La desazón del progresismo regional ante un posible triunfo reaccionario en Brasil nos invita a considerar similitudes y diferencias con el caso argentino. El triunfo de la anti-politica de la mano de cualquier articulador que rompa por izquierda o por derecha el statu quo establecido -quizás Trump sea el caso más nítido- hace emerger el […]
La desazón del progresismo regional ante un posible triunfo reaccionario en Brasil nos invita a considerar similitudes y diferencias con el caso argentino.
El triunfo de la anti-politica de la mano de cualquier articulador que rompa por izquierda o por derecha el statu quo establecido -quizás Trump sea el caso más nítido- hace emerger el disgusto social sobre la política enraizada en sonados casos de corrupción y el desapego por expectativas no cumplidas.
Queda claro -corroborado por los números finales electorales- que es falsa la relación directa entre bienestar económico y voto progresista, sino que allí operan factores culturales y aspiracionales que desacreditan dicha regla.
No dejemos de soslayar la estandarización de las masas por el continuo bombardeo mediático que nos alejan de cualquier reflexión critica de la realidad o de como esta es presentada generalmente, sesgada por intereses concretos, dibujados en objetivos presentadores.
La caída de expectativas por parte del actual gobierno argentino no preanuncia un directo correlato triunfalista pues de aquellas franjas disgustadas ante lo anterior y lo actual, surge la incertidumbre electoral, acentuada por las divisiones opositoras y por la aun falta de un candidato que sintetice o que pueda emerger de un proceso de selección interno.
Las cartas oficialistas rodean en la esperada estabilización del tipo de cambio, una desaceleración del proceso inflacionario y el alejamiento de la cesación de pagos gracias a un préstamo récord del FMI.
Asimismo, achacar los males de la corrupción a las gestiones populistas anteriores tratando de generar una bisagra histórica y cultural.
Los desafíos superadores deben conciliar las esperanzas de un rápido cambio de situación con las limitaciones -por sobre todo económicas- a heredar que prometen un espinoso camino de recuperación.
Nos encontramos en un punto de inflexión donde nuevas generaciones nacidas al calor del nuevo milenio marcan los senderos a proseguir y es deber de los lideres contemporáneos saber entender dicho mensaje.
La transmutación de lo viejo en lo nuevo deja un estrecho margen para la continuidad de la política tal cual la hemos concebido.
Ezequiel Beer. Geógrafo (UBA) y analista político. Doctorando Universidad Nacional de La Matanza.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.