusta saciar su sed en el Leteo», solía decir mi padre, en referencia a aquél río del Hades donde bastaba beber su agua para olvidarlo todo.
Se podrá decir que es una característica propia de esa etapa y que armoniza con estos tiempos en que el «Yo» ha alcanzado proporciones cuasi gigantescas. Sin embargo, tampoco es cuestión de realizar una generalización absoluta; de lo contrario, estaríamos cayendo en una visión simplificadora de la realidad incapaz de proporcionarnos una percepción «exacta» del mundo adolescente.
Lo concreto es que, sea para demandar «mayores esfuerzos» de nuestra parte o para concentrar «mayor atención» sobre su persona, la ponderación histórica no es la cualidad más sobresaliente en ese período del desarrollo humano. Y, por cierto, eso no debe (o no debería en algunos casos) interferir en la relación con nuestros hijos, ni siquiera representa un mal grave con consecuencias imprevisibles.
Ahora bien, distinto es el caso cuando quien no pondera la historia ya no es una persona individual en determinado período de su desarrollo, sino una franja importante de la sociedad.
Aquí sí las consecuencias de «beber en el Leteo» pueden ocasionar gravísimos trastornos para el presente y el futuro de todos los miembros de una comunidad.
Por eso es preocupante observar que aquellos protagonistas de un pasado reciente vuelvan al escenario mediático a predicar fórmulas mágicas, que terminaron sumiendo al país en una situación de caos económico y de empobrecimiento absoluto de vastas franjas de nuestra población, con la deliberada intención de captar la adhesión de quienes ignoran la historia.
Hoy contemplamos como economistas como Federico Sturzenegger (otrora Secretario de Política Económica durante el 2001) salen a manifestar que de ser gobierno devaluarían el peso en un 40% respecto del dólar. Esto traducido en términos vulgares significa, lisa y llanamente, no solo que el poder adquisitivo de la población salarial se reduciría en un 40%, logrando una contracción de la demanda en el mercado interno y posibilitando que los grandes concentradores de la oferta trasladen la devaluación a los precios; sino que a su vez, se acentuaría una profunda recesión que paralizaría la economía nacional y beneficiaría únicamente a los sectores exportadores.
No es fruto del azar que quien promoviera en los años 90 la privatización del Banco Nación, hoy sugiera inescrupulosamente, este tipo de medidas en un contexto donde el dólar marginal genera temerosas expectativas y donde -como diría Alfredo Zaiat, la «doctrina Sanz», aquella que anhela que al gobierno le vaya mal, es reivindicada por casi la totalidad de los neoliberales- agitar estos fantasmas favorece a quienes aspiran a materializar una devaluación oficial del peso.
Nadie ignora las dificultades y el trauma que acarrea el dólar en la economía argentina; solo basta que unos pocos interesados agiten la presencia del «fantasma» para que la totalidad de la población entre en pánico. Aun aquellos pobladores que jamás han poseído un dólar en su billetera.
Lo cierto es que, el mercado informal del dólar representa fácticamente apenas entre el 3 y el 4% del volumen de divisas que se manejan en nuestra economía; sin embargo, el efecto especulativo es extremadamente mayor. Máxime cuando diariamente nos bombardean, a través de los medios, con la situación del «dólar blue o marginal»; algo similar a lo que paso con otra categoría de espectros, como lo fueron el «riesgo país» o «las necesidades del ajuste» en la década del 90.
Curiosamente, también en estos días apareció otro de «los grandes protagonistas» de la historia económica de nuestro país que, con su desvergüenza habitual, salió a explicar cuáles deben ser las medidas que se deben instrumentar en la Argentina.
Nos referimos a Domingo Felipe Cavallo, que con su rosario de recetas atemporales (ya que siempre son las mismas) nos dice que lo que hay que hacer es: achicar el gasto público, establecer un nuevo sistema (regresivo obviamente) en materia de impuestos y acudir al endeudamiento externo por medio de los organismos de crédito internacionales. ¡¡Fabulosas apariciones acompañan al fantasma!!
Al parecer la corrida cambiaria -que suele azotar reiteradamente al gobierno de Cristina Fernández- tiene sólidos promotores que, a modo encubierto, no claudican en su intencionalidad; su objetivo es subordinar el poder político al poder económico.
No es un acontecimiento nuevo, históricamente lo vienen haciendo (recordemos que le sucedió al gobierno de Alfonsín. No hablemos de Menem que, a priori, ya estaba absolutamente subordinado); no obstante, el problema se agudiza cuando nuestra población adulta es incapaz de recordar los nefastos antecedentes que estos personajes dejaron sentados en el pasado.
Claro que no hubiera sido tan fácil ocultar el pasado sin la complicidad de los medios hegemónicos. Por ejemplo, no sería tan sencillo para Cavallo sugerir el endeudamiento externo si, esos mismos medios, hubieren explicado lo desastroso que significó para el país y sus habitantes la suscripción -solo por citar uno de sus tantos «aportes»- del denominado «Plan Brady» en su momento.
Pero claro la mejor manera de «salvaguardar» medidas para ser utilizadas en otra ocasión, es ocultando lo sucedido. Y en eso, hay que reconocer que, nuestros medios dominantes, son auténticos especialistas.
De ahí que sea necesario reforzar la memoria, no solo para comportarnos como «adultos»; sino para disipar definitivamente los miedos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.