Los resultados de las elecciones de medio término del pasado domingo en Argentina, por la cual se renovaba parcialmente el parlamento (24 senadores de un total de 72 y 127 diputados nacionales de un total de 257), nos dejan algunas reflexiones; que no por ser conocidas, siguen siendo preocupantes.
A pesar de su política entreguista y neoliberal a ultranza – con su secuela de aumento de la desindustrialización y el consecuente desempleo, la pérdida del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones – el presidente Javier Milei y su grupo político La Libertad Avanza obtuvo un 40,8% de los votos emitidos en todo el país frente a un 31,7% del peronismo nucleado en Fuerza Patria.
Con esta votación, si bien no logró obtener mayorías parlamentarias propias, sí aumentó el número de diputados (de 37 a 93) y senadores (de 6 a 19), lo que le permitirá negociar futuros acuerdos políticos de gobernabilidad en mejores condiciones.
Este 40% no es novedad: representa el voto disciplinado del núcleo duro del sector de la población que apoya estas políticas en las últimas décadas. Baste recordar el 40,8% de Menem y López Murphi en 2003 o el 40,2% de Macri en 2019.
Lo preocupante
En primer término es la baja participación electoral: apenas un 67,85% en un país en el cual el voto es obligatorio. Es el porcentaje más bajo desde el retorno a la democracia en 1983.
Nos está indicando que casi un tercio del electorado no acompaña a ninguna de las opciones políticas presentadas; o lo que es peor, ya no cree en el sistema.
En segundo lugar la baja votación de la oposición en lugares clave como la Provincia de Buenos Aires, en donde se esperaba que ganara, deja al descubierto una vez más la ya vieja imposibilidad de marchar juntos en unidad por parte del movimiento popular.
A diferencia de otros países del continente, sin ir más lejos Uruguay, en donde en agosto de 1965 se celebró el Congreso del Pueblo que congregó a casi 1.100 de delegados de todo el movimiento popular encarnado en más de 700 organizaciones sociales (sindicatos, estudiantes, iglesias, cooperativas, profesionales, etc) para elaborar un programa político a sugerencia de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) que coordinaba a distintos sindicatos y que luego en octubre de 1966 se convertiría en la central única de todos los trabajadores uruguayos hasta el presente (hoy PIT-CNT).
En el aspecto político partidario, similar proceso culminó en febrero de 1971 con la creación del Frente Amplio, hoy la experiencia unitaria de la izquierda más antigua del mundo en donde conviven cristianos y marxistas y variadas corrientes ideológicas expresadas en partidos y movimientos; unidas todas en una común estructura orgánica de dirección y militancia política cotidiana, autoridades, programa y locales partidarios frenteamplistas en todos los barrios del país.
Lamentablemente en el país hermano nunca se pudo alcanzar las mismas metas unitarias ni el movimiento sindical ni en el ámbito político partidario.
Anteponer diferencias filosóficas o políticas de carácater finalista a la perspectiva de elaborar un programa político en torno a las concordancias en los cambios estructurales necesarios y posibles a corto, mediano y largo plazo, abortó hasta hoy la posibilidad de avanzar en conjunto sumando fuerzas.
La perspectiva
Envalentonado por el resultado electoral y el apoyo monetario de Donald Trump, intentará acelerar las medidas económicas neoliberales que empeorarán sin dudas las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
Ya sea para enfrentar de ahora en más a esta política, así como para intentar llegar al gobierno en las próximas elecciones presidenciales del 2027, las fuerzas políticas de izquierda y progresistas deberían iniciar en forma urgente un proceso de sincera autocrítica – que no se convierta en un pase de facturas – y de reflexión y elaboración política que a la postre permita ir avanzando en acuerdos que den como resultados una base programática en común que abra la posibilidad cierta de una alianza política firme y duradera.
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