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La crisis capitalista argentina y sus alternativas

Fuentes: Rebelión

«Sólo hay una cosa más grande que el amor a la libertad, el odio a quien te la quita» Ernesto «Che» Guevara Un primer acercamiento a la grave crisis argentina indica que si las mayorías que vivimos o pretenderíamos vivir de nuestro trabajo perdemos es que hay otros que ganan a nuestras costillas. Mientras algunos […]

«Sólo hay una cosa más grande que el amor a la libertad, el odio a quien te la quita»

Ernesto «Che» Guevara

Un primer acercamiento a la grave crisis argentina indica que si las mayorías que vivimos o pretenderíamos vivir de nuestro trabajo perdemos es que hay otros que ganan a nuestras costillas. Mientras algunos apuestan al dólar, la mayoría apuesta apenas a comprar fideos. Algunas encuestas lo cuantifican indicando que un 18% de los consultados considera que su situación económica mejoró con el actual gobierno. Muy cerca de ese 20-25% que tradicionalmente ha sido fiel base social de las derechas en la Argentina. En la calle se verifica su contracara, una creciente y mayoritaria pobreza y descontento.

El proyecto de Cambiemos consiste esencialmente en transformar económica, social y culturalmente el país para hacer normal y aceptable una brutal transferencia de riquezas hacia el sector más concentrado de los capitales e insertar el país en forma subordinada al mercado mundial y a la geopolítica diseñada por los EE.UU. Una vez consumados estos pilares, el gobierno imaginaba un futuro venturoso para la gente. Claro que como «gente» califican sólo los de su clase.

Pero la luz al final del túnel se ve cada vez más lejos para el gobierno. Su situación es muy distinta a la que enfrentaron Carlos Menem o Néstor Kirchner, que lograron estabilizar por un tiempo proyectos que -con todas sus diferencias- aparecían como sólidos «proyectos nacionales» con amplio consenso. Mientras que el primero tuvo a su favor una fuerte derrota y confusión popular -en un contexto signado por la caída del muro de Berlín, hiperinflación e importantes huelgas derrotadas- que hicieron aparecer la «normalidad» neoliberal como deseable, el segundo llegó a la presidencia tras esa rebelión popular del 2001 que sumió a las clases dominantes en un temor tal que lo habilitó para repartir sin discusión porciones de la «torta» del capital mientras reconstruía el régimen político-institucional. Simultáneamente, una bonanza económica que se agotó a fines de la primera década del siglo permitió cierta distribución sin afectar intereses del poder económico.

El macrismo, en cambio, enfrenta a un pueblo que -en forma fragmentada y a contragolpe- resiste cada ataque. La crisis se enraíza en las resistencias moleculares a lo largo y ancho del país, en las peleas de lxs estatales y de los pueblos originarios en las provincias, en las multitudes movilizadas por los derechos humanos, por la educación o en la inmensa ola verde feminista, más que en el alza de las tasas de interés en los EE.UU. o la guerra comercial mundial, aunque éstas hayan sido la gota que rebalsó el vaso.

El gobierno despolitiza la crisis como si fuera solo una cuestión económica pasible de ser resuelta «tranquilizando» al mercado para «crear trabajo digno». Oculta que es falso que sea el capital el que crea el trabajo, sino que son el trabajo y los bienes de la naturaleza -de los que se adueña el empresariado- quienes crean al capital. En esa lucha por adueñarse del trabajo y de los mal llamados «recursos naturales» se encuentra la base de la crisis.

Hay un énfasis excesivo, cuando no interesado, en limitar los análisis a sus aristas económicas y financieras. Nada más nombrado que el déficit fiscal, el endeudamiento o las Lebac. Pero son verdades a medias que, escindidas de la trama de relaciones sociales y de poder contradictorias y antagónicas -es decir, la lucha de clases y de sectores de clase en un país capitalista dependiente como el nuestro-, no alcanzan a explicar la crisis argentina. Es sobre esta trama que las medidas adoptadas por un gobierno mediocre pero pleno de revanchismo y odio de clase profundizaron la crisis al punto de la recesión y la catástrofe.

Crisis, sí ¿pero qué crisis?

Un primer nivel de la crisis es el rápido agotamiento de las expectativas y la bronca contra el gobierno que prometió un «cambio», ante un horizonte que aparecía ya gris y sin futuro. Sin embargo, el hecho de que no pueda asegurarse un veloz tránsito hacia una rebelión al estilo «2001» no debe adjudicarse a una supuesta «estupidez» o pasividad popular, como hace el «progresismo» para evadir sus propias responsabilidades y presentar el imaginario de un pueblo inerme necesitado de una ayuda salvadora y providencial desde arriba. Por el contrario, día a día los sectores populares salen a la calle y le marcan la cancha al nefasto gobierno de Macri y el FMI, a pesar de una burocracia sindical colaboracionista y de un PJ que, en sus diversas alas y estilos, sustenta la gobernabilidad mientras se postula como recambio sistémico para el 2019.

La Plaza Congreso en la Capital es un buen espejo donde mirarse. Casi no hay día en que no se esté retirando una protesta al tiempo que otra ingresa a la plaza, lo que habla simultáneamente de la fortaleza de un pueblo que no está derrotado pero también de una enorme fragmentación, más allá de ocasiones excepcionales en que una impresionante masividad mantiene vivo al fantasma del «helicóptero». No son menores los límites de las izquierdas para aportar a la articulación de lo disperso y construir colectivamente proyectos alternativos.

Un segundo nivel de la crisis, más reciente, es el que se da entre lxs ganadores del modelo, en disputa por tajadas del país, así como bajo qué plan estratégico estabilizar dicho reparto. La corrida cambiaria, las idas y vueltas en medidas adoptadas -como las retenciones-, las divergencias públicas en el seno del gabinete y en la alianza gobernante o los cuadernos de la corrupción, son apenas algunas de sus manifestaciones.

Estas divergencias se profundizan ante un gobierno incapaz de disciplinarlos en torno a un plan a futuro y que ni siquiera acierta con lo que va a pasar en lo inmediato. Si sancionó para el 2018 un presupuesto nacional que preveía un dólar a $19,5, una inflación del 15% y un crecimiento del 3,5% ¿qué esperar de sus proyecciones y perspectivas a mediano y largo plazo?

La incapacidad del gobierno se sustenta en un equipo gobernante que refleja la mediocridad de las clases dominantes locales así como en los límites estructurales del capitalismo dependiente argentino. Pero, sobre todo, en no haber podido derrotar a las clases populares a pesar de los golpes asestados y los triunfos parciales.

Fue notoria la alegría del ministro Nicolás Dujovne al anunciar el acuerdo con el FMI. Esperan que este organismo y otros como el Banco Mundial -además de fondos para solventar el creciente pago de intereses de la deuda- aporten el impulso y aval a los planes de reconfiguración económica, social, educativa y laboral, que los préstamos internacionales lubrican y conminan. Esperan poder así disciplinar al pueblo e inspirar confianza a los grupos económicos.

La brutalidad del acuerdo con el FMI -más brutal tras la renegociación en curso- coloca en negro sobre blanco la disyuntiva: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste quien les impone una derrota y entierra el acuerdo.

Un tercer nivel de la crisis ya había comenzado a manifestarse desde el 2008 y más claramente desde el 2012. Esto no tiene que ver con la «pesada herencia» de la corrupción, como alega el macrismo, sino con factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista dependiente que permanecieron incólumes durante el gobierno anterior. Si hasta el 2008 parecieron desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia empresaria tras la devaluación que golpeó los salarios en el 2002 y del fenómeno, inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los primeros, ante la demanda China.

Agotadas esas condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir con su política de conciliación de clases. Mientras las clases dominantes que reclamaban enfrentar más a fondo y decididamente al pueblo le soltaban la mano, se erosionaban las expectativas de sectores populares que pasaron a esperar un «cambio».

El macrismo se propuso aplicar las transformaciones de fondo que necesita la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar como quisieran.

La recurrente falta de dólares bautizada como «restricción externa» no es sólo responsabilidad del capital financiero. La industrialización deformada y dependiente agrava esa escasez con la remesa de ganancias, el pago de patentes, la compra de insumos y de tecnología a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga de divisas. La industria automotriz es un caso paradigmático de fabricación de mercancías superfluas para las necesidades populares y para un desarrollo armónico, que agrava la necesidad de divisas para la importación de insumos, maquinarias y autopartes. Esto se aceleró cuando, en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes empresas que controlan la economía dejaron de alentar el consumo local para requerir mano de obra barata que produjera para exportar hacia los nichos de alto consumo. Asimismo, el pago «serial» de la deuda se convirtió en política de Estado más allá de supuestos desendeudamientos. Cristina Kirchner reconoció en septiembre de 2013 que habían pagado 173.700 millones de dólares en diez años, a pesar de lo cual la deuda pública al fin de su mandato ya era de 254 mil millones. Esa cifra es hoy de más de 320 mil millones de dólares.

Si el capital nunca tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún, saqueando y extrayendo su plusvalía donde le convenga para realizarla en cualquier otra zona del planeta.

La integración entre los capitales locales y los internacionales -si bien es una marca de nacimiento en Argentina- pegó un salto en los ’90. Por un lado, a través de la asociación de los capitales locales con los operadores extranjeros en las privatizaciones. Por el otro, con la integración de gran parte de la mediana y pequeña empresa a las redes de los grupos económicos, sea como proveedores o a través de la tercerización. O, como el caso emblemático de la Federación Agraria, integrándose al circuito sojero y convirtiéndose en fiel aliada de la Sociedad Rural.

Teorizar una «grieta» entre un capital financiero y agro-exportador que apoyaría el modelo y un «capital productivo» que busca alternativas no sólo es una visión alejada de la realidad sino incluso funcional a la construcción de «oposiciones» que rápidamente se revelan como continuidades.

El viejo país industrial de intelectuales «nacionales y populares» en busca de un sujeto inexistente se topa con el país real que vino a radicalizar el macrismo, dirigiéndolo hacia la exportación de bienes primarios (agro, petróleo, minería) y de sus derivados industrializados.

Un cuarto nivel de la crisis lo constituye el de la inserción internacional, señalado por el macrismo con la consigna de «volver al mundo». El kirchnerismo ya había comenzado tal regreso, acordando con el Club de París mediante el pago de 9.700 millones de dólares, así como integrando en el 2008 el G20 a nivel presidencial, ante la imposibilidad de compatibilizar «capitalismo serio» con integración regional. La intención de una inserción mundial independiente no pasó del terreno de las declaraciones diplomáticas al de los hechos, como lo hubiera implicado la creación del anunciado Banco del Sur o la integración a un ALBA regido por la colaboración y complementariedad, desechando una competitividad que sólo ofrece como destino nacional el extractivismo sojero y el fracking de Vaca Muerta. El «progresismo» ubicó a la Argentina en el purgatorio: ni dentro ni fuera del infierno de la sumisión al imperio. En su momento fue un alivio pero, como se sabe, el purgatorio sólo admite una permanencia temporal de las almas en pena.

La «vuelta al mundo» que ofrece el macrismo deviene no sólo importación indiscriminada de mercancías sino apertura a la crisis estructural y civilizatoria del capital. Así, la vocación de «país normal» que enorgullece al macrismo implica que si los EE.UU. castigan a Turquía, sea a la Argentina (mejor dicho, a su pueblo) a quien le salga un moretón.

Resulta falaz la afirmación de que éste es el rumbo único y «normal». A pocas semanas del fallecimiento del economista marxista Samir Amin, vale la pena revisitar su concepto de «desconexión». No en el sentido de una imposible autarquía, sino de una desconexión de los valores naturalizados por el capitalismo para asegurar su dominio, valores como, entre otros, el «desarrollo» que impuso como meta EE.UU. en la segunda posguerra para condenarnos al «subdesarrollo» y a seguir sus dictados. Recientemente nos han ascendido a país «emergente». Pero la alegría no trascendió de los círculos de poder. El camino de la integración de los pueblos latinoamericanos es el que puede aparejar la alegría y bienestar popular.

La triple ofensiva del capital y una necesaria refundación del pueblo trabajador

El capital encara una triple ofensiva sobre el pueblo para salir de su crisis. Por una parte, una ofensiva en los lugares de trabajo para flexibilizar y disciplinar. Trabajadorxs precarixs, tercerizadxs y cada vez más, desempleadxs son parte importante de una clase trabajadora explotada por el empresariado y ninguneada por sindicatos cuyos estatutos lxs excluyen. Miles de jóvenes, la mayoría inmigrantes, son salvajemente explotadxs con nuevas formas de trabajo «uberizadas», mientras que el sistema no los considera trabajadores sino «emprendedores», para evitar la conciencia de la explotación y romper lazos solidarios. Millones son lanzadxs a la «incertidumbre» de apechugar como puedan siendo «empresarixs de sí mismxs» para sobrevivir, aunque va creciendo la conciencia de ser trabajadorxs de la economía popular.

Por otra parte, se redobla una ofensiva para reestructurar el proceso de reproducción social del capital, penetrando en las casas, los barrios, las comunidades y cada lugar de la vida cotidiana, afectando especialmente a las mujeres que cumplen un rol preponderante en la reproducción social. El aumento de los femicidios, la negativa a la legalización del aborto o las reformas a la salud y educación (áreas mayoritariamente femeninas), constituyen espacios para nuevos negocios y para un redoblado disciplinamiento y maltrato patriarcal. Muchos sindicatos consideran a estos temas como ajenos al trabajo y acusan -al igual que los empresarios y los gobiernos- de «politizar» la protesta a quienes los asumen. Las mujeres constituyen una indudable vanguardia que no se expresa sólo en la lucha por la legalización del aborto.

En tercer lugar, el capitalismo neoliberal acentúa su carácter colonial y depredador para apropiarse de las riquezas naturales de nuestros países. Los sindicatos no sólo se hacen los desentendidos sino que contraponen falsamente la defensa de «las fuentes de trabajo» con las asambleas socio-ambientales que enfrentan el saqueo y la contaminación del extractivismo. El mismo argumento que utilizó el sindicato petrolero para aceptar la flexibilización laboral en la explotación de la reserva de petróleo y gas no convencional de Vaca Muerta, la segunda mayor del mundo y en donde se concentran gran parte de las esperanzas y proyectos de las clases dominantes. Allí fluyen los dólares mientras el pueblo paga la fiesta con los tarifazos y los pueblos originarios de la Patagonia son expulsados de sus tierras.

No nos encontramos frente a un «plan de ajuste» más, al que responder sectorialmente y de contragolpe, sino ante un plan global de reestructuración del país y de la sociedad que amerita una respuesta alternativa popular de similar tenor.

Se vuelve imperioso entonces encarar colectivamente un debate sobre las estrategias de las izquierdas y los sectores populares, así como las dificultades para comprender que se trata de una pelea simultáneamente anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, en la que la escisión conduce a la derrota.

La pelea por la construcción de alternativas populares no puede desligarse de la imprescindible refundación del pueblo trabajador, combatiendo la fragmentación pero respetando y aprovechando la diversidad.

Necesitamos poner en cuestión las tradicionales formas de lucha y organización que el movimiento obrero utilizó para enfrentar al capitalismo durante gran parte del siglo XX. Por un lado la construcción de poderosas herramientas gremiales para la lucha económico-social y, en forma separada, de grandes partidos para intervenir políticamente frente al sistema. Mantener esta «división de tareas» en el seno del pueblo trabajador fue posible en la situación especial que se vivió desde la segunda posguerra hasta fines de los setenta, cuando se generalizó la ofensiva neoliberal que reconfiguró el sistema capitalista. Durante ese período rigió el llamado «pacto keynesiano» por el cual se institucionalizó el otorgamiento de derechos laborales y sociales a lxs trabajadorxs, así como su derecho a reclamarlos y defenderlos, a cambio de no cuestionar al sistema. En la situación actual estas formas escindidas de acción y organización política y sindical han agotado sus perspectivas históricas y, si bien tienen su grado de utilidad, van acentuando su carácter conservador, incapaces de procesar las transformaciones ocurridas en el capitalismo y en el sujeto del cambio social. Por sobre todo, se plantea la exigencia de repensarlas ante la necesidad de desplegar estrategias revolucionarias que tengan como centro la construcción de un poder popular que necesita superar la escisión entre lo político y lo económico-social.

De la «gloria» a los cuadernos

El macrismo creyó tocar la gloria con la mano tras las elecciones del 2017. Es imposible no suponer que el estallido del affaire de los cuadernos no guarde relación con la intención de frenar -a través de una justicia adicta- el acelerado deterioro del oficialismo desde diciembre de ese mismo año. Mientras los medios masivos denuncian por sobre cualquier otra noticia a la «ruta del dinero K» como el pecado original del que derivan todos los males del país, otros medios resaltan la ruta y las maniobras «M» de un gobierno agónico.

Pero el caso amerita una mirada más compleja. No dudamos de la existencia de las rutas K, M y varias letras más del abecedario. Porque la corrupción es generalizada en esta fase del capitalismo y, gracias a los servicios de inteligencia, todos atesoran los «secretos» de todos para cuando necesiten ventilarlos. No es algo nuevo, vale recordar que el asesinato de José Luis Cabezas -del que el año pasado se cumplieron dos décadas- hizo estallar el caso del dueño de OCA, Alfredo Yabrán, «casualmente» cuando se dirimía la posesión del servicio postal entre grupos económicos. Hoy lo novedoso es la masividad de la fusión entre negocios «legales» e «ilegales».

La acumulación, en esta fase de capitalismo globalizado, no tiene pruritos en realizarse por la vía que sea, tal como la acumulación originaria se basó en el comercio de esclavos y el saqueo de América. El narcotráfico o la trata de personas son algunas de las actividades más rentables para el capital. La circulación de dinero «sucio» y el lavado se multiplican por doquier. Los Estados asumen la defensa y promoción de estos intereses. Conviene recordar -ahora que el gobierno promueve la instalación de bases yanquis en nuestro país- que la invasión de los EE.UU. a Afganistán multiplicó la producción local de opio.

Los cuadernos de la corrupción resultan funcionales a la batalla geopolítica por el dominio de los recursos naturales y los mercados entre EE.UU y China. No casualmente, una de las empresas denunciadas, Electroingenieria, tenía contratos con China para la construcción de las represas hidroeléctricas Condor Cliff y Barrancosa, que el ministro de energía ya solicitó suspender. Por otra parte el grupo Techint, dirigido por el denunciado CEO Paolo Rocca, viene posicionándose como el principal inversor en Vaca Muerta, después de YPF.

No es posible prever hasta dónde llegará la crisis que detonaron los cuadernos o si el macrismo logrará que su impacto se limite al gobierno anterior, a pesar de estar profundamente implicado el grupo económico del presidente. La justicia juega a su favor, y originalmente el juez Bonadío había decidido investigar las coimas en la obra pública sólo en los años que van del 2008 al 2015 (lo que dejaba fuera de la causa al presidente Macri, ya que IECSA fue adquirida en 2007 por su primo, Ángelo Calcaterra), aunque luego se vio obligado a ampliar el período investigado hasta 2003. Está claro que lo que menos puede esperarse del Poder Judicial es justicia.

La crisis abierta por los cuadernos tiene más de un rumbo posible. O es aprovechada por las izquierdas y el pueblo para denunciar las lacras del sistema capitalista y su democracia liberal levantando una alternativa o será un trampolín para las derechas más rancias. Vale recordar el caso italiano donde tras el proceso judicial del «Mani Pulite» accedió al gobierno Silvio Belusconi o el brasileño donde después del «Lava Jato» uno de los candidatos mejor posicionados resulta ser el militar ultraderechista Jair Bolsonaro. Nadie puede asegurar el desenlace argentino.

Agotamiento y crisis de la democracia representativa

La democracia representativa liberal es cada vez más una herramienta inservible para unos y otros. Por un lado, los pueblos descreen cada vez más de «la política», con sus ajenas y encumbradas instituciones y sus políticos profesionales. Hace muy poco, fue el Senado el que demostró que su función no es llevar la voz del pueblo sino negarla.

Vale la pena recordar el «que se vayan todos» del 2001. Hay quienes, aún en sectores de las izquierdas, desvalorizan y rechazan ese sentir popular que se transformó en grito y en acción colectiva. No ven que constituye una imprescindible base de apoyo para construir una política emancipatoria, opuesta a la naturalizada y aceptada como única práctica política «democrática». Cómo señalaba la intelectual mexicana Rhina Roux:

Si la dominación del capital implica sometimiento de la actividad vital humana… la emancipación sólo puede significar liberación del poder hacer, reapropiación del control de la propia vida, autodeterminación… Significa que la lucha contra el capital es, sobre todo, una lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por definir las normas que ordenan la convivencia, lo que compete a todos, lo relativo a la res pública. Esta lucha es, necesariamente, una confrontación política [1].

Una lucha por construir nuevas reglas de la vida social, tiene poco que ver con la acción restringida al Estado y regida por los calendarios electorales.

Esta «otra política», colectiva y desde abajo, que había comenzado a brotar con la rebelión popular, con el kirchnerismo dejó de ser una realidad y una forma de construir política para transformarse en slogan de una política hecha desde arriba, desde funcionarios y políticos profesionalizados. La participación política en los asuntos de la comunidad, en la «vida social» de millones de personas, fue restringida a «marchar» en silencio, un domingo cada dos años hacia las urnas.

Este régimen le está resultando un lastre al propio capital para consolidar su dominación. No les alcanzan ya los límites por los que «el pueblo no gobierna ni delibera», necesitan una mayor sumisión y no toleran resquicios por lo que pueda colarse la voluntad popular.

La «lucha contra la inseguridad» se ha convertido en piedra filosofal de los Estados, ya desde el seno de los «progresismos» que, bajo los gobiernos de Dilma Rousseff y de Cristina Fernández, sancionaron sendas leyes «antiterroristas». La justicia acentúa sus rasgos punitivistas y, cuanto más jóvenes y morochas sean sus víctimas, se vuelve más punitiva. Mientras tanto, los asesinatos de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel permanecen impunes. El vitalicio Poder Judicial va asumiendo funciones de los otros poderes, legislando a través de sus sentencias y/o declaraciones de inconstitucionalidad. Las campañas contra la «corrupción» dirimen disputas políticas y económicas que otrora ameritaban lobbies en el Congreso. Las fuerzas policiales no necesitan de la justicia para aplicar por su cuenta la pena de muerte, con más de cinco mil chicxs asesinados por «gatillo fácil» durante los gobiernos constitucionales, lo que ahora se acelera y adquiere carácter doctrinario, con Patricia Bullrich y el «valiente» asesino por la espalda Luis Chocobar.

Las nuevas subjetividades mercantiles se adueñaron definitivamente de lo electoral: lxs candidatxs ya no requieren militantes sino publicistas y el «ciudadano» se limita a elegir en la góndola de las ofertas electorales, generalmente el producto ofrecido como «menos malo». Lo nuevo es la profesionalización que ha adquirido esta dinámica electoral, tanto que hasta gran parte de las izquierdas han incorporado sus parámetros, sin disrupciones que desenmascaren a las instituciones e introduzcan en ese terreno individualista lo colectivo y popular. Se da la paradoja de que la «democracia» representativa liberal, cuanto más inútil se revela -tanto para el pueblo como para las clases dominantes- más se enarbola cómo única y final forma de gobierno.

Una primera mirada sobre nosotrxs mismxs constata que gran parte de las izquierdas no resultaron indemnes a la «normalización» de la política que trocó el protagonismo popular por el de los aparatos políticos tradicionales. La búsqueda de la imprescindible unidad cambió de actores y los intentos de articulación con el pueblo trabajador -con sus múltiples componentes y organizaciones- derivó en la búsqueda de algún partido o aparato con quien aliarse. Ya no se buscó politizar la lucha social sino construir en el terreno que el sistema delega a lo político, reino excluyente de los partidos y las instituciones.

El régimen representativo no puede ser mejorado a través de parches que lo hagan más «participativo» o con la introducción de legisladores de izquierda en los parlamentos, aunque sea necesario para el pueblo tenerlos allí. Tampoco profundiza la democracia «social» la introducción de nuevos derechos, cómo se pretendió al reconstruir el régimen tras la rebelión del 2001. Siendo vital luchar por ellos, la «ampliación de derechos» nos ha acostumbrado a pelear por un derecho hoy o a defender otro mañana, con el resultado de hacernos perder la perspectiva de la unidad de las luchas ambientales, antiextractivistas, anticoloniales y antipatriarcales en un proyecto alternativo global y al calor del cual podría ir construyéndose el pueblo trabajador como sujeto de transformación, así como las bases para el poder popular y los procesos constituyentes hacia una nueva democracia.

¿Hacia un recambio sin superación del macrismo?

Se va instalando la necesidad de «una gran Unidad» para derrotar al macrismo en el 2019. Todo político que se precie lo enuncia con tono de sensatez. Pero desplazar a un gobierno no significa que indefectiblemente se modifique el rumbo antipopular.

No sería la primera vez que sucede. Ya la Alianza que desplazó a Carlos Saúl Menem, no sólo fue incapaz de cambiar el rumbo sino que terminó colocando a Domingo Cavallo a la cabeza de la economía. La fantasía de que con sólo desplazar al presidente mejorarían las cosas no duró mucho. Y hoy, lamentablemente, muchos juegan a lo mismo.

No se trata de voluntad, ni siquiera de buenas o malas intenciones, sino de lo que permite (o no) la realidad nacional. En la actualidad un cambio de rumbo no sería factible sin, como mínimo, romper los acuerdos con el FMI e investigar y desconocer la deuda infame. Asimismo, esta vez no se contará con precios extraordinarios de los commodities sino habrá que imponer tributos muy fuertes y retenciones al agronegocio para bajar el precio de la canasta alimentaria. Garantizar energía suficiente y barata necesitará de la reapropiación de las empresas de servicios públicos. Evitar la fuga de divisas exigirá como mínimo el control sobre la banca y el comercio exterior. Transformar de raíz el sistema anti-democrático necesitaría de un proceso constituyente con amplia y democrática participación y debate popular. Y se sabe, la participación popular y cada una de las medidas citadas «desalienta» a los inversores.

¿Qué haría entonces un gobierno de «amplia unidad» que pueda vencer al macrismo pero no pretenda enfrentar al capital? ¿Qué permite suponer que sería capaz de garantizar estas mínimas medidas para hacer efectivo un cambio de rumbo más allá de la retórica?

Tampoco pareciera que el kirchnerismo esté dispuesto a encarar estas medidas afectando intereses de las clases dominantes. La expresión de Cristina durante el debate por la legalización del aborto acerca de no enojarse con la Iglesia así como el pedido de Máximo Kirchner en el Plenario de la Militancia de que «al odio le respondamos con amor» no parecen preparativos para una dura pelea ¿Mera táctica electoral? No. Mucho más probable es que constituyan un emergente de la imposibilidad de un nuevo ciclo progresista en la actual realidad y de los aprestos a ser parte de esa «amplia unidad».

En un reciente escrito, Claudio Katz pronosticó: «Se perfilan dos escenarios: una regresión controlada o un estallido inmanejable. El primer contexto repetiría lo ocurrido en Grecia y el segundo lo padecido en el 2001» [2].

Para el primer escenario se suceden las aún inconclusas negociaciones entre todos los sectores del PJ. Un acuerdo general es sostener al gobierno hasta el 2019 mientras se va perfilando un candidato de «unidad». Uno de quienes cuenta con posibilidades es Felipe Solá, con buenos antecedentes para ser candidato de consenso entre los diferentes sectores, aunque se termine dirimiendo en las PASO: fue ministro de Agricultura e impulsor del monocultivo sojero con el menemismo, demostró que no le tembló el pulso para reprimir junto a Duhalde durante la Masacre de Avellaneda en la que fueran asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kostecki, fue hombre de Sergio Massa aunque con juego propio y hace muy poco fue nombrado por Cristina como uno de los mejores presidenciables, junto con Agustín Rossi. Otro candidato de «unidad» que se baraja es Roberto Lavagna, quien fuera ministro de economía de Eduardo Duhalde y se prolongara en los primeros tiempos del kirchnerismo.

Resulta probable que Cristina juegue como candidata sólo en el segundo escenario previsto por Katz, situaciones en las que ya ha demostrado su utilidad para las clases dominantes, al desarmar la rebelión popular del 2001. De no darse ese escenario, es muy difícil que sea aceptada por el resto de las alas del PJ.

En cualquiera de los escenarios posibles, el planteo de una «amplia unidad» contra Macri no resulta una palanca para terminar con el macrismo sino que constituye un dispositivo para canalizar el descontento y garantizar la gobernabilidad.

Párrafo aparte merecen las agrupaciones populares que aportan a la gobernabilidad del capital y se aprestan a ser parte de internas de las que pueda surgir tal candidatura unitaria. En especial aquellos que, como los «Cayetanos» (Movimiento Evita, Barrios de Pie y Corriente Clasista y Combativa) reconocen el liderazgo del Vaticano que, con el Papa Francisco (ex Bergoglio, ex Guardia de Hierro) está jugando fuerte en la interna política y sindical peronista.

El aporte de estos sectores a la gobernabilidad es radicalmente diferente al de la CGT, que a lo sumo convoca a medidas aisladas cuando necesita descomprimir y canalizar las broncas en medio de las peleas de aparato. A estas agrupaciones se las ve continuamente en la calle, con compañeras y compañeros librando peleas, algunas muy duras. Pero siempre evitando una toma de posición que pueda molestar al poder o a la Iglesia, como se pudo ver recientemente en el debate sobre el aborto. Uno de sus principales referentes, Juan Grabois, muy cercano al Papa, lo expresó claramente en la revista Crisis:

La lucha sindical dentro del capitalismo, la lucha económica dentro del capitalismo, es la lucha por los intereses económicos de un sector de la sociedad, por la plata, es bien concreta. Se cuenta en pesos. Y después hay otra lucha de las que algunos de nuestros compañeros participan muy abiertamente y lo hacen muy bien, que es la lucha política para ganar las elecciones… Yo creo que eso se resuelve en las urnas. Entonces no hay que pedirle a la calle, a mi criterio, lo que no corresponde a la calle, y eso no quiere decir que la calle no interviene en la política en términos generales, pero la calle no va a cambiar el gobierno [3].

Esa misma lógica, en que el pueblo sólo pelea por alguna mejora, por algunos pesos y la política es el arte de conseguir un lugar en las instituciones del poder, sin transformación de raíz, es la que permite que supongan que ser aceptados en el seno de la CGT constituye un paso hacia la «unidad de los trabajadores».

La grave situación del país y del pueblo, las dificultades para desarrollar prácticas políticas desde abajo y sortear los dispositivos de gobernabilidad y el «sentido común» sistémico, hacen más urgente abrir un debate colectivo entre las izquierdas para construir desde el pueblo una alternativa superadora.

Alternativa de transformación de una izquierda transformada

Los reiterados llamados a esperar al 2019 no apuntan sólo ni principalmente a sostener a este gobierno agónico. Su mayor peligro es ocultar las tareas que el momento requiere. Porque no se trata sólo de cómo y cuándo debería irse eyectado el macrismo -algo sobre lo que el pueblo no pedirá permiso- sino de qué es lo que necesitamos emprender sin tardanza.

Porque hacer política construyendo una alternativa no puede agotarse en quien ocupa el Estado, aunque la disputa por el poder sea imprescindible. La construcción de poder popular exige mucho más que la construcción de un Partido, de un instrumento electoral o de disputar un gobierno. Requiere que el pueblo se organice, debata y luche por intervenir y decidir cotidianamente en cada aspecto de la vida de la sociedad y la comunidad.

¿Acaso no necesitamos imperiosamente poner ya en pie un amplio movimiento popular de ruptura con el FMI y por el desconocimiento de la deuda externa, para liberarnos de su yugo? O ahora que pretenden arrasar con la educación pública y popular y convertirla en instrumento de adaptación a los requerimientos del sistema, ¿no necesitamos converger en un congreso popular educativo de todos los niveles, que trascienda los sindicatos para insertarse en los territorios y la juventud, hacia un movimiento por la defensa y transformación de la educación pública y popular? ¿No necesitamos similares iniciativas ante cada necesidad para convertirlas en derechos? Y por sobre todo ¿no necesitamos trabajar pacientemente pero sin descanso por una confluencia de todo el pueblo trabajador movilizado, con sus organizaciones y colectivos, en un gran movimiento socialista, feminista, libertario y por una patria Nuestroamericana liberada?

Hay quienes suponen que levantar un proyecto de país y de sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento en que la ofensiva está en manos del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada del ajuste y el neoliberalismo como alternativa al caos.

El gran desafío es si las víctimas de este sistema seremos capaces de construir una alternativa positiva, independiente y radicalmente opuesta al sistema actual, que las izquierdas recuperemos la audacia de abandonar el malmenorismo porque, tal como planteaba Samir Amin, «yendo de menos malo en menos malo, se acaba llegando al final a lo peor«. Los resultados están a la vista.

La paciente construcción del movimiento de mujeres durante décadas, que en los últimos tiempos hizo asambleas conjuntas multitudinarias, movilizó a millones, convocó a intelectuales y artistas, hizo reuniones en los barrios, confeccionó folletos, libros y videos, se viralizó por las redes, polemizó públicamente, impulsó el proyecto de ley por el derecho al aborto libre y gratuito pero fue más allá, reapropiándose de cuerpos, voluntades y deseos, es un gran ejemplo del que necesitamos aprender en todos los terrenos.

La fragmentación de las izquierdas no constituye un buen augurio para estas tareas. Quienes crean que los pueblos no tienen la capacidad de construir soluciones creativas y alternativas poderosas seguirán creyendo en «regresos» triunfales o en Partidos providenciales llamados a dirigir al pueblo. Seguirá, en ese caso, primando la diferenciación permanente. Pero no está determinado que éste sea el rumbo. Creer en el pueblo, en la construcción de su poder, obliga y empuja a aportar colectivamente, más allá de diferencias que, en todo caso, nadie más que el pueblo podrá dirimir.

En las múltiples peleas actuales está surgiendo una nueva generación, muy joven, de luchadoras y luchadores, sin experiencia pero también sin las taras que el progresismo sembró y con las que contaminó generaciones anteriores. Y así como los varones debemos deconstruir el machismo y el patriarcado internalizados, las viejas generaciones militantes debemos deconstruirnos frente a estas nuevas generaciones y experiencias y acompañar, con los valiosos bagajes y aprendizajes acumulados, los nuevos procesos y construcciones, comprendiendo que tenemos mucho por aprender de ellos.

Notas:

[1] Roux, Rhina; Dominación, insubordinación y política, 2002, en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=80

[2] Katz, Claudio. Otro camino para enfrentar la crisis, 2018. En https://katz.lahaine.org/b2-img/OTROCAMINOPARAENFRENTARLACRISIS.pdf

[3] Grabois, Juan, Adiós al gradualismo y ahora qué, 2018. En https://www.revistacrisis.com.ar/notas/adios-al-gradualismo-y-ahora-que

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