Traducido para Rebelión por Juan Vivanco
Más allá de la importancia simbólica, que a nadie se le escapa, el hecho de que Evo Morales sea indio y el primero en acceder al poder en Bolivia, no es determinante. Al fin y al cabo el país ya tuvo un vicepresidente aymará, Víctor Hugo Cárdenas, y su origen étnico no le impidió aplicar o avalar una política ferozmente neoliberal durante el primer mandato de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997). Lo mismo que el actual jefe del estado peruano, Alejandro Toledo (mestizo quechua), que para atraer votos se limitó a alardear de la sangre indígena que corre por sus venas.
No cabe duda de que Morales, un indio aymará orgulloso de serlo, ha sido capaz de superar el «etnicismo» y, más allá de su comunidad de origen, aglutinar a mestizos, clase media e intelectuales. Esto le ha dado la victoria en la primera vuelta de los comicios presidenciales del 18 de diciembre con al menos un 52% de los votos -cifra anunciada el 20 de diciembre por la Corte Nacional Electoral tras el recuento del 60% de los sufragios-. Morales representa para el país más pobre del continente americano -el 74% de la población, en su mayoría indígena, vive por debajo del umbral de la pobreza- una esperanza de cambio demasiado tiempo postergado. Presidente de las seis federaciones de cultivadores de coca, diputado por Cochabamba en 1997 y principal dirigente de la primera fuerza política del país, el Movimiento al Socialismo (MAS), ha encabezado, junto con otros dirigentes de los numerosos movimientos sociales, los alzamientos que en dos años han derrocado a dos presidentes: Gonzalo Sánchez de Lozada (17 de octubre de 2003) y Carlos Mesa (6 de junio de 2005).
El cambio tan anunciado ha empezado ya: revisión del modelo neoliberal y del estado colonial, nacionalización de los recursos naturales, en particular de los hidrocarburos, reforma agraria, revalorización de las lenguas indígenas, autonomía regional y elección de una Asamblea Constituyente en junio de 2006 para «volver a fundar el país».
En Bolivia nadie se hace ilusiones, pues son muchos los obstáculos que habrá que remover. Aunque los partidos tradicionales han quedado barridos, el MAS (con 65 diputados de 130 y 13 senadores de 27) va a tener una relación de fuerza frágil en el parlamento.
A pesar de que los dirigentes de izquierda más radicales -Jaime Solares de la Central Obrera Boliviana (COB) y Felipe Quispe, del Movimiento Indigenista Pachacuti (MIP)- han sido desautorizados por sus bases, no le pondrán las cosas fáciles a Morales si las reformas se hacen esperar demasiado. Y aunque se lleven a cabo, pueden endurecer sus posiciones.
Por su parte los conservadores, que han aceptado públicamente su derrota, no tardarán en levantar cabeza apoyándose en la elite blanca de las ricas provincias del este del país (Santa Cruz y Tarija), donde reina una clara tendencia separatista.
Tampoco habrá que perder de vista a las multinacionales del gas y el petróleo (Total, Repsol, Petrobrás, British Gas y Exxon, por mencionar a las más importantes), respaldadas por sus gobiernos respectivos (Francia, España, Brasil, Reino Unido y EEUU). Aunque el nuevo presidente ha garantizado que, en el marco de una política de «nacionalización sin expropiaciones», estas compañías podrán seguir operando en Bolivia, también ha dicho que su gobierno va a revisar todos los contratos (a menudo firmados al margen de la ley), aumentar las tasas y los royalties, recuperar la propiedad de los yacimientos y controlar el 50% de la producción. A ejemplo de la política petrolera del presidente venezolano Hugo Chávez, el estado boliviano necesita apropiarse de las reservas de gas (calculadas en 1,375 billones de metros cúbicos, las segundas del continente después de las venezolanas) para sufragar las reformas sociales que demandan la mayoría de los bolivianos.
Por último, Morales deberá enfrentarse a Washington, que acaba de sufrir un nuevo revés en su patio trasero americano y no ha perdido la ocasión de satanizar a Evo Morales, junto con Hugo Chávez (Venezuela) y Fidel Castro (Cuba).
Tradicionalmente, para EEUU, so pretexto de lucha contra el narcotráfico, todos los temas de la agenda bilateral han ido acompañados de condiciones, directas o indirectas, en relación con la erradicación total de las plantaciones de coca: deuda externa, cooperación en el ámbito de la sanidad y la educación, relaciones comerciales, etc. El dirigente del MAS ha anunciado que va a acabar con la cocaína y el narcotráfico, pero no con la coca. Firme partidario de despenalizar esta planta, utilizada por los indios con fines rituales y medicinales, se opone a las continuas injerencias usamericanas en los asuntos internos del país amparadas en la política antidroga. Si a esto se añade la negativa a firmar un tratado de «libre comercio» (TLC), se comprenderá el fuerte recelo que siente y expresa Washington.
La conjunción de estos tres factores -oposición conservadora, resistencia de las multinacionales y hostilidad de EEUU- es un mal agüero para este país en crisis permanente. Pero Morales también cuenta con grandes apoyos. El pueblo lo ha convertido en el símbolo de su anhelo de cambio. Cualquier intento de subversión tendría por respuesta una de esas movilizaciones populares masivas que han dado fama a los bolivianos. Además, para llevar a cabo su proyecto, Morales llega al poder en un momento propicio, pues se suma al frente común de los países que rechazan la hegemonía tanto del liberalismo económico como de EEUU -Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil y Uruguay- y podrá contar con su simpatía, su ayuda y su protección, además de reforzar su posición.