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La ciencia argentina arrinconada

Fuentes: La Tecl@ Eñe

No sólo hay fuga de capitales, hay desaprensión sobre el capital humano cuya capacidad reconocida internacionalmente ha costado tiempo y recursos. Los investigadores argentinos no forman parte del G-20 que vendrá en noviembre, ni son el mercado, y libran una lucha desigual. Están ahí. Aunque Ud. no los vea. Son los investigadores argentinos que trabajan […]

No sólo hay fuga de capitales, hay desaprensión sobre el capital humano cuya capacidad reconocida internacionalmente ha costado tiempo y recursos. Los investigadores argentinos no forman parte del G-20 que vendrá en noviembre, ni son el mercado, y libran una lucha desigual.

Están ahí. Aunque Ud. no los vea. Son los investigadores argentinos que trabajan en el CONICET, en silencio para un futuro mejor. Están ahí. Aunque Ud. no los conozca. Entre probetas y ensayos. Avanzando sobre lo que no se conoce. Buscando develar los misterios de la vida, luchando contra las enfermedades. Investigando los motivos de nuestra decadencia. O introduciéndose en nuestra historia para iluminarla desde diferentes ángulos, como cuando se estudia la responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad cometido contra trabajadores durante el terrorismo de Estado. O haciendo trabajos de campo en una villa. Investigando los antioxidantes presentes en las plantas. O para revelar el mecanismo por el cual las neuronas fabricadas por el cerebro adulto se «enchufan» con circuitos del hipocampo que participan del aprendizaje.

Están ahí. Buscando con sus investigaciones mejorar la calidad de vida de los argentinos. Están ahí. Aunque Ud. nos los vea. Son productos excelsos de la educación pública. A la que todos nosotros hemos contribuido financieramente para que se dediquen a abrir las puertas del futuro. Y lo hacen.

Son, lo sepan ellos o no, los hijos de la sarmientina ley 1420 de la enseñanza universal, laica y gratuita, promulgada durante el gobierno de Roca un 8 de julio 1884. Y de la Reforma Universitaria de 1918 durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen. De la eliminación de los aranceles universitarios ocurridos durante la primera presidencia de Perón un 22 de noviembre de 1949. No es una casualidad que la Reforma Universitaria y la supresión de los aranceles se concretaron en los dos gobiernos populares del siglo XX.

Como pasivo de su herencia, el sanjuanino dejó el malhadado axioma de Civilización y Barbarie. En la concepción de Sarmiento la civilización era el establishment y lo popular la barbarie. Por eso, trasmitido de generación en generación, cuando irrumpen las clases medias en la segunda década del siglo pasado o los trabajadores descendientes de los derrotados de las guerras civiles en la década del cuarenta, la educación recibida por los universitarios y egresados obnubila, y muchos de ellos en lugar de apoyar a los gobiernos que representan a los sectores populares, con muchas limitaciones y defectos y las lógicas impurezas de los procesos transformadores concretos, se ponen del lado de los que representan a «la civilización», eufemismo bajo el cual se despliega el establishment, que en lenguaje de la época de la post-verdad se denomina «el círculo rojo».

Están ahí. Aunque Ud. no los vea. No están ni en las revistas «Gente» y «Caras», ni en «Intratables». No se los ve en «Animales Sueltos» ni en TN. Mucho menos en «Showmatch» o en los programas de chimentos conventilleros de las tardes de la programación televisiva.

Están ahí. En revistas de prestigio internacional como «Nature» o «Science».

Están ahí. En la oscuridad luminosa de la investigación. No constituyen empresas off-shore. No los mueve el dinero sino el conocimiento. Su patrimonio principal está en la cabeza y no en el bolsillo.

Un país tan maravilloso como el nuestro, pero muchas veces ingrato, tuvo gobiernos que los apaleó en la trágica «Noche de los Bastones Largos», iniciando un exilio de cuya sangría nunca pudo restablecerse totalmente. Tuvo un ministro muy conocido, que, en nombre de la racionalidad económica, de la «civilización» los mandó «a lavar los platos».

Hubo más de una década de un gobierno que decidió inteligentemente que la llave de un futuro distinto no estaba sólo en la soja y la minería sino también en la ciencia y hasta creó un ministerio al respecto. Volvieron más de mil investigadores, dejando atrás sus apreciados trabajos, sus buenas remuneraciones, sin carencias presupuestarias, mediante un plan que no por casualidad se llamó «Raíces». Tratando de devolver lo mucho que este país les dio en materia de formación, volvieron los investigadores con sus valijas de sueños y proyectos a un país que parecía muy lejos de esa noche de los bastones largos o de ministros que los despreciaran.

Se encontraron con facilidades esperadas y con las dificultades de un país que no se decide por el triunfo de un modelo que potencie la industria y una distribución equitativa del ingreso.

El gobierno que le sucedió, una restauración conservadora, promotor de un modelo agro-extractivo exportador mixturado con el de valorización financiera, durante la campaña electoral, a través de su candidato que finalmente triunfó, afirmaba: «Los argentinos tenemos razones para estar orgullosos de nuestra ciencia, tenemos una historia que nos ha dado científicos e investigadores reconocidos mundialmente y también tenemos, gracias a una de las mejores políticas de este gobierno, una comunidad científico-tecnológica en marcha. Nuestra propuesta es mantener el compromiso con la investigación y ponerla al servicio del desarrollo del país: aplicar todo el conocimiento generado para crear más empleo, más tecnología propia. Queremos acercarla a la sociedad para mejorar la forma en la que viven los argentinos. Confiamos en que podemos hacerlo. Tenemos una base desde donde partir, y lo más importante, tenemos científicos e investigadores apasionados. Vamos a seguir acompañándolos, vamos a llegar todavía más lejos.»

Están ahí. Luchando contra la carencia de elementos para investigar. Los quieren reducir a ñoquis, imposibilitados de trabajar, para justificar su lenta agonía que justifique su cierre. El viejo método de convertir en culpables a las víctimas. Es una política que abarca al INVAP, al INTA, al INTI, al SENASA. La ciencia, la salud y el trabajo pasaron de ministerios a secretarías. Por eso, mientras se ajustan despiadadamente las partidas presupuestarias en salud, educación, salarios, jubilaciones, ciencia y tecnología, los intereses de la deuda crecen a ritmo geométrico. Se han ido en intereses en LEBAC, en tres años, al dólar de cada momento, 25.000 millones de dólares. Actualmente en intereses de Leliq se pagan 1.100 millones de pesos diarios.

Si los científicos fueran parte de la entelequia mercado, o fueran los especuladores de los capitales golondrinas serían considerados, respetados y homenajeados.

Están ahí. Aunque muchos no saben por cuánto tiempo más.

Están ahí aún. Aunque Ud. no los vea. Son los investigadores que trabajan en silencio para un futuro mejor.

Son los mismos a los que los trolls pagos y algunos periodistas ignorantes los han denostado. El doctor en sociología Daniel Schteingart, en su nota «Derribando mitos sobre el Conicet» escribió: «Según el ranking Scimago- el más prestigioso del mundo para evaluar rendimiento de este tipo de instituciones- el Conicet pasó del puesto 399 en 2009 al 220 en el 2016, sobre un total de 5137 instituciones… se encuentra entonces en el top 5% mundial de las instituciones de ciencia y tecnología… es la segunda institución más prestigiosa de América Latina (sólo por detrás de la Universidad de San Pablo)«.

Con respecto a la relación entre los investigadores dedicados a ciencias duras y a sociales, Schteingart sostiene: «El 78 % de los poco más de 9000 investigadores de planta del Conicet proviene de las ciencias duras (Exactas, Naturales, Biológicas, Químicas, Ingenieriles, etc.) o son tecnólogos. El 22% restante proviene de las Ciencias Sociales y Humanidades. Para muchos críticos del Conicet, este 22% es «excesivo» y compuesto por personas que son «ladris» y «chamuyeros». Primero la cifra es razonable para los estándares mundiales: en Noruega (país más desarrollado del mundo según el Índice de Desarrollo Humano) tal cifra es de 25% y en España del 26% por debajo de México (por encima del 30%)… Los datos son de la UNESCO.«

A los investigadores los están obligando a irse, en un derroche monumental de recursos. No sólo hay fuga inclemente de capitales. Hay desaprensión impiadosa sobre el capital humano cuya capacidad reconocida internacionalmente ha costado tiempo y recursos.

No forman parte del G-20 que vendrá en noviembre, ni son el mercado, esa denominación constituida por apropiadores y concentradores de ganancias.

Más de 1200 científicos de todo el mundo, entre ellos 11 premios Nobel, le enviaron una carta a Mauricio Macri, donde sostienen que «el Conicet está al borde de la parálisis y que peligran los puestos de trabajo de 10.000 científicos, 10.000 becarios doctorales y posdoctorales y casi tres mil técnicos».

Están ahí. Aún están ahí, aunque Ud. no los vea. Son los investigadores argentinos que trabajan en silencio para un futuro mejor.

Pensar que Lincoln creó la Academia de Ciencias de los EE. UU en plena Guerra de Secesión.

El ex ministro Lino Barañao, disminuido a secretario y acotado presupuestariamente, al frente de políticas contrapuestas, indemne a las contradicciones, afirmó: «Ningún país con 30% de pobres puede aumentar sus investigadores.»

Se le puede contestar a Barañao, y al presidente Macri, modificando levemente una frase del Pandit Nehru, dicha en 1940 referida a la India, de la cual fue primer ministro, que: «La Argentina, aún en crisis, es un país que no puede darse el lujo de no invertir en educación y ciencia y restringir el número de investigadores.»

Hugo Presman es coconductor del programa radial EL TREN, con más de 14 años en el aire. Contador Público recibido en UBA. Fue profesor de Economía Política en la Facultad de Ciencias Económicas de la misma Universidad. Es Periodista. Sus trabajos son publicados en diversos medios nacionales e internacionales. Es autor del trabajo de investigación «25 años de ausencia» y participó con trabajos en los libros «Damián Carlos Álvarez Pasión por el libro» e «Insignificancia y autonomía». Debates a partir de Cornelius Castoriadis. Además es coautor del libro «Bicentenario de la Revolución de Mayo y de la Emancipación Americana».

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