La primera consulta popular en la historia de México fue un fracaso. El primer perdedor es el propio presidente, Andrés Manuel López Obrador, aunque el conjunto del campo político tampoco salió ileso. El domingo en la noche los expresidentes acusados se fueron a dormir tranquilos. Ganaron ellos, perdimos todos.
Fueron 6 millones 664 mil 202 mexicanos —el equivalente al 7,11% del universo total de posibles electores— los que votaron el domingo 1º de agosto en la consulta popular que debía dirimir si era conveniente o no «emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos». Se trató de una consulta impulsada por el presidente López Obrador en la que se podía votar «Sí» o «No» a una pregunta tan extensa como confusa:
¿Está de acuerdo o no con que las autoridades competentes, con apego a las leyes y procedimientos aplicables, investiguen y en su caso sancionen la presunta comisión de delitos por parte de los expresidentes Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto antes, durante y después de sus respectivas gestiones?
Aunque el 97,72% de quienes acudieron a votar expresaron su apoyo al proceso que investigaría a los exmandatarios mexicanos por crímenes de diversa índole, para que la consulta fuese vinculante se necesitaba un 40% de participación del total del padrón electoral. No se logró.
Perder y volver a perder
Más allá de los resultados, porcentajes y números, la consulta del domingo fue una oportunidad perdida ya no solo para el presidente Andrés Manuel López Obrador, sino para los intentos —tímidos, impuntuales, desordenados— de avanzar hacia la normalización de mecanismos de democracia participativa en México. Además, por si fuera poco, ese día se desgastaron aún más todos los protagonistas de la política nacional. La fila es larga.
Pierde, por supuesto, el presidente. La derrota estaba anunciada desde que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) modificó a finales de 2020 la pregunta original propuesta por López Obrador –si querían enjuiciar o no a los expresidentes– y que hacía referencia directa a la aparente comisión de delitos de los últimos cinco expresidentes (con mención explícita a Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto). En la interpretación de la SCJN, la pregunta original era inconstitucional. El galimatías resultante –«emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos»– no lo entendió nadie.
El presidente pierde, primero, porque la magra votación estuvo muy lejos de lo que se espera del movimiento popular que representa. Si, como presumió el Consejo Nacional de su partido en 2019, Morena tiene 3 millones 100 mil afiliados, los 7 millones de votos emitidos en la Consulta se antojan ínfimos: que el total de los votos emitidos por el «Sí» apenas duplique el (supuesto) número del padrón de militantes del partido no es buena noticia para el presidente. En una lectura aún más pesimista, que 24 millones de personas que votaron por él hace tres años hayan preferido quedarse en casa antes que acercarse a las urnas de votación muestra algo de la desazón y fragilidad que impera en el movimiento.
Pero la cantidad de votos emitidos el domingo es el menor de los problemas; la prensa conservadora iba a criticar por igual si votaba el 2%, el 7% o el 35% del padrón electoral. Los números —ya se sabe— no valen por lo que son, sino por cómo se interpretan. No; el presidente no pierde tanto por los números como por la forma en que abordó el tema desde su primera declaración tras la consulta. Dicho de otra manera, López Obrador no perdió el domingo; perdió el lunes. Y ha seguido perdiendo el resto de la semana. Sus declaraciones posteriores a la consulta han sido vagas, confusas e inconclusas. Habló de la posibilidad «de que haya juicios» y del «derecho que tienen las autoridades» para «actuar cuando se trata de asuntos judiciales, siempre y cuando haya pruebas». Pura improvisación, puras telarañas discursivas.
Cuando se esperaba un guiño a los votantes, una pista al fiscal general sobre las investigaciones a realizar, una mención a la creación de alguna Comisión de la Verdad ad hoc o una señal a la dirigencia de Morena sobre el derrotero a seguir, al presidente se le vio sin una hoja de ruta clara. No había plan b… ni a, ni c.
AMLO se sintió más cómodo lavándose las manos que asumiendo el papel protagónico de un proceso que él inició. Se olvidó que fue él —y solo él— quien propuso una consulta de este tipo durante el periodo de transición y quien, en septiembre de 2020, hizo una petición de consulta popular al Senado de la República sobre el posible enjuiciamiento de los expresidentes. Un año después, todo es distanciamiento y reparto de culpas.
Es verdad que la consulta nació herida de muerte con la interpretación que hizo la SCJN a la pregunta original propuesta por el presidente. Es verdad que las posibilidades de que la consulta alcanzara el 40% de participación y fuera vinculante se desvanecieron con la decisión del poder legislativo de no empatar el día de la consulta con el de las elecciones federales de julio. También es verdad que el margen de maniobra era exiguo. Y, sin embargo, el presidente desaprovechó la última oportunidad de darle cauce a los millones de votos que votaron por investigar y castigar los delitos del pasado. En los días posteriores a la consulta, a López Obrador le faltó aquello que siempre hace tan bien: marcar la pauta, asumir el liderazgo, reagrupar a los suyos y caminar hacia adelante.
Sabotaje del INE
Pero no solo pierde el presidente. Pierde también el Instituto Nacional Electoral (INE), la instancia encargada de organizar las elecciones en México. Lejos de abrazar la consulta como una oportunidad para expandir las posibilidades de participación política de la sociedad, el INE aceptó la consulta como una imposición. Lo hizo a regañadientes, como si los mecanismos de democracia participativa fueran el hijo bastardo de la sociedad liberal que sus consejeros pregonan.
Día sí y día también, los consejeros más vocales del INE se quejaron de la falta de presupuesto para la organización de la consulta; amparándose en pretextos presupuestarios, el INE instaló solo un tercio de los centros de votación de una elección normal, dejó de instalar casillas especiales para quienes no estaban en su lugar de residencia habitual o se encontraban en tránsito y mantuvo la difusión de la consulta a mínimos ridículos.
Dos de los consejeros más públicos, adictos al micrófono y a las luces de las cámaras, se dedicaron a cuestionar el fondo de la consulta en lugar de difundirla. Como suele ser habitual, prefirieron la estéril confrontación con el presidente que la oportunidad para tender puentes tras la avalancha de conatos de bronca que antecedió a las elecciones de julio pasado.
En el extremo del absurdo, el INE llegó a ordenar a periódicos y a otros medios de comunicación detener la difusión de la consulta «toda vez que el INE tiene la facultad exclusiva para difundir información relacionada con la consulta». El INE actuó con celos; limitó en lugar de expandir; actuó como monopolio y no como garante del mercado de la democracia.
Dicho esto, no es verdad que, como afirma López Obrador, la poca participación de la consulta haya sido únicamente responsabilidad del INE. Sí es cierto, sin embargo, que sus consejeros desperdiciaron una oportunidad histórica para mostrarse como algo más que una buena empresa de logística. Perdieron.
No entienden que no entienden
Pierde también la oposición al gobierno de López Obrador. Como desde hace tres años, los partidos que se oponen al nuevo régimen —PAN, PRI y PRD— se quedaron al margen de toda discusión relevante en torno a la consulta. Algo cambió en México a partir de la elección de López Obrador en 2018 y ellos, como dice el dicho, no entienden que no entienden.
Los partidos de oposición criticaron el costo monetario de la consulta (como si los sueldos de sus dirigentes y el financiamiento de sus partidos no saliera del financiamiento público) y llamaron a la simple y llana abstención. No tuvieron ni el tiempo ni la humildad de escuchar a los colectivos de víctimas que —quizás de forma en extremo optimista— vieron en esta consulta una oportunidad para contar sus historias y presentar sus demandas.
Los partidos de oposición mostraron su feroz odio a cualquier tipo de democracia que no sea aquella que los encumbre por encima del resto. La concepción de democracia que les funciona es la del pacto de cúpulas y la impunidad transexenal. Al llamar a la abstención, sus dirigentes volvieron a perder, como lo vienen haciendo desde hace tres años.
Hubo muchos perdedores más. Pierde la SCJN que no dejó a nadie contento con la modificación de la pregunta. Pierde la comentocracia tradicional, que en Twitter, televisión y radio expuso una vez más su odio contra todo lo que implique hacer partícipe al grueso de la población en algo. En su estrecha interpretación liberal de las cosas, fueron varias las voces que sugirieron que este tipo de consultas eran innecesarias «en un auténtico estado de derecho». La repetición ad nauseam del estribillo aquel de que «la ley se aplica, no se consulta» dejó ver no solo su falta de pericia política, sino de comprensión de los procesos históricos más elementales.
Pierden, también, los colectivos de víctimas que vieron frustradas sus esperanzas por políticas públicas que les garanticen la puesta en marcha de mecanismos de verdad, justicia, reparación y paz.
Y pierde la Fiscalía General de la República (FGR), que miró la consulta como si la garantía de justicia no fuera su responsabilidad. El silencio con el que se ha conducido en los días posteriores hace pensar que ninguna investigación relevante saldrá de ahí pronto. En ese sentido, la FGR volvió a desperdiciar una oportunidad de camuflarse como lo que definitivamente no es: una institución que promueva y defienda la acción de la justicia expedita, pronta, imparcial y gratuita. La FGR, ese reducto del oscurantismo del sistema político mexicano, volvió a perder. Si no fuera triste para todos, su vigésima octava derrota en los últimos tres años me sacaría una cínica sonrisa.
Fracasar y volver a fracasar mejor
No sobran maneras de rescatar una nota positiva del ejercicio de la consulta. Acaso dos. En primer lugar, el valor pedagógico de la acción. Hay un valor intrínseco en revisitar el pasado y buscar explicaciones que den cuenta de la desgracia nacional. En un país que se ha dedicado a ver al pasado con los ojos cerrados, esto representa por sí mismo un avance.
Aquí vale la pena recordar que el último esfuerzo relevante por investigar casos de tortura y desapariciones ocurridas durante los años más oscuros del priismo ocurrió hace más de dos décadas con la creación de una fiscalía especializada a la que no se le dio ni dinero, ni libertad ni herramientas de acción. Hoy, la consulta nos obligó a mirar al pasado. Y eso es siempre una buena idea.
En segundo lugar, la confusión de la pregunta alineó los intereses de las víctimas de la violencia del país con el lopezobradorismo. Mientras los primeros interpretaron la consulta como una posibilidad de impulsar mecanismos extraordinarios de investigación para todo tipo de delitos cometidos en el pasado, en el movimiento de López Obrador quedó la impresión de que el fondo de la pregunta apuntaba a los expresidentes. Luego de tres años de gobierno en el que los víctimas de violencia y el oficialismo se trataron como extraños, en la consulta encontraron una agenda común que puede, si se cuida, traer frutos en el futuro. En un escenario de puros perdedores, al menos aquí hay una breve —aunque no menor— esperanza.
Los grandes ganadores de la consulta saltan a la vista: son los expresidentes, que vieron desde la comodidad de su hogar el triunfo de su omnisciente impunidad. Uno de ellos, Vicente Fox, tuvo a bien mofarse en Twitter del resultado de la votación. Él, como el resto, se cree imbatible, intocable. La consulta del domingo en nada modificó la idea generalizada de que deberán transcurrir varias décadas antes de que alguno de ellos se siente en el banquillo de los acusados. El domingo en la noche se fueron a dormir tranquilos. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Ganaron ellos, perdimos todos.
Fuente: https://jacobinlat.com/2021/08/10/la-consulta-popular-que-no-fue/