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La COB y la democracia intercultural

Fuentes: Rebelión

Hace ya 62 años nacía la Central Obrera Boliviana como expresión de la energía revolucionaria acumulada por el proletariado minero, que expresaba en la tesis de Pulacayo la síntesis vanguardista obrera de la izquierda que había logrado construir la avanzada proletaria. Muchos años antes esa izquierda marxista ya enfrentada entre sí entre corrientes estalinistas y […]


Hace ya 62 años nacía la Central Obrera Boliviana como expresión de la energía revolucionaria acumulada por el proletariado minero, que expresaba en la tesis de Pulacayo la síntesis vanguardista obrera de la izquierda que había logrado construir la avanzada proletaria. Muchos años antes esa izquierda marxista ya enfrentada entre sí entre corrientes estalinistas y trotskistas había concentrado su trabajo en el sector más combativo y revolucionario frente a la oligarquía minero-feudal, los mineros, que desde sus deterioradas condiciones de vida y su lucha por mejorarla, perfilaban la vanguardia de clase que Marx y luego también Zavaleta reconocían como el fundamento subjetivo para la construcción del Socialismo.

Los mineros y sus familias eran migrantes del campo, de las haciendas y las comunidades indígena originario campesinas, y habían salido de sus lugares de origen con la esperanza de una nueva vida como asalariados y los beneficios de ser parte de una empresa. Esta ruta seguida desde la época de la colonia se mantuvo y sostuvo como eje fundamental de la economía republicana: los antiguos mitayos de la colonia, continuaron siendo la cuota de trabajo que las comunidades aportaban al Estado para ellos seguir existiendo, y con ello sostenían al Estado colonial en su papel represor. Esos mineros que hablaban quechua o aymara, sin embargo, en su gran mayoría rápidamente adquirían un nuevo status en su condición proletaria que producía un corte histórico con su origen e identidad originaria para propiciar una nueva, con mejores condiciones de vida y más alejada de la discriminación y el racismo histórico, más cercana a la solidaridad de clase, de un proyecto histórico revolucionario para el país y que generaba respeto entre los opresores y su Estado.

Por eso la historia común de la izquierda y la clase obrera nos muestra una vanguardia revolucionaria pero escasa, que no convocaba a la mayoría de la identidad indígena originario campesina de este país, pero que sin embargo lo pudo hacer con la mayoría de los sectores populares, creando la organización unitaria sindical más importante del país y del continente. Una nueva relación intercultural se tejió al interior de la organización matriz, sin embargo las cuotas de poder determinadas por el vanguardismo proletario siempre limitaron el horizonte de la representación y de la propia participación política de los otros sectores. Las sucesivas tesis socialistas de la COB, junto a los numerosos documentos aprobados en cada Congreso nacional, terminaban expresando el discurso de una izquierda que no terminó de entender al país y que subrayaba que el horizonte socialista sólo sería posible con los obreros a la cabeza y los demás como furgón de cola.

Los quiebres kataristas de sindicalismo independiente desde los años 70, abrieron nuevos espacios a la «alianza obrero campesina» y la COB «permitió» el ingreso del actor político mayoritario pero ratificando una vez más que los campesinos por su carácter «pequeño burgués» o de pequeño propietario, no podría ser revolucionarios y por tanto necesitaban a la vanguardia proletaria para su dirección. Vanos fueron los intentos durante largos años y congresos para modificar la estructura orgánica de la COB, que ratificaba una y otra vez su estructura proletaria por sobre la irrupción de nuevos actores sociales. Y vino el modelo neoliberal con el 21060 que «relocalizó» a los mineros reduciéndolos a su mínima expresión, y a la propia COB en un cadáver orgánico que condenó a los sectores afiliados a buscar y enfrentar sus propias luchas sectoriales desde la demanda particular, dejando de lado el discurso político y vanguardista que la habían convertido en un factor de poder en la historia boliviana. El espacio político institucional dio lugar a los partidos políticos tradicionales y a los de nuevo cuño. La izquierda política en su mayoría siguió el curso del poder adscribiéndose rápidamente a los nuevos tiempos neoliberales que soplaban y que auguraban muchos años de mercado y de sometimiento popular.

Sin embargo de este recorrido histórico institucional de las luchas obreras, otra lucha histórica casi clandestina se venía dando, ignorada por la historia oficial, el país desbordaba en identidad indígena originaria y campesina, con raíces históricas pre coloniales que expresan el sustento de la diversidad de nuestra partida de nacimiento. En el país «más indio» de América se produjo el mayor proceso colonizador, que buscaba la explotación económica y la exclusión social vestida de racismo, y que hizo que la colonia perdurara en la república y en nuestras propias cabezas hasta hoy. Con luchas permanentes, unas abiertas otras silenciosas el protagonismo IOC estuvo presente en nuestra historia; desde la resistencia a los españoles, pasando por los levantamientos de la colonia y luego en la república, los actores sociales indígenas originario campesinos, siempre estuvieron y sostuvieron la lucha, pero al mismo tiempo de pisoteados por los opresores, fueron ignorados y discriminados por sus hermanos de origen pero no de clase.

Las transformaciones históricas que vive el país, institucionalizadas en una nueva CPE que tiene como punto de partida la diversidad y el horizonte del «vivir bien» , junto al protagonismo de los pueblos indígena originario campesinos, ha interpelado la historia oficial republicana y también la de la vanguardia clasista, poniendo de manifiesto que nuestra propia identidad en Democracia debe ser intercultural, así como el horizonte de las utopías colectivas. De esta manera la COB que hoy continua vanguardizada por los mineros ya ha sufrido transformaciones sustanciales desde la nueva realidad. El proletariado vanguardia de la COB es el obrero de élite que gana más que el presidente y la fuerza principal de movilización la componen las numerosas empresas mineras de cooperativistas que tienen intereses muy particulares para apoyar el proceso de transformaciones que vive Bolivia.

El reto mayor se presenta en la capacidad de la COB de realizar una nueva alianza histórica en el marco de la democracia intercultural interna, que permita que la identidad de clase fluya junto a la originaria indígena campesina para darle un contenido de sostenibilidad política y de propuesta política a las transformaciones que están en curso en el país, pues el proceso no le pertenece a una organización política sino a todo el pueblo boliviano que como bloque histórico político y desde su memoria larga, hoy recrea su vida en un cambio de época que nos acerca cada vez más a la utopía revolucionaria.

Juan Carlos Pinto Quintanilla es Sociólogo. Director Nacional del SIFDE-OEP

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.