Para las miradas poco aguzadas, que en la inmediatez de los hechos y sin ningún análisis serio de los mismo se lanzan a dar todo tipo de recetas y soluciones, lo ocurrido el día 3 de septiembre del año en curso, en la explanada de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es […]
Para las miradas poco aguzadas, que en la inmediatez de los hechos y sin ningún análisis serio de los mismo se lanzan a dar todo tipo de recetas y soluciones, lo ocurrido el día 3 de septiembre del año en curso, en la explanada de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es algo evidente. Sin embargo, si se analizan los hechos con un poco de detenimiento y se consideran otros actores y dimensiones, lo evidente se torna confuso y, aún más, se asemeja a un rompecabezas complejo con muchos intereses en juego.
Es evidente que en la mayoría de los planteles de la UNAM existen una serie de problemáticas que llevan años sin resolverse, pero son básicamente tres los problemas que se han agudizado en los últimos dos años de manera alarmante. Primero, los casos de los asesinatos no resueltos dentro y cerca de los recintos académicos de la UNAM, como el caso del feminicidio de Lesvy Berlín Osorio o el de los estudiantes Víctor Manuel Orihuela y Adrián Clara Chagoya, ambos muertos en extrañas circunstancias en las inmediaciones de la Facultad de Filosofía y Letras (presuntamente al «caer» desde el segundo piso); aunado a ello está el clima constante de inseguridad y violencia hacia la comunidad universitaria, la cual constantemente es víctima de robos y ultrajes por parte de delincuentes que campean libremente dentro y en los alrededores de los distintos planteles. Un segundo problema, conectado con el anterior, es la presencia de diferentes cárteles de la droga dentro de los recintos universitarios que no solamente venden drogas, sino que han empezado a disputarse las zonas de venta, generando con ello balaceras y altercados. Y, no menos importante, un tercer problema, que había detonado ya paros y tomas espontáneas de instalaciones, son los diversos casos de acoso sexual y/o violencia sexual en contra de estudiantes en distintas escuelas y facultades.
En todas estas problemáticas, las autoridades universitarias no han tenido la voluntad ni la capacidad para generar soluciones, esto a pesar de tener toda la información a su alcance (sistemas de monitoreo y vigilancia e, incluso, control de acceso en algunos planteles) y, de igual modo, lo que sí han hecho es encubrir a los diferentes funcionarios responsables y vinculados directamente con las situaciones descritas.
Por ello, quien orquestó el ataque porril en contra de los estudiantes en la explanada de Rectoría el pasado 3 de septiembre sabía muy bien que ello incendiaría la Universidad. Sabía que era el único elemento que faltaba en el cóctel de problemas no atendidos por las autoridades universitarias para que los estudiantes no sólo se organizaran y tomaran sus facultades o escuelas, sino para que exigieran la destitución del rector Enrique Graue Wiechers. Sin un ataque de tal magnitud, con el nivel de espectacularidad, violencia y saña en contra de los manifestantes, los estudiantes de la UNAM no hubieran pensado siquiera en tomar sus escuelas ni en exigir renuncias, mucho menos en un clima de regocijo generalizado, pese a quien le pese y guste a quien le guste, por el triunfo de AMLO, candidato por el que votaron mayoritariamente los estudiantes de la UNAM, como lo demuestran indirectamente todos los ejercicios de simulacro electoral en las distintas escuelas, colegios y facultades llevados a cabo antes del 1 de julio.
Lo que empezó como un conflicto local en Colegio de Ciencias Humanidades Azcapotzalco (CCH-A), en donde los estudiantes lograron la destitución de la directora en turno, María Guadalupe Patricia Márquez Cárdenas, también presentaba elementos de problemáticas locales entre la gestión de la entonces directora y ciertos grupos del área 56 de la Asociación Autónoma de Personal Académico de la UNAM (AAPAUNAM, el sindicato académico oficialista y de protección), como fue evidenciado en el noticiero de Carmen Aristegui dos días después de la agresión porril. [1]
Una coyuntura local, con intereses sindicales de por medio, cerrazón y falta de voluntad política para la resolución de conflictos por parte de las autoridades del CCH-A, se convirtió en una coyuntura que afecta a todas las escuelas y facultades de la UNAM y que, de a poco, empieza a contagiar a otras universidades, dentro y fuera del área metropolitana.
En este sentido, la pregunta obligada es: ¿quién orquestó el ataque porril del 3 de septiembre? La conciencia vulgar e inmediata se apresura a decir: la autoridad. Pero ¿qué autoridad o qué autoridades? Y, además, ¿con qué fin?
Hay quienes sostienen que «la autoridad», así en abstracto, ejecutó dicha agresión en contra de los estudiantes organizados y en contra de las organizaciones políticas de izquierda que tienen presencia en la UNAM. Respuesta que resulta curiosa, pues son los mismos que sostienen que no existía una organización política estudiantil en la UNAM o que ésta estaba dormida o muerta, que los estudiantes no estaban organizados, etcétera. A menos de que ellos fueran el objetivo último del ataque, cosa muy dudosa e inverosímil, no aclara quién o quiénes dieron la orden ni la causa o finalidad de este.
Los mismos grupos o individuos que tienen esta opinión pedestre sostienen que fue el rector quien mandató a los porros para que violentaran a los manifestantes. Sin embargo, ¿en serio creen que el rector es tan estúpido para mandar a golpear a los estudiantes con una espectacularidad y saña desmedida, justamente en la explanada de rectoría, para que la comunidad universitaria, de manera inmediata, se le pusiera en contra y exigiera su renuncia? Hay quienes, quizá igual o peor de estúpidos que el rector, juzgan posible esta respuesta.
Que no se malentienda, no se trata aquí de defender al rector o de hablar sobre la bondad e integridad de éste, cosa seguramente ajena al mismo, sino de entender las coordenadas políticas y los intereses que hay en juego. Y, es precisamente ese discurso que no sabe observar que los bloques en el poder no son monolíticos y que hay grandes intereses en juego, el que obnubila la comprensión de la coyuntura actual porque cree que todo es evidente, claro y diáfano. Este mismo discurso, en su incapacidad de entender la complejidad de los procesos, es el que crea, desde la falsedad, un consenso que se impone en la representación de los estudiantes y que termina por hacerle el juego, en la práctica, a quienes de manera premeditada iniciaron una coyuntura que habían calculado casi milimétricamente y en donde los estudiantes fueron concebidos como caballitos de batalla.
Sólo por mencionar algunas coordenadas que los estudiantes deberían tener presente para hacer sus análisis.
a) Estamos a menos de tres meses de que haya un cambio de gobierno y, aparentemente, no había habido ningún problema en la transición. El gran derrotado fue el PRI y, evidentemente, los cotos de poder que tenía en diversas instituciones los perderá o quedaran mermados significativamente (¿Y acaso no es la UNAM un enorme coto de poder del PRI?)
b) El actual rector, Enrique Graue, finaliza su periodo en menos de un año y, entre otras cosas, tiene la atribución de designar, junto a la autocrática Junta de Gobierno, al nuevo rector, que, o bien podría ser él mismo, dada su reelección, o bien designar a otro.
c) En la Rectoría de la UNAM y en muchos institutos de investigación y facultades como Derecho, Medicina, Filosofía e Ingeniería, entre otras, siempre ha gobernado el PRI, incluso durante los sexenios panistas. De igual modo, los dos grandes sindicatos de la UNAM, el Sindicato de Trabajadores de la UNAM y la AAPAUNAM son, más recalcitrantemente éste último, de corte priista (pese a los esporádicos coqueteos perredistas de Agustín Rodríguez).
d) ¿A quién beneficia un clima de inestabilidad en la Universidad?, ¿al rector?, ¿a los estudiantes?, ¿a MORENA?, ¿al PRI?, ¿a los eternos revolucionarios de salón y cubículo?
¿Es importante entender que lo evidente no es tan evidente como parece y que detrás de lo ocurrido hay grandes intereses en juego que en poco o en nada tienen que ver con los estudiantes? Pensamos que sí, si el movimiento estudiantil, que espontáneamente ha surgido en los últimos días, no quiere ser la carne de cañón para la consecución de intereses que le son ajenos y si quiere articular demandas específicas que puedan hacerle frente al clima de inseguridad y antidemocracia que prevalece en la UNAM. De lo contrario, los intereses de grupos no solamente de la autoridad, sea Rectoría, la Junta de Gobierno, la Secretaria de Gobernación, el PRI, sino también los grupos de «izquierda», que gustan de realizar paros indefinidos hasta que caigan el capitalismo y el patriarcado, hasta que se cancele el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México o hasta la abolición de la rectoría, conducirán, nuevamente, al movimiento estudiantil a la derrota y a la frustración, mientras, aunque no lo sepan, son usados por las mismas autoridades para imponer su agenda e intereses, aunque en lo «evidente» esto se nos presente como una lucha entre autoridades y estudiantes.
Sólo aquellos que, por mandato o por ignorancia, diluyen las responsabilidades en ese ente abstracto que se llama «autoridad», pueden considerar de poca importancia saber quiénes fueron los grupos o particulares responsables que se han visto beneficiados con esta coyuntura. Lo preocupante de esto estriba en que, en principio, se alejan de la verdad sobre los hechos y, por otra, terminan por encubrir a los verdaderos responsables, quizá tal y como querían aquellos que planearon el ataque.
Quienes sólo observan y fetichizan la coyuntura por la cantidad de estudiantes que han salido a manifestarse y no consideran los diferentes elementos, dimensiones y factores cualitativos de la situación actual, o bien carecen de perspectiva, paciencia y ganas de pensar con rigor, ganándoles el ímpetu inmediatista de la práctica, o bien, intencionalmente encubren las causas reales por mandato de alguien más.
Frente a estas posturas, se hace necesaria no la repetición de consignas hueras y presuntamente radicales, sino la reflexión seria y crítica de la coyuntura, de lo contrario, nuevamente, el movimiento estudiantil será devorado por los mismos de siempre… grupos con intereses muy concretos tanto de las autoridades como de algunos colectivos de «izquierda» que terminan negociando con los primeros.
Nota:
[1] Véase: Violencia en la UNAM tiene «tintes políticos»: maestra; directora de CCH envió porros: alumno de la FCPyS: https://aristeguinoticias.com/
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