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La batalla cultural, el odio ¿y después…?

Fuentes: Rebelión

«Nadie más que yo, ha de reírse babeándote mi olor sobre la cara, mascándote los huesos, los labios, los ojos» Alcira Cardona   «Viva el cáncer», pintaba en las paredes la oligarquía argentina dicharachera y feliz, mientras Eva Duarte, con el rostro desencajado, se retorcía de dolor en su catre de hierro. «Yakarta viene», escribían […]

«Nadie más que yo, ha de reírse

babeándote mi olor sobre la cara,

mascándote los huesos, los labios, los ojos»

Alcira Cardona

 

«Viva el cáncer», pintaba en las paredes la oligarquía argentina dicharachera y feliz, mientras Eva Duarte, con el rostro desencajado, se retorcía de dolor en su catre de hierro. «Yakarta viene», escribían los fascistas chilenos en las paredes de los barrios pobres, los meses previos al golpe contra Salvador Allende, en alusión a la matanza en Indonesia que dejó un millón de militantes socialistas asesinados. En Bolivia, Hugo Banzer, se paseaba como un príncipe por los caseríos llenos de miseria, diciendo, «Si ven a un comunista, mátenlo, yo respondo».

El odio, ha sido y es, protagonista central de la historia de Bolivia.

¿En qué mente cabe la idea de atrapar a un hombre, cortarle la lengua, amarrarlo a cuatro caballos y despedazarlo?

Los medios de comunicación, construyeron pacientemente el odio que acabaría con la vida del héroe de la Guerra del Chaco, Gualberto Villarroel. Desde el barrio de los prejuicios, Sopocachi, comenzó la marcha hacia palacio de gobierno que tenía como objetivo destituir al «dictador». Las ráfagas de los regimientos traidores, acribillaron el cuerpo de Villarroel. Luego arrojaron su cadáver por una de las ventanas que da a la calle Ayacucho. Le escupieron, le destrozaron el cráneo a culatazos, los transeúntes le clavaban ganchos mientras le sacaban los ojos, como queriéndole causar un dolor, más allá de la muerte misma.

¿Qué cosa tan terrible había perpetrado este hombre para que luego de vaciarle las cavidades oculares, expongan su cuerpo torturado en la plaza principal?

Hace unos meses, un conocido empresario político pidió públicamente, «matar a Evo Morales como a Villarroel» Cabe preguntarse ¿Es para tanto?

¿Podemos estar o no de acuerdo con la política económica de e Evo Morales? ¿Pero es para agraviarlo más que a Sánchez de Lozada, o que a Hugo Banzer? Tomando en cuenta que los gobiernos neoliberales -para no hablar de la dictadura- confinaron, torturaron, desaparecieron y asesinaron. Sin embargo, nadie los injurió de esta manera.

Del odio no se regresa y es el atajo más efectivo para terminar convertido en un troglodita en pleno siglo XXI.

En Bolivia, el neoliberalismo sólo puede regresar al gobierno, apelando a la mentira y al odio.

La espada y la cruz. El poder, el verdadero poder, que promueve la violencia y desprecia al pueblo, ataca con su artillería mediática, colonizando las subjetividades a través de una propaganda de resentimiento y odio, buscando ganar la batalla cultural. Es la cruz que trajo al nuevo continente Cristoforo Colombo, para acarrear a patadas a las almas extraviadas hacia el purgatorio que todo lo limpia y purifica, hasta el espíritu chuto de estos indios que jamás aprendieron a cubrirse las vergüenzas.

Nosotros, te dicen, no somos como ellos; no somos indios, no somos ignorantes, nosotros pronunciamos las palabras de manera correcta, no somos de esas clases inferiores que tienen sexo con sus hijas, que se embriagan con alcohol hasta mear y cagar en plena Plaza Murillo. Nosotros no somos eso.

Un racismo oscurantista late en sus ojos rojos, concibiendo los agravios más indecibles contra Evo. Es el odio de clase, el racismo, el odio a la indiada, el desprecio a lo cholo.

La izquierda colonial, la derecha señorial y hasta los ejércitos de periodistas que no leyeron ni siquiera condorito, se cortan las venas cotidianamente, un odio gorila les aturde el pensamiento.

Han resignificado las palabras «dictadura y corrupción», asociándolas a un partido que ganó tres elecciones, todas por encima del 50 % de los votos.

Sin embargo, el debate fundamental y verdadero, es ¿A dónde irán a parar los ingresos del país? ¿Si a los bolsillos de las clases dominantes o a los programas sociales?

Desde hace varios años, ha salido definitivamente del debate político, la capacidad de gestión del gobierno de Evo, trasladándose al escenario de los prejuicios. Allí quedó el país colonial, parapetado detrás del Cerro Rico, con su estandarte de sangre, con sus 500 años de desprecios y odios. Volviendo a confirmar después de cinco siglos que «la victoria del colonialismo es que el colonizado, se desprecie a sí mismo».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.