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La arrasadora victoria oficialista en México y las primeras pistas del nuevo Gobierno

Fuentes: Rebelión

La arrasadora victoria oficialista en México y las primeras pistas del nuevo gobierno

Ya en la recta final de la campaña, sectores del oficialismo aseguraban una victoria de “diez sobre diez”, en referencia a la disputa abierta por la presidencia de la república, la Ciudad de México y los ocho Estados en juego en estas elecciones federales en México. El pronóstico se cumplió a la perfección, tal como lo anticipaban la inmensa mayoría de las encuestas. Según el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) que computa el Instituto Nacional Electoral (INE) Claudia Sheinbaum, la flamante presidente electa, obtuvo un 59 por ciento de las preferencias, lo que equivaldría a unos 35 millones de votos. 

Estos resultados baten al menos dos récords históricos: Sheinbaum será no sólo la primera mujer en presidir los Estados Unidos Mexicanos, sino también la mandataria más votada en la historia reciente del país, obteniendo 6 puntos y 5 millones de votos más que los conseguidos por el propio Andrés Manuel López Obrador en 2018. Además, esta elección destaca también como un hecho federal: de las 32 entidades en que se divide el país (31 Estados y la ciudad de México),  la científica se impuso en 31.

Pero los resultados obtenidos en los otros cargos en juego no fueron menos sorprendentes. A nivel de la estratégica ciudad capital se vaticinaba un escenario favorable al oficialismo, pero mucho más reñido. Sin embargo, la candidata de izquierda Clara Brugada, oriunda del movimiento social, se impuso también por cómodo margen, obteniendo un 51 por ciento de los votos, frente al 39 por ciento cosechado por Santiago Taboada, del PRI-PAN-PRD. Además, los partidos de la 4T estarían recuperando 3 de las alcaldías perdidas en los comicios anteriores, pasando a controlar 11 de las 16 demarcaciones territoriales.

En estas elecciones también se elegían las autoridades ejecutivas de 8 Estados. Morena y sus aliados retendrán los 5 que ya conducían, en algunos casos con mayorías abrumadoras, como en Chiapas, con un 79 por ciento de los votos, o en Tabasco, el Estado de Andrés Manuel López Obrador, con un 80 por ciento. La coalición de gobierno se impone también en Yucatán, un histórico bastión del PAN, y al momento de cerrar esta nota aún disputaba, apenas dos puntos abajo, el Estado de Jalisco, gobernado por Movimiento Ciudadano. Con estos resultados provisorios, Morena y sus aliados controlarían al menos 24 de las 32 entidades federativas, con un mapa nacional pintado casi enteramente de morado. En total, la participación nacional fue del 60 por ciento, tres puntos abajo que en las últimas elecciones equivalentes.

La otra gran batalla, la disputa por el parlamento, podría terminar de redondear un escenario idílico para el oficialismo. Este será el escrutinio más ajustado y demorado, aunque de momento los partidos de la Cuarta Transformación tienen ya garantizada una mayoría calificada de dos tercios en la Cámara de Diputados, superando el umbral de las 334 bancas necesarias. En el Senado se requieren 85 de los 128 curules para alcanzar el mismo objetivo. De momento, las proyecciones del PREP anuncian un final cerrado, dado que Morena y sus aliados podrían obtener entre 76 y 88 senadurías.

La mayoría calificada en ambas cámaras es la llave de bóveda que el Gobierno necesita para poder blindar constitucionalmente algunas de las políticas insignia del sexenio, y para avanzar en las 20 reformas propuestas por el presidente en ejercicio, algunas de las cuales ya habían sido rechazadas en el congreso o vetadas por la justicia. Estas reformas incluyen al sistema político y al poder judicial, buscan volver obligatorios los aumentos del salario real, y pretenden ampliar las medidas de protección ambiental, así como reconocer a los pueblos indígenas y a los afromexicanos, poblaciones tradicionalmente postergadas y discriminadas por el Estado.

La debacle de los partidos tradicionales

La otra cara de la moneda de estas elecciones históricas es la debacle de los partidos conservadores, agrupados en la coalición Fuerza y Corazón por México. Mientras que el PRI, el partido de la “dictadura perfecta” que gobernó México durante más de 70 años debió competir por primera vez sin una candidatura propia, el PAN, socio mayoritario de la alianza, impuso a la empresaria Xóchitl Gálvez, una senadora que no proviene ni del propio linaje partidario ni tampoco de las élites económicas del país. Mientras tanto el PRD, que supo ser el más importante partido de la centroizquierda mexicana, se encuentra completamente marginalizado y al borde de la extinción.

Gálvez, que intentó presentarse como la renovación del espacio y que incluso llegó a autodenominarse como una “candidata independiente”, tuvo una campaña accidentada y cometió numerosos errores en los tres debates presidenciales organizados por el INE. Producto de esta crisis partidaria, del buen balance general del gobierno saliente, del desempeño favorable de los principales indicadores económicos y sociales, y de la imposibilidad de construir una narrativa opositora seductora y creíble, Gálvez estuvo muy lejos de representar una opción competitiva. Finalmente obtuvo apenas un 28 por ciento de los votos, 31 puntos por debajo de Sheinbaum. Pese a haber reconocido públicamente su derrota en la noche del domingo, Gálvez anunció este lunes en la red social “X” que impugnaría los resultados, aunque no preciso por qué medios ni en base a cuáles evidencias. Paradójicamente, la ex candidata manifestó confiar en el sistema de conteo rápido del INE, responsable de computar los resultados.

Aún más lejos en estos comicios, con un 10 por ciento quedó Jorge Álvarez Máynez, el diputado de movimiento ciudadano, que obtuvo un resultado aceptable para su espacio y que logró capitalizar un escenario favorable con una candidatura fresca, un discurso progresista y una campaña orientada a las juventudes.

Pistas y desafíos del nuevo gobierno

Conocidas las primeras tendencias oficiales anunciadas por el INE, Sheinbaum dio dos breves discursos al cierre de la jornada. Uno desde el búnker de campaña instalado en el Hotel Hilton, más institucional y programático, y otro de tono más emotivo, dirigido a la militancia y los simpatizantes que le aguardaron hasta altas horas de la noche en el tradicional Zócalo de la Ciudad de México.

En las dos alocuciones Sheinbaum prometió la más estricta continuidad respecto del legado de López Obrador, quien en su conferencia “mañanera” de hoy volvió a ratificar a los incrédulos su retiro de toda actividad política el primero de octubre, cuando su sucesora asuma la presidencia. En primer lugar Sheinbaum se refirió a los llamados “programas de bienestar”, políticas de transferencia de ingresos dirigidas a adultos mayores, infancias y otros sectores vulnerables, que son una de las claves que mejor explican la alta popularidad del mandatario saliente y la enorme legitimidad de origen con que la científica ingresará al Palacio Nacional.

En términos macroeconómicos, prometió continuar con la llamada “austeridad republicana” y también con la “disciplina financiera y fiscal”. También garantizó la consolidación de otro de los elementos más característicos del sexenio: los megaproyectos, grandes obras de infraestructura estratégica como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico y el Aeropuerto Felipe Carillo Puerto, entre muchos otros. No hubo referencias a una eventual reforma fiscal progresiva, que algunos especialistas consideran fundamental para poder garantizar la sostenibilidad e incluso la expansión de los programas sociales.

A nivel internacional, Sheinbaum prometió “una política exterior basada en nuestros principios constitucionales de no intervención, cooperación internacional para el desarrollo, autodeterminación de los pueblos y construcción de la paz”. Aseguró sostener con Estados Unidos “una relación de amistad”, pero también profundizar las relaciones con América Latina y el Caribe, que se fortalecieron recién en el último tramo del sexenio. No hubo menciones específicas a China ni a ninguno de los poderes emergentes en el orden internacional, lo que permite augurar que no habrá mayores novedades en las relaciones comerciales prioritarias sostenidas entre México y EE.UU, dos economías profundamente imbricadas desde la firma del TLCAN y luego del T-MEC, tratado de libre comercio que deberá renegociarse en 2026, quizás bajo una administración más hostil como la de Donald Trump.

Por último, la presidenta electa se refirió a uno de los temas más espinosos y a una de las deudas más insoslayables del proceso de cambio: atacar por fin las causas estructurales de fenómenos como la inseguridad, la violencia y el narcotráfico, que no dejaron de manifestarse, incluso con víctimas fatales, en la propia jornada electoral. Cargando con la herencia fatídica de la “guerra contra las drogas” de los gobiernos panistas y priistas, y tras varios polémicos ensayos de militarización, el oficialismo parece contar ahora con toda la legitimidad y con todos los instrumentos del Estado para afrontar de raíz fenómenos como los asesinatos y las desapariciones, que aún arrojas cifras preocupantes en algunas zonas del país. En este rubro Sheinbaum también pareció prometer continuidad, proponiendo reforzar la Guardia Nacional, la gran apuesta en materia de seguridad, así como fortalecer las políticas de inteligencia y la coordinación entre fuerzas y niveles de gobierno. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.