Desde todos los confines de la «Patria Grande» ha sido recibido con alborozo el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), por su importancia presente y trascendencia futura. El uruguayo Alberto Methol Ferré, impulsor ideológico del MERCOSUR, sostuvo, con apasionada insistencia, que la América morena seguirá siendo el eco distorsionado de […]
Desde todos los confines de la «Patria Grande» ha sido recibido con alborozo el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), por su importancia presente y trascendencia futura. El uruguayo Alberto Methol Ferré, impulsor ideológico del MERCOSUR, sostuvo, con apasionada insistencia, que la América morena seguirá siendo el eco distorsionado de intereses ajenos a su pueblo, a su historia y, sobre todo, a sus esperanzas, sino consolida su unidad económica y política. Estamos al comienzo de un camino todavía largo y abrupto, pero es el único correcto, ya que conviene no olvidar, como decía Jorge Abelardeo Ramos (JAR), que no somos subdesarrollados por que estamos divididos, sino que estamos divididos porque somos subdesarrollados.
Es cierto que el parto no ha carecido de dificultades, lo que explica sus limitaciones. Su declaración inaugural debió referirse, por lo menos, a la necesidad de clausurar las bases militares de EEUU en Colombia, Panamá y Honduras. Son varios los países latinoamericanos atados aún a Tratados de Libre Comercio (TLC), en tanto que los acuerdos por consenso adoptados en Caracas (sede de la primera reunión de la CELAC) necesitaban conciliar posiciones antagónicas, como las de Raúl Castro y Sebastián Piñera.
Las proyecciones y trascendencia del flamante organismo han ocasionado que el silencio de los pachamámicos (fanáticos del indigenismo) en torno al tema hubiera resonado de manera atronadora. Y no es que el documento fundacional de la CELAC descuidara la problemática indígena. Así lo demuestra su punto 17, al poner de relieve la participación de los pueblos indígenas y afro descendientes en las luchas independentistas y reconocer sus aportes morales, políticos, económicos, espirituales y culturales en la conformación de nuestras identidades y en la construcción de nuestras naciones y procesos democráticos. Sin embargo, debe admitirse que la CELAC ha colisionado con el fundamentalismo de las ONG que ocultan la participación indígena en nuestras gestas independentistas y no admiten el aporte de los pueblos originarios en la aún inconclusa construcción de nuestras identidades.
El pachamamismo proclama la vigencia de un Continente, al que llama Abla Yala, formado por poblaciones que no se conocían entre sí, que no tuvieron el mismo idioma ni las mismas raíces culturales, y cuya meta actual no pasa por el proyecto de la Nación indo mestiza latinoamericana, desde donde la posibilidad de alternativas a la opresión de las periferias tiene viabilidad. Como es obvio, este proyecto es antagónico al reconocimiento constitucional boliviano de 36 inexistentes naciones indígenas, con sus territorios ancestrales, imposibles de delimitar, pero que están ocasionando cientos de conflictos insolubles al gobierno de Evo Morales. Las contradicciones en el régimen «plurinacional» volvieron a relucir cuando el analista Hugo Moldiz Mercado, que por lo general expresa los criterios del oficialismo, sostuvo, con acierto, que la OEA nunca ha dejado de ser el instrumento por el cual EEUU ha pretendido camuflar sus poderosos intereses en la región y que ahora el país del norte tratará de usar para matar al CELAC («Rebelión.org, 05-12-11).
Es indudable que el organismo bolivariano ha comenzado a asfixiar a la OEA, la que necesita recomponer sus relaciones y su influencia. Lo paradójico es que el primer balón de oxígeno se lo proporcionó, inmediatamente después del nacimiento de la CELAC, el canciller pachamámico David Choquehuanca, al aceptar que Bolivia sea la sede de la 42 asamblea general de la OEA, a realizarse en Cochabamba, en junio de 2012. La incapacidad de la cancillería boliviana impidió que la CELAC, que emitió pronunciamientos concretos a favor de la demanda argentina por las islas Malvinas, de Cuba por el cese del bloqueo estadounidense y de Haití en procura de ayuda humanitaria, mencionara siquiera que Bolivia sufre el enclaustramiento geográfico impuesto por Chile desde 1879, a través de una guerra de conquista. Esta situación fue admitida por el régimen chileno, en una agenda pendiente de 13 puntos que sirvió de marco a las negociaciones entre ambos países.
Choquehuanca tampoco considera que el tema marítimo deba ser tratado en Cochabamba en forma prioritaria, lo que ha constituido otro motivo de satisfacción para el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, quien jugó importante papel en el «engaño» que Evo admitió haber sufrido, durante cinco años, de parte de Santiago en las conversaciones marítimas. Debido a lo anterior flota en el ambiente el saber si el silencio pachamámico implica su preferencia por la OEA antes por la CELAC, la que, al cuestionar a los centros de poder mundial, no tendrá relaciones fluidas con las grandes ONG con que cuenta el indigenismo.
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