A horas del cambio de gabinete, todavía vemos danzar una entera serie de consideraciones acerca de las posibles causas de la decisión presidencial de sustituir a Roberto Lavagna al frente del Palacio de Hacienda[1]. Hemos leído hasta el cansancio razones que van desde el desgaste de una originalmente magra relación personal[2], el anunciado viraje hacia […]
A horas del cambio de gabinete, todavía vemos danzar una entera serie de consideraciones acerca de las posibles causas de la decisión presidencial de sustituir a Roberto Lavagna al frente del Palacio de Hacienda[1]. Hemos leído hasta el cansancio razones que van desde el desgaste de una originalmente magra relación personal[2], el anunciado viraje hacia la izquierda de un gobierno que en lo sustancial ha de mantener, con buen criterio, el rumbo económico actual[3], el lógico despido de un ministro que tenía demasiado brillo propio y utilizaba su prestigio personal, como la semana pasada, para atacar al propio gobierno por supuestos sobreprecios en obras públicas[4], su incapacidad para controlar la inflación[5], e incluso su falta de apoyo a los candidatos oficiales durante la reciente campaña electoral[6]. Gran parte de estos argumentos, allende su certeza o falsedad, es lisa y llanamente irrelevante. Como voy a argumentar, la para nada sorpresiva caída de Roberto Lavagna se inscribe políticamente en el contexto post-electoral, la Cumbre de Mar del Plata, la consolidación de la relación bilateral con Venezuela y el cambio de gabinete en una mirada más amplia que nos muestra la imagen de un Gobierno unificado en torno a la figura de su presidente, y a la facción política que gobierna el país -a la cual Lavagna, recordemos, no pertenecía-. Cuando, el 23 de octubre del presente año 2005, comenzaron a llegar los primeros resultados oficiales desde la estratégica Provincia de Buenos Aires, Roberto Lavagna supo que era el fin. La derrota aplastante sufrida por la facción duhaldista lo dejaba sin margen de maniobra fuera del Gobierno, y, por lo tanto, hasta donde se ve, convertía su alejamiento no en un potencial bumerang -que crearía un candidato presidenciable de cara a 2007, apoyado por la facción derrotada en octubre-, sino en un lógico ajuste de cuentas para con un Ministro que ya demasiadas veces había desafiado en forma explícita la autoridad presidencial, y que solía tomar decisiones estratégicas más o menos por su cuenta, lo cual obligaba luego al Presidente a complejas maniobras estratégicas de reacomodamiento. Desde entonces, todas las medidas de Lavagna pueden leerse como un intento de preparar el terreno para un alejamiento que no lo enviara directamente al ostracismo. Pero Kirchner maniobró mejor, y con éxito, para ocupar la escena política y realizar el anhelado reemplazo del «ministro troyano». Por ejemplo, ante las medidas antiinflacionarias de Lavagna, resumidas en la voluntad de disminuir de la masa monetaria circulante, el propio presidente era el que ahora desautorizaba al ministro, al replicar, tras anularlas, que la Argentina no volvería al pasado, que la inflación no sería controlada con medidas ortodoxas, al precio de la recesión que suelen producir[7]. El inmediato ataque -a través de los medios- que Lavagna lanzó contra el kirchnerista Julio de Vido, a cargo del Ministerio de Infraestructura, fue una clásica acción de retaguardia. Pero ya era tarde para esos desplantes. Por otra parte, es importante recordarle al lector que el acuerdo entre la Argentina y el Fondo Monetario Internacional vence en marzo. En este marco, había claras diferencias entre Lavagna, partidario de un acuerdo rápido con las concesiones del caso -aspecto en el cual representaba, sin lugar a dudas, la opinión de amplios sectores del bloque hegemónico- y el Presidente Kirchner, quien, tras el fracaso de los EEUU en la Cumbre de Mar del Plata -fracaso en el cual la acción diplomática argentina había sido clave para evitar el aislamiento de Hugo Chávez-, y el correlativo enriquecimiento de la relación bilateral con Venezuela, estaba más dispuesto a «tirar de la soga» y ver qué sucedía, como parece ahora que será. La Cumbre de Mar del Plata, convocada en principio para relanzar el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas -ALCA- chocó con la decidida oposición de los países del MERCOSUR, ninguno de los cuales -por lo menos los miembros plenos- aceptó las condiciones de la «resurrección» que buscaba imponer EEUU a través de la presencia del propio Bush en la Cumbre. El anuncio posterior del ingreso de Venezuela al bloque sudamericano, que consolida políticamente al presidente Chávez[8], y pone balance a un acuerdo multinacional hasta ahora dominado por las vicisitudes de la relación bilateral Argentina – Brasil, fue el lógico correlato de la derrota política del proyecto de la Administración Bush. Nótese el silencio que mantuvo Lavagna frente a la posición argentina. La estratégica serie de acuerdos bilaterales de Argentina con Venezuela, que incluyó la compra de bonos de la deuda argentina por cerca de dos mil millones de dólares, así como la promesa de nuevas compras por otros mil millones, al menos, en 2006 y 2007, y la planificación de un faraónico gasoducto internacional entre ambos países, fue no sólo una clara señal de que Chávez reconocía la importancia de Argentina en los sucesos recién comentados, sino también un gran éxito político para Kirchner, que reforzó su posición de cara a la inminente negociación con el FMI, con el cual el argentino busca saldar todas las deudas antes del final de su mandato. De nuevo, Lavagna evitó comentar lo sucedido. La pérdida de protagonismo del Ministro era, a estas alturas, total: ni siquiera integró la comitiva de ministros -que incluía, de hecho, a todo el gabinete- y empresarios que acompañó al Presidente a Caracas. Finalmente, los cambios recientes en el Gabinete -la mayoría de ellos, excepción hecha del propio alejamiento de Lavagna obligados-, dado que los ministros salientes habían sido electos para cargos diversos en las elecciones del 23 de octubre, deben ser contemplados en un panorama más amplio. Observaremos entonces una clara consolidación de sectores que responden directamente a Kirchner, junto a personalidades que ven su futuro político ligado directamente al éxito político del Presidente. No sólo es el caso de la Ministra Miceli, reemplazo de Lavagna en Economía, y cuyo peso político es nulo frente al que hubiera tenido la designación de los otros nombres en danza -tal es el caso de Alfonso Prat Gay, ex presidente del Banco Central de la República Argentina, o de su actual presidente, Martín Redrado-. La designación, en el Ministerio de Defensa, de otra mujer, me parece muy indicativa, no tanto por su género, como por su trayectoria y por el cargo asignado. Nilda Garré, ex militante, durante los años setenta, de la agrupación peronista revolucionaria Montoneros, de la cual fue un destacado referente, será quien ahora canalice la política del Presidente frente a las FFAA[9]. Imagino la «alegría» de los Comandantes en Jefe ante la inesperada noticia, que consolida nuevamente, en lo que constituye bastante más que un gesto, la política de Derechos Humanos del Gobierno. En resumen, la caída de Lavagna no presupone de antemano un cambio radical en el rumbo de la política económica (Los anuncios oficiales lo desmienten[10]; Miceli era miembro activo del equipo de Lavagna, y había sido nombrada por éste al frente del Banco Nación), ni se explica por desavenencias personales, o a través del recurso a la necesaria eliminación de un ministro con demasiado brillo propio y autonomía correlativa. No se trata, tampoco, de sus denuncias recientes -que buscaban más preparar el terreno para una salida que sabía segura-, o de su falta de apoyo a los candidatos oficialistas en la reciente campaña electoral. Aunque todas estas cuestiones fueran certeras -y ciertamente lo son-, lo verdaderamente relevante es la consolidación política del Kirchnerismo en el poder, que se ha deshecho con esta medida del último funcionario heredado de la Presidencia Duhalde, un funcionario que no se convirtió jamás al nuevo gobierno. La salida de Lavagna debe leerse en el contexto posterior al 23 de octubre -en tanto coletazo final de la derrota del Duhaldismo-, los resultados de la Cumbre de Mar del Plata, la inmejorable relación bilateral con Venezuela y el inminente comienzo de las negociaciones con el FMI. [1] Roberto Lavagna, joven miembro del equipo de Aldo Ferrer durante la breve presidencia de Levingston (1970-1971), fue una figura de segundo plano de la política argentina durante treinta años. En mayo de 2002, cuando fue designado -y no como primera opción- Ministro de Economía por el gobierno de transición de Eduardo Duhalde, Lavagna ocupaba una estratégica pero poco pública posición como embajador argentino ante la UE. Desde entonces, fue identificado con el éxito económico, y por tanto, político, de la facción duhaldista, con la cual se identificó. Era el último ministro heredado de aquella transición exitosa, y el único que no había abandonado su lealtad al viejo caudillo de Buenos Aires. [2] Esta fue la lectura de algunos medios de comunicación. Pero, sea o no correcta, lo que importa explicar en esta lucha de personalidades es la coyuntura, el momento elegido para la salida de Lavagna. [3] Interpretación auspiciada por el economista de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), Claudio Lozano, quien el 28/11/05 vaticinaba una brusca redistribución del ingreso. Sin embargo, el propio Presidente aseguró que las prioridades de la economía eran mantener el superávit fiscal y acrecentar las reservas (Clarín, 30/11/05). Según parece, la agenda presidencial tiene por eje no los aumentos en los salarios nominales, sino el políticamente más crítico control de la inflación, trauma duradero para los argentinos desde 1989, cuando la hiperinflación obligó a la entrega anticipada del mandato de Raúl Alfonsín a Carlos Menem. [4] Ciertos sectores de la oposición, como el ARI de Elisa Carrió, y los medios allegados, han hecho hincapié en este punto, muy en consonancia con el nuevo «contrato moral» que preconizan para que la Argentina renueve su régimen político. Pero de nuevo, el momento que Lavagna elige para lanzar una piedra que sabe la última me parece que queda aquí sin explicar. [5] Más bien, habría que hablar de su capacidad para controlarla, sin atacar al oligopolio formador de precios en el sector de la distribución. Pero ese control se ejercía a través de medidas recesivas, como la reducción de la masa monetaria auspiciada por Lavagna, típica receta de ortodoxia monetarista, que se lleva mal con un Gobierno cuyo presidente ha roto amarras con el discurso neoliberal. [6] A este tema se refirió el propio Lavagna, en la que sería -por el momento- su última rueda de prensa como funcionario público en esta gestión. Más bien, lo que aquí pesó fue su alineamiento con la oposición a vencer -el duhaldismo-, su apuesta a una victoria exigua de la Administración actual que le permitiese, llegado el caso, abandonar un barco en el que sus posiciones se iban deteriorando. [7] Clarín, 23/11/05. [8] El MERCOSUR, por su Carta Orgánica, sólo puede apoyar el ingreso de nuevos países como miembro si cuentan con un régimen político democrático. Justo cuando EEUU advertía sobre la situación de peligro de la democracia en Venezuela, el gesto argentino no pudo ser más evidente. [9] Garré fue también integrante de la agrupación PAIS, que respondía al actual embajador ante los EEUU, José Octavio Bordón. La misma conformó, junto con el Frente Grande de Carlos «Chacho» Álvarez, actual embajador ante el MERCOSUR, el FREPASO, y luego la Alianza. Esto demuestra, una vez más, los estrechos vínculos entre las experiencias «progresistas» de los noventa y la actual Administración, que ha reclutado en ellas buena parte de sus cuadros principales. Para una argumentación en ese sentido, véase mi artículo Meler, Ezequiel: «Acerca del surgimiento y el crítico presente de las constelaciones progresistas (1990-2005). El caso argentino.», en www.rebelion.org, 28/11/05. También el flamante canciller, Jorge Taiana, procede de Montoneros. Agradezco los comentarios de Federico Gabriel Vázquez, analista magistral de las diversas situaciones latinoamericanas, así como las sugerencias teóricas de Miguel Ernesto Petrabissi y Paula Susana Boniolo. [10] Clarín, 30/11/05 y 1/12/05