Después del encuentro en La Garrucha Cuatro verbos dominaron el discurso: luchar, sufrir, organizarse y trabajar. Porque cuando se lucha, necesariamente se sufre. Pero para sufrir menos, hay que organizarse. Sólo así es posible trabajar por la liberación del pueblo. Y para la liberación del pueblo vivimos. Más de ciento cincuenta voces, femeninas y morenas, […]
Después del encuentro en La Garrucha
Cuatro verbos dominaron el discurso: luchar, sufrir, organizarse y trabajar. Porque cuando se lucha, necesariamente se sufre. Pero para sufrir menos, hay que organizarse. Sólo así es posible trabajar por la liberación del pueblo. Y para la liberación del pueblo vivimos.
Más de ciento cincuenta voces, femeninas y morenas, se lo explicaron pacientemente a miles de oídos que las escuchaban con alegría, admiración y respeto. La cita fue del 29 al 31 de diciembre de 2007 en el Caracol «Resistencia Hacia un Nuevo Amanecer», más famoso por su nombre de La Garrucha, Zona Selva Tzeltal, territorio rebelde zapatista. Delegadas de los cinco Caracoles presentaron sus avances en mesas plenarias donde, como dicen muchas de ellas, «las temas» de trabajo fueron:
-
Cómo vivían antes y cómo están ahora las zapatistas.
-
Qué hicieron, cómo hicieron para organizarse para lograr sus derechos.
-
Cuáles son sus responsabilidades ahora.
-
Cómo se sostienen en su lucha.
-
Qué cambios tienen ahora.
-
Cómo luchan con sus niñas y niños zapatistas.
-
La mujer, y la mujer en la Otra Campaña.
Los distintos temas fueron abordados por delegadas que llevaban las siguientes representaciones: comandantas (suplentes e integrantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, CCRI), insurgentas (tres capitanas de las Fuerzas Mexicanas de Milicia), responsables regionales, responsables locales, integrantes de las cinco Juntas de Buen Gobierno (JBG), «concejas» autónomas, comisariadas agrarias, promotoras y formadoras de salud, promotoras y formadoras de educación, comisariadas y agentas autónomas, directivas y administradoras de trabajos colectivos, así como bases de apoyo (BAZ) que se presentaron en su carácter de: abuelita, mujer mayor de edad, mujer casada, joven soltera, mamás zapatistas, compañeritas niñas, viejitas, traductoras, relatoras y encargadas del sonido. En total, 20 horas de plenarias (cuatro horas para cada Caracol) con intermedios para preguntas y descansos.
Parecería un encuentro típicamente zapatista de no ser porque a todos los hombres, incluidos los de prensa, se les pide que se retiren del auditorio el primer día, pues «sólo mujeres» pueden estar aquí. A «un compañero que está escondido ahí atrás de un poste» le pide la maestra de ceremonias «que se retire. Aquí sólo mujeres». Y nada terrible sucede. Diez o doce cámaras que han venido a grabarlo todo permanecen listas en sus tripiés, tan tranquilas. No falta mujer que las maneje. Algunas dudaban si podían. Hoy ya no dudan. Y pueden.
En el templete del auditorio todo el control del sonido y el espacio es femenino. En las bancas para quienes escuchan, también. Hay mujeres de la sociedad civil tan poco acostumbradas al respeto que parecen incómodas de verse tan cómodamente sentadas. A lo mejor son las «automarginadas», término que usará una zapatista al día siguiente, pero quién sabe. De cualquier forma, con la salida de los hombres no ocurre ninguna tragedia. A los maridos, hijos, novios, amantes o hermanos les toca oír desde lejos, desde fuera, o distraerse atendiendo los puestos de vendimia. Otros ni siquiera vinieron, se quedaron a cuidar a los hijos pequeños. Por eso entre las convocadas hay tanta concentración, tanto brazo relajado y tan poquito dolor de hombros. Además, respiran bien las cinturas y sobran manos libres que apuntan o toman fotos. Las delegadas zapatistas vienen adornadas con moñitos de colores en la cima del pasamontañas: azul para La Garrucha, blanco para La Realidad, rojo para Morelia, amarillo para Oventic y verde para Roberto Barrios.
Con el respeto de siempre, entonamos ese himno nacional que jamás nos menciona. Enseguida habla la comandanta Susana, la que abrió camino con Ramona y que, de hecho, viene «de parte» de ella para informarnos, primero, que nunca va a dejar su trabajo y, segundo, que «Ramona pues vive y no está muerta Ramona». Y no es la única ausente que anda cerca. Ya de por sí, presas y presos nos acompañan todo el tiempo. Pero aquí también se siente caminar a «los caídos» que murieron en la lucha, a «las guerreras» que pelearon por la paz, a «todas las mujeres» que no pudieron llegar. La compañera Yoana dice que «tenemos que ir a agradecer al general Zapata», ya que «por él pudimos conocer nuestro derecho», y habla con tanta seguridad que dan ganas de voltear para buscar al general entre los hombres que escuchan desde el fondo.
Es así como se da por inaugurado este evento que tiene varios nombres simultáneos: Tercer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo: «La Comandanta Ramona y las Zapatistas», o bien, Primer Encuentro de las Mujeres Zapatistas con las Mujeres del Mundo, o para las más exigentes, una combinación de ambos: «Tercer Encuentro de los Pueblos… y Primer Encuentro de las Mujeres…» al mismo tiempo. Que cada quien escoja.
En los letreros de cartulina desplegados por todo el Caracol se leen las siguientes frases: «En este Encuentro no pueden participar los hombres en: relator, traductor, exponente, vocero, ni representar en la plenaria estos días 29, 30 y 31 de Dic 07. El 1 de enero del 08 vuelve a lo normal. Sólo pueden trabajar en: hacer comida, limpiar y barrer el Caracol y las letrinas, cuidar a l@s niñ@s y traer leña».
Pero una de esas frases no puede ser verdad. Veremos cuál y veremos por qué.
El antes
Los días de esclavitud.
Decenas de mujeres indígenas rebeldes explican cómo sufrían antes del levantamiento armado de 1994. Pero entre los recuentos del horror vivido con los patrones y entre los relatos de su esclavitud, de su vida infrahumana, de su humillación y su sufrimiento, nos calan muy hondo los de la abuelita Avinia (de La Garrucha) y los de las compañeras viejita Eva, viejita Gloria, viejita Verónica y viejita Angelina (de La Realidad). Varias de ellas hablan en su lengua materna y recurren a traductoras. Es así como nos enteramos de «¡Cuántos sufrimientos! ¡Cuántos!» tuvieron que padecer con los castigos físicos que las hacían «desmayar por el dolor». A sus esposos los amarraban a los árboles dos días, desnudos. A ellas las sentaban en una piedra filosa hasta que les sangraban las rodillas. Ninguna aprendió jamás a leer ni a escribir porque los finqueros las consideraban animales.
Dicen que si no hubiera sido por los fundadores del EZLN que llegaron a las montañas de Chiapas hace más de veinte años, «ya todos ‘tuviéramos de mozos», igual que «nuestros papaes y mamaes». Los relatos de esclavitud coinciden: a los seres humanos se les mandaba a llevar carga cuando «no hay caballos». Y es que los hijos de los patrones tenían que comer sabroso en Comitán: cajas de maíz al que se le había quitado el corazoncito y la puntita, dejándole «sólo la carnita». Abuelita Avinia está sorprendida de que un hombre pueda ser tan insaciable. Nos cuenta, indignada, que el inútil del patrón no era capaz de irse a bañar al río, sino que había que cargarle su agua para no quitarle su comodidad. ¿Cómo describiría esta abuelita lo insaciable que es un juez de la suprema corte, un consejero del IFE, un violador de la PFP?
Se quejan mucho estas mujeres de que no conocían el peltre, de que todo era puro barro. Afirman haber nacido en familias que, por generaciones, «no tomamos dulce» porque no lo permitía el patrón. «Pero ni la espuma de la miel lo da a lamer» a los niños, «no lo puede agarrar ni un pedacito de caña». Aunque, claro, su ganado del cacique podía darse sus antojos, como lamer sal tranquilamente porque ya estaba «pero bien remolido» gracias a la piel cocida de las manos indias. Entre las asistentes, pocas habíamos escuchado una descripción tan minuciosa y tan directa del derecho de pernada, de cómo son violadas las jovencitas con la misma naturalidad con la que el sol sale y se pone. Eso ya no sucede en las comunidades en resistencia del EZLN, donde se extinguieron los patrones. Pero sabemos que ocurre en muchas fincas de nuestro país y por eso sigue doliendo. En cada relato destaca la obsesión del cacique por lastimar, por explotar, por humillar a otros, por descansar a toda costa mientras a decenas de familias se les va la vida en servirle. Además, «lo que hace un patrón lo hacen todos». No importa si la finca es Del Rosario, Las Delicias, Porvenir o La Codicia.
La comandanta Rosalinda cuenta que la seguridad pública asesinaba y violaba a las mujeres de quienes se organizaban para protestar, hasta que llegó la información de que podían organizarse clandestinamente y se formaron milicianas e insurgentes. Por eso, da igual si el patrón es el que «lo cambea con tierra» a las hijas, si se llama don Enrique Castellanos, a quien «los viejitos lo metieron en unas redes y lo colgaron» cansados de ver violadas a sus hijas, o si se llama don Javier Albores, el que «tuvo familia con sus criadas». Todos fueron expulsados de sus paraísos el 1 de enero de 1994.
La historia de la clandestinidad.
Hace muchos años llegó un grupo de hombres y mujeres a las montañas de Chiapas. Iban como maestros, como médicos. Uno de los hombres se presentó un día en la comunidad de Araceli, «Base del Apoyo» a la que le «toca explicar la clandestinidad». No sabían quién era la persona que llegó, pero dice Araceli que les habló de sus productos y sus precios y luego les preguntó «cuántos tiempos vamos de aguantar viviendo». Se fue, luego volvió con permiso de las comunidades. Habló con más. Les dio un folletito. Les preguntó si estaban bien dispuestos a luchar. Les dijo que fueran muy cuidadosos. Luego les aconsejó que pusieran vigilancia. Luego les explicó «cómo luchamos, junto con quién luchamos y contra quién luchamos» y les enseñó lo que significa la palabra «compañeros». Luego les contó de un ejército que iba a luchar por el pueblo: Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y que la preparación no sólo era política sino militar. Según la comandanta Sandra, «nadie quien lo supo, más que nada más los que lloran».
Maribel nos amplía la información. Ella nos dice que para reunirse con los que llegaron de fuera «íbamos como si fuera a pescar», pero en realidad iban a recibir pláticas en las montañas, en las cuevas, bajo los árboles, «muy en silencio y despacito», de noche, preparándose «para el trabajo de la lucha». Cuenta Maribel que había cine-debate: «nos traían para ver películas de luchadores de otros países». Luego venían las preguntas y el debate y eso «nos conmovió nuestros corazones». A veces había que hacer un hoyo para ocultar el ruido del motorcito que brindaba energía.
Algunas señales iban en la ropa: playera roja, blanca, café o negra significaban que habría reunión, y dependiendo del color era el lugar. A veces se daban un apretón fuerte de manos y esa era la señal. Las primeras insurgentas enseñaron a estas mujeres muchas cosas: «aprendimos a hacer vigilancia», así como a manejar armas y hacer «de todo». Por eso, dicen las zapatistas ancianas hoy, «fuimos capaces de resistir». Estas mujeres alimentaron a los fundadores del EZLN hace más de veinte años. La compañera viejita Verónica nos cuenta que la tostada y el pinole se preparaban «no en la día» sino en la noche, porque antes eran clandestinos. Pero ya no. Y ahora se prepara de día. La compañera viejita Angelina dice que a los fundadores «ellas lo mantenieron» y que «lo quisieron mucho, lo alimentaron», pero no había caminos. Tenían que moverse de noche, en picadas, de un campamento a otro. En aquellos tiempos, Maribel explica que prepararon y llevaron pinole, tostadas, galleta, pan, yuca, plátano, camote, azúcar, sal, calabaza. «Lo que comíamos es lo que comían también». Y cuenta que se organizaron «a hacer costuras para uniformes». Luego vino el alzamiento, en el que muchas de ellas participaron, «y con esa sangre despertamos».
La condición de la mujer.
Cuentan las mujeres zapatistas que no sólo las han lastimado los patrones. Antes de los días con el EZLN e incluso después del alzamiento, eran sus propios padres, sus esposos, sus hermanos y hasta sus hijos quienes las subestimaban. Sólo los hombres se divertían; sólo ellos descansaban. Si a alguien se le ocurría nacer niña, su padre la despreciaba. Si a alguien se le ocurría participar en las reuniones, los hombres se burlaban. Todo indica que la labor de Ramona y de Susana debió ser titánica. Ellas instigaron a las zapatistas a elaborar su Ley Revolucionaria en los años en que daba mucha risa ver luchar a una mujer. Esa Ley ya se ha ampliado de 10 a 30 artículos, pero nos dicen las zapatistas que todavía no son públicos. En tanto, este auditorio donde escuchamos por última vez la voz de Ramona, hoy sigue ocupado sólo por mujeres. En algunos huequitos en la pared o por la puertita ubicada detrás del escenario se pueden ver cámaras fotográficas que entran solas. Desde fuera, las sostienen antebrazos duros y con las venas marcadas, de esos que a muchas nos fascinan. Son los hombres que siguen sin poder incorporarse a las plenarias, pero que no dejan de retratar este espacio que hoy no es suyo. Dentro de poco se les permitirá de nuevo el acceso a los de prensa, siempre y cuando «nos respeten o los sacamos». Para el tercer día, ya todos podrán entrar.
De cualquier forma, los trabajos siguen y las compañeras zapatistas nos advierten: «vamos a ser sinceras en decirlo». A veces, cuando ha habido problemas, «hay mujeres que con eso abandonaron sus trabajos». Hay pleitos fuertes en las casas porque «no muy dejan salir nuestros maridos». Piensan que van a echar novio. Como si no fuera también su derecho, pienso yo. De cualquier manera es triste. «Los hombres falta para que entiendan» la importancia de la lucha de las mujeres. Grabiela, una de las tres capitanas que junto con Elenita y Hortensia representan a todas las mujeres que se encuentran «en posiciones de montaña en el sureste mexicano», dice que antes, «si nacimos niña, nuestro trabajo es ser mujer». Que no se podía jugar basquetbol con los niños, ni estudiar. De hecho, nos platica que una partera cobraba menos por la niña porque no tenía el mismo valor que el niño.
En una reflexión recurrente y generalizada, estas mujeres aseguran que antes de organizarse para luchar pensaban que ellas no valían nada. Es más, cuando se percataron de que sí valían tuvieron que demostrárselo primero a ellas mismas. Los hombres ya tenían experiencia, ya caminaban de noche, pero ellas sentían muchísima pena de opinar, de hablar, de viajar, de decidir. Ya fuera en las fincas o en sus propias casas, tenían que levantarse a las dos o tres de la mañana para ir por la leña, preparar el café y tortear desde tempranito. Luego había que cuidar a los niños solitas, cargándolos hasta el río trepados en la ropa que iba a ser lavada. Luego había que regresar con todo encima, la ropa limpia y los niños sucios. Y el agua para beber. Y la leña. Además, los hombres se emborrachaban y les golpeaban el cuerpo y el alma. Dicen que era enorme su cansancio, indescriptible su tristeza y larguísimo su día. Que el sueño era cortito y ellas tenían que levantarse a las dos o tres de la mañana otra vez para ir por la leña de nuevo.
Hoy, estas mujeres portan un cansancio muy otro. Llevan meses haciendo trabajo intelectual, político y organizativo en medio de una salvaje ofensiva institucional y paramilitar. De hecho, mientras estamos en plenarias nos vuelan por encima los militares. Ellas lucen nerviosas pero satisfechas. Sus compañeros las apoyan en la logística. Muchos están en las cocinas, matando pollos y cocinando. Ahora que «los priístas, los orcaos y los opddiques nos quieren quitar el terreno» como si nada hubiera cambiado, la joven casada Mireya deja claro que ya todo cambió, que ella se casó después de 1994, que nadie la obligó, que tiene dos hijos libres y que su esposo la respeta.
El ahora
Cómo se organizan para luchar.
Mayoritariamente, las mujeres zapatistas informan que todavía falta mucho para lograr el respeto «y ocupar en algún lugar el lugar que nos corresponde», pero Elisa, la compañera mayor de edad, señala que «ya conocemos ya nuestro derecho». Muchas de las que han venido a este singular encuentro son bases de apoyo del EZLN. Reconocen el trabajo de Ramona, saludan al Subcomandante Marcos «donde quiera que esté» e «inclusivamente a sus tropas insurgentes» y agradecen a la organización «que nos dio lugar y respeto».
Hay quien se entrega el micrófono a sí misma, con mucha elegancia y seriedad: «Tiene la palabra la compañera Dalia, que ero yo». También hay quien presenta su Curriculum Vitae detallado, como Everilda, suplenta al CCRI que nos convocó a este encuentro en julio pasado. Dice que empezó su participación política cuando tenía diez años. Durante 2 años y 7 meses fue base de apoyo. Luego fue nombrada responsable local, cargo que desempeñó durante 1 año. Más tarde fue nombrada responsable regional. «Ese trabajo ya es más grande» y en él estuvo 7 años, 1 mes y 26 días que le «enseñaron a luchar fuerte». Enseguida fue nombrada suplenta al CCRI, cargo que ocupa actualmente.
Por cierto, ¿a qué se dedica una comandanta zapatista? Ese cargo «no se cambea cada 3 ó 6 años» como los políticos. Everilda explica: «no somos dirigentas», sino que «representamos a las mujeres para orientar a las compañeras». El trabajo suena pesadito: «nos corrigen y corregimos los errores» de los pueblos. Cada una de las delegadas aquí presentes tiene una función que cumplir dentro de la organización. Sobre todas esas funciones, nos dieron datos abundantes.
Quienes trabajan en las Juntas de Buen Gobierno nos explican cuáles son sus responsabilidades. Dicen que en agosto de 2003, cuando nacieron las JBG, todos sus miembros eran hombres. Luego se integraron algunas compañeras. Dice una de ellas que «los pueblos zapatistas como que no se habían dado cuenta» de que había participación de mujeres en su lucha. En 2004 se hicieron asambleas en todos los pueblos y se acordó el ingreso de mujeres por tres años. Entonces ya hubo más mujeres. Pero fue en 2005 cuando más empezaron a participar ellas en las Juntas. ¿Cuáles son sus trabajos? Recibir «a las personas nacionales e internacionales». Fungir de puente con ellas. Ver los distintos problemas que les presentan las bases de apoyo, o incluso quienes no son integrantes del EZLN. Distribuir equitativamente los recursos económicos. Las juntas llevan el control de los proyectos o donaciones, pero sólo pueden presentar propuestas a los pueblos, «que son la máxima autoridad». No tienen descanso, ni horarios, ni días de trabajo. Atienden las 24 horas a quien lo necesita. Algunas mujeres de las JBG están aprendiendo a usar la computadora. Nos dicen que «sentimos muy difícil», que les «falta mucho de aprender», que no saben leer ni escribir, que por eso no hablan español, que no pueden caminar solas porque hay hombres que las quieren violar, sin importar que sean casadas, que muchas veces sus maridos, sus papás y sus hermanos no las dejan ir al trabajo porque piensan que van a hacer «cosa mala». Pero ellas saben lo que viene: «algún día debemos tomar nuestro derecho y el lugar que nos corresponda como mujeres».
En los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) también hay mujeres. Algunas compañeras explican que «antes no era costumbre de que las mujeres participen». Es por eso que el número de mujeres en los MAREZ es limitado. Dicen que no es porque no las dejen participar los compañeros sino porque ellas no se atreven a hablar porque no están acostumbradas. Los hombres sí. Ellas nunca han tenido la oportunidad de estar en un cargo, «muchos menos, darle solución a un problema», pero confían en que poco a poco van a aprender. Muchos las critican porque cómo es posible que una mujer ande sola y ande en todos lados. Pero ellas no hacen caso. Dicen que «por eso estamos aquí frente a ustedes». Aunque no saben leer ni escribir, exhortan a todas las presentes a no tener «el miedo de hablar» porque esas ideas son malas, son de los ricos que las quieren tener calladas y explotadas. Pero ellas saben que «ya es hora de hacer algo por nosotras mismas y por nuestro pueblo».
Una agenta autónoma como Elvia tiene la tarea de resolver «chismes» y toda clase de conflictos. A veces hay que enviar a alguien a «la cárcel» durante 24 horas. Para problemas de adicción habrá castigos de un mes de trabajo, e incluso la expulsión de su pueblo. El trabajo de las agentas es hacer la justicia, «y la justicia es la justicia». Marleni y Lucero son «concejas» municipales y saben mucho de todo, de lo agrario, de la salud, de la educación. Hay una compañera para cuestiones de tránsito, que vigila que los caminos no estén muy tapados, y otra compañera para derechos humanos que impide abusos de las autoridades autónomas. Ellas impulsan la participación de las mujeres en los colectivos de bordados, de pan, de pollos, de ganado. Si hay alguna compañera a la que «no le dan su derecho» su papá, su hermano o su esposo, es su deber de estas «concejas» ir a averiguar qué está sucediendo. Si hay abusos y violación, ellas lo investigan. Dicen que «el miedo, la timidez y la vergüenza» irán quedando atrás, pues ahora hacen sus reuniones «para planear planes de trabajo». Luego nos dicen la clave para que no los desaparezcan como pueblos indígenas: «Respetamos la mayoría. Además, nosotras cumplimos».
Parece que las responsables regionales la tienen difícil. Nos dice Amalia que «el tiempo de trabajo que tenemos es de todo el tiempo. No tiene fin». Por un lado, están sufriendo desalojos y presiones. Por otro lado, tienen que organizar fiestas conmemorativas como el 8 de marzo, o preparar los trabajos colectivos «para contrarrestar la guerra económica del mal gobierno», sistema «destructor de la humanidad» que «nos está jodiendo» y contra el que «todos tenemos el deber de luchar». Las responsables locales tienen otras tareas. Yaneli, por ejemplo, invita a las campesinas a hacer el trabajo, a organizarse. Los argumentos que usa son convincentes: «El gobierno nos quiere acabar, nos puede provocar la muerte», pero «si estamos organizadas», el mal gobierno ya no puede entrar a las comunidades a regalar «sus migajas» con esos programas que debilitan la voluntad de lucha. Las responsables locales supervisan la correcta conmemoración de las siguientes fechas: 12 de noviembre de 1983 (llegada a la selva de los seis fundadores y fundadoras), 17 de noviembre de 1983 (fundación del EZLN), 1 de enero de 1994 (alzamiento), 26 de octubre (cumpleaños del subcomandante Pedro), 10 de abril (muerte de Zapata), 6 de agosto (nacimiento de los Caracoles y las JBG), 8 de marzo (día internacional de la mujer).
A ellas les toca organizar las fiestas, pero también les toca ver cuántos van a defender a sus pueblos. Jóvenas y jóvenes de 15 años para arriba ya pueden hacer y recibir «trabajo de nuestra lucha». Las responsables locales vigilan que el trabajo de parteras, hueseras y encargadas de plantas medicinales esté avanzando. De igual forma, apoyan los estudios políticos en la parte de las mujeres, para «darle saber cuál es nuestro deber» como mujeres revolucionarias. Finalmente, si un colectivo fracasa o si un pueblo no está trabajando bien, es responsabilidad de ellas animarlos. Luvia nos informa que las responsables no tienen límite en sus cargos, a menos que les dé una enfermedad. Por si alguna está interesada, para ser responsable local zapatista se necesita cubrir las siguientes características: «disciplina, honestidad, comportamiento» con los compañeros y los pueblos, «unidad y compañerismo y sufrimiento que ha pasado» en la historia de su lucha, disposición para caminar kilómetros, dejar a sus hijas, hijos y esposos durante días y capacidad para asistir a reuniones que duran dos días.
En los trabajos colectivos se turnan las secretarias, las tesoreras, las presidentas. Son las administradoras y coordinadoras de esos trabajos. Mari nos cuenta que en su colectivo de pan empezaron con un préstamo de 1,000 pesos que les dio la organización para el horno, además de 494.50 pesos para materiales con los que se hace el pan. Luego pusieron una mercería. No sabían ni hacer corte de caja, pero aprendieron y ya tienen sus tiendas. Para el colectivo de pollo juntaron una gallina por cada mujer. Los hombres les ayudaron a juntar las varitas y a hacer el corral. Hoy ya no tienen necesidad de comprar pollo.
¿Qué hacen las comisariadas? Heidi nos explica que ellas dicen a qué hora se quema la milpa y dónde se hacen las zanjas. También vigilan «la tumba de los árboles» y se encargan de enseñar la importancia de la reforestación. Además supervisan el cuidado de los animales y la limpieza de arroyos y cascadas para «que estén en buenas condiciones de naturaleza». Por su parte, Daisy explica que hay que medir las colindancias y presentar informes de gastos y asuntos pendientes. Una comisariada autónoma le busca solución a «todos los problemas que cometen los compañeros y las compañeras» en cuestión agraria. Dice que antes «tenemos miedo y vergüencillas» por ser mujeres, pero ya no.
Para desempeñar todos estos cargos, las delegadas señalan insistentemente que sólo es necesario respetar tres principios básicos: unidad, disciplina y compañerismo. Nada más. Será por eso que, cuando la promotora de salud Angélica nos aclara que no cuentan su tristeza con el fin de provocar nuestra lástima, una mujer del público en la sesión de preguntas y respuestas habla por todas nosotras: «Compañeras, no nos dan lástima. Nos dan envidia».
Mujeres por la Dignidad.
Había una vez unas mujeres artesanas indígenas que querían tener una cooperativa. Vivían en los Altos de Chiapas y estaban muy solas porque «trabajaban en individual». Sus productos los llevaban a vender a San Cristóbal de las Casas. Ahí, como en escena de apertura del Oficio de Tinieblas, su esfuerzo se les pagaba a un precio muy bajo. En un retrato fiel a Rosario Castellanos, las mujeres se topaban con coyotes, intermediarios ladrones y compradores abusivos que vivían del cansancio de ellas. Fue por eso que se organizaron para formar una sociedad cooperativa donde pudieran juntarse todas. El 1 de marzo de 1997 hicieron su Asamblea General de Mujeres Artesanas. Ahí se aprobó la primera Sociedad Cooperativa Mujeres por la Dignidad y quedó legalizada su cooperativa. Las socias de esta Sociedad Cooperativa realizan una asamblea nacional cada año. La mesa directiva revisa el trabajo de las encargadas. Si una compañera lo hace bien, la reeligen varios años más. Son ellas mismas quienes deciden cómo van a trabajar. Algunas veces, bajo un árbol. Otras veces, en su casa. Nos dice una compañera que sufren mucho con sus hijos «por no tener un lugar especial para trabajar», pero eso no las detiene. Hay dos compañeras representantes en cada comunidad. Reciben la paga. Dejan veinte por ciento en la tienda y ya no dependen de los hombres, «pero mucho menos» dependen «del mal gobierno».
También tienen sus problemas. Algunas compañeras ya se salieron y sólo están en colectivos, no en sociedad pues no sienten mucha obligación. Hay organizaciones independientes que han causado divisiones porque, queriendo ayudar, llevan los productos de las zapatistas a tiendas donde hay gente que recibe sueldos. La lucha, pues, se torna durísima y muchas no aguantan. Las que sí aguantan señalan con satisfacción: «Hemos demostrado que podemos administrar una Sociedad Cooperativa como mujeres». La mesa directiva hace los trámites para la exportación de artesanías. La sociedad tiene vendedoras. A veces caminan ocho horas solas con sus hijas e hijos, pues hay que ir a la tienda en el centro del Caracol de Oventic. Las mujeres se turnan por semana. Hacen posta día y noche. Entre todas les dan para el pasaje a las vendedoras. Las apoyan con frijol. No les pagan, pues como en todas las actividades autónomas zapatistas, «sólo están cumpliendo su trabajo por conciencia». Ya tienen clientes y no andan ofreciendo sus artesanías por las calles de San Cristóbal. Desde hace catorce años, el de estas mujeres organizadas es, ante todo, un Oficio de Luz.
El después
La salud, la educación.
Estas mujeres que se tutean con la muerte no iban a hablarle de usted a la enfermedad. No iban a tenerle respeto a la ignorancia. Las cuentas que rinden las promotoras y formadoras de salud y de educación son suficientes para avergonzar a cualquier político. La presentación es impecable; el lenguaje, asombrosamente claro para quien no está utilizando su lengua materna. La información que nos dan las zapatistas es detalladísima, concreta y diáfana. Si fuera arete sería filigrana.
Las jóvenas bilingües y trilingües que preparan física y mentalmente a las próximas generaciones son las más seguras en el micrófono. Todas ellas, junto con sus compañeros, están logrando erradicar enfermedades que se habían incrustado en el sureste de México y que, por siglos, todos los malos gobiernos se negaron a combatir. A diferencia de hace diez o doce años, ya casi no vemos niños y niñas panzoncitos de lombrices. Rosaura nos explica que antes del ’94 había muchos partos prematuros, retención placentaria, cáncer cérvico uterino que no se detectaba a tiempo. A los pacientes los sacaban «cargando en camillas de lazo» y todo para que no los atendieran en los hospitales del mal gobierno porque eran indios. Esta promotora de salud dice que las mujeres no podían descansar lo suficiente después del parto, que eran «muy burladas por los hombres, humilladas, maltratadas, golpeadas». Todas «sufríamos muchas violencias domésticas».
Con apoyo de sociedades civiles solidarias empezaron a capacitarse hasta llegar a tener su Clínica Central de Francisco Gómez. Ahí se hacen estudios de papanicolau, se vacuna a niñas y niños, se dan consultas y pláticas de control natal, se hacen ultrasonidos y colposcopías y «ya se está construyendo una clínica específica de atención a la mujer». Para ello se necesitan muchos materiales. Pero Rosaura, de La Garrucha, nos informa que sobre todo necesitan a una compañera «médica ginecóloga voluntaria… para que nos capacite» en cuestiones de salud reproductiva. Si la compañera indicada está leyendo estas líneas, ya sabrá lo que tiene que hacer.
Las promotoras y formadoras de educación se capacitan cuatro veces al año durante un mes para enseñar a sus alumnas y alumnos la educación verdadera. Abigail explica que la escuela es el «espacio donde podemos compartir el conocimiento», y que esto se hace «con mucha paciencia, sin maltrato». Desde 2005, muchas mujeres zapatistas reciben capacitación como formadoras para, a su vez, formar a nuevas formadoras. Tan sólidos son los eslabones que no hay manera de imaginar cómo podrían romperse esas cadenas de transmisión de una educación analítica, liberadora, crítica y acorde «con la realidad regional». Eugenia se queja de que antes, aunque iban a la escuela, no se les daba lugar para sentarse, «estábamos totalmente desapartadas» porque los niños no jugaban con ellas «ni juntos ni revueltos». Su relato nos habla en pasado de las torturas de los profesores, tan actuales para el resto del mundo. Samanta, por su parte, nos recuerda que «nuestra obligación es seguir adelante como mujeres para no volver a la humillación, al desprecio y al olvido».
Dicen todas que aún falta mucho por hacer pero que ya se tienen clínicas y hospitales de zona, que hay laboratorios de herbolaria y jardines con plantas desinfectantes y curativas. En el Caracol de La Realidad hay laboratorio de análisis clínicos, hay quirófano y se han programado varias Jornadas Quirúrgicas.
Por su parte, las promotoras de educación como Griselda enseñan el cuidado de la biodiversidad y explican las cuatro áreas de estudio: historia verdadera, matemáticas, vida y medio ambiente y lengua. Con humildad nos dicen que sólo han logrado «parte» de sus sueños, y nos recuerdan que ya viene uno gigante: «Hoy nuestro sueño sigue y soñamos con llegar a tener una nuestra universidad autónoma». La presentan así, como un sueño, «que cada vez lo sentimos tan cerca…» y nos recuerdan que son mujeres en lucha: «Aquí, donde estamos nosotras, mandamos nosotras, no ellos», porque aquí «no manda SEP ni Calderón», aquí manda el pueblo.
El dolor de las otras.
Para hablar de las mujeres en la Otra Campaña y en la Zezta Internazional les toca el turno a las integrantes de la Comisión Sexta que recorrieron México durante varios meses. Miriam señala que salió a recopilar historias de dolor. Ella y otras comandantas recuerdan con nitidez lo que les contaron las otras, las obreras, las jornaleras agrícolas, las migrantas, las «amas de casas», las trabajadoras de la maquila, las de abajo. Dicen que «sabemos que sufren igual que nosotras». Se les habló de contaminación, drogadicción y asesinatos. De que se vive sola. De que no se puede comprar casi nada porque se paga la renta y la luz. Todo ese dolor nos lo transmiten con detalle. Elisa nos ofrece la mejor descripción de los dueños de maquiladoras: «esos vampiros y ratas que quieren seguir chupando nuestras fuerzas de trabajo», «estos sanguijuelas» que tienen sus leyes sólo para matarnos de cansancio a cuentagotas. Amanda, que se opone a las privatizaciones que tantas le platicaron, llama a las campesinas a aprender de Ramona que, «sin saber leer, escribir o hablar el castilla luchó hasta el último suspiro». Por ella nos pide que no vendamos la tierra a quienes privatizan todo «para el beneficio de los zánganos», de los «bichos» y «parásitos» que se alimentan de nuestro trabajo, «porque la familia campesina es la forma más importante de sobrevivir».
Cuando nos platican los problemas de injusticia que les fueron descritos por firmantes de la Sexta en todo el país, las zapatistas parecen cobrar más y más fuerza. Como que saben la falta que nos hacen. Elisa cierra sus intervención exhortándonos a tener «ánimo, pues, compañeras». Dice que ellas sólo son unas cuantas comisionadas, pero «si fuera que venimos todas no vamos a caber en un mundo». Ya lo dijo Miriam: «las zapatistas no estamos desanimadas ni cansadas».
En el acto político-cultural de alguna noche, las mujeres zapatistas no sólo se avientan El corrido del aborto hablando de la despenalización como derecho. También suben al templete mayor a entonar la canción llamada Las mujeres en la que «exigimos ternura, amor y devoción» para ejercer nuestro derecho a vivir, a decidir y «a ser feliz» mientras otra compañera se lanza con «la bonita poesía» llamada La mujer y nos hace sentir importantes porque «sin tú, no puede ser una revolución».
Las familias zapatistas.
Si hubiera habido un premio de oratoria se lo habrían llevado las compañeritas niñas María Linda y Marina. Ninguna de las dos llevaba ponencia. Nos hablaron en crudo. María Linda dijo que estaba ahí «para entregar en sus conocimientos claramente» su «forma de vivir», para decirnos que sus padres la orientan, que le han dado lo que ellos no tuvieron: el derecho a estudiar, «el derecho de salir a pasear». También nos advirtió: «Estos derechos que yo tengo serán mis mejores armas que tengo para defender mi vida».
La compañerita niña Marina cumplió ocho años hace dos días y fue igual de contundente. Ya sabe que tiene derecho de hacer lo que a ella le gusta: bailar, divertirse. Dice que «nosotras, las zapatistas, no estamos agarrando las limosnas» del mal gobierno y que se siente «muy orgullosa de ser zapatista». Nos recuerda que «no hay por qué desanimarnos» y concluye: «es todas mis palabras, mi querido público». Por otro lado, la compañerita niña María, de la zona Zotz Choj, insiste en recordarnos nuestro «derecho a divertirnos», uno de los más reivindicados en este encuentro, y nos informa que «no vamos a pedirle permiso a nadie cuando queremos llevar en práctica» nuestros derechos.
¿Qué educación han recibido esas niñas para que, a diferencia de sus abuelas y sus madres, hayan transformado en puritito gusto lo que antes era vergüenza de hablar? Gran parte de la culpa la tienen sus madres y sus padres por estar educando en libertad a estas niñas y niños que, libres como nunca lo fueron sus abuelas ni sus abuelos, «van donde que le pega su destino y la suerte». Elizabeth, una de las cuatro mamás zapatistas que vienen de la zona Selva Fronteriza, nos cuenta que aunque con mucho sufrimiento «pero sí pudimos cruzar cargando nuestros alimentos y nuestros corazones. También nuestros pensamientos», todo «para no perder la historia verdadera». Las mamás zapatistas se encargan de formar a sus hijas y a sus hijos de tal manera que respeten a sus mayores, conozcan la historia de la lucha, sepan por qué se hacen las fiestas, entiendan lo que es la resistencia.
Aquí nos dicen lo que es la paternidad y la maternidad voluntarias. Pensábamos que era tener la cantidad de hijos que se desean, pero estas mujeres nos enseñan que no sólo es cantidad sino calidad porque a las niñas y los niños hay que «cortarle su uña, bañarle bien», darle una alimentación balanceada y nutritiva, enseñarlo que es su derecho descansar y divertirse pero que es su obligación liberar a su pueblo. Para Vanesa, «ha llegado su momento de levantarnos y alzar la voz» como mujeres porque «así como dormimos con nuestros hombres», así luchamos. La mamá zapatista Esmeralda advierte que ya nadie podrá callarlas, que van a seguir hablando «en todas partes del mundo» para hacerlo un lugar «donde quepamos todas con un pan en la mano».
Brenda, del Municipio Autónomo El Trabajo, tiene planes para las mujeres de la Otra Campaña: «no queremos que nadie quede sin luchar por nuestros derechos».
************
Cuando terminan las plenarias con los informes de avances de los cinco caracoles, las mujeres zapatistas abren un espacio para que hablen las de fuera. Pero antes, cinco comandantas dan lectura a cinco cartas que fueron escritas por mujeres en México y otros países. La compañera Everilda, suplenta al CCRI por La Realidad, da lectura a las palabras de Mariana Selvas y Edith Rosales, presas políticas. La comandanta Elizabeth viene de Oventic y lee una carta de las presas del Amate, en Cintalapa Chiapas. La comandanta Rosalinda, de La Garrucha, lee el saludo de Gloria Arenas Agis, presa en Chiconautla. La comandanta Esmeralda, del Caracol de Morelia, lee un texto escrito por presas en Valladolid, Estado Español, mientras la comandanta Concepción, de Roberto Barrios, nos lee un mensaje de las hermanas Sáinz desde Turquía.
Luego se abre el micrófono a la sociedad civil nacional e internacional. Unas hablan. Otras no. Pero todas escuchan. Aquí también hay mujeres grandes que vienen de fuera. Está Martha de Chihuahua que lleva décadas luchando por los desaparecidos y las desaparecidas y que no acepta ningún tipo de comodidad ni privilegio cuando viaja. Está también Trini de Atenco, mujer que tiene a su familia presa y perseguida y que usa con tanta enjundia el micrófono que hasta truena dos bocinas. Está Meche de Tláhuac, que no sólo pone a decenas de personas a bordar su manta de la Ley Revolucionaria sino que también sube a Cerro de Huitepec con ocho clavos en el tobillo porque los compas están amenazados de desalojo. Esas y muchas otras mujeres vinieron a escuchar a quienes han optado por seguir los pasos de Ramona, como la joven soltera Adriana, quien hizo un llamado «a todas las solteras del pueblo de México y del mundo» para demostrar cómo pueden luchar «las solteras». O la capitana Hortensia, que nos ofreció un intercambio para no desanimarnos en la lucha. Dijo que si no tenemos trabajo les mandemos la herramienta a las compañeras y ellas nos enviarán maíz y productos del campo, que ellas trabajarán por nosotras.
Las zapatistas aseguran que si el gobierno piensa que el EZLN ya no existe, está equivocadísimo. Aquí todas nos llaman a organizarnos y a luchar unidas por nuestros derechos y por la liberación de nuestras familias y nuestros pueblos como un homenaje a las mujeres que nos han abierto camino, pues nos dice la comandanta Sandra que «ellas están muertas pero no muertas. Ellas están aquí». Y debe ser cierto porque nos vamos bien cargaditas de fuerza. Pregunten a quién no le dolieron las manos de tanto aplaudir en la clausura, de tanto acompañar el himno zapatista con música de nuestras palmas.
Mientras el Caracol se va vaciando de miles de personas que lo visitaron, quedan colgados los carteles donde hay una frase que dice que después del 1 de enero de 2008 todo «vuelve a lo normal». Pero eso no puede ser cierto porque, después de este encuentro de mujeres zapatistas con mujeres del mundo, aquí y en muchas partes ya nada volverá «a lo normal».
6 de enero de 2008,
Segundo aniversario del fallecimiento de la Comandanta Ramona.